Una idea central...
Somos La Iglesia católica
Nuestra familia está compuesta por personas de toda raza. Somos jóvenes y ancianos, ricos y pobres, hombres y mujeres, pecadores y santos.
Nuestra familia ha perseverado a través de los siglos y establecido a lo ancho de todo el mundo.
Con la gracia de Dios hemos fundado hospitales para poder cuidar a los enfermos, hemos abierto orfanatorios para cuidar de los niños, ayudamos a los más pobres y menos favorecidos. Somos la más grande organización caritativa de todo el planeta, llevando consuelo y alivio a los más necesitados.Educamos a más niños que cualquier otra institución escolar o religiosa.
Inventamos el método científico y las leyes de evidencia. Hemos fundado el sistema universitario.
Defendemos la dignidad de la vida humana en todas sus formas mientras promovemos el matrimonio y la familia.
Muchas ciudades llevan el nombre de nuestros venerados santos, que nos han precedido en el camino al cielo.
Guiados por el Espíritu Santo hemos compilado La Biblia. Somos transformados continuamente por Las Sagradas Escrituras y por la sagrada Tradición, que nos han guiado consistentemente por más de dos mil (2’000) años.
Somos… La Iglesia católica.
Contamos con más de un billón (1’000’000’000) de personas en nuestra familia compartiendo los Sacramentos y la plenitud de la fe cristiana. Por siglos hemos rezado por ti y tu familia, por el mundo entero, cada hora, cada día, cada vez que celebramos La Santa Misa.
Jesús de Nazaret ha puesto el fundamento de nuestra fe cuando dijo a Simón-Pedro, el primer Papa: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella» (Mt. XVI, 18).
Durante XX siglos hemos tenido una línea ininterrumpida de Pastores guiando nuestro rebaño, La Iglesia universal, con amor y con verdad, en medio de un mundo confuso y herido. Y en este mundo lleno de caos, problemas y dolor, es consolador saber que hay algo consistente, verdadero y sólido: nuestra fe católica y el amor eterno que Dios tiene y ha tenido por toda la creación.
Si has permanecido alejado de La Iglesia católica, te invitamos a verla de un modo nuevo hoy, visita www.catolicosregresen.org.
Somos una familia unida en Cristo Jesús, nuestro Señor y Salvador. Somos católicos, bienvenido a Casa...
Nuestra familia ha perseverado a través de los siglos y establecido a lo ancho de todo el mundo.
Con la gracia de Dios hemos fundado hospitales para poder cuidar a los enfermos, hemos abierto orfanatorios para cuidar de los niños, ayudamos a los más pobres y menos favorecidos. Somos la más grande organización caritativa de todo el planeta, llevando consuelo y alivio a los más necesitados.Educamos a más niños que cualquier otra institución escolar o religiosa.
Inventamos el método científico y las leyes de evidencia. Hemos fundado el sistema universitario.
Defendemos la dignidad de la vida humana en todas sus formas mientras promovemos el matrimonio y la familia.
Muchas ciudades llevan el nombre de nuestros venerados santos, que nos han precedido en el camino al cielo.
Guiados por el Espíritu Santo hemos compilado La Biblia. Somos transformados continuamente por Las Sagradas Escrituras y por la sagrada Tradición, que nos han guiado consistentemente por más de dos mil (2’000) años.
Somos… La Iglesia católica.
Contamos con más de un billón (1’000’000’000) de personas en nuestra familia compartiendo los Sacramentos y la plenitud de la fe cristiana. Por siglos hemos rezado por ti y tu familia, por el mundo entero, cada hora, cada día, cada vez que celebramos La Santa Misa.
Jesús de Nazaret ha puesto el fundamento de nuestra fe cuando dijo a Simón-Pedro, el primer Papa: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella» (Mt. XVI, 18).
Durante XX siglos hemos tenido una línea ininterrumpida de Pastores guiando nuestro rebaño, La Iglesia universal, con amor y con verdad, en medio de un mundo confuso y herido. Y en este mundo lleno de caos, problemas y dolor, es consolador saber que hay algo consistente, verdadero y sólido: nuestra fe católica y el amor eterno que Dios tiene y ha tenido por toda la creación.
Si has permanecido alejado de La Iglesia católica, te invitamos a verla de un modo nuevo hoy, visita www.catolicosregresen.org.
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Visión profética sobre la increencia actual
Tomado prestado de www.es.catholic.net
Ochocientos años, el paso de la Cristianidad a la Increencia por Lucrecia Rego de Planas
En los últimos meses, me ha dado por leer las obras de los Doctores de la Iglesia, ésos que vivieron en los siglos XI y XII. Me ha dado también por leer biografías de los grandes santos del S. XIII y XIV y libros de historia… cosa rarísima en mí, que soy matemática de corazón y profesión.
No sé porqué. Será tal vez porque me estoy volviendo anciana (voy en carrera galopante hacia los 50 y los alcanzaré en menos de cuatro años) o quizás sólo sea porque me ha entrado una inquietud: descubrir qué es lo que ha sucedido en el mundo, en la cultura, en la mente y el corazón del hombre, para haber cambiado de manera radical, en sólo 800 años, de una vida centrada en Dios… hasta llegar al olvido completo de Dios, a vivir “como si Dios no existiera”, que es como describe Benedicto XVI al hombre de hoy.
No soy historiadora, sino solamente una mamá de nueve hijos, contempladora del desarrollo histórico de la cultura y una ávida lectora de libros de espiritualidad de todos los tiempos. Por esta razón, me encantará recibir correcciones y enmiendas de este análisis “histórico” que he llegado a dilucidar de mis lecturas y que les quiero compartir el día de hoy.
¿Qué pasó en estos ochocientos años en la vida del hombre, para que cambiara de la centralidad en Dios, al olvido total de Dios?
CONTENIDO
I. LA EDAD MEDIA. La Cristiandad
II. EL RENACIMIENTO. Rechazo, burla y menosprecio a la Edad Media.
III. LA REFORMA PROTESTANTE. Cristo sí. Iglesia no.
IV. LA REVOLUCIÓN FRANCESA. Cristo no, dios sí.
V. GRAMSCI Y LA REVOLUCIÓN CULTURAL MARXISTA. El Hombre sin Dios.
VI. LA REVOLUCIÓN SEXUAL. La vida no es un Don de Dios.
VII. EL 'MODERNISMO' DENTRO DE LA IGLESIA. Una Religión sin Dios
VIII. EL NUEVO ORDEN MUNDIAL. La manipulación en la confusión.
IX. CONCLUSIÓN. ¿Cómo debemos actuar?
I. LA EDAD MEDIA. La Cristiandad. Remontémonos con la imaginación a la Edad Media, la era de la Cristiandad.
Visualicemos a los caballeros con su armadura, las ciudades amuralladas, los reyes, los castillos de piedra… oscuros y fríos, los artesanos, los mercaderes, los juglares, los señores feudales y sus vasallos... niños jugando y corriendo por las calles y las aldeanas con sus vestidos sencillos, trabajando, como siempre ha hecho la mujer desde el inicio del mundo.
En esta época, la organización temporal (política, social, económica, cultural) estaba basada 100% en los principios cristianos. El cristianismo había llegado a influir en todos los ámbitos de la vida del hombre y los había perneado por completo.
La vida cotidiana se desarrollaba alrededor de la catedral (la casa de Dios) que estaba siempre en el centro de las ciudades. Las catedrales fueron el centro del desarrollo del arte de aquella época: arquitectura, pintura, escultura, música (gregoriana)… todo giraba en torno a Dios. En las torres de las catedrales puede leerse la filosofía que reinaba… románicas, cuando la moda era Aristóteles y góticas, cuando Platón. En la nave central, el sagrario, custodiando a Nuestro Señor Eucaristía, siempre hacia el Oriente, donde nace el Sol.
La organización política en la Edad Media era hermosa. En esa época, ser gobernante no significaba tener más dinero o más poder, sino al contrario: ser gobernante significaba estar al servicio de los demás. El nombramiento de un Rey era un nombramiento divino, suponía una consagración ante Dios a una misión de servicio incondicional a su pueblo, limitándose su gobierno, por supuesto, al orden temporal de las cosas.
Es la Edad Media, la época de los Reyes Santos (que no tienen que ver con los Santos Reyes, los que fueron a visitar a Jesús en el pesebre). Éstos, fueron Reyes de verdad en la Europa medieval y fueron santos, verdaderamente santos: San Luis, rey de Francia; San Fernando, San Eduardo, Santa Margarita de Escocia… grandes hombres y mujeres que se entregaron por completo a su pueblo para lograr el bienestar, la armonía y la salvaguarda de la fe y de los
mandamientos de Dios. Hombres y mujeres, cristianos convencidos, que eran admirados y queridos por todos sus súbditos por su sabiduría, su coherencia, su bondad, su cercanía, su valentía, su justicia y su magnanimidad.
Las relaciones laborales también tenían lo suyo de divino: los señores feudales y sus vasallos se juraban sobre la Biblia mutua fidelidad; protección, sustento y cuidado por parte del señor; defensa de su honra y de sus bienes y servicio incondicional, por parte del vasallo. Eran siervos, pero no esclavos y tan digno de respeto era el siervo como su señor.
En el orden social, los nombramientos que hacía el rey eran nombramientos para el servicio. Se vivía de manera natural la Justicia social cristiana. Las actividades económicas eran regidas por el precio justo, por la búsqueda del bien común; los mercaderes no eran usureros, sino servidores del pueblo. Se condenaba fuertemente la especulación y el lucro indebido. Se respetaba la propiedad privada. Cada uno tenía su lugar importante en la sociedad: los artesanos, maestros y aprendices, gozaban de gran aprecio y admiración, al igual que el campesino, el mercader, el cortesano y el aldeano.
En el orden doméstico, la familia estaba en el centro; los hijos se consideraban un don (el mayor de los dones) y por supuesto, el matrimonio era sacramental, fiel, fecundo e indisoluble, ante Dios y ante los hombres.
La literatura medieval estaba llenita de Dios… los cantares de gesta, las historias caballerescas; las leyendas, como las del Rey Arturo y del santo Grial, las fábulas… promotoras de las virtudes cristianas, los juglares, llenos de buen humor sano.
El orden militar existía para defender al Rey y sobre todo para defender la Fe del pueblo de los ataques musulmanes. Es la época de los caballeros… la Orden de Malta, los Caballeros Hospitalarios, los Templarios… todos… para defender la Fe cristiana y las cosas de Dios.
¿Y el pecado? ¿No existía el pecado en la Edad Media? Por supuesto que sí. En la Edad media, como ahora, hubo grandes pecadores… traicioneros, mentirosos, ladrones, egoístas, infieles, adúlteros y asesinos. El demonio no ha dejado de actuar en ningún momento de la historia del hombre.
La única diferencia es que en aquella época el orden temporal estaba regido por los criterios cristianos. Lo normal, lo natural, lo que estaba de moda, era ser un buen cristiano. Los otros… los pecadores, eran los raros y no presumían de sus pecados, sino que los ocultaban y la sociedad entera se avergonzaba de ellos. Ideas medievales… que tal vez deberíamos resucitar.
II. EL RENACIMIENTO. Rechazo, burla y menosprecio a la Edad Media.
Más que un avance en el desarrollo del hombre como ser humano, veo en el Renacimiento un retroceso… una vuelta al paganismo de la Antigüedad.
En fin… veamos qué sucedió en este tiempo de príncipes y doncellas, de lujosos aposentos, vestidos y carruajes, forrados de marfil y piedras preciosas.
A raíz de la invasión de los turcos, llegaron a Europa occidental muchas personas de oriente que trajeron consigo nuevas ideas y nuevas modas (telas y encajes traídos de oriente) y cientos de objetos atractivos (cajitas musicales, jarrones, tapetes) que empiezan a vender entre las personas del pueblo y hacen que surja una nueva clase social: la burguesía, con un encanto de “clase acomodada, culta y a la moda” que se siente muy superior a los demás.
La característica principal de esta clase burguesa, como todos los nuevos ricos, es el menosprecio por las otras personas: se burlan de la vida contemplativa de los monjes, menosprecian al artesano y al agricultor, ridiculizan a la caballería… todos ellos, dicen los burgueses, “se quedaron en la Edad Media”.
Para los burgueses ya no es importante estar bien con Dios, lo único importante es quedar bien con los hombres, verse bien, lucir bien ante los demás.
En la Edad media se construían casas para vivir, sillas para sentarse, mesas para comer, camas para dormir y vestidos para abrigarse. En el Renacimiento deja de importar la utilidad de las cosas, lo importante es que sean lujosas, llamativas y caras, aunque sean incómodas e inútiles. El hombre cambia el “tener cosas, para poder vivir de cara a Dios” por el “vivir, para poder tener cosas y lucirlas ante los hombres”.
El pensamiento burgués empieza a influir a los gobernantes, que se olvidan del teocentrismo y cambian a ser “humanistas”; dejan de ver su puesto como un servicio a Dios y lo empiezan a ver como un servicio al desarrollo social del hombre (viendo al hombre como su propia persona, en primer lugar). La economía y la política también se vuelven terrenales, estando enfocadas ya no al bien común, sino a la mayor consecución de bienes palpables.
Tristemente, el encanto de la burguesía llega a influir también, a través de los Reyes, a los altos jerarcas de la Iglesia, quienes caen en errores graves de lujo y opulencia que, entre otras causas, dan pie a la siguiente etapa: La Reforma Protestante.
III LA REFORMA PROTESTANTE. Cristo sí, Iglesia no.
Lutero y todos sus seguidores, vieron los errores en los que había caído una parte de la jerarquía eclesiástica durante el Renacimiento, pero, en lugar de tratar de resolverlos y sanarlos, como lo hicieran San Francisco de Asís y Sta. Catalina de Siena en su momento, lo único que hicieron fue criticar, protestar, rebelarse y ocasionar un cisma, un resquebrajamiento, una separación dolorosísima dentro de la Iglesia de Cristo.
Al decir “Creo en Jesucristo, pero no creo en la Iglesia”, hacen una separación ridícula… quieren creer en un Cristo sin Iglesia, sin tomar en cuenta que la Iglesia es el Cuerpo místico de Cristo. Iglesia y Cristo son inseparables y ellos… los separaron.
Al separarse de la Iglesia, se separaron también de los sacramentos, que son los medios por los que nos llega la Gracia Santificante, la presencia de Dios en el alma. De esta manera, al querer tener a un Cristo sin Iglesia, se quedaron con una iglesia sin Cristo; sí, con la doctrina de Cristo, pero sin su presencia real.
Por otra parte, sin un Magisterio que guardara la doctrina, abrieron la moda del “Libre examen” en el que el criterio personal es la norma suprema. La opinión personal está por encima de la Verdad.
De aquí que hayan surgido, a lo largo de la historia, tantas ramas del protestantismo. Sin una cabeza para guiarlos y dado que cada cabeza es un mundo, cada cabeza creó su propia iglesia, de acuerdo con su libre interpretación, generalmente guiada por intereses personales, como fue el caso, más adelante, de Enrique VIII y la iglesia anglicana.
IV. LA REVOLUCIÓN FRANCESA. Cristo no, dios sí.
Es el paso lógico después del “Cristo sin Iglesia” de Lutero. En las ideas de la Ilustración y la Revolución francesa nace un “evangelio sin Cristo” un “No creo en Cristo, pero sí creo en un dios”.
Por supuesto, el dios (o los dioses) de la Ilustración y la Revolución francesa, no tienen nada que ver con el Dios Verdadero, Creador, Padre, Todopoderoso, que nos vino a revelar Jesucristo. Los dioses de las ideologías de la Revolución Francesa – sí, aunque suene increíble, regresaron al politeísmo, como los cavernícolas – son: la diosa Naturaleza, la diosa Razón, la diosa Libertad y las diosas Ideas.
El Naturalismo… es el reino de la diosa-Naturaleza. Nos dice que el hombre es bueno por naturaleza (niega así el pecado original y sus consecuencias), que la naturaleza es suficiente para la felicidad. Nos habla de un orden puramente terrenal y niega el orden sobrenatural de las cosas.
El Racionalismo… es el reino de la diosa-Razón. Es la cara intelectual del naturalismo… afirma que la razón por sí misma puede explicar todo y no necesita de Dios.
El Liberalismo… es el reino de la diosa-Libertad. El hombre debe liberarse de todo lo que pueda limitarlo, incluidas las creencias y los valores. Hablan de libertad de pensamiento, de expresión, de prensa, de opinión y de religión, aceptando así que no hay una única verdad.
El Idealismo… es el reino de las diosas-Ideas. Aquí el hombre se sustituye por Dios. Afirma que las ideas son más importantes que el ser, las opiniones plurales están por encima de la verdad, las cosas son como cada quién las ve desde su propio punto de vista. Todo es relativo… cada quien con sus ideas.
¿Se imaginan qué desastre? Reinando la naturaleza sin la gracia, la razón sin la fe, la libertad sin la autoridad y las ideas sin la Verdad. Un caos verdadero.
La Revolución francesa, en resumidas cuentas, llevó a los hombres a creer en un progreso indefinido hacia “un mundo mejor” basándose erróneamente en dos grandes mentiras: la bondad natural del hombre y la infalibilidad de la razón.
Vamos… cualquiera que analice este par de ideas, no tardará nada en darse cuenta de su falsedad. ¿Quién no se ha equivocado en sus raciocinios? Todos lo hemos hecho alguna vez. La razón NO es infalible, nos puede llevar al error, a conclusiones falsas y engañosas.
Y… cualquiera que haya visto a un niño que no ha sido educado por sus padres, se dará cuenta de que el hombre NO es bueno por naturaleza: el niño que no ha sido educado es, por naturaleza, egoísta, altanero, acaparador, gritón, demandante, déspota, destructor, irreverente, cree que el mundo gira a su alrededor.
¿Quiénes hicieron creer a los hombres estas ideas que están tan fuera de toda lógica elemental? Fueron dos personas, principalmente: Rousseau y Voltaire.
Rousseau influye en la cultura con un libro que se puso de moda entre los hombres “cultos” de aquella época, entre los que quieren sentirse los aristócratas del momento. El libro se llama “Emilio, el hombre nuevo” y trata de un personaje, Emilio, que logrando liberarse de sus prejuicios y valores, hace suya la voluntad de su pueblo. En Emilio, Rousseau afirma una y otra vez que el hombre es bueno por naturaleza, que todos los impulsos naturales son buenos, que no debe haber prejuicios, pues el mal proviene del orden social y no de los actos del hombre. Dice que la conciencia debe callarse cuando la ley ha hablado, poniendo así al pueblo por encima del hombre mismo. Si el hombre es bueno por naturaleza, entonces el pueblo es bueno por naturaleza y el sentir del pueblo es bueno por naturaleza. De ahí surge la revolución contra todo que pueda oponerse al sentir del pueblo, guiado por sus instintos naturales.
Voltaire es el otro personaje de nuestra historia. Es el maestro de la duda. Tenía fuertes vínculos con la masonería y una gran influencia en los Reyes. Voltaire no escribió nada… o más bien, escribió mucho. Ningún libro como tal, en el que se resuman sus ideas, pero escribió muchas novelitas cortas, folletos, panfletos y afiches, muy fáciles de leer, en un lenguaje ameno y atractivo y los repartía a mansalva entre los ricos y los pobres, entre los incultos y los letrados.
Sus panfletos, novelas y folletos tenían como único objetivo el desprestigio del cristianismo. Habla en ellos siempre burlándose de las cosas sagradas; de la Biblia, como un libro insulso y lleno de desgracias y falsedades; del Evangelio, como una serie de preceptos tiránicos e inhumanos; de la Iglesia y su jerarquía, como una organización en la que reina la corrupción y la locura; de los dogmas, como cadenas que limitan de la libertad. Todo sin fundamento alguno, pero… su estilo era ameno y encantador y logró influir en la sociedad entera. Voltaire tenía un reto para sí mismo, pues en una ocasión se atrevió a decir: “Jesucristo necesitó doce apóstoles para difundir el cristianismo. Yo demostraré que hace falta uno solo para acabar con él: Voltaire”.
En fin… las ideas de Rousseau y Voltaire todavía revolotean por la sociedad actual, entre aquellos que se quieren llamar “modernos”.
V. GRAMSCI Y LA REVOLUCIÓN CULTURAL MARXISTA. El hombre sin Dios.
De las ideas de Rousseau, se siguen directamente las de Marx. Si el hombre es bueno por naturaleza, el pueblo es bueno por naturaleza y por lo tanto, el proletariado es bueno por naturaleza. La solución a los problemas del hombre, el mundo ideal, es, entonces, la dictadura del proletariado con una visión materialista, a la que se llegará por la lucha de clases, por la dialéctica.
La historia nos ha demostrado que el sueño de Marx, al menos como lo instaló Lenin, no funcionó. El comunismo se estableció en Rusia, en Cuba y en los países del Este, pero nunca se llegó a tener la dictadura del proletariado, sino más bien, una dictadura del Partido, con un pueblo sin Dios, sometido a los intereses del mismo.
Lo interesante a analizar en este punto de la historia, para el tema que nos interesa, ya no son tanto las ideas de Marx ni las de Lenin, sino las ideas de Gramsci, quien pasando casi desapercibido, pienso que ha sido el que más ha influido en la increencia de la cultura actual.
Gramsci fue un marxista italiano, que nació en Cerdeña a fines del S. XIX. Ferviente seguidor de las ideas de Marx y más inteligente que él, dedicó su vida a analizar el camino y la estrategia que debería seguir el comunismo para instalarse en la Europa Occidental y en los países latinos de América.
Gramsci jamás escribió un solo libro. Vivió algunos años de su juventud en Rusia en donde trabajó con el Partido, como asesor para la expansión del Comunismo en Europa. Conoció a Lenin cuando ya estaba por morir y después se fue a vivir a Italia, en donde fue uno de los primeros miembros del Partido Comunista italiano y fue director de un periódico,
l’Ordine Nuovo, en el que escribía semanalmente artículos de opinión. Nada más que eso.
Siendo aún muy joven, a los 35 años, fue apresado y encarcelado por sus ideas revolucionarias y condenado a veinte años de cárcel. En la cárcel pidió que le dieran cuadernos y lápices y ahí fue donde escribió sus ideas estratégicas… en forma de artículos cortos, reflexiones breves, comentarios sueltos, inconexos entre sí y que trataban de los temas más variados. A los cuatro años de estar encarcelado, cumpliendo escasamente la quinta parte de su condena, enfermó de tuberculosis y fue trasladado a una clínica, en donde murió en 1937, en calidad de detenido. En esos años, llenó cincuenta cuadernos… con artículos y cartas… que posteriormente, sus seguidores, compilaron en dos obras que se llaman respectivamente Los cuadernos de la cárcel y Las cartas desde la cárcel.
Trataré de resumir las ideas de Gramsci en unas cuantas líneas, para no alargarme demasiado en este punto.
Gramsci veía que sería imposible instaurar el comunismo en los países latinos y occidentales siguiendo la misma estrategia que Lenin había seguido en Rusia, debido a que el pueblo en estos lugares tenía tan fuertemente arraigadas sus creencias, costumbres y tradiciones, que no aceptarían jamás las ideas del materialismo dialéctico por la vía de la fuerza militar y del Estado.
De nada serviría tomar el poder del Estado y la Educación por la fuerza, si el pueblo no colaboraba después con él, para el adoctrinamiento en el pensamiento materialista.
Para lograr los objetivos comunistas en los países latinos, habría que acabar primero con esas creencias, costumbres y tradiciones del pueblo. Por supuesto, para esto, sus dos obstáculos más importantes, los enemigos a vencer y destruir antes que nada, eran la Iglesia católica y la familia cristiana, pues de estas dos realidades se desprendía “eso” que le estorbaba a su plan.
La estrategia que propone Gramsci es inversa a la de Lenin. Lenin se adueñó del poder, después de la superestructura (educación, economía, política, etcétera) y de ahí adoctrinó en el pensamiento materialista la mente de un pueblo débil.
Gramsci propone, para los latinos, un camino mucho más largo, pero que considera necesario para que el comunismo llegue a tener éxito en esos lugares. Propone adueñarse primero de la mente del pueblo, utilizando la capilaridad y la superestructura y una vez realizado esto, tomar el gobierno, cuando ya el pueblo esté preparado.
Su receta es: “hay que primero adueñarnos del mundo de las ideas para que las nuestras, lleguen a ser las ideas del mundo”.
Primer paso: acabar con las creencias, tradiciones y costumbres que hablen de la trascendencia del hombre.
Táctica I: Sembrar la duda. Ridiculizar todas las creencias y tradiciones, siguiendo el estilo de Voltaire, con mensajes cortos y accesibles y por todos los medios, haciéndolas aparecer como algo tonto, ridículo, pasado de moda. De este modo, haremos dudar a los creyentes de sus convicciones más íntimas o, por lo menos, los haremos sentirse avergonzados de ellas.
Táctica II: Sobre la duda, sembrar nuevas ideas. No hablar de materialismo, pues los creyentes conocen el término y se pondrán en guardia, además de que la materia tiene un gran valor para el cristiano (cuerpo, sacramentos, etc). Hay que hablar de inmanencia, lo opuesto a la trascendencia y hacerle saber al mundo que eso, el hombre inmanente, el que piensa y vive sólo para el aquí y para el ahora, es lo moderno, lo actual.
Táctica III: Silenciar, a través de la calumnia, la crítica abierta, la burla, la ridiculización y el desprecio social a todo el que se atreva a defender las ideas de un más allá o de una vida trascendente.
Segundo paso: Crear una nueva cultura en donde la trascendencia no halle lugar alguno.
Táctica I: Infiltrarnos en la super estructura. Meternos en la Iglesia y en las instituciones educativas para reforzar desde ahí las ideas de lo que es moderno y actual (lo inmanente) y de lo que está pasado de moda y es ridículo (lo trascendente). Erradicar de los programas educativos todo lo que hable de tradiciones familiares y de una vida eterna.
Táctica II. Conseguir, por cualquier medio (incluidos el soborno y el chantaje) a personajes disidentes que sean famosos dentro de la super estructura, para que sean ellos mismos los que ridiculicen sus propias Instituciones y difundan así nuestras ideas. El mundo católico ya no sabrá qué creer, si logramos que algunos curas y obispos famosos difundan nuestras ideas desde dentro de la Iglesia y en las escuelas. Del mismo modo, no importa cuál sea, habrá que conseguir artistas, pensadores, periodistas y escritores que ridiculicen la fe, las tradiciones y a todo aquél
que se atreva a defenderlas.
Tercer paso: Adueñarnos, ahora sí, de la sociedad política, que influirá coercitivamente, a través de las leyes y normas, sobre esa sociedad civil que ya piensa como nosotros o ya no sabe ni qué piensa o, por lo menos, le da miedo decir lo que piensa.
Cuarto paso: Tomar el gobierno y cerrar el plan. Lograremos así la dictadura del pueblo, pues el pueblo pensará como nosotros y apoyará todas nuestras iniciativas como si fueran propias.
Esto es, a grandes rasgos, la estrategia de Gramsci, que seguramente algunos podrán reconocer que se está llevando a cabo, paso a paso, en el mundo latino actual.
Que no nos engañen diciendo que son ideas modernas y revolucionarias. No señor, son ideas de los años 20’s y 30’s… ideas del siglo pasado, elucubradas cuando nacía el Rock and Roll, con el único fin de sacar a Dios de la vida del hombre, para poder, entonces, manipularlo a su antojo.
VI. LA REVOLUCIÓN SEXUAL. La vida no es un don de Dios.
Es una parte importantísima en el camino hacia la increencia y que forma parte de la estrategia dictada por Gramsci: destruir a la familia, para erradicar de la vida del hombre sus creencias y tradiciones sagradas.
Esta destrucción familiar para acabar con los criterios cristianos, les interesaba a muchas personas, no sólo a los comunistas. A ella se sumaban intereses racistas, comerciales y económicos de muchas personas, que incluían algunos grupos judíos y masones… entre muchos otros. Por eso, el apoyo económico a la estrategia fue inmenso.
Si tratamos de imaginarnos una familia verdaderamente destruida, terriblemente destruida, completamente destruida, podríamos imaginar a una familia en la que los esposos se lastiman, se engañan y se separan; una familia en la que las madres abandonan a sus hijos, o… tal vez… una en la que las mamás matan a sus hijos y los hijos matan a sus padres enfermos. Suena algo terrorífico, pero… eso era lo que buscaba Gramsci.
Era un reto grande: ¿Cómo hacer para que familias latinas, sólidas, unidas, aferradas a sus creencias, tradiciones y valores cristianos y familiares se desintegraran? No podían sacar de repente anuncios que dijeran: maridos, abandonen a sus mujeres; mamás, maten a sus hijos; nietos, maten a sus abuelos. Nadie le hubiera hecho ni medio caso.
Así que se preguntaron: ¿Qué es lo más sagrado en la familia, lo que más aprecian estas familias conservadoras? Los hijos. Arremetamos contra ellos y convenzámoslas de que tener un hijo es lo peor que les puede suceder. Después de eso, el resto será fácil.
Usaron dos estrategias:
Una, disfrazada de ciencia, para llegar al ámbito económico y de las empresas, que la desarrolló Malthus en su teoría demográfica de la sobrepoblación y la carestía:
“Si la población sigue creciendo, no habrá alimentos suficientes para todos”.
Aunque era totalmente ridícula, porque la historia del mundo económico demuestra lo contrario, la propagaron por todos los medios, con fotografías desgarradoras y gráficas llamativas, de manera que pareciera la pura verdad y el mundo… se lo creyó. Ahora vemos las consecuencias en las poblaciones envejecidas de Europa.
La otra estrategia fue una campaña publicitaria, dirigida directamente a cambiar la mente del pueblo, en el que ya existía un gran interés por tener cosas materiales. La campaña consistía en un solo mensaje aparentemente aceptable y poco dañino, que decía así:
“La familia pequeña vive mejor”.
Cualquiera que analice la frase racionalmente, un solo segundo, se dará cuenta de que es mentira, pues todos conocemos familias grandes y pequeñas que viven bien y también conocemos familias grandes y pequeñas que viven fatal. Así que… nada que ver con la verdad.
Pero… nos la repitieron tanto, tanto, tanto, tanto… durante tantos, tantos, tantos años (más de veinte), que nos la llegamos a creer.
La frase aparentemente nada dañina, traía dos fines muy bien planeados:
1) Que la gente relacionara e igualara el “vivir mejor” con el “tener más cosas”, de esa manera… el hombre olvidaría que “vivir bien” significó algún día “portarse bien”, “ser bueno”.
2) Que la gente empezara a ver a los hijos como los enemigos del bienestar. Con esto, el hijo dejó de ser un don maravilloso de Dios y pasó a convertirse, en la mente de las personas, en el enemigo potencial del bienestar familiar.
Como la gente olvidó que el “vivir bien” tenía mucho que ver con el “ser bueno”, las virtudes y valores familiares pasaron a un segundo plano casi olvidado (exactamente lo que buscaba la estrategia de Gramsci) y fueron sustituidas por el “si quiero vivir bien, debo tener pocos hijos para poder tener más cosas”.
Por supuesto, la industria de los anticonceptivos y todos los vendedores de “cosas”, de cualquier cosa que pudieran comprar las familias, apoyaron felices esta iniciativa. Significaba mucho, mucho, mucho dinero para ellos.
A un cristiano convencido de sus valores, difícilmente le puedes vender algo que no necesite, pues sabe del recto uso de las creaturas. Tal vez te lo compre por hacerte el favor, pero… nada más. En cambio, a alguien que ha puesto el materialismo por encima de los valores cristianos, le puedes vender… lo que quieras. Por eso recibió tanto apoyo esta campaña.
Pero todavía no lograban destruir a la familia (sólo la habían hecho chiquita), así que completaron su estrategia con una segunda campaña, que sonaba casi igual que la anterior. De nuevo, una frase solamente, repetida millones de veces, por todos los medios y durante mucho tiempo:
“Pocos hijos para darles mucho”.
Esta segunda campaña, que duró otros veinte años, además de reforzar las ideas de la primera (el hijo como enemigo y el cambio de los valores por el materialismo), trajo como consecuencia una generación de padres que se sintieron obligados a “darles mucho” a sus hijos únicos (todo lo que pidieran) para compensar la falta de hermanos.
Y así crecieron estos niños, egoístas, demandantes y exigentes, acostumbrados a dar nada y recibir mucho (todo lo que quisieran).
Ahora… estos niños ya son adultos y se están casando con niñas de la misma generación, igual de egoístas, demandantes y exigentes, que no saben dar y se sienten con derecho a recibir mucho (todo lo que se les antoje). El resultado, ya lo estamos viendo: matrimonios que duran uno o dos años, cuando mucho. Una verdadera epidemia de divorcios. Gramsci era muy listo, sin duda.
Otra consecuencia que trajo esta segunda campaña de los pocos hijos, fue una generación de mamás que se quedaron sin nada qué hacer cuando sus hijos únicos crecieron. Mujeres de cuarenta años que se encontraron un día con que lo único que tenían que hacer, a falta de otros hijos a quien entregarse, era pensar en ellas mismas, en su autorrealización. No sólo ésta es la causa, pero sí es una de las raíces del Feminismo radical: mujeres cuarentonas que se sienten oprimidas (porque no tienen a nadie más en quien pensar) y desean liberarse (de su soledad y falta de actividad) para realizarse.
En esta generación encuentran una tierra fertilísima el físico culturismo, las cirugías estéticas, los cursos de auto superación y todas las corrientes del New Age que promueven, ante todo, el sentirse bien con uno mismo. El resultado… miles de mujeres que abandonan sus hogares para “estar bien consigo mismas”. Otro triunfo de la estrategia de Gramsci.
Y… bueno… ¿a quién se le antoja llegar a una casa en donde sólo vive una mujer cuarentona, operada de pies a cabeza, que vive a base de apio y agua, habla del ying y el yang y que sólo piensa en sí misma? A nadie, creo. Esta generación de esposos, hombres, significó un mercado hermoso para las industrias de la pornografía y la prostitución. El adulterio… sí… una medalla más para Gramsci.
Una vez que la mente del pueblo aceptó la separación de la sexualidad y la fecundidad, la aceptación de lo demás ya viene por sí sola: de la anticoncepción vienen luego las relaciones sexuales antes y fuera del matrimonio y ¿por qué no? la homosexualidad. Si una cosa se vale, la otra también.
Y… una vez que la mente del pueblo aceptó que el hijo es el enemigo del bienestar, entenderá fácil que no sólo hay que evitarlos, sino que también hay que matarlos cuando no los deseamos. El aborto: mamás que matan a sus hijos… corona de laureles para Gramsci.
Aún hay más: si el niño por nacer significa un estorbo para el bienestar, mucho más lo será un anciano, un enfermo o un niño deforme. Eugenesia… selección de embriones… y eutanasia: mamás que matan a algunos hijos y se quedan sólo con los sanos y nietos que matan a sus abuelos enfermos… Gramsci, te mereces un aplauso, has destruido a la familia cristiana.
Ahora sí, con la “Revolución sexual”, la sociedad latina está lista para la toma de la sociedad política, la fuerza coercitiva. Leyes que aprueben todo lo anterior: divorcio, anticoncepción (salud reproductiva), homosexualidad (ideología de género), concubinato, aborto, eugenesia y eutanasia. Adelante Gramsci, la mesa está puesta para ti, cuando se cumplen setenta años de tu muerte.
VII. EL “MODERNISMO” DENTRO DE LA IGLESIA. La religión sin Dios
Dos estructuras se tenían que destruir, según la estrategia de Gramsci, para instalar el comunismo en los países latinos. La familia cristiana y la Iglesia católica.
Ya desde que estaba en la cárcel, Gramsci leía con gusto las noticias que aparecían en la Civilita Dei, en donde ya desde los años 30´s se veían pequeños brotes de disidencia. Declaraciones de teólogos rebeldes criticando al Papa y a la jerarquía. Eso era justo lo que se necesitaba, además de ridiculizar a la Iglesia desde fuera: infiltrarse, para destruirla desde dentro.
Hubo una importante infiltración de comunistas en la Iglesia, principalmente (aunque no solamente) a través de la Compañía de Jesús. Jóvenes comunistas que entraron como novicios, se convirtieron en teólogos, luego sacerdotes y algunos llegaron a ser obispos y hasta cardenales.
¿Por qué seleccionaron a la Cía. de Jesús para infiltrarse? Porque los jesuitas eran los hombres fuertes del Papa, los más bien preparados, los más santos, sabios e inteligentes, asesores espirituales y formadores de otras muchas órdenes y congregaciones, maestros en las universidades católicas y en los seminarios, el ejército del Papa, indefectiblemente fieles a él por su cuarto voto. Si se quería influir dentro de la Iglesia, había que ser jesuita.
Pronto surgieron brotes comunistas dentro de la misma Iglesia: los sacerdotes obreros en Francia, las comunidades de base, la llamada teología de la liberación, la teología indigenista y muchos otros movimientos, que disfrazados de justicia social y modernismo, pretendían únicamente horizontalizar la fe, hacerla inmanente y no trascendente, sacar a Dios de la vida de la Iglesia y reventarla así desde dentro, para poder adueñarse de la mente del pueblo, de acuerdo con la estrategia de Gramsci.
Mientras estos movimientos se desarrollaban en el campo apostólico, también surgieron brotes de disidencia en el campo teológico y doctrinal. El P. Karl Rahner y sus cristianos anónimos, el P. Teilhard de Chardin y su visión errónea de la evolución y la gracia, el P. Anthony De Mello con su Cristo cósmico, el P. Roger Haight, el P. Leonardo Boff y su idea de la religión universal, el P. Jacques Dupuis, el P. Juan Luis Segundo y muchos otros, en su mayoría jesuitas, metieron en sus escritos y en sus clases una serie de confusiones y errores teológicos que eliminaban por completo al Dios Verdadero de la teología cristiana. El P. Horacio Bojorge, también jesuita (pero de los de verdad, un santo y sabio sacerdote, además de excelente escritor), llama a estas doctrinas, las Teologías Deicidas.
De estos primeros comunistas infiltrados en la Cía. De Jesús, ya quedan muy pocos, poquísimos, cuatro o cinco, no porque alguien los haya matado, sino porque se han ido haciendo viejos (como todos nos hacemos viejos con el paso del tiempo) y muchos han muerto ya (tal como vamos a morir todos algún día). Pero dejaron tras de sí un ejército de sacerdotes, religiosas y laicos adoctrinados, convencidos con sus errores y sumamente confundidos. Muchos de ellos
ni siquiera se han dado cuenta de que trabajan para una estrategia, pues lo que predican es simplemente lo que aprendieron en el seminario, lo que les dijo su director espiritual o su párroco. Siguen transmitiendo los errores y siguen destruyendo, sacando a Dios de la vida de la Iglesia, sin ni siquiera darse cuenta.
Han creado, a lo largo de estos cincuenta años,“un Magisterio Paralelo”, una religión sin Dios, ¡vaya incongruencia!, dentro de la misma Iglesia Católica.
Les enumeraré algunos de los síntomas para que ustedes los reconozcan:
1. Textos de religión sin Dios.
Con el objetivo de sacar a Dios de las escuelas católicas, han logrado meter dentro de muchas de ellas, programas de religión cuyos textos abarcan desde preescolar hasta bachillerato, en los que a lo largo de todo el programa, no se dice una sola palabra de Dios. Son textos que, por supuesto, cuentan con el Imprimatur y el Nihil Obstat, firmado por algún obispo disidente.
Si no hablan de Dios los textos de religión, ¿de qué hablan, entonces? Hablan de “Temas de actualidad”, de Educación sexual (al tenor destructivo del que ya hablamos), de las Grandes Religiones, de Historia de la Iglesia, de Sociología, Ecología, Antropología, Dinámicas grupales, Ética relativista, Autoconocimiento y Desarrollo personal, Acciones altruistas y Justicia Social; algunos, llegan a hablar de un “Dios” impersonal, que se confunde con el universo y de un Jesús cósmico o guerrillero, líder humano, pero jamás hablan de Él como Dios.
¿Se imaginan qué tragedia? Con esto, han conseguido que miles de niños, educados durante 15 años en una escuela católica, salgan de ella sin conocer a Dios ni saber siquiera qué es el catolicismo.
Lo peor, es que la influencia no se ha quedado en las escuelas, sino que también ha invadido a las Universidades católicas, que han olvidado su misión de formar a los líderes cristianos del mañana, haciendo que sus alumnos conozcan a Jesucristo, lo amen y lo imiten. El mundo está urgido de comunicadores cristianos, de empresarios cristianos, de economistas y políticos cristianos y, por desgracia, encontramos muchas universidades católicas, dirigidas por sacerdotes, en las que no se les habla de Dios a los alumnos a lo largo de toda la carrera, con el pretexto de que “hay que respetar a las otras creencias”, aún cuando su alumnado esté formado por puros católicos. ¿Para qué puede haber fundado una congregación religiosa una Universidad, si no es para evangelizar y convertir a todas las almas hacia Dios? ¿haberse hecho sacerdotes, entregando su vida entera a Dios, para formar únicamente líderes empresariales y económicos que no conocen a Dios? Hay algo raro ahí… ¿no creen? seguramente parte de la estrategia de Gramsci.
2. Una espiritualidad sin Dios.
Escritores del estilo del P. Anthony de Mello, escribieron muchos libros, colecciones enteras, de “espiritualidad y oración cristiana” bonitos y agradables, con cuentos y fábulas muy enternecedoras, pero que no hablan de la comunicación con el Dios verdadero ni con Jesucristo como Hijo de Dios, sino de… otro tipo de oración.. que no es la nuestra y que lleva sólo a la comunicación con uno mismo, al sentirse bien, a la paz mental, pero no a la comunicación
con Dios.
Con esto, lograron sacar a Dios de la oración cristiana, convirtiéndola sólo en una técnica de relajación o cosas por el estilo. ¡Cuántos católicos buenos cayeron en esta trampa!
Estos libros se siguen vendiendo por montones, pues hicieron una muy buena mancuerna con la industria de los cursos del New Age (yoga, meditación trascendental, control mental, cienciología, metafísica cristiana, angelología, cuarto camino, etcétera… todos ésos que dicen que no hablan de religión, que respetan todas las creencias, pero que llevan al hombre a olvidarse de Dios y pensar sólo en sí mismo) y también con la industria que vende las chucherías relacionadas con el New Age (angelitos, cuarzos, amuletos, incienso, pirámides, cristalitos, cojincitos, etcétera)
3. Sacramentos sin Dios.
Esto era muy difícil, pues justamente los sacramentos son los símbolos a través de los cuales Dios se hace presente en la vida del hombre.
Pero lo lograron, haciendo celebraciones eucarísticas que ya no lo son realmente, por la cantidad de abusos litúrgicos en ellas. Convirtieron la misa en un show, en “la reunión de los cristianos” y a la eucaristía la convirtieron en “el símbolo de la unión de los cristianos” y ya no en el sacramento de la presencia real del Cuerpo y Sangre de Cristo. Claro, con celebraciones tan distorsionadas, en las que muchas veces no hay consagración y por lo tanto, tampoco se lleva a
cabo la transubstanciación, aunque suene imposible, se inventaron una “eucaristía sin Cristo” y dejaron los sagrarios y las almas de los comulgantes sin la presencia de Jesús.
Del mismo modo cometieron abusos con los otros sacramentos, la confesión y el matrimonio principalmente, celebrándolos de modo que la Gracia santificante ya no llegara a los que recibían esa falsa imitación del sacramento.
Hablo de las confesiones y absoluciones colectivas y de los matrimonios celebrados sin los requisitos indispensables para la recepción del sacramento.
4. Una moral sin Dios
Promovieron desde dentro de la Iglesia las ideas del naturalismo, que el hombre es bueno por naturaleza, que todos los instintos son buenos, negando así la existencia del pecado. Promovieron la idea de que no hay una verdad absoluta. Con esto consiguieron alcanzar una moral relativista “depende de cada situación”, una moral de consenso “si lo hacen todos, es que está bien”. Promovieron la figura, muy bien aceptada, de “el hombre con valores humanos” para que el cristiano se olvidara de “el hombre virtuoso que desea la santidad”.
5. Seminarios y conventos sin Dios
Estos jesuitas rebeldes, llegaron a ser maestros en las universidades pontificias y en los seminarios y fueron asesores espirituales y doctrinales en cientos de conventos. Promovieron dentro de ellos, principalmente, las técnicas psicológicas que llevaban a los religiosos a cambiar la entrega a las almas por la autoestima y la autorrealización; los métodos orientales de oración, que suplantaron a la oración contemplativa y sobre todo, ideas de rebeldía y desobediencia disfrazadas de “respeto a la dignidad” y “libertad de expresión”. Consiguieron sacar a Dios de los
conventos y seminarios, que pronto también se quedaron vacíos de seminaristas y monjas. ¿Quién quiere estar en un convento o un seminario en donde no está Dios y sólo se respira rebeldía y autosuficiencia? Nadie.
6. Discursos y homilías, vacías de Dios.
La campaña de desprestigio a la Iglesia es tan grande en los medios, que ahora vemos a muchos de nuestros pastores que ya no se atreven a hablar de Dios en público. Muchos de ellos hablan ahora de la moral, como científicos o como economistas, pero no ya como pastores de almas, sólo por el terror de ser calificados por la prensa y los medios, como retrógradas, fanáticos, intolerantes, dogmáticos, anticuados, ridículos, impositivos y otras cosas por el estilo. Esto es
muy triste, porque… si los pastores no nos hablan de Dios, ¿Quién lo hará?
7. Misiones sin Dios.
El mandato misionero de Jesucristo es bien claro: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a todas las criaturas, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándolas a cumplir lo que yo les he mandado”. Creo que queda claro que el objetivo de las misiones católicas es, esencialmente, convertir a las personas al cristianismo, mediante la predicación del Evangelio y el Bautismo.
Estas personas infiltradas en la Iglesia, lograron quitarle el carácter misionero a las misiones. Sí, fabricaron unas “misiones sin Misión”. Unas misiones en las que ya no se habla de Dios ni del Evangelio o el Bautismo; fabrican casas, reparten medicinas y alimentos, dan clases de nutrición y de agricultura… todo, menos hablar de Dios, para que el hombre se olvide de Dios.
Pienso que estos “misioneros” que asisten a esta clase de “misiones” deberían llamarse de otra manera… no sé… “voluntarios sociales” o algo así, porque de la Misión específica de la Iglesia, nada hacen.
8. Apostolados sin Dios.
Los laicos también estamos llamados a evangelizar. Lo dice claramente la Apostolicam Actuositatem del CVII. El laico está llamado a ser luz en la sociedad y a llevar el Evangelio de Cristo a todos los hombres, dentro de su ambiente social y con el trabajo apostólico correspondiente.
Muchos laicos, muchísimos, han querido tomar este mandato en serio y se han embarcado en fundar “apostolados”, pero, gracias a la influencia del modernismo dentro de la Iglesia, han omitido voluntariamente el hablar de Dios en ellos, “por miedo a que les cierren las puertas en el gobierno”, “por miedo a ser criticados” así que de “apóstoles” no tienen nada en absoluto.
Hay un número enorme de católicos trabajando en obras con fines sociales (orfanatos, asilos, comedores, albergues), con fines humanitarios (dispensarios, hospitales, consultorios de ayuda a la mujer) y con fines educativos (escuelas rurales, talleres, centros de alfabetización, nutrición, medio ambiente). Son obras buenas, sin duda, pero no son obras apostólicas en las que se debería hablar de Dios y del mensaje del Evangelio. No se puede enamorar el hombre de hoy
de las cosas celestiales si solamente se le habla de las materiales.
Estas obras humanitarias, sociales y educativas, si no tienen la función de llevar a Dios a las almas, no pertenecen a la pastoral de la Iglesia. Son necesarias, pero las podría llevar a cabo la Cruz Roja, la UNESCO o cualquier organismo gubernamental que tiene mucho más presupuesto que toda la Iglesia junta. No tendría porqué estar haciéndolas la Iglesia, desde sus parroquias y movimientos, con los poquísimos recursos humanos y materiales con los que cuenta para su misión específica que es anunciar la Buena Noticia del Evangelio.
“La Iglesia, dice Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi, existe para evangelizar, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios y perpetuar el sacrificio de Cristo en la Eucaristía”.
“Una pastoral orientada de modo casi exclusivo a las necesidades materiales de los destinatarios termina por defraudar el hambre de Dios que tienen los pueblos, dejándolos así en una situación vulnerable ante cualquier oferta supuestamente espiritual”.
«De ningún modo es posible dar respuesta a las necesidades materiales y sociales de los hombres sin colmar, sobre todo, las profundas necesidades de su corazón».
Total, el asunto es que Dios ha quedado fuera de muchísimos de los apostolados cristianos.
Este es el estado de una buena parte de la Iglesia hoy en día. Una Iglesia sin Dios, desde la que se predica un cristianismo sin Dios, un Evangelio sin Dios y se vive como si Dios no existiera.
Por supuesto, aunque estas cosas sucedan dentro de la Iglesia, no lograrán jamás acabar con ella, pues sabemos bien que Jesucristo ha vencido al mundo y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella.
VIII. EL NUEVO ORDEN MUNDIAL. La manipulación en la confusión.
Es el último paso hacia el establecimiento de la cultura sin Dios. Ya todos los pasos están dados, sólo hay que darle una forma aparentemente coherente al desorden organizado.
En poquísimas palabras, el nuevo orden mundial que están proponiendo los organismos internacionales deberá estar basado en la Carta de la Tierra (que deberá sustituir a los Mandamientos de la Ley de Dios). Los principales planteamientos de este nuevo orden mundial presentan a la naturaleza como buena y el hombre como depredador de la misma; un desarrollo sustentable (que acepta matar niños si es necesario para salvar a las ballenas); un dios impersonal y cósmico que se confunde con el universo y para el que todas las religiones son iguales; el bienestar espiritual significa “sentirme bien conmigo mismo” “lograr la paz interior y la armonía con el Universo” y… poco más que eso.
IX. CONCLUSIÓN. ¿Qué hacer?
¿Qué debemos hacer los cristianos ante este ataque frontal y estratégico, ante esta buscada destrucción de la sociedad cristiana?
Simplemente frustrarles su plan, no dejar que se apoderen de nuestras mentes:
1. Abrir los ojos. Estar muy atentos para no dejarnos influir por las ideas materialistas, humanistas, naturalistas, racionalistas, antinatalistas e inmanentistas que promueve el enemigo.
2. No trabajar para ellos. Evitar nuestra participación en los programas que ellos organizan (encuentros de religiones, eventos new age, conferencias de líderes agnósticos o ateos, etc).
3. Transformar las misiones y apostolados sin Dios que ellos organizan, en misiones y apostolados cristianos, en los que se predique el Evangelio y se hable de Dios sin reparos.
4. Mantenernos muy cerca de Dios con la oración y los sacramentos y denunciar al obispo los abusos litúrgicos que detectemos en las parroquias, en donde se estén impartiendo sacramentos sin Dios.
5. Volvernos impermeables ante las críticas y las burlas a la Iglesia y sus representantes. Que digan lo que quieran, que nosotros diremos lo que debemos decir y seguiremos creyendo en la Verdad y anunciando las maravillas de Dios a todos los hombres.
6. Eso último, ante todo: hablar de Dios, a diestra y a siniestra; a tiempo y a destiempo. Recordarle al mundo con nuestra vida, palabras y acciones, que Dios sí existe, que Dios es un Padre que nos ama, que los hijos son un don maravilloso, que existe una vida eterna, que su vida vale muchísimo no sólo para este tiempo, sino para una eternidad feliz.
7. Por último, unir fuerzas, no duplicar esfuerzos, no duplicar gastos en la Iglesia. Tenemos pocos recursos humanos y materiales, pero si nos unimos todos los cristianos que aún permanecemos fieles, de todas las congregaciones, órdenes y movimientos y compartimos entre nosotros los programas, subsidios, planes y estrategias que cada uno desarrolle, podremos igualar y superar la influencia del enemigo en los medios, en la política, en la economía, en la cultura y en la sociedad.
¿Es peligroso este plan?
Sí, por supuesto, pues son muy poderosos y muy perversos… pero… ¿qué con eso?
Ya Jesús se los había advertido a sus discípulos cuando los “motivaba” para la misión, con palabras que decían algo parecido a esto:
"Los mando como ovejas en medio de lobos. Se burlarán de ustedes, seréis perseguidos y os odiarán. Dirán contra vosotros todo género de mal por mi causa. Los entregarán a los tribunales y los azotarán. Seréis odiados y menospreciados por todos y los matarán".
Así que… ¿qué hay de nuevo? Nada. Los cristianos no le tenemos miedo a la muerte, ni a las críticas, ni a las humillaciones, pues sabemos que nuestra recompensa será grande en el Cielo.
La Iglesia necesita santos, hombres valientes al estilo San Francisco Xavier, que proclamen al mundo sin temor que Dios existe, que la vida eterna existe, que Jesucristo es nuestro Señor y Redentor y frustre con ello, desde la raíz, el plan del enemigo.
Ochocientos años, el paso de la Cristianidad a la Increencia por Lucrecia Rego de Planas
En los últimos meses, me ha dado por leer las obras de los Doctores de la Iglesia, ésos que vivieron en los siglos XI y XII. Me ha dado también por leer biografías de los grandes santos del S. XIII y XIV y libros de historia… cosa rarísima en mí, que soy matemática de corazón y profesión.
No sé porqué. Será tal vez porque me estoy volviendo anciana (voy en carrera galopante hacia los 50 y los alcanzaré en menos de cuatro años) o quizás sólo sea porque me ha entrado una inquietud: descubrir qué es lo que ha sucedido en el mundo, en la cultura, en la mente y el corazón del hombre, para haber cambiado de manera radical, en sólo 800 años, de una vida centrada en Dios… hasta llegar al olvido completo de Dios, a vivir “como si Dios no existiera”, que es como describe Benedicto XVI al hombre de hoy.
No soy historiadora, sino solamente una mamá de nueve hijos, contempladora del desarrollo histórico de la cultura y una ávida lectora de libros de espiritualidad de todos los tiempos. Por esta razón, me encantará recibir correcciones y enmiendas de este análisis “histórico” que he llegado a dilucidar de mis lecturas y que les quiero compartir el día de hoy.
¿Qué pasó en estos ochocientos años en la vida del hombre, para que cambiara de la centralidad en Dios, al olvido total de Dios?
CONTENIDO
I. LA EDAD MEDIA. La Cristiandad
II. EL RENACIMIENTO. Rechazo, burla y menosprecio a la Edad Media.
III. LA REFORMA PROTESTANTE. Cristo sí. Iglesia no.
IV. LA REVOLUCIÓN FRANCESA. Cristo no, dios sí.
V. GRAMSCI Y LA REVOLUCIÓN CULTURAL MARXISTA. El Hombre sin Dios.
VI. LA REVOLUCIÓN SEXUAL. La vida no es un Don de Dios.
VII. EL 'MODERNISMO' DENTRO DE LA IGLESIA. Una Religión sin Dios
VIII. EL NUEVO ORDEN MUNDIAL. La manipulación en la confusión.
IX. CONCLUSIÓN. ¿Cómo debemos actuar?
I. LA EDAD MEDIA. La Cristiandad. Remontémonos con la imaginación a la Edad Media, la era de la Cristiandad.
Visualicemos a los caballeros con su armadura, las ciudades amuralladas, los reyes, los castillos de piedra… oscuros y fríos, los artesanos, los mercaderes, los juglares, los señores feudales y sus vasallos... niños jugando y corriendo por las calles y las aldeanas con sus vestidos sencillos, trabajando, como siempre ha hecho la mujer desde el inicio del mundo.
En esta época, la organización temporal (política, social, económica, cultural) estaba basada 100% en los principios cristianos. El cristianismo había llegado a influir en todos los ámbitos de la vida del hombre y los había perneado por completo.
La vida cotidiana se desarrollaba alrededor de la catedral (la casa de Dios) que estaba siempre en el centro de las ciudades. Las catedrales fueron el centro del desarrollo del arte de aquella época: arquitectura, pintura, escultura, música (gregoriana)… todo giraba en torno a Dios. En las torres de las catedrales puede leerse la filosofía que reinaba… románicas, cuando la moda era Aristóteles y góticas, cuando Platón. En la nave central, el sagrario, custodiando a Nuestro Señor Eucaristía, siempre hacia el Oriente, donde nace el Sol.
La organización política en la Edad Media era hermosa. En esa época, ser gobernante no significaba tener más dinero o más poder, sino al contrario: ser gobernante significaba estar al servicio de los demás. El nombramiento de un Rey era un nombramiento divino, suponía una consagración ante Dios a una misión de servicio incondicional a su pueblo, limitándose su gobierno, por supuesto, al orden temporal de las cosas.
Es la Edad Media, la época de los Reyes Santos (que no tienen que ver con los Santos Reyes, los que fueron a visitar a Jesús en el pesebre). Éstos, fueron Reyes de verdad en la Europa medieval y fueron santos, verdaderamente santos: San Luis, rey de Francia; San Fernando, San Eduardo, Santa Margarita de Escocia… grandes hombres y mujeres que se entregaron por completo a su pueblo para lograr el bienestar, la armonía y la salvaguarda de la fe y de los
mandamientos de Dios. Hombres y mujeres, cristianos convencidos, que eran admirados y queridos por todos sus súbditos por su sabiduría, su coherencia, su bondad, su cercanía, su valentía, su justicia y su magnanimidad.
Las relaciones laborales también tenían lo suyo de divino: los señores feudales y sus vasallos se juraban sobre la Biblia mutua fidelidad; protección, sustento y cuidado por parte del señor; defensa de su honra y de sus bienes y servicio incondicional, por parte del vasallo. Eran siervos, pero no esclavos y tan digno de respeto era el siervo como su señor.
En el orden social, los nombramientos que hacía el rey eran nombramientos para el servicio. Se vivía de manera natural la Justicia social cristiana. Las actividades económicas eran regidas por el precio justo, por la búsqueda del bien común; los mercaderes no eran usureros, sino servidores del pueblo. Se condenaba fuertemente la especulación y el lucro indebido. Se respetaba la propiedad privada. Cada uno tenía su lugar importante en la sociedad: los artesanos, maestros y aprendices, gozaban de gran aprecio y admiración, al igual que el campesino, el mercader, el cortesano y el aldeano.
En el orden doméstico, la familia estaba en el centro; los hijos se consideraban un don (el mayor de los dones) y por supuesto, el matrimonio era sacramental, fiel, fecundo e indisoluble, ante Dios y ante los hombres.
La literatura medieval estaba llenita de Dios… los cantares de gesta, las historias caballerescas; las leyendas, como las del Rey Arturo y del santo Grial, las fábulas… promotoras de las virtudes cristianas, los juglares, llenos de buen humor sano.
El orden militar existía para defender al Rey y sobre todo para defender la Fe del pueblo de los ataques musulmanes. Es la época de los caballeros… la Orden de Malta, los Caballeros Hospitalarios, los Templarios… todos… para defender la Fe cristiana y las cosas de Dios.
¿Y el pecado? ¿No existía el pecado en la Edad Media? Por supuesto que sí. En la Edad media, como ahora, hubo grandes pecadores… traicioneros, mentirosos, ladrones, egoístas, infieles, adúlteros y asesinos. El demonio no ha dejado de actuar en ningún momento de la historia del hombre.
La única diferencia es que en aquella época el orden temporal estaba regido por los criterios cristianos. Lo normal, lo natural, lo que estaba de moda, era ser un buen cristiano. Los otros… los pecadores, eran los raros y no presumían de sus pecados, sino que los ocultaban y la sociedad entera se avergonzaba de ellos. Ideas medievales… que tal vez deberíamos resucitar.
II. EL RENACIMIENTO. Rechazo, burla y menosprecio a la Edad Media.
Más que un avance en el desarrollo del hombre como ser humano, veo en el Renacimiento un retroceso… una vuelta al paganismo de la Antigüedad.
En fin… veamos qué sucedió en este tiempo de príncipes y doncellas, de lujosos aposentos, vestidos y carruajes, forrados de marfil y piedras preciosas.
A raíz de la invasión de los turcos, llegaron a Europa occidental muchas personas de oriente que trajeron consigo nuevas ideas y nuevas modas (telas y encajes traídos de oriente) y cientos de objetos atractivos (cajitas musicales, jarrones, tapetes) que empiezan a vender entre las personas del pueblo y hacen que surja una nueva clase social: la burguesía, con un encanto de “clase acomodada, culta y a la moda” que se siente muy superior a los demás.
La característica principal de esta clase burguesa, como todos los nuevos ricos, es el menosprecio por las otras personas: se burlan de la vida contemplativa de los monjes, menosprecian al artesano y al agricultor, ridiculizan a la caballería… todos ellos, dicen los burgueses, “se quedaron en la Edad Media”.
Para los burgueses ya no es importante estar bien con Dios, lo único importante es quedar bien con los hombres, verse bien, lucir bien ante los demás.
En la Edad media se construían casas para vivir, sillas para sentarse, mesas para comer, camas para dormir y vestidos para abrigarse. En el Renacimiento deja de importar la utilidad de las cosas, lo importante es que sean lujosas, llamativas y caras, aunque sean incómodas e inútiles. El hombre cambia el “tener cosas, para poder vivir de cara a Dios” por el “vivir, para poder tener cosas y lucirlas ante los hombres”.
El pensamiento burgués empieza a influir a los gobernantes, que se olvidan del teocentrismo y cambian a ser “humanistas”; dejan de ver su puesto como un servicio a Dios y lo empiezan a ver como un servicio al desarrollo social del hombre (viendo al hombre como su propia persona, en primer lugar). La economía y la política también se vuelven terrenales, estando enfocadas ya no al bien común, sino a la mayor consecución de bienes palpables.
Tristemente, el encanto de la burguesía llega a influir también, a través de los Reyes, a los altos jerarcas de la Iglesia, quienes caen en errores graves de lujo y opulencia que, entre otras causas, dan pie a la siguiente etapa: La Reforma Protestante.
III LA REFORMA PROTESTANTE. Cristo sí, Iglesia no.
Lutero y todos sus seguidores, vieron los errores en los que había caído una parte de la jerarquía eclesiástica durante el Renacimiento, pero, en lugar de tratar de resolverlos y sanarlos, como lo hicieran San Francisco de Asís y Sta. Catalina de Siena en su momento, lo único que hicieron fue criticar, protestar, rebelarse y ocasionar un cisma, un resquebrajamiento, una separación dolorosísima dentro de la Iglesia de Cristo.
Al decir “Creo en Jesucristo, pero no creo en la Iglesia”, hacen una separación ridícula… quieren creer en un Cristo sin Iglesia, sin tomar en cuenta que la Iglesia es el Cuerpo místico de Cristo. Iglesia y Cristo son inseparables y ellos… los separaron.
Al separarse de la Iglesia, se separaron también de los sacramentos, que son los medios por los que nos llega la Gracia Santificante, la presencia de Dios en el alma. De esta manera, al querer tener a un Cristo sin Iglesia, se quedaron con una iglesia sin Cristo; sí, con la doctrina de Cristo, pero sin su presencia real.
Por otra parte, sin un Magisterio que guardara la doctrina, abrieron la moda del “Libre examen” en el que el criterio personal es la norma suprema. La opinión personal está por encima de la Verdad.
De aquí que hayan surgido, a lo largo de la historia, tantas ramas del protestantismo. Sin una cabeza para guiarlos y dado que cada cabeza es un mundo, cada cabeza creó su propia iglesia, de acuerdo con su libre interpretación, generalmente guiada por intereses personales, como fue el caso, más adelante, de Enrique VIII y la iglesia anglicana.
IV. LA REVOLUCIÓN FRANCESA. Cristo no, dios sí.
Es el paso lógico después del “Cristo sin Iglesia” de Lutero. En las ideas de la Ilustración y la Revolución francesa nace un “evangelio sin Cristo” un “No creo en Cristo, pero sí creo en un dios”.
Por supuesto, el dios (o los dioses) de la Ilustración y la Revolución francesa, no tienen nada que ver con el Dios Verdadero, Creador, Padre, Todopoderoso, que nos vino a revelar Jesucristo. Los dioses de las ideologías de la Revolución Francesa – sí, aunque suene increíble, regresaron al politeísmo, como los cavernícolas – son: la diosa Naturaleza, la diosa Razón, la diosa Libertad y las diosas Ideas.
El Naturalismo… es el reino de la diosa-Naturaleza. Nos dice que el hombre es bueno por naturaleza (niega así el pecado original y sus consecuencias), que la naturaleza es suficiente para la felicidad. Nos habla de un orden puramente terrenal y niega el orden sobrenatural de las cosas.
El Racionalismo… es el reino de la diosa-Razón. Es la cara intelectual del naturalismo… afirma que la razón por sí misma puede explicar todo y no necesita de Dios.
El Liberalismo… es el reino de la diosa-Libertad. El hombre debe liberarse de todo lo que pueda limitarlo, incluidas las creencias y los valores. Hablan de libertad de pensamiento, de expresión, de prensa, de opinión y de religión, aceptando así que no hay una única verdad.
El Idealismo… es el reino de las diosas-Ideas. Aquí el hombre se sustituye por Dios. Afirma que las ideas son más importantes que el ser, las opiniones plurales están por encima de la verdad, las cosas son como cada quién las ve desde su propio punto de vista. Todo es relativo… cada quien con sus ideas.
¿Se imaginan qué desastre? Reinando la naturaleza sin la gracia, la razón sin la fe, la libertad sin la autoridad y las ideas sin la Verdad. Un caos verdadero.
La Revolución francesa, en resumidas cuentas, llevó a los hombres a creer en un progreso indefinido hacia “un mundo mejor” basándose erróneamente en dos grandes mentiras: la bondad natural del hombre y la infalibilidad de la razón.
Vamos… cualquiera que analice este par de ideas, no tardará nada en darse cuenta de su falsedad. ¿Quién no se ha equivocado en sus raciocinios? Todos lo hemos hecho alguna vez. La razón NO es infalible, nos puede llevar al error, a conclusiones falsas y engañosas.
Y… cualquiera que haya visto a un niño que no ha sido educado por sus padres, se dará cuenta de que el hombre NO es bueno por naturaleza: el niño que no ha sido educado es, por naturaleza, egoísta, altanero, acaparador, gritón, demandante, déspota, destructor, irreverente, cree que el mundo gira a su alrededor.
¿Quiénes hicieron creer a los hombres estas ideas que están tan fuera de toda lógica elemental? Fueron dos personas, principalmente: Rousseau y Voltaire.
Rousseau influye en la cultura con un libro que se puso de moda entre los hombres “cultos” de aquella época, entre los que quieren sentirse los aristócratas del momento. El libro se llama “Emilio, el hombre nuevo” y trata de un personaje, Emilio, que logrando liberarse de sus prejuicios y valores, hace suya la voluntad de su pueblo. En Emilio, Rousseau afirma una y otra vez que el hombre es bueno por naturaleza, que todos los impulsos naturales son buenos, que no debe haber prejuicios, pues el mal proviene del orden social y no de los actos del hombre. Dice que la conciencia debe callarse cuando la ley ha hablado, poniendo así al pueblo por encima del hombre mismo. Si el hombre es bueno por naturaleza, entonces el pueblo es bueno por naturaleza y el sentir del pueblo es bueno por naturaleza. De ahí surge la revolución contra todo que pueda oponerse al sentir del pueblo, guiado por sus instintos naturales.
Voltaire es el otro personaje de nuestra historia. Es el maestro de la duda. Tenía fuertes vínculos con la masonería y una gran influencia en los Reyes. Voltaire no escribió nada… o más bien, escribió mucho. Ningún libro como tal, en el que se resuman sus ideas, pero escribió muchas novelitas cortas, folletos, panfletos y afiches, muy fáciles de leer, en un lenguaje ameno y atractivo y los repartía a mansalva entre los ricos y los pobres, entre los incultos y los letrados.
Sus panfletos, novelas y folletos tenían como único objetivo el desprestigio del cristianismo. Habla en ellos siempre burlándose de las cosas sagradas; de la Biblia, como un libro insulso y lleno de desgracias y falsedades; del Evangelio, como una serie de preceptos tiránicos e inhumanos; de la Iglesia y su jerarquía, como una organización en la que reina la corrupción y la locura; de los dogmas, como cadenas que limitan de la libertad. Todo sin fundamento alguno, pero… su estilo era ameno y encantador y logró influir en la sociedad entera. Voltaire tenía un reto para sí mismo, pues en una ocasión se atrevió a decir: “Jesucristo necesitó doce apóstoles para difundir el cristianismo. Yo demostraré que hace falta uno solo para acabar con él: Voltaire”.
En fin… las ideas de Rousseau y Voltaire todavía revolotean por la sociedad actual, entre aquellos que se quieren llamar “modernos”.
V. GRAMSCI Y LA REVOLUCIÓN CULTURAL MARXISTA. El hombre sin Dios.
De las ideas de Rousseau, se siguen directamente las de Marx. Si el hombre es bueno por naturaleza, el pueblo es bueno por naturaleza y por lo tanto, el proletariado es bueno por naturaleza. La solución a los problemas del hombre, el mundo ideal, es, entonces, la dictadura del proletariado con una visión materialista, a la que se llegará por la lucha de clases, por la dialéctica.
La historia nos ha demostrado que el sueño de Marx, al menos como lo instaló Lenin, no funcionó. El comunismo se estableció en Rusia, en Cuba y en los países del Este, pero nunca se llegó a tener la dictadura del proletariado, sino más bien, una dictadura del Partido, con un pueblo sin Dios, sometido a los intereses del mismo.
Lo interesante a analizar en este punto de la historia, para el tema que nos interesa, ya no son tanto las ideas de Marx ni las de Lenin, sino las ideas de Gramsci, quien pasando casi desapercibido, pienso que ha sido el que más ha influido en la increencia de la cultura actual.
Gramsci fue un marxista italiano, que nació en Cerdeña a fines del S. XIX. Ferviente seguidor de las ideas de Marx y más inteligente que él, dedicó su vida a analizar el camino y la estrategia que debería seguir el comunismo para instalarse en la Europa Occidental y en los países latinos de América.
Gramsci jamás escribió un solo libro. Vivió algunos años de su juventud en Rusia en donde trabajó con el Partido, como asesor para la expansión del Comunismo en Europa. Conoció a Lenin cuando ya estaba por morir y después se fue a vivir a Italia, en donde fue uno de los primeros miembros del Partido Comunista italiano y fue director de un periódico,
l’Ordine Nuovo, en el que escribía semanalmente artículos de opinión. Nada más que eso.
Siendo aún muy joven, a los 35 años, fue apresado y encarcelado por sus ideas revolucionarias y condenado a veinte años de cárcel. En la cárcel pidió que le dieran cuadernos y lápices y ahí fue donde escribió sus ideas estratégicas… en forma de artículos cortos, reflexiones breves, comentarios sueltos, inconexos entre sí y que trataban de los temas más variados. A los cuatro años de estar encarcelado, cumpliendo escasamente la quinta parte de su condena, enfermó de tuberculosis y fue trasladado a una clínica, en donde murió en 1937, en calidad de detenido. En esos años, llenó cincuenta cuadernos… con artículos y cartas… que posteriormente, sus seguidores, compilaron en dos obras que se llaman respectivamente Los cuadernos de la cárcel y Las cartas desde la cárcel.
Trataré de resumir las ideas de Gramsci en unas cuantas líneas, para no alargarme demasiado en este punto.
Gramsci veía que sería imposible instaurar el comunismo en los países latinos y occidentales siguiendo la misma estrategia que Lenin había seguido en Rusia, debido a que el pueblo en estos lugares tenía tan fuertemente arraigadas sus creencias, costumbres y tradiciones, que no aceptarían jamás las ideas del materialismo dialéctico por la vía de la fuerza militar y del Estado.
De nada serviría tomar el poder del Estado y la Educación por la fuerza, si el pueblo no colaboraba después con él, para el adoctrinamiento en el pensamiento materialista.
Para lograr los objetivos comunistas en los países latinos, habría que acabar primero con esas creencias, costumbres y tradiciones del pueblo. Por supuesto, para esto, sus dos obstáculos más importantes, los enemigos a vencer y destruir antes que nada, eran la Iglesia católica y la familia cristiana, pues de estas dos realidades se desprendía “eso” que le estorbaba a su plan.
La estrategia que propone Gramsci es inversa a la de Lenin. Lenin se adueñó del poder, después de la superestructura (educación, economía, política, etcétera) y de ahí adoctrinó en el pensamiento materialista la mente de un pueblo débil.
Gramsci propone, para los latinos, un camino mucho más largo, pero que considera necesario para que el comunismo llegue a tener éxito en esos lugares. Propone adueñarse primero de la mente del pueblo, utilizando la capilaridad y la superestructura y una vez realizado esto, tomar el gobierno, cuando ya el pueblo esté preparado.
Su receta es: “hay que primero adueñarnos del mundo de las ideas para que las nuestras, lleguen a ser las ideas del mundo”.
Primer paso: acabar con las creencias, tradiciones y costumbres que hablen de la trascendencia del hombre.
Táctica I: Sembrar la duda. Ridiculizar todas las creencias y tradiciones, siguiendo el estilo de Voltaire, con mensajes cortos y accesibles y por todos los medios, haciéndolas aparecer como algo tonto, ridículo, pasado de moda. De este modo, haremos dudar a los creyentes de sus convicciones más íntimas o, por lo menos, los haremos sentirse avergonzados de ellas.
Táctica II: Sobre la duda, sembrar nuevas ideas. No hablar de materialismo, pues los creyentes conocen el término y se pondrán en guardia, además de que la materia tiene un gran valor para el cristiano (cuerpo, sacramentos, etc). Hay que hablar de inmanencia, lo opuesto a la trascendencia y hacerle saber al mundo que eso, el hombre inmanente, el que piensa y vive sólo para el aquí y para el ahora, es lo moderno, lo actual.
Táctica III: Silenciar, a través de la calumnia, la crítica abierta, la burla, la ridiculización y el desprecio social a todo el que se atreva a defender las ideas de un más allá o de una vida trascendente.
Segundo paso: Crear una nueva cultura en donde la trascendencia no halle lugar alguno.
Táctica I: Infiltrarnos en la super estructura. Meternos en la Iglesia y en las instituciones educativas para reforzar desde ahí las ideas de lo que es moderno y actual (lo inmanente) y de lo que está pasado de moda y es ridículo (lo trascendente). Erradicar de los programas educativos todo lo que hable de tradiciones familiares y de una vida eterna.
Táctica II. Conseguir, por cualquier medio (incluidos el soborno y el chantaje) a personajes disidentes que sean famosos dentro de la super estructura, para que sean ellos mismos los que ridiculicen sus propias Instituciones y difundan así nuestras ideas. El mundo católico ya no sabrá qué creer, si logramos que algunos curas y obispos famosos difundan nuestras ideas desde dentro de la Iglesia y en las escuelas. Del mismo modo, no importa cuál sea, habrá que conseguir artistas, pensadores, periodistas y escritores que ridiculicen la fe, las tradiciones y a todo aquél
que se atreva a defenderlas.
Tercer paso: Adueñarnos, ahora sí, de la sociedad política, que influirá coercitivamente, a través de las leyes y normas, sobre esa sociedad civil que ya piensa como nosotros o ya no sabe ni qué piensa o, por lo menos, le da miedo decir lo que piensa.
Cuarto paso: Tomar el gobierno y cerrar el plan. Lograremos así la dictadura del pueblo, pues el pueblo pensará como nosotros y apoyará todas nuestras iniciativas como si fueran propias.
Esto es, a grandes rasgos, la estrategia de Gramsci, que seguramente algunos podrán reconocer que se está llevando a cabo, paso a paso, en el mundo latino actual.
Que no nos engañen diciendo que son ideas modernas y revolucionarias. No señor, son ideas de los años 20’s y 30’s… ideas del siglo pasado, elucubradas cuando nacía el Rock and Roll, con el único fin de sacar a Dios de la vida del hombre, para poder, entonces, manipularlo a su antojo.
VI. LA REVOLUCIÓN SEXUAL. La vida no es un don de Dios.
Es una parte importantísima en el camino hacia la increencia y que forma parte de la estrategia dictada por Gramsci: destruir a la familia, para erradicar de la vida del hombre sus creencias y tradiciones sagradas.
Esta destrucción familiar para acabar con los criterios cristianos, les interesaba a muchas personas, no sólo a los comunistas. A ella se sumaban intereses racistas, comerciales y económicos de muchas personas, que incluían algunos grupos judíos y masones… entre muchos otros. Por eso, el apoyo económico a la estrategia fue inmenso.
Si tratamos de imaginarnos una familia verdaderamente destruida, terriblemente destruida, completamente destruida, podríamos imaginar a una familia en la que los esposos se lastiman, se engañan y se separan; una familia en la que las madres abandonan a sus hijos, o… tal vez… una en la que las mamás matan a sus hijos y los hijos matan a sus padres enfermos. Suena algo terrorífico, pero… eso era lo que buscaba Gramsci.
Era un reto grande: ¿Cómo hacer para que familias latinas, sólidas, unidas, aferradas a sus creencias, tradiciones y valores cristianos y familiares se desintegraran? No podían sacar de repente anuncios que dijeran: maridos, abandonen a sus mujeres; mamás, maten a sus hijos; nietos, maten a sus abuelos. Nadie le hubiera hecho ni medio caso.
Así que se preguntaron: ¿Qué es lo más sagrado en la familia, lo que más aprecian estas familias conservadoras? Los hijos. Arremetamos contra ellos y convenzámoslas de que tener un hijo es lo peor que les puede suceder. Después de eso, el resto será fácil.
Usaron dos estrategias:
Una, disfrazada de ciencia, para llegar al ámbito económico y de las empresas, que la desarrolló Malthus en su teoría demográfica de la sobrepoblación y la carestía:
“Si la población sigue creciendo, no habrá alimentos suficientes para todos”.
Aunque era totalmente ridícula, porque la historia del mundo económico demuestra lo contrario, la propagaron por todos los medios, con fotografías desgarradoras y gráficas llamativas, de manera que pareciera la pura verdad y el mundo… se lo creyó. Ahora vemos las consecuencias en las poblaciones envejecidas de Europa.
La otra estrategia fue una campaña publicitaria, dirigida directamente a cambiar la mente del pueblo, en el que ya existía un gran interés por tener cosas materiales. La campaña consistía en un solo mensaje aparentemente aceptable y poco dañino, que decía así:
“La familia pequeña vive mejor”.
Cualquiera que analice la frase racionalmente, un solo segundo, se dará cuenta de que es mentira, pues todos conocemos familias grandes y pequeñas que viven bien y también conocemos familias grandes y pequeñas que viven fatal. Así que… nada que ver con la verdad.
Pero… nos la repitieron tanto, tanto, tanto, tanto… durante tantos, tantos, tantos años (más de veinte), que nos la llegamos a creer.
La frase aparentemente nada dañina, traía dos fines muy bien planeados:
1) Que la gente relacionara e igualara el “vivir mejor” con el “tener más cosas”, de esa manera… el hombre olvidaría que “vivir bien” significó algún día “portarse bien”, “ser bueno”.
2) Que la gente empezara a ver a los hijos como los enemigos del bienestar. Con esto, el hijo dejó de ser un don maravilloso de Dios y pasó a convertirse, en la mente de las personas, en el enemigo potencial del bienestar familiar.
Como la gente olvidó que el “vivir bien” tenía mucho que ver con el “ser bueno”, las virtudes y valores familiares pasaron a un segundo plano casi olvidado (exactamente lo que buscaba la estrategia de Gramsci) y fueron sustituidas por el “si quiero vivir bien, debo tener pocos hijos para poder tener más cosas”.
Por supuesto, la industria de los anticonceptivos y todos los vendedores de “cosas”, de cualquier cosa que pudieran comprar las familias, apoyaron felices esta iniciativa. Significaba mucho, mucho, mucho dinero para ellos.
A un cristiano convencido de sus valores, difícilmente le puedes vender algo que no necesite, pues sabe del recto uso de las creaturas. Tal vez te lo compre por hacerte el favor, pero… nada más. En cambio, a alguien que ha puesto el materialismo por encima de los valores cristianos, le puedes vender… lo que quieras. Por eso recibió tanto apoyo esta campaña.
Pero todavía no lograban destruir a la familia (sólo la habían hecho chiquita), así que completaron su estrategia con una segunda campaña, que sonaba casi igual que la anterior. De nuevo, una frase solamente, repetida millones de veces, por todos los medios y durante mucho tiempo:
“Pocos hijos para darles mucho”.
Esta segunda campaña, que duró otros veinte años, además de reforzar las ideas de la primera (el hijo como enemigo y el cambio de los valores por el materialismo), trajo como consecuencia una generación de padres que se sintieron obligados a “darles mucho” a sus hijos únicos (todo lo que pidieran) para compensar la falta de hermanos.
Y así crecieron estos niños, egoístas, demandantes y exigentes, acostumbrados a dar nada y recibir mucho (todo lo que quisieran).
Ahora… estos niños ya son adultos y se están casando con niñas de la misma generación, igual de egoístas, demandantes y exigentes, que no saben dar y se sienten con derecho a recibir mucho (todo lo que se les antoje). El resultado, ya lo estamos viendo: matrimonios que duran uno o dos años, cuando mucho. Una verdadera epidemia de divorcios. Gramsci era muy listo, sin duda.
Otra consecuencia que trajo esta segunda campaña de los pocos hijos, fue una generación de mamás que se quedaron sin nada qué hacer cuando sus hijos únicos crecieron. Mujeres de cuarenta años que se encontraron un día con que lo único que tenían que hacer, a falta de otros hijos a quien entregarse, era pensar en ellas mismas, en su autorrealización. No sólo ésta es la causa, pero sí es una de las raíces del Feminismo radical: mujeres cuarentonas que se sienten oprimidas (porque no tienen a nadie más en quien pensar) y desean liberarse (de su soledad y falta de actividad) para realizarse.
En esta generación encuentran una tierra fertilísima el físico culturismo, las cirugías estéticas, los cursos de auto superación y todas las corrientes del New Age que promueven, ante todo, el sentirse bien con uno mismo. El resultado… miles de mujeres que abandonan sus hogares para “estar bien consigo mismas”. Otro triunfo de la estrategia de Gramsci.
Y… bueno… ¿a quién se le antoja llegar a una casa en donde sólo vive una mujer cuarentona, operada de pies a cabeza, que vive a base de apio y agua, habla del ying y el yang y que sólo piensa en sí misma? A nadie, creo. Esta generación de esposos, hombres, significó un mercado hermoso para las industrias de la pornografía y la prostitución. El adulterio… sí… una medalla más para Gramsci.
Una vez que la mente del pueblo aceptó la separación de la sexualidad y la fecundidad, la aceptación de lo demás ya viene por sí sola: de la anticoncepción vienen luego las relaciones sexuales antes y fuera del matrimonio y ¿por qué no? la homosexualidad. Si una cosa se vale, la otra también.
Y… una vez que la mente del pueblo aceptó que el hijo es el enemigo del bienestar, entenderá fácil que no sólo hay que evitarlos, sino que también hay que matarlos cuando no los deseamos. El aborto: mamás que matan a sus hijos… corona de laureles para Gramsci.
Aún hay más: si el niño por nacer significa un estorbo para el bienestar, mucho más lo será un anciano, un enfermo o un niño deforme. Eugenesia… selección de embriones… y eutanasia: mamás que matan a algunos hijos y se quedan sólo con los sanos y nietos que matan a sus abuelos enfermos… Gramsci, te mereces un aplauso, has destruido a la familia cristiana.
Ahora sí, con la “Revolución sexual”, la sociedad latina está lista para la toma de la sociedad política, la fuerza coercitiva. Leyes que aprueben todo lo anterior: divorcio, anticoncepción (salud reproductiva), homosexualidad (ideología de género), concubinato, aborto, eugenesia y eutanasia. Adelante Gramsci, la mesa está puesta para ti, cuando se cumplen setenta años de tu muerte.
VII. EL “MODERNISMO” DENTRO DE LA IGLESIA. La religión sin Dios
Dos estructuras se tenían que destruir, según la estrategia de Gramsci, para instalar el comunismo en los países latinos. La familia cristiana y la Iglesia católica.
Ya desde que estaba en la cárcel, Gramsci leía con gusto las noticias que aparecían en la Civilita Dei, en donde ya desde los años 30´s se veían pequeños brotes de disidencia. Declaraciones de teólogos rebeldes criticando al Papa y a la jerarquía. Eso era justo lo que se necesitaba, además de ridiculizar a la Iglesia desde fuera: infiltrarse, para destruirla desde dentro.
Hubo una importante infiltración de comunistas en la Iglesia, principalmente (aunque no solamente) a través de la Compañía de Jesús. Jóvenes comunistas que entraron como novicios, se convirtieron en teólogos, luego sacerdotes y algunos llegaron a ser obispos y hasta cardenales.
¿Por qué seleccionaron a la Cía. de Jesús para infiltrarse? Porque los jesuitas eran los hombres fuertes del Papa, los más bien preparados, los más santos, sabios e inteligentes, asesores espirituales y formadores de otras muchas órdenes y congregaciones, maestros en las universidades católicas y en los seminarios, el ejército del Papa, indefectiblemente fieles a él por su cuarto voto. Si se quería influir dentro de la Iglesia, había que ser jesuita.
Pronto surgieron brotes comunistas dentro de la misma Iglesia: los sacerdotes obreros en Francia, las comunidades de base, la llamada teología de la liberación, la teología indigenista y muchos otros movimientos, que disfrazados de justicia social y modernismo, pretendían únicamente horizontalizar la fe, hacerla inmanente y no trascendente, sacar a Dios de la vida de la Iglesia y reventarla así desde dentro, para poder adueñarse de la mente del pueblo, de acuerdo con la estrategia de Gramsci.
Mientras estos movimientos se desarrollaban en el campo apostólico, también surgieron brotes de disidencia en el campo teológico y doctrinal. El P. Karl Rahner y sus cristianos anónimos, el P. Teilhard de Chardin y su visión errónea de la evolución y la gracia, el P. Anthony De Mello con su Cristo cósmico, el P. Roger Haight, el P. Leonardo Boff y su idea de la religión universal, el P. Jacques Dupuis, el P. Juan Luis Segundo y muchos otros, en su mayoría jesuitas, metieron en sus escritos y en sus clases una serie de confusiones y errores teológicos que eliminaban por completo al Dios Verdadero de la teología cristiana. El P. Horacio Bojorge, también jesuita (pero de los de verdad, un santo y sabio sacerdote, además de excelente escritor), llama a estas doctrinas, las Teologías Deicidas.
De estos primeros comunistas infiltrados en la Cía. De Jesús, ya quedan muy pocos, poquísimos, cuatro o cinco, no porque alguien los haya matado, sino porque se han ido haciendo viejos (como todos nos hacemos viejos con el paso del tiempo) y muchos han muerto ya (tal como vamos a morir todos algún día). Pero dejaron tras de sí un ejército de sacerdotes, religiosas y laicos adoctrinados, convencidos con sus errores y sumamente confundidos. Muchos de ellos
ni siquiera se han dado cuenta de que trabajan para una estrategia, pues lo que predican es simplemente lo que aprendieron en el seminario, lo que les dijo su director espiritual o su párroco. Siguen transmitiendo los errores y siguen destruyendo, sacando a Dios de la vida de la Iglesia, sin ni siquiera darse cuenta.
Han creado, a lo largo de estos cincuenta años,“un Magisterio Paralelo”, una religión sin Dios, ¡vaya incongruencia!, dentro de la misma Iglesia Católica.
Les enumeraré algunos de los síntomas para que ustedes los reconozcan:
1. Textos de religión sin Dios.
Con el objetivo de sacar a Dios de las escuelas católicas, han logrado meter dentro de muchas de ellas, programas de religión cuyos textos abarcan desde preescolar hasta bachillerato, en los que a lo largo de todo el programa, no se dice una sola palabra de Dios. Son textos que, por supuesto, cuentan con el Imprimatur y el Nihil Obstat, firmado por algún obispo disidente.
Si no hablan de Dios los textos de religión, ¿de qué hablan, entonces? Hablan de “Temas de actualidad”, de Educación sexual (al tenor destructivo del que ya hablamos), de las Grandes Religiones, de Historia de la Iglesia, de Sociología, Ecología, Antropología, Dinámicas grupales, Ética relativista, Autoconocimiento y Desarrollo personal, Acciones altruistas y Justicia Social; algunos, llegan a hablar de un “Dios” impersonal, que se confunde con el universo y de un Jesús cósmico o guerrillero, líder humano, pero jamás hablan de Él como Dios.
¿Se imaginan qué tragedia? Con esto, han conseguido que miles de niños, educados durante 15 años en una escuela católica, salgan de ella sin conocer a Dios ni saber siquiera qué es el catolicismo.
Lo peor, es que la influencia no se ha quedado en las escuelas, sino que también ha invadido a las Universidades católicas, que han olvidado su misión de formar a los líderes cristianos del mañana, haciendo que sus alumnos conozcan a Jesucristo, lo amen y lo imiten. El mundo está urgido de comunicadores cristianos, de empresarios cristianos, de economistas y políticos cristianos y, por desgracia, encontramos muchas universidades católicas, dirigidas por sacerdotes, en las que no se les habla de Dios a los alumnos a lo largo de toda la carrera, con el pretexto de que “hay que respetar a las otras creencias”, aún cuando su alumnado esté formado por puros católicos. ¿Para qué puede haber fundado una congregación religiosa una Universidad, si no es para evangelizar y convertir a todas las almas hacia Dios? ¿haberse hecho sacerdotes, entregando su vida entera a Dios, para formar únicamente líderes empresariales y económicos que no conocen a Dios? Hay algo raro ahí… ¿no creen? seguramente parte de la estrategia de Gramsci.
2. Una espiritualidad sin Dios.
Escritores del estilo del P. Anthony de Mello, escribieron muchos libros, colecciones enteras, de “espiritualidad y oración cristiana” bonitos y agradables, con cuentos y fábulas muy enternecedoras, pero que no hablan de la comunicación con el Dios verdadero ni con Jesucristo como Hijo de Dios, sino de… otro tipo de oración.. que no es la nuestra y que lleva sólo a la comunicación con uno mismo, al sentirse bien, a la paz mental, pero no a la comunicación
con Dios.
Con esto, lograron sacar a Dios de la oración cristiana, convirtiéndola sólo en una técnica de relajación o cosas por el estilo. ¡Cuántos católicos buenos cayeron en esta trampa!
Estos libros se siguen vendiendo por montones, pues hicieron una muy buena mancuerna con la industria de los cursos del New Age (yoga, meditación trascendental, control mental, cienciología, metafísica cristiana, angelología, cuarto camino, etcétera… todos ésos que dicen que no hablan de religión, que respetan todas las creencias, pero que llevan al hombre a olvidarse de Dios y pensar sólo en sí mismo) y también con la industria que vende las chucherías relacionadas con el New Age (angelitos, cuarzos, amuletos, incienso, pirámides, cristalitos, cojincitos, etcétera)
3. Sacramentos sin Dios.
Esto era muy difícil, pues justamente los sacramentos son los símbolos a través de los cuales Dios se hace presente en la vida del hombre.
Pero lo lograron, haciendo celebraciones eucarísticas que ya no lo son realmente, por la cantidad de abusos litúrgicos en ellas. Convirtieron la misa en un show, en “la reunión de los cristianos” y a la eucaristía la convirtieron en “el símbolo de la unión de los cristianos” y ya no en el sacramento de la presencia real del Cuerpo y Sangre de Cristo. Claro, con celebraciones tan distorsionadas, en las que muchas veces no hay consagración y por lo tanto, tampoco se lleva a
cabo la transubstanciación, aunque suene imposible, se inventaron una “eucaristía sin Cristo” y dejaron los sagrarios y las almas de los comulgantes sin la presencia de Jesús.
Del mismo modo cometieron abusos con los otros sacramentos, la confesión y el matrimonio principalmente, celebrándolos de modo que la Gracia santificante ya no llegara a los que recibían esa falsa imitación del sacramento.
Hablo de las confesiones y absoluciones colectivas y de los matrimonios celebrados sin los requisitos indispensables para la recepción del sacramento.
4. Una moral sin Dios
Promovieron desde dentro de la Iglesia las ideas del naturalismo, que el hombre es bueno por naturaleza, que todos los instintos son buenos, negando así la existencia del pecado. Promovieron la idea de que no hay una verdad absoluta. Con esto consiguieron alcanzar una moral relativista “depende de cada situación”, una moral de consenso “si lo hacen todos, es que está bien”. Promovieron la figura, muy bien aceptada, de “el hombre con valores humanos” para que el cristiano se olvidara de “el hombre virtuoso que desea la santidad”.
5. Seminarios y conventos sin Dios
Estos jesuitas rebeldes, llegaron a ser maestros en las universidades pontificias y en los seminarios y fueron asesores espirituales y doctrinales en cientos de conventos. Promovieron dentro de ellos, principalmente, las técnicas psicológicas que llevaban a los religiosos a cambiar la entrega a las almas por la autoestima y la autorrealización; los métodos orientales de oración, que suplantaron a la oración contemplativa y sobre todo, ideas de rebeldía y desobediencia disfrazadas de “respeto a la dignidad” y “libertad de expresión”. Consiguieron sacar a Dios de los
conventos y seminarios, que pronto también se quedaron vacíos de seminaristas y monjas. ¿Quién quiere estar en un convento o un seminario en donde no está Dios y sólo se respira rebeldía y autosuficiencia? Nadie.
6. Discursos y homilías, vacías de Dios.
La campaña de desprestigio a la Iglesia es tan grande en los medios, que ahora vemos a muchos de nuestros pastores que ya no se atreven a hablar de Dios en público. Muchos de ellos hablan ahora de la moral, como científicos o como economistas, pero no ya como pastores de almas, sólo por el terror de ser calificados por la prensa y los medios, como retrógradas, fanáticos, intolerantes, dogmáticos, anticuados, ridículos, impositivos y otras cosas por el estilo. Esto es
muy triste, porque… si los pastores no nos hablan de Dios, ¿Quién lo hará?
7. Misiones sin Dios.
El mandato misionero de Jesucristo es bien claro: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a todas las criaturas, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándolas a cumplir lo que yo les he mandado”. Creo que queda claro que el objetivo de las misiones católicas es, esencialmente, convertir a las personas al cristianismo, mediante la predicación del Evangelio y el Bautismo.
Estas personas infiltradas en la Iglesia, lograron quitarle el carácter misionero a las misiones. Sí, fabricaron unas “misiones sin Misión”. Unas misiones en las que ya no se habla de Dios ni del Evangelio o el Bautismo; fabrican casas, reparten medicinas y alimentos, dan clases de nutrición y de agricultura… todo, menos hablar de Dios, para que el hombre se olvide de Dios.
Pienso que estos “misioneros” que asisten a esta clase de “misiones” deberían llamarse de otra manera… no sé… “voluntarios sociales” o algo así, porque de la Misión específica de la Iglesia, nada hacen.
8. Apostolados sin Dios.
Los laicos también estamos llamados a evangelizar. Lo dice claramente la Apostolicam Actuositatem del CVII. El laico está llamado a ser luz en la sociedad y a llevar el Evangelio de Cristo a todos los hombres, dentro de su ambiente social y con el trabajo apostólico correspondiente.
Muchos laicos, muchísimos, han querido tomar este mandato en serio y se han embarcado en fundar “apostolados”, pero, gracias a la influencia del modernismo dentro de la Iglesia, han omitido voluntariamente el hablar de Dios en ellos, “por miedo a que les cierren las puertas en el gobierno”, “por miedo a ser criticados” así que de “apóstoles” no tienen nada en absoluto.
Hay un número enorme de católicos trabajando en obras con fines sociales (orfanatos, asilos, comedores, albergues), con fines humanitarios (dispensarios, hospitales, consultorios de ayuda a la mujer) y con fines educativos (escuelas rurales, talleres, centros de alfabetización, nutrición, medio ambiente). Son obras buenas, sin duda, pero no son obras apostólicas en las que se debería hablar de Dios y del mensaje del Evangelio. No se puede enamorar el hombre de hoy
de las cosas celestiales si solamente se le habla de las materiales.
Estas obras humanitarias, sociales y educativas, si no tienen la función de llevar a Dios a las almas, no pertenecen a la pastoral de la Iglesia. Son necesarias, pero las podría llevar a cabo la Cruz Roja, la UNESCO o cualquier organismo gubernamental que tiene mucho más presupuesto que toda la Iglesia junta. No tendría porqué estar haciéndolas la Iglesia, desde sus parroquias y movimientos, con los poquísimos recursos humanos y materiales con los que cuenta para su misión específica que es anunciar la Buena Noticia del Evangelio.
“La Iglesia, dice Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi, existe para evangelizar, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios y perpetuar el sacrificio de Cristo en la Eucaristía”.
“Una pastoral orientada de modo casi exclusivo a las necesidades materiales de los destinatarios termina por defraudar el hambre de Dios que tienen los pueblos, dejándolos así en una situación vulnerable ante cualquier oferta supuestamente espiritual”.
«De ningún modo es posible dar respuesta a las necesidades materiales y sociales de los hombres sin colmar, sobre todo, las profundas necesidades de su corazón».
Total, el asunto es que Dios ha quedado fuera de muchísimos de los apostolados cristianos.
Este es el estado de una buena parte de la Iglesia hoy en día. Una Iglesia sin Dios, desde la que se predica un cristianismo sin Dios, un Evangelio sin Dios y se vive como si Dios no existiera.
Por supuesto, aunque estas cosas sucedan dentro de la Iglesia, no lograrán jamás acabar con ella, pues sabemos bien que Jesucristo ha vencido al mundo y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella.
VIII. EL NUEVO ORDEN MUNDIAL. La manipulación en la confusión.
Es el último paso hacia el establecimiento de la cultura sin Dios. Ya todos los pasos están dados, sólo hay que darle una forma aparentemente coherente al desorden organizado.
En poquísimas palabras, el nuevo orden mundial que están proponiendo los organismos internacionales deberá estar basado en la Carta de la Tierra (que deberá sustituir a los Mandamientos de la Ley de Dios). Los principales planteamientos de este nuevo orden mundial presentan a la naturaleza como buena y el hombre como depredador de la misma; un desarrollo sustentable (que acepta matar niños si es necesario para salvar a las ballenas); un dios impersonal y cósmico que se confunde con el universo y para el que todas las religiones son iguales; el bienestar espiritual significa “sentirme bien conmigo mismo” “lograr la paz interior y la armonía con el Universo” y… poco más que eso.
IX. CONCLUSIÓN. ¿Qué hacer?
¿Qué debemos hacer los cristianos ante este ataque frontal y estratégico, ante esta buscada destrucción de la sociedad cristiana?
Simplemente frustrarles su plan, no dejar que se apoderen de nuestras mentes:
1. Abrir los ojos. Estar muy atentos para no dejarnos influir por las ideas materialistas, humanistas, naturalistas, racionalistas, antinatalistas e inmanentistas que promueve el enemigo.
2. No trabajar para ellos. Evitar nuestra participación en los programas que ellos organizan (encuentros de religiones, eventos new age, conferencias de líderes agnósticos o ateos, etc).
3. Transformar las misiones y apostolados sin Dios que ellos organizan, en misiones y apostolados cristianos, en los que se predique el Evangelio y se hable de Dios sin reparos.
4. Mantenernos muy cerca de Dios con la oración y los sacramentos y denunciar al obispo los abusos litúrgicos que detectemos en las parroquias, en donde se estén impartiendo sacramentos sin Dios.
5. Volvernos impermeables ante las críticas y las burlas a la Iglesia y sus representantes. Que digan lo que quieran, que nosotros diremos lo que debemos decir y seguiremos creyendo en la Verdad y anunciando las maravillas de Dios a todos los hombres.
6. Eso último, ante todo: hablar de Dios, a diestra y a siniestra; a tiempo y a destiempo. Recordarle al mundo con nuestra vida, palabras y acciones, que Dios sí existe, que Dios es un Padre que nos ama, que los hijos son un don maravilloso, que existe una vida eterna, que su vida vale muchísimo no sólo para este tiempo, sino para una eternidad feliz.
7. Por último, unir fuerzas, no duplicar esfuerzos, no duplicar gastos en la Iglesia. Tenemos pocos recursos humanos y materiales, pero si nos unimos todos los cristianos que aún permanecemos fieles, de todas las congregaciones, órdenes y movimientos y compartimos entre nosotros los programas, subsidios, planes y estrategias que cada uno desarrolle, podremos igualar y superar la influencia del enemigo en los medios, en la política, en la economía, en la cultura y en la sociedad.
¿Es peligroso este plan?
Sí, por supuesto, pues son muy poderosos y muy perversos… pero… ¿qué con eso?
Ya Jesús se los había advertido a sus discípulos cuando los “motivaba” para la misión, con palabras que decían algo parecido a esto:
"Los mando como ovejas en medio de lobos. Se burlarán de ustedes, seréis perseguidos y os odiarán. Dirán contra vosotros todo género de mal por mi causa. Los entregarán a los tribunales y los azotarán. Seréis odiados y menospreciados por todos y los matarán".
Así que… ¿qué hay de nuevo? Nada. Los cristianos no le tenemos miedo a la muerte, ni a las críticas, ni a las humillaciones, pues sabemos que nuestra recompensa será grande en el Cielo.
La Iglesia necesita santos, hombres valientes al estilo San Francisco Xavier, que proclamen al mundo sin temor que Dios existe, que la vida eterna existe, que Jesucristo es nuestro Señor y Redentor y frustre con ello, desde la raíz, el plan del enemigo.