Una idea central...

Somos La Iglesia católica


Nuestra familia está compuesta por personas de toda raza. Somos jóvenes y ancianos, ricos y pobres, hombres y mujeres, pecadores y santos.

Nuestra familia ha perseverado a través de los siglos y establecido a lo ancho de todo el mundo.

Con la gracia de Dios hemos fundado hospitales para poder cuidar a los enfermos, hemos abierto orfanatorios para cuidar de los niños, ayudamos a los más pobres y menos favorecidos. Somos la más grande organización caritativa de todo el planeta, llevando consuelo y alivio a los más necesitados.Educamos a más niños que cualquier otra institución escolar o religiosa.

Inventamos el método científico y las leyes de evidencia. Hemos fundado el sistema universitario.

Defendemos la dignidad de la vida humana en todas sus formas mientras promovemos el matrimonio y la familia.

Muchas ciudades llevan el nombre de nuestros venerados santos, que nos han precedido en el camino al cielo.

Guiados por el Espíritu Santo hemos compilado La Biblia. Somos transformados continuamente por Las Sagradas Escrituras y por la sagrada Tradición, que nos han guiado consistentemente por más de dos mil (2’000) años.

Somos… La Iglesia católica.

Contamos con más de un billón (1’000’000’000) de personas en nuestra familia compartiendo los Sacramentos y la plenitud de la fe cristiana. Por siglos hemos rezado por ti y tu familia, por el mundo entero, cada hora, cada día, cada vez que celebramos La Santa Misa.

Jesús de Nazaret ha puesto el fundamento de nuestra fe cuando dijo a Simón-Pedro, el primer Papa: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella» (Mt. XVI, 18).

Durante XX siglos hemos tenido una línea ininterrumpida de Pastores guiando nuestro rebaño, La Iglesia universal, con amor y con verdad, en medio de un mundo confuso y herido. Y en este mundo lleno de caos, problemas y dolor, es consolador saber que hay algo consistente, verdadero y sólido: nuestra fe católica y el amor eterno que Dios tiene y ha tenido por toda la creación.

Si has permanecido alejado de La Iglesia católica, te invitamos a verla de un modo nuevo hoy, visita www.catolicosregresen.org.

Somos una familia unida en Cristo Jesús, nuestro Señor y Salvador. Somos católicos, bienvenido a Casa...

Contenido del Blog

Manipular

Por Alejo Fernández Pérez

Manipular, engañar o estafar son palabras que indican cómo los hombres son llevados o van de unas creencias o sentimientos a otros, sin darse cuenta.

No hace falta demostrar que nos movemos, en gran parte, presionados por todo lo que nos beneficia o, en sentido contrario, por lo que nos daña física o espiritualmente. No es suficiente saberlo, hay que decirlo. Consideremos unos pocos ejemplos:

Dinero. Tengamos poco o mucho, siempre queremos más. Nunca estamos satisfechos. Salvo raros ejemplares, toda persona tiene un precio en dinero, poder, vanidad, orgullo, miedo, etc. ¿Cuántos están vendidos al poder?

Poder. Es impresionante la fuerza del poder. Caso extremo se da en la política: el poder es su Dios, al que todo lo supeditan. Por mandar es capaz uno de vender a su mujer, a sus hijos, pasar por encima del cadáver de sus mejores amigos, cambiar de religión ("París bien vale un misa"), arruinar un país o una empresa. "Vale todo menos perder" dicen otros y, cuando dicen todo, quieren decir ¡TODO! El poder se ha convertido en una verdadera droga. Lo dicho para la política vale, guardando las diferencias, para cualquier otra actividad.

Vanidad. La vanidad es uno de los grandes motores humanos. Presumir, ser o parecer más y mejor que los que nos rodean es una característica humana. Daremos limosna si salimos en los periódicos, si hay un baile o cena de por medio y si los medios de comunicación relatan que estuvimos allí con la crema social. En los deportes, el arte, las ciencias sabernos tocados por la varita mágica de la genialidad nos hace flotar en el aire del placer. Atacarla puede ser muy peligroso.

Orgullo o soberbia. El orgullo es una vanidad rebozada en engreimiento, soberbia, arrogancia, endiosamiento, altivez, suficiencia ofensiva... La vanidad produce sonrisa, el orgullo rechazo y crispación. La mayor parte de las guerras tienen más que ver con el orgullo de los poderosos que con el hambre de los pobres. El orgulloso tiende a sobresalir, como sea, sobre sus competidores.

Trabajo. Como el dinero, es indispensable para vivir. Se educa y se lucha por conseguirlo, por mejorarlo, por no perderlo y emigramos si hace falta. Nos va en ello la supervivencia de la mujer y de los hijos.

Miedo. El miedo a no encontrar o perder el puesto de trabajo, el miedo a fracasar en la propia empresa, a no ser querido ni estimado, el miedo morir o enfermar, a ir a la cárcel o a ser expulsado del medio en que se vive, el miedo a no poder mantener a la familia como desearíamos... nos impulsa y obliga a "pasar por carros y carretas" y a perder en ocasiones nuestra propia dignidad y estima.

Libertad. Por la libertad vamos a la guerra, peleamos en revoluciones, emigramos, matamos y morimos. Pero, ¿por qué libertad? Pues libertad, democracia, paz, diálogo y otras muchas son palabras que han perdido su significado primitivo y vienen a significar cosas distintas y contrapuestas según la ideología o religión de quien las pronuncia.

Otras palabras de nobles significados como honor, dignidad, vergüenza, sinceridad, pundonor, decencia, virginidad, moral, pureza y cien más de análogos significados, han desaparecido de los medios de comunicación y cada uno las utiliza según sus conveniencias.

Sin embargo estas palabras surgen en la prensa manipulada de forma premeditada y se presentan al pueblo de forma atractiva y convincente. Objetivo: obtener beneficios políticos, económicos o de cualquier otro tipo para los intereses de los promotores; casi siempre minorías poderosas, a quienes no importará causar daños, incluso mortales a los más pobres.

Cada petición, para moverse en una determinada dirección, ha de llevar un cebo atractivo acorde con las necesidades del votante. Por supuesto, escondido en el cebo hay un anzuelo. Una vez que pica el pez, un fuerte tirón de la caña de pescar lo saca del agua, de su medio, y va al cesto para alimentar al pescador, tras asar al pescado.

¿Soluciones? Solo los pueblos con fuertes raíces religiosas y morales están en condiciones de superar estos males. Son árboles que aguantan todo viento y tempestad. Los demás son hojas movidas y llevadas por todo viento a cualquier parte. Cristianos y musulmanes están en las mejores condiciones para sobrevivir, aunque cada uno vaya por caminos diferentes. Hacen poco caso de los hombres y le dan poca importancia porque "saben que todo está en las manos de Dios".

En el terreno humano podríamos empezar por evitar que nadie pudiera ser primer ministro, presidente de una comunidad, estado o rey sin antes pasar por un serio reconocimiento médico de las facultades mentales de los aspirantes.

Hay mucho perturbado mental, mucho "majara", mucho listillo y muchos iluminados, salvadores de la patria, dirigiendo los destinos de las naciones. No hay más que echarle un vistazo a la historia del siglo pasado, a la TV o a Internet. ¡Así nos va!

Oración de fin de año e inicio del 2010

"Señor mi Dios, dueño del tiempo y de la eternidad, tuyo es el hoy y el mañana, el pasado y el futuro.

Al terminar este año quiero darte gracias por todo aquello que he recibido de Ti.

Gracias por la vida y el amor, por las flores, el aire y el sol, por la alegría y el dolor, por todo aquello que fue posible y por lo que no pudo ser.

Te ofrezco cuanto hice en este año, el trabajo que pude realizar y las cosas que pasaron por mis manos y lo que con ellas pude construir.

Presento ante ti a los seres que durante tanto tiempo han sido mi vida y mi amor, a mis seres queridos y mis hijos amados, mis padres, las amistades nuevas, los más cercanos a mí y los que están más lejos, los que me dieron su mano y aquellos a los que pude ayudar, con los que compartí la vida, el trabajo, el dolor y la alegría...

A todos ellos llénalos de amor y bendiciones... y a quienes ahora son ángeles junto a ti, llénalos de luz y dales paz eterna...

Pero también Señor, hoy quiero pedirte perdón, perdón por el tiempo perdido, por la palabra inútil y el amor desperdiciado, perdón por las obras vacías y por el trabajo mal hecho, y perdón por vivir sin entusiasmo.

También por la oración que poco a poco fui aplazando y que hasta ahora vengo a presentarte, por todos mis olvidos, descuidos y silencios... nuevamente te pido perdón...

Mañana iniciaremos un nuevo año, detengo mi vida ante el nuevo calendario aún sin estrenar y te presento estos días que sólo TÚ sabes si llegaré a vivir.

Hoy te pido para mí y los que amo la paz y la alegría, la fuerza y la prudencia, la humildad y la sabiduría.
Te ofrezco vivir cada día con optimismo y bondad llevando a todas partes un corazón lleno de comprensión y paz.

Cierra Tú mis oídos a toda falsedad y mis labios a palabras mentirosas, egoístas o hirientes.

Abre en cambio mi ser a todo lo que es bueno, que mi espíritu se llene sólo de bendiciones y las derrame a cada paso que doy.

Cólmame también de bondad y de alegría para que aquellos que conviven conmigo o se acerquen a mí, encuentren en mi vida un poquito de Tí.

Danos un año feliz y enséñanos a repartir felicidad."

Amén. CDV 31.XII.2009

Ovarios destruidos ¿?

El Fracaso de las Vacunas Anticonceptivas por Joan Robinson.

Tomado de www.lapop.org/content/view/308/1/

La Dra. Bonnie Dunbar, una de las principales investigadoras en el campo de la anticoncepción, abandonó recientemente 30 años de trabajo en el desarrollo de una vacuna anticonceptiva, porque descubrió que el cuerpo femenino se rehúsa a ir en contra de su propia reproducción.

La ciencia, una vez más, confirma la fuerza inalterable del diseño físico femenino.

Ya sea en la China rural, en la sabana africana o en el Occidente citadino, los cuerpos de las mujeres, y específicamente su capacidad reproductiva, son objeto de múltiples ataques. Píldoras, parches e implantes hormonales, espermicidas, etc. son intentos para detener el sistema de la mujer en una de sus capacidades más perfectas e integrales: darle la existencia a un ser humano, y por ende, continuar su especie.

Los anticonceptivos son a fin de cuentas introducción invasiva de material extraño en el cuerpo de la mujer que anula el proceso reproductivo natural.

Lo que la Dra. Bonnie Dunbar esperó desarrollar era una vacuna que podría engañar al sistema inmunológico femenino. Una forma de lucha contra las células reproductivas como si éstas fueran virus. La vacuna de la Dra. Dunbar era un intento insidioso de hacer que el cuerpo considere el embarazo como una enfermedad.

La motivación detrás de su investigación sobre los anticonceptivos fue, como es lógico, el control de la población. “He pasado mas de 20 años desarrollando vacunas, vacunas anticonceptivas”, explicó la Dra. Dunbar, “porque en mi juventud tuve una visión de que, tal vez, podríamos ayudar al problema de la población mundial y darles a las mujeres una opción para el control de la natalidad que no fuera invasiva a nuestras hormonas o a nuestros sistemas o que tengan los efectos colaterales que ahora vemos en muchos métodos anticonceptivos”.

Se supone que ella esperaba que la inmunidad de la vacuna al embarazo durara varios años al menos y así resultaría un control de población más eficaz en las naciones en desarrollo. En la mentalidad de los promotores del control natal, la píldora u otros métodos anticonceptivos requieren demasiada participación y disciplina de la mujer para ser efectivos. En esos métodos de corta duración y uso repetitivo (diario en el caso de las píldoras) la tasa de deserción y falla de uso son altísimas. Por supuesto es algo que nunca se molestan en decir en público.

Entre los muchos éxitos de su larga y brillante carrera, la Dra. Dunbar formó parte de la plantilla de científicos de la Fundación “Harbor Branch” de la Universidad Atlántica de Florida, del Smithsonian Institution y, no nos sorprende en lo más mínimo, del Population Council, digamos la “Universidad” de Rockefeller. Ha recibido muchas condecoraciones por sus décadas de trabajo en las vacunas anticonceptivas y en el año 1994 fue premiada por la “National Institute of Health” NIH (el instituto encargado de la salud pública en USA) como la “First Margaret Pittman Lecturer” (Primera Catedrática Margaret Pittman). Ella es un miembro fundador de “The Africa Biomedical Center” (Centro Biomédico de Africa) en Kenia, donde actualmente vive.

A través de los años, la Dra. Dunbar ha asesorado a la Organización Mundial de la Salud y a USAID en muchos proyectos de países en desarrollo, incluyendo China, India, América del Sur y África. (No es coincidencia que todas estas regiones son objetivos principales para los programas de control de población de las Naciones Unidas.)

Tuve el placer de conocer a la Dra. Dunbar recientemente en la IV Conferencia Pública Internacional sobre la Vacunación. Ella vino de Kenia para presentar los resultados de su fallida investigación de la vacuna y hacer un llamamiento sorprendente para una reorientación de fondos, apartados del VIH / SIDA y la investigación de la vacuna anticonceptiva, a las necesidades primarias de salud de los africanos y, por supuesto, a la reducción de la población.

Cuando empezó como estudiante de posgrado a desarrollar una vacuna anticonceptiva, la Dra. Dunbar se dio cuenta de que muchas mujeres infértiles tenían anticuerpos hacia su propia zona pelúcida. (La zona pelúcida es la glicoproteína que rodea el óvulo femenino o el huevo). Esto impedía que el esperma se una penetrando y fertilizando el óvulo. Esto se convirtió en la base de la hipótesis de la investigación de la Dra. Dunbar.

“Por años,” explicó, “pensamos que si las mujeres eran infértiles debido a estos anticuerpos, pero por otro lado, eran perfectamente saludables, entonces esta situación se convertía en un eficaz método anticonceptivo, que evitaría la fecundación sin ser abortivo, y tampoco interferiría con el sistema endocrino.” Esperaba imitar este trastorno de infertilidad natural, para hacer una vacuna que desarrollaría en mujeres saludables respuesta inmunológica a sus propios óvulos. “El objetivo de nuestra vacuna era desarrollar autoinmunidad”, declaró la Dra. Dunbar, así de claro y sin ninguna afectación.

La manera en que la Dra. Dunbar proponía para generar autoinmunidad fue inyectar a sus conejos de laboratorio, no con sus propias glicoproteínas de la zona pelúcida (muy parecidas a otras proteínas del conejo que realizan funciones diversas en el cuerpo del conejo), sino con las proteínas del cerdo. Estas últimas son lo suficiente extrañas para “engañar al conejo produciendo anticuerpos en contra de sus mismas propias proteínas”. Y fue eficaz. Estas inyecciones provocaron una respuesta autoinmune en los conejos inoculados. Sin embargo, hubo una dificultad mayor que, curiosamente, al final resultó insuperable.

“Descubrimos que cuando inmunizábamos a estos animales, les destruíamos completamente los ovarios,” admitió la Dra. Dunbar. “Desafortunadamente, no solamente estábamos evitando la fecundación, sino que generábamos toda una enfermedad autoinmune, también conocida como insuficiencia ovárica prematura.”

Ella probó la vacuna en varios animales, incluyendo primates, y descubrió en todos los casos que la vacuna causó una falla auto inmunológica permanente en los ovarios. Al observar las fotografías de estos ovarios devastados, completamente destruidos por el propio cuerpo femenino, la Dra. Dunbar tomó una decisión.

Actuando con integridad, a menudo ausente en investigadores de anti-fertilidad, resolvió oponerse totalmente a cualquier desarrollo posterior de esta vacuna en seres humanos. "Al declarar la muerte de esta vacuna para la investigación humana adicional", declaró la Dra. Dunbar, " yo seré responsable de la infelicidad de algunas personas en mi empresa de biotecnología y de algunas otras más."

Ahora esta antigua vacuna anticonceptiva está siendo desarrollada como un posible agente de esterilización no-quirúrgico para perros y gatos, y también se utiliza para seleccionar la limitada población de elefantes africanos. Y por supuesto en ello, no tenemos ninguna objeción.

Joan Robinson es una Investigadora de Population Research Institute.

Malicia intrínseca del pecado

Por Mons. Francisco José Arnáiz

Adviento es tiempo de prepararnos a celebrar con provecho espiritual la aparición de Dios en forma humana entre nosotros. Tratándose de una preparación espiritual es evidente que incluye limpiarnos de todo pecado. Pensar y arrepentirnos de ellos. Un modo de hacerlo es reflexionar seriamente en su malicia intrínseca.

A nivel racional el pecado es reprobable, inaceptable, por ser una acción irracional que no concuerda con la dignidad del ser humano. Su gravedad, sin embargo, no queda restringida a esto. Es mucho más compleja.

La comprensión de esta complejidad exige explicitar dos presupuestos previos.

Uno teológico y otro antropológico.

El primero se refiere a Dios y el segundo a la estructura dinámica del ser humano.

Veamos el presupuesto teológico. Dios no sólo crea por amor al ser humano, sino que alejado este por el pecado, le ofrece amorosamente el perdón y la reconciliación y, una vez reconciliado, la participación en la vida divina. No es otra cosa el misterio de salvación realizado de una vez para siempre por Cristo, Señor nuestro.

Esto supuesto, jamás se entenderá la gravedad del pecado en toda su profundidad si no se tiene en cuenta el inenarrable amor de Dios, manifestado en la creación y en la obra redentora de Cristo.

Todo pecado incluye necesariamente no sólo una incomprensible ingratitud respecto a Dios sino un rechazo explícito de la obra redentora de Cristo. El pecador antepone una satisfacción propia al plan excelso de Dios para él; el amor a si mismo al amor de Dios a él y al amor de él a Dios.

San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales, en la meditación sobre el pecado, pide que se haga este coloquio que trascribo textualmente:

Imaginando a Cristo Nuestro Señor delante y puesto en cruz hacer un coloquio: cómo de Criador es venido a hacerse hombre, y de vida eterna a muerte temporal, y así morir por mis pecados. Otro tanto, mirando a mí mismo, lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo y lo que debo hacer por Cristo” (EE. N. 53).

Ante estos planteamientos se entiende perfectamente que los santos sientan tanta o mayor compunción o dolor por sus faltas y fallos no graves, que la que sienten los pecadores por sus graves pecados. En el trasfondo de este fenómeno está su fina conciencia del amor de Dios a ellos.

Analicemos ahora el presupuesto antropológico.

Todo acto humano tiene dos dimensiones ineludibles que deben ser tenidas muy en cuenta. Una dimensión externa o periférica y otra interna y honda del Yo profundo de la persona.

El ser humano, al hacer un acto moral, encomiable o vituperable, no sólo realiza explícita y temáticamente una acción concreta, sino que en lo profundo de su ser personal, espontánea o deliberadamente, explícita o implícitamente, opta a favor o en contra de Dios, principio y fin último suyo. Si lo hace deliberadamente, la culpabilidad es actual. En cambio si lo hace indeliberadamente, de un modo mecánico, la culpabilidad está “in causa”, es decir en las opciones anteriores que han creado tal automatismo.

De acuerdo con este planteamiento, el Yo profundo de la persona se realiza en actos concretos que son expresión y signo de la dirección que ha asumido la persona a favor o en contra de Dios.

Aquí radica su importancia.

Subrayados estos dos presupuestos, lo primero que hay que decir es que el pecado en sí, al margen de la percepción (comprensión subjetiva) que de él haga el pecador, es en definitiva un rechazo de la amistad de Dios en esa relación interpersonal que existe entre Dios y el ser humano, lo sepa o lo ignore, lo acepte o lo rechace.

Para comprender, pues, la hondura y gravedad del pecado, del comportamiento negativo del ser humano, es necesario resaltar el olvido, que tal comportamiento comporta, del amor de Dios al ser humano que se manifiesta en Cristo. Las imágenes bíblicas de ruptura de la alianza, de prostitución, de hijo que rompe con su padre y se marcha a dilapidar su hacienda no pretenden otra cosa que desentrañar la gravedad del pecado. El elemento esencial del pecado es teológicamente el rechazo del amor del Padre, del Hijo hecho hombre, Cristo, y del Espíritu Santo que “escribe e imprime la ley del amor en el corazón de los seres humanos”.

La Moral Clásica hablaba del pecado en términos de “aversio a Deo et conversio ad creaturas”, dar las espaldas a Dios para entregarse a las criaturas. El entregarse a las criaturas es elemento secundario en cuanto que es optar por un bien concreto natural que se realiza temática y explícitamente por un acto concreto. El dar las espaldas a Dios es el elemento primario porque procede del centro de la persona, del Yo profundo.

Este dispone de sí mismo respecto a Dios a través de una opción fundamental, real aunque no siempre consciente, implícita siempre en el acto concreto explícito.

El núcleo del problema está en que el acto concreto procede de la libertad física de elección en el ser humano, mientras que la opción profunda respecto a Dios procede de la libertad trascendental.

Esta libertad no dice relación a este o a aquel acto concretos sino a la disposición honda de la persona. Disposición de aceptación o rechazo de Dios, de sumisión o rebeldía, de fidelidad o infidelidad, de gratitud o ingratitud, de obediencia o desobediencia.

En un cristiano, por otro lado, el rechazo del amor de Dios incluye explícita o implícitamente el rechazo de Cristo y de su obra redentora y santificadora.

Bajo otro punto de vista, el estado del pecador, que refleja el pecado, es un estado egocéntrico. Todo lo contrario de lo que debe ser el del ser humano, que teniendo su origen en el amor debe ser en todo momento donación de si mismo a Dios y al prójimo. Todo el que viene a la vida, nace y crece deudor de Dios y de todos los que le rodean.

El pecado no es simplemente un suceso.

Es destrucción de la persona en cuanto persona, señor y responsable de si mismo. No se tiene pecados sino que uno es pecador. Por estar el Yo profundo implicado siempre en el pecado, el pecado no es cuestión ya de simple conducta sino problema de personalidad.

Caben dos extremos insensatos ante el pecado: el de exculparse de él y el de desconfi ar del perdón por parte Dios.

El problema no es caer sino el de permanecer caído.

Respecto a la culpabilidad ajena, Jesucristo sabiamente advirtió: “No juzguen y no serán juzgados”. El verdadero veredicto de la culpabilidad pertenece exclusivamente a Dios que “ve lo que hay en el interior del ser humano”. Este es un ser reactivo, más indefenso al estímulo de lo que normalmente se piensa.

La fuerza del estímulo y la incontenibilidad ante él depende mucho de su sistema de percepción, de sus conocimientos y experiencias previas, de su escala de valores, de su cultivo, de la herencia recibida, de su fi siologismo y del medio en que ha nacido y en el que se ha desarrollado. Todo pecado deja su huella y la conciencia es insobornable.

Ante el pecado hay una culpabilidad genuina y otra, patológica, a la que hay prestar atención.

Sería un error restringir la culpabilidad religiosa a lo psicológico. La culpabilidad religiosa genuina no se da sin una referencia directa a Dios. Sólo a la luz de quién es Dios y quién es Cristo Nuestro Señor se comprende el pecado en toda su complejidad y se siente profundo dolor y vergüenza de él. Es más, a medida que uno penetra más en Dios y en Cristo Nuestro Señor, más pecador se siente uno y más culpable. Es el caso de los santos.

Curiosamente, en esta referencia a Dios y a Cristo está la solución a todo mecanismo posible de culpabilidad patológica. Dios que es amor y que ha encarnado su amor misericordioso en Cristo ofrece generosamente de antemano el perdón a nuestras prevaricaciones y hace de este modo que la culpabilidad religiosa nunca sea neurotizante. No sólo esto sino que la conciencia de la bondad indulgente de Dios resulta altamente terapéutica.

La liberación de la angustia, resultante de haberse uno comportado indebidamente, no se obtiene en este caso por la negación de la culpa (terapia inoperante) sino por la integración eficaz del amor misericordiosísimo de Dios. Es oportuno, por otro lado, resaltar que el sentimiento patológico de culpabilidad no viene estrictamente de la culpa en si sino del sujeto, previamente neurótico o sicótico, que la siente.

En este caso la labor del psiquiatra no debe ser suprimir el sentimiento objetivo de culpabilidad, sino descubrir la neurosis o psicosis profunda que hace que el individuo en cuestión dé a la culpabilidad dimensión neurótica y curar esa neurosis.

Una fina percepción de las relaciones de Dios con uno y de la persona y de la obra de Cristo hace que individuos deseosos de llevar una vida progresivamente más santa sientan fuerte dolor de sus pecados que otros los considerarían muy leves. El dolor en ellos lo provoca no la materia en la que delinquen sino Dios y Cristo contra los que delinquen. Muy correcto y muy coherente.

El mito del Feng Shui - parte II

08 de Septiembre #2005
Natividad de la Virgen María

Sra.
Ilonka Gil Hued
Columnista de “Vivir” en el Periódico Hoy
Vía correo electrónico
Ciudad,

Ref.: “El Feng Shui y La Nueva Era.”

Distinguida Sra. Gil Hued:

“El humilde es obediente, y el obediente se salva.” [P. John Corapi]

Al saludarle cordialmente en este hermoso día que el Señor nos ha regalado, le escribo para transcribirle esta descripción del fenómeno así como lo otro de la astrología, que he encontrado en un libro que me han regalado recientemente unos amigos que tanto me aprecian, para edificación propia como de todos sus apreciados lectores.

“He aquí una palabra china que los adeptos de la Nueva Era se han encargado de introducir y generalizar en el léxico occidental. Por sus orígenes es otra modalidad de ‘geomancia’ o ‘adivinación’, por medio de la tierra y sus ‘energías’, practicada secretamente en círculos esotéricos e iniciáticos chinos. Con ello pretenden descubrir y controlar realidades ‘supuestamente’ escondidas de las corrientes energéticas de signo positivo y negativo (el ying y el yang), de eficacia benéfica o perjudicial para la salud, la convivencia familiar, comunitaria, etc., tanto en el hogar, la oficina y demás lugares públicos. Le conceden sus creyentes una importancia tal al asunto que en ocasiones afecta la orientación misma de una edificación, su distribución interna y decoración, etc. Aún se demuestre la existencia de corrientes de tipo dispar en el suelo según el ‘feng shui’, queda todavía por demostrarse la certeza y eficacia de dicho procedimiento adivinatorio chino, que tiene deslumbrados a tantos adeptos de la Nueva Era.”

“¿Pertenece usted al signo de Piscis o al de Acuario? La incompatibilidad de la concepción astrológica con la ciencia, con la astronomía y la fe cristiana. [Tomado del libro “100 preguntas sobre la Nueva Era”] Desde la antigüedad -los Persas, Medos y Fenicios- utilizaban la palabra “astrología” para designar tanto a la “astronomía”, el estudio científico de los astros celestes y sus movimientos; como la “astrología”, o sea, la creencia del influjo de los astros en las vidas de los hombres y la historia de los pueblos, así como el saber encaminado a predecir el porvenir (la adivinación) partiendo de la posición de los astros en el firmamento en un momento determinado. La Nueva Era continúa anclada en la antigüedad respecto a todas estas cosas, identificando erróneamente la astrología con la astronomía. Si lo analizamos sesudamente, nos percataremos de que la astrología, los ciclos cósmicos, el horóscopo y algunas cosas más, permanecen aún en el geo-centrismo de aquella antigüedad, donde se observan los efectos de los astros como si estos gravitaran alrededor de la tierra, y no es así. La teoría se opone a todo sentido común; querer encasillar a toda la humanidad en unas cuantas categorías -doce por decirlo así- a pesar de saber las innumerables formas de caracteres y personalidades. La astronomía –como verdadera ciencia- ha mostrado que el eje de la tierra se ha desplazado hasta crear una diferencia de treinta (30) días. Por consiguiente, la relación de los supuestos signos zodiacales ha variado, y los meses que tradicionalmente se les asignaba a cada estación o período ya no guardan ninguna relación con la realidad científicamente verificada. En adición, la astronomía ha descubierto al menos una nueva constelación, un nuevo signo zodiacal, si pudiera llamarse así, ‘el ophiucus’ (en forma de serpiente, período comprendido entre el 30 de Noviembre y el 17 de Diciembre). Considerando los planetas que conocemos, el sol pasa por veintiocho (28) constelaciones distintas a lo largo de su travesía. Si dividimos los días del año entre veintiocho (28), y no en doce (12) como sugieren los genios del deporte, quedaría enteramente trastocado todo el esquema; la correspondencia entre el signo zodiacal y la época del año, así como respecto a los días y meses del año según consigna el horóscopo. En otras palabras, nadie resultaría ser realmente del signo que ellos dicen ser. Entonces, ¿cuando termina la era de Piscis y cuando comienza la era de Acuario? Pues, es que no hay tal cosa, todo es un cuento muy mal sintonizado. En adición, los científicos han comprobado que las constelaciones ocupan extensiones diferentes en tamaño, cada una distinta, por lo cual el sol requiere de distintos espacios de tiempo para recorrerlas, y no la misma cantidad de días para cada una como presuponen. Por otro lado tenemos que los habitantes de algunas regiones del planeta, por ejemplo, los esquimales, algunos noruegos y otros más, carecerían de signo zodiacal u horóscopo, ya que desde su lugar de residencia no se observa ninguno de los planetas en el cielo. La mayoría de los astrólogos –y los medios de comunicación que los promocionan- han reaccionado de mala manera ante las investigaciones y los científicos, sobre todo contra la Sociedad Astronómica Británica, quienes han descubierto esta última constelación o signo zodiacal, según la cual “la astrología no es otra cosa que una sarta de sandeces, un engañabobos”.” [Tomado de “100 preguntas sobre la Nueva Era]

“Vivir es sentirse fatalmente forzado a ejercitar la libertad, a decidir lo que vamos a ser en este mundo. Ni un solo instante se deja descansar nuestra actividad de decisión. Incluso, cuando desesperados nos abandonamos a lo que quiera venir, hemos decidido no decidir.” [Don José Ortega y Gasset]

Sin otro particular por el momento, aprovecho la oportunidad para suscribirme a sus órdenes siempre.

Atentamente,

Mario R. Saviñón

Soy de Cristo

Por Clemente Ferrer

Marijose Berzosa, franqueó sin parpadear el pórtico del claustro. Tenía 18 años y era un día festivo, en la población burgalesa de Lerma.

Atrás quedaba la carrera de Medicina y todo un futuro que dejaba en suspenso para perpetuar la llamada de Cristo.

Este convento, que sería su flamante hogar, estaba compuesto por unas veinte monjas. La más joven había cumplido ya los 40 abriles y desde hacía 23 años no entraba una postulanta.

Candidez, obediencia e indigencia. Vida contemplativa y nada más. Marijose cambió su nombre por el de Sor Verónica y su indumentaria por un traje talar atado a la cintura por un cordel blanco, sandalias todo el año, una celda como dormitorio, oraciones desde las primeras luces del día, penitencia, disciplina, quietud, vigilia y labranza, para encontrar a Cristo. Y lo encontró alejada del mundo exterior y encerrada entre muros y verjas. Una hermana muy mayor, en el lecho de muerte, le dijo que ella vería cosas grandes.

El monasterio hoy, acoge a jóvenes que anhelan tomar parte del júbilo de estas religiosas que oran, interpretan canciones y danzan sin abandonar la sonrisa de sus labios. Alzan los brazos a la eternidad mientras cantan “Soy de Cristo”.

http://www.youtube.com/watch?v=8u2ZtKuOJng&feature=geosearch

Las alegres monjas son urbanas y universitarias. El convento está lleno de licenciadas en derecho, economistas, físicas y químicas, ingenieras de caminos, industriales, agrícolas y aeronáuticas, maestras, facultativas, farmacéuticas, biólogas, licenciadas en filosofía y pedagogas.

La madre Verónica atraviesa mis ojos con su mirada limpia, purificada por los sollozos; ladea la testa con humildad y coge mi mano entre las suyas enflaquecidas: "Estamos haciendo algo grande por amor a Cristo y necesitamos tiempo". Y se ausenta transportando su hábito con garbo, del que cuelga un rosario de madera de pino.

Cuando Marijose arribó al monasterio de Lerma, en 1984, estaban 23 monjas clarisas.

En 1994, bajo su dirección espiritual, entrarían 27 hermanas más. En 2002 sumaban 72; en 2004, 92; en 2005, ya eran 105. Y 134 a finales del mes de septiembre de este año.

La madre Verónica, piadosa y enardecida, de fuerte arranque y débil salud, con los hombros caídos pero firmes, como si llevara sobre ellos el peso de sus 134 hijas, continúa con una gran labor: la siembra del amor a Cristo.

Ni ella misma está al cabo de la calle del misterio del convento de Lerma. Es, sencillamente, de Cristo.

La mentira

Por Juan Francisco Puello Herrera

La mentira es un defecto o una forma de acomodar la vida a gustos y preferencias. La verdad siempre se impone, no tiene tiempo, siempre llega, tarde o temprano hace su entrada triunfal. Hay quienes recurren a ese artificio para lograr propósitos cuestionados y cumplir planes a corto, mediano y largo plazo.

Donde la mentira se convierte en algo pernicioso es cuando se le utiliza cada vez que se quieren justificar actitudes, sobre todo si están reñidas con lo justo, la moral y las buenas costumbres que deben prevalecer.

La manipulación de acontecimientos pasados y presentes a través de distorsiones en el tiempo y el espacio adquiere una mayor relevancia con el hecho de encubrir con apariencia de verdad hasta la propia vida que se lleva, lo cual es una forma miserable de engañarse y engañar a los demás.

Y eso es la mentira, un engaño, nada la justifica, ni siquiera recurriendo a sutilezas o considerando si favorece o no a algún sujeto a quien se le debe un favor. Aquellos que tienen una mayor responsabilidad social, no pueden ser proclives al engaño hablando falsedades.

La mentira altera la realidad de lo que realmente sucede. Lo peor que puede ocurrir a alguien, es cuando la mentira, forma parte de su escala de valores, maquillada bajo una irrealidad.

De igual manera, cuando es el modus operandi de uno que otro habilidoso metido a serio o arrepentido de su “mala vida”, y que la utiliza para conseguir prebendas o ganar favores, sean estos materiales o espirituales. Es de temer el no decir la verdad, porque es vivir bajo una permanente sensación de inseguridad.

Se puede decir que es vivir condenado a que su verdad sea siempre sospechosa.

Lo que sí cabe recordar, es que se podrá engañar a los hombres, pero a Dios no.

La píldora abortiva del día después - decálogo

Decálogo contra la píldora RU-486

Diez buenas razones en contra del aborto químico


1. Un aborto es siempre un aborto. La modalidad —química o quirúrgica— con que se realice no cambia su naturaleza de «delito abominable», ya que no varía la voluntariedad de provocar la eliminación de un ser humano inocente.
 
2. El aborto químico no es menos peligroso para la salud de la mujer. Las noticias comprobadas de 29 muertes directamente achacables al empleo de la RU-486 son un dato que muestra que este método es diez veces más peligroso que el quirúrgico para la salud de la mujer. Naturalmente, ambos son igualmente mortales para la vida del concebido.
 
3. Parece una medicina, pero es tan sólo un veneno. La mifepristona, llamada RU-486 por la empresa farmacéutica Roussel-Uclaf, que la estudió y la fabrica, apareció en la literatura médica en 1982. Se trata de una hormona esteroídica sintética que se sustituye a la progesterona —la hormona que protege el embarazo—, desactivándola. Por consiguiente, el embrión muere, o, si sobrevive, sufre las más de las veces graves daños en su desarrollo y discapacidades: de ahí que en Francia las mujeres tengan que firmar un documento en el que se comprometen a recurrir al aborto quirúrgico si la «píldora» no llegara a surtir un efecto completo. La combinación de mifepristona y prostaglandinas no cumple ninguna función terapéutica, no cura ninguna enfermedad ni ejerce acción benéfica alguna; su único objetivo es eliminar un embrión humano, causándole la muerte.
 
4. La «píldora» para abortar trivializa el aborto. Emplear un producto químico, máxime si está catalogado como fármaco, propicia dos trágicos errores: pensar que el aborto es algo fácil y que es una terapia médica de tantas. Que no es fácil lo demuestran las experiencias referidas por las mujeres y los muchos sufrimientos que permanecen desconocidos y que pueden llegar a manifestarse incluso muchos años después. Y es una gran mentira la que induce a pensar que el embarazo es una «enfermedad» que puede «curarse» —es decir, eliminarse— mediante una opción médica. Un embarazo es la presencia de un nuevo ser humano, no un dolor de cabeza o un resfriado: ¡no pueden tratarse de la misma manera!
 
5. La RU-486 condena a la mujer a la soledad. La mifepristona se entrega a la mujer, quien la toma por sí sola; unas horas después, aparecen dolores y hemorragia, que debe controlar y monitorizar ella misma para referirlos en una consulta sucesiva, durante la cual se le prescribe una segunda «píldora» que ayuda a expulsar definitivamente el embrión. El margen de tiempo en el que todo esto sucede puede oscilar entre tres y quince días, con una gran variabilidad individual de los síntomas de dolor, para los que en todo caso pueden recetarse analgésicos de autoprescripción. Resulta impensable que todo este proceso pueda realizarse en hospital, pues tan largo ingreso entrañaría unos costes muy elevados, lo que deja a la mujer completamente sola en la gestión del aborto, como sucedía y sigue sucediendo en el aborto «clandestino».
 
6. Hay poco tiempo para una reflexión adecuada. Las píldoras son entregadas a la mujer en plazos necesariamente breves, y para surtir eficacia tienen que administrarse durante los 49 primeros días del embarazo, lo que no permite una reflexión lo suficientemente meditada acerca de la decisión definitiva. La Ley 194/78, que regula en Italia el aborto voluntario, dispone que se dedique un tiempo adecuado a la valoración de las situaciones y de las posibles alternativas y ayudas que la mujer con un embarazo difícil puede recibir. La RU-486 mete prisa, acorta los tiempos y por sus mismos plazos se presenta como una «solución» rápida, casi automática: estoy embarazada – no quiero estarlo – tomo la píldora.
 
7. Lleva a cabo una acción deseducativa. ¿A qué otro resultado educativo puede abocar una mentalidad de trivialización de las acciones, sino a la desresponsabilización? Si es posible técnicamente, no censurable éticamente, aceptado con naturalidad e incluso llamado «progreso» y «conquista de la civilización» el hecho de que, ante una dificultad durante el embarazo, la forma más sencilla de solucionar los problemas consista en «tomar una pastilla», ¿cómo educar, entonces, en la responsabilidad?
 
8. Responde a una ideología. La intención subyacente —ni siquiera demasiado oculta— es que esta modalidad química se convierta en la forma normal de abortar y que pueda incluso llegar a reemplazar a la anticoncepción, de manera que sea posible recurrir a ella habitualmente. La mentalidad consistente en recurrir al aborto cada vez que fracasa la anticoncepción constituye uno de los efectos colaterales más peligrosos de lo que se denomina «control de natalidad». En un futuro próximo, si llegara a utilizarse realmente la RU-486 ante los primeros síntomas del embarazo, el aborto se convertiría —aún más que hoy— en el medio habitual de planificación familiar, con una gravísima pérdida de percepción de la dignidad propia de la vida humana.
 
9. Al no tratarse de un fármaco, no puede imponerse a los médicos que la prescriban. A menudo se asocia el derecho a la objeción de conciencia del médico y del agente sanitario exclusivamente a una intervención directa. La prescripción de fármacos suele considerarse como indiferente desde el punto de vista ético, ya que cada paciente opta y actúa en primera persona al tomar una medicina. Pero esta «píldora» no es un fármaco y mucho menos un «salvavidas», sino todo lo contrario: de ahí que su efecto (el aborto directo y voluntario) caiga plenamente en el ámbito de valoración de la conciencia individual. Más concretamente, todo médico debe tener la libertad de discrepar y de negarse a prescribirla, pues si lo hiciera cooperaría activa y conscientemente en un acto considerado injusto e ilícito.
 
10. Un aborto es siempre y sólo un aborto. Pese a su difusión, a las cifran tan abrumadoras que nublan su percepción real y al engaño semántico de su cambio de nombre (interrupción voluntaria del embarazo); pese a los esfuerzos encaminados a que pase inadvertido y a que resulte trivial y rutinario, el aborto sigue siendo un acto gravemente injusto, un duelo que es preciso elaborar, una herida que hay que curar. Perder conciencia de él no cambia la realidad de los hechos: un hecho es un hecho. Diga lo que diga cualquier ideología.

Noviazgos y matrimonios de religiones diferentes

ESCUELA PARA PADRES - 2 de Diciembre del 2009

Cortesía de Don Francisco Gras - www.micumbre.com

Doce preguntas que deben hacerse los novios católicos antes de contraer el Sacramento del Matrimonio con personas de religiones diferentes: protestantes, islámicos, judíos, indiferentes, agnósticos o ateos.

1. ¿Qué significa el Matrimonio para cada uno de los novios?
2. ¿A qué está dispuesto a renunciar cada uno, en beneficio de los dos?
3. ¿Qué están dispuestos a dar?
4. ¿Qué esperan recibir?
5. ¿Qué planes tiene cada uno, para entre los dos, mejorarse mutuamente en los aspectos religiosos, humanos, profesionales y sociales?
6. ¿Cómo quiere cada uno que sea la familia que van a formar?
7. ¿Están dispuestos a dialogar, para llegar a acuerdos sobre las diferencias que les separan?
8. ¿Están firmes en no ceder en las cosas que en su religión no son negociables, como el aborto, la indisolubilidad del matrimonio, la eutanasia, el matrimonio entre hombre y mujer, la educación de los hijos, etc.?
9. ¿Están dispuestos a respetarse mutuamente y a aceptar las diferencias religiosas de su cónyuge?
10. ¿Están dispuestos a utilizar la inteligencia y la razón, para colocar los puntos negativos y positivos de la intención matrimonial y construir un proyecto de vida conyugal, con estas diferencias, donde prevalezca la razón por encima de los sentimientos?
11. ¿Están dispuestos a no correr el riesgo, de que al querer vivir pendiente del otro cónyuge, dejen voluntaria o involuntariamente de practicar la religión católica, consintiendo que el otro cónyuge domine la situación para terminar renegados, infelices, divorciados o destruidos?
12. ¿Están dispuestos a no hacer capitulaciones prematrimoniales, que contengan cláusulas indicando que van al matrimonio por obligación, amenazas o falta de creencia en ese matrimonio indisoluble?

Recomiendo que previamente lean el artículo titulado: 10 Cuestiones religiosas y humanas que debo dialogar profundamente con mi pareja, antes del matrimonio

Todos los hombres y mujeres tienen derecho a tener un noviazgo, enamorarse y a casarse con la persona que quiera, tenga la religión que tenga, sea similar, igual o diferente. Pero todos los derechos, tienen unas obligaciones. El derecho a poderse casar conlleva la obligación de hacerlo sin pasiones malsanas, bien pensado y lo más inteligentemente posible, intentando que tenga las máximas garantías posibles de felicidad y continuidad. En el caso de las parejas desiguales de religión, tienen que poner mucho más énfasis en la acomodación de las creencias y costumbres de ambos, para que redunden en su mutuo beneficio y en el de los hijos que lleguen.

Es difícil mantener los matrimonios con distinta Fe, por lo que según las experiencias habidas, no es muy aconsejable el realizarlos, aunque así sea la realidad y la libertad para el amor, pues siempre es posible que el respeto hacia el otro, que es parte muy importante en el verdadero amor, se de y produzcan matrimonios felices y duraderos.

Es difícil que un matrimonio prospere, si ambos deciden que cada cual tenga y practique la creencia que quiera y como quiera o que no practique ninguna. Esta es una de las principales causas del elevado número de divorcios, que asolan a la sociedad. Para evitarlo, tienen que suprimir o dejar a un lado las costumbres que dañen, enfríen o no sumen en las relaciones matrimoniales, y mantener las que mantengan vivo el deseo de acoplarse uno al otro. Porque a la larga, saldrán a relucir graves diferencias, que afectarán enormemente a las relaciones, principalmente con la llegada de los hijos o cuando quieran crecer interna y externamente. El conocimiento y la práctica de la religión, la renuncia personal a favor del otro cónyuge y el mutuo amor demostrado, son los principales soportes que mantendrán vivo y fructífero al matrimonio.

En el noviazgo hay que dedicar mucho tiempo, energía, conocimiento y amor, para llegar a acuerdos de cómo quieren hacer las cosas, en su futuro matrimonio, principalmente las relacionadas con la religión que son su pilar. Tienen que sentar las bases de lo que será la futura vida en común, entre los cónyuges y los hijos.

Los novios tienen que hacer bien su tarea durante el noviazgo, para que después su matrimonio tenga buenas bases, en las que irlo edificando poco a poco. Si en los principales aspectos no lo han vivido bien, o expresamente lo han vivido en desorden, casi siempre terminan sus matrimonios en divorcios. Actualmente más del 56%de los matrimonios fracasan, sin contar los fracasos de las parejas de hecho.

Cuatro aspectos a tener en cuenta en los noviazgos de religiones diferentes:

1. Analizar en profundidad todos los conceptos que se explican en los artículos anteriormente citados. Cada novio tiene que analizarse internamente, con mucha claridad y sinceridad, en relación de lo que quiere del matrimonio y de lo que aportará al matrimonio. También tiene que conocer lo mismo de su pareja, sobre su religiosidad y sus virtudes y sus valores humanos, para dialogar sobre las diferencias que se oponen y sobre los puntos que tienen en común. Deberá atender muy seriamente, las razones que cada uno expone, examinando lo que dice, hace, piensa y practica de su religión y de la de la otra persona.
2. Mantenerse muy firme para evitar la tentación de satisfacer las ganas de la parte no católica, cuando ésta quiera tener relaciones antes del matrimonio, porque en su religión, cultura o formación crea que eso no tiene importancia.
3. No funcionan los matrimonios cuando los cónyuges se dicen: Tú practica la fe que quieras y yo practico la que quiero. Hay que intentar acercar las diferencias. Si no se ha llevado bien el noviazgo o se ha vivido mal, no se puede edificar nada sobre él. El noviazgo tiene sus fases y en cada una de ellas, los temas específicos en los que hay que profundizar. Los pilares de las buenas relaciones, son los que conciernen con la religión.
4. Dentro de una familia es muy importante fomentar la parte espiritual, pues en ella se soportaran una gran cantidad de decisiones, por ejemplo en el tipo de escuela de los hijos, enseñarles a rezar, practicar las virtudes y valores humanos, etc. Si no se tiene la valentía de enfrentarse a tratar esos temas, el noviazgo estará mal llevado y el fracaso matrimonial a la vuelta de la esquina. Sin el soporte de la religión, en las vidas de los novios y de los matrimonios, la vida se suele hacer insoportable y enseguida aparece la figura de la infidelidad y del egoísmo, lo que origina la llegada de la ruptura.

Cinco aspectos a tener en cuenta en los matrimonios de religiones diferentes:

1. Los novios a través del Párroco y frente a testigos, tienen que pedir por escrito al Obispo del lugar, la autorización o dispensa del Matrimonio mixto.
2. Si no tienen la aprobación del Obispo, no se puede celebrar el matrimonio, y seria ilícito e invalido y por lo tanto, la anulación ante el tribunal eclesiástico seria de puro tramite.
3. La parte no católica de los novios, se compromete a dejar en libertad a la otra parte, para que practique su fe católica.
4. Tan bien se tiene que comprometer a que a los hijos habidos en el matrimonio, sean educados en la fe católica.
5. La parte católica debe presumir la buena fe de la otra parte, teniendo en cuenta que durante el noviazgo, no puede descubrir lo que piensa internamente la otra persona, hasta que sucedan las cosas en el matrimonio. La Iglesia solamente puede juzgar los hechos externos de la declaración escrita, pensando que ambos serán fieles a su palabra escrita y en caso de que no la cumplan o de que hayan mentido, puede solicitarse la anulación del matrimonio por dolo, aunque deberán probarlo ante el tribunal por medio de testigos.

Algunos casos en los que el cónyuge católico puede solicitar la nulidad del matrimonio.

1. Cuando el cónyuge no católico, solicita el divorcio en el Registro Civil, porque no estaba convencido internamente de la indisolubilidad del Matrimonio católico y no quiso entrar en averiguaciones, cuando solicitó la dispensa del matrimonio. Siempre tuvo el convencimiento de que el Matrimonio católico es, como el matrimonio realizado en el Registro Civil, que cuando quieren terminarlo, lo terminan a través del divorcio y pueden volver a casarse.
2. Cuando el cónyuge no católico, se casó por la Iglesia Católica, por deseo de la otra parte, pero no le importaba lo que la Iglesia Católica dijera, en relación con la indisolubilidad del matrimonio.
3. Cuando el cónyuge no católico, impide que los hijos sean educados en la religión católica, negándose a cumplir la promesa que en su día hizo y firmó.
4. Cuando el cónyuge no católico, no colabora o impide que la otra parte y los hijos, puedan practicar sus obligaciones religiosas, como son: La asistencia dominical a Misa, la obtención de los Sacramentos, la práctica del ayuno y abstinencia, la colaboración económica a la Iglesia, las oraciones en las comidas o al acostarse o levantarse, etc.
5. Cuando el cónyuge no católico, educa a los hijos en otra religión o los quiere convertir en ateos.
6. Cuando el cónyuge no católico, exige utilizar métodos anticonceptivos, contrarios a la formación religiosa de la otra parte.
7. Cuando el cónyuge no católico exige realizar un aborto, alegando que puede cumplir las leyes civiles que le permiten hacerlo cuando quiera, e ignorar las leyes religiosas que existen para el otro cónyuge.

En el proceso de nulidad que uno o los dos cónyuges presentan, en los tribunales eclesiásticos, sus abogados intentan demostrar ante el correspondiente juez eclesiástico, que nunca hubo matrimonio, porque el consentimiento matrimonial no fue libre, por miedo, porque la persona era adicta a alguna sustancia que limitaba seriamente su discernimiento, o por causas psíquicas. También porque fueron incapaces de dar el consentimiento, al tener un grave defecto de discreción de juicio acerca de los derechos y deberes esenciales del matrimonio, que mutuamente se han de dar y aceptar, y porque no pueden asumir las obligaciones esenciales del matrimonio, por causas de naturaleza psíquica o física.

Los que contraen matrimonio por la iglesia católica, siguen casados hasta que se confirme que su unión fue nula. Da igual los años de convivencia o los hijos que se tengan. Para un tribunal eclesiástico, la pregunta es sólo una: ¿hay matrimonio, o nunca lo hubo? Si se dictamina que existió matrimonio, ninguna fuerza, excepto la muerte, puede disolverlo. En caso de que alguno de los cónyuges contrajera matrimonio civil, sin antes haber obtenido la nulidad de su matrimonio, se encontrará en situación de adulterio.

Página recomendada para los católicos que van a contraer o ya han contraído el Sacramento del Matrimonio. www.foccusinc.com

Libro recomendado. Este libro es uno de los mejores que he leído, aunque el autor posteriormente abandonó la Iglesia Católica, produciendo un gran escándalo. Fíjense en el mensaje y no en el mensajero.

“Ama de Verdad, Vive de Verdad” 7 Caminos para lograr una relación sólida y duradera. Autor Alberto Cutié. Editorial The Berkley Publishing Group. Temas desarrollados: Construyan Cimientos Sólidos. Respétense Mutuamente. Aclaren Sus Expectativas. Sean Honestos. Comuníquense Efectivamente y Afectivamente. Aprendan a Aceptar Sus Diferencias. Comprométanse a Crecer y a Madurar.

Próximamente escribiré sobre: Noviazgos y matrimonios desiguales por diferentes culturas, economías, educaciones, lenguajes, razas, sociedades, etc.

Si tiene algún comentario, por favor escriba a francisco@micumbre.com

¿Soy radical?

Por Christian Garrido C.

Siempre he sido radical, desde pequeño o hago las cosas bien o no las hago, para bien o para mal. Escribo esto, porque estoy cansado de que me digan lo mismo, que soy muy radical. Nunca he comulgado con la ideología del “Che” Guevara, para mí no es más que un asesino. Pero si algo tengo que reconocer es que murió como vivió y fue coherente con su manera de vivir.

Del mismo modo, no puedo yo proclamar algo y dejar pasar los eventos con un eufemismo, si le digo a todo el mundo que hay que caminar derecho, no es posible que cuando alguien se doble, incluyéndome, me quede callado. Entonces, el Domingo pasado, fue uno de esos tantos domingos en que oigo y escucho ciertos tipos de ideas, que van extrapoladas y hieren mis ideales, mis convicciones, tanto morales como religiosas. Y todo el mundo piensa que debo de quedarme callado.

¿Por qué si alguien dice que deberían matar a todos los reclusos? Este pensamiento tan animal, fascista e incongruente es aceptado entre risas, mientras mi posición de que hay que trabajar con ellos es acatada como un radicalismo.

¿Por qué se ofenden cuando les digo: “y si tu hijo cae preso”? Porque todo el mundo puede caer, por un arrebato, un ataque de cólera o sencillamente un error al conducir un vehículo.

¿Por qué la gente toma como radicalismo la verdad?

¿Por qué cuando alguien dice que está a favor del aborto tiene derecho de opinión y sin embargo cuando comienzo a conversar me dicen fanático religioso?

¿Es que por ser cristiano no tengo voz, ni voto?

Estoy cansado de esto y si… Soy radical y fanático, un esclavo radical y fanático. Porque sirvo a Jesús que fue el primer gran radical y fanático. Que para salvar a la humanidad y a mí personalmente, no dio un brazo, ni un pie, ni pidió una muerte rápida, noooooo… Fue abatido, masacrado, molido a golpes y luego pegado a un madero a que muriera desangrado, adolorido y atormentado. Entonces, si me quedo callado, no estoy viviendo lo que predico y el mundo es mundo porque queremos andar con paños tibios.

Finalmente, mi Iglesia está llena de santos radicales. San Ignacio de Loyola por ejemplo. Que en vez de dividir la Iglesia como hizo Lutero, fundó una nueva orden religiosa radical, los Jesuítas, con extrema obediencia al Papa para que nunca se separaran, pero que no aceptaran las injusticias del mundo, tan así que el General Jesuíta es llamado el Papa Negro. Los Jesuítas son muertos y siguen siendo muertos por ser radicales e inquebrantables hacia los pobres y la justicia social, en los ojos indiferentes del mundo.

No hay nada más radical que el amor y esto es lo que predico, el amor no tiene barreras, el amor lo rompe todo y el amor es lo que me mueve a ser radical, a luchar por equidad social y por no quedarme indiferente ante el oprobio, es fácil decirme radical, mientras tus ojos no ven y tus manos no palpan como este planeta se cae a pedazos, mientras millones de hermanos pasan hambre, mientras matamos nuestros recursos naturales.

Mientras mi corazón lata y mientras respire el perfume de Jesús en esta vida mía tan ajada, no puedo, ni debo quedarme callado, por amor a Jesús, a la creación y a la humanidad.

Paz, Bien y Santa Alegría.

The Manhattan Declaration

Executive Summary

20 de noviembre de 2009

Los cristianos, cuando han dado vida a los más altos ideales de la propia fe, han defendido al débil y al vulnerable y han trabajado incansablemente para proteger y reforzar las instituciones vitales de la sociedad civil, comenzando por la familia.

Somos cristianos ortodoxos, católicos y evangélicos que se han unido en esta hora para reafirmar verdades fundamentales sobre la justicia y el bien común, y para hacer un llamado a nuestros conciudadanos, creyentes o no creyentes, para que se unan a nosotros en la defensa que hacemos de ellos. Estas verdades son (1) la sacralidad de la vida humana, (2) la dignidad del matrimonio como unión conyugal del esposo y la esposa, y (3) los derechos de conciencia y libertad religiosa. En la medida que estas verdades son fundamentales para la dignidad humana y el bienestar de la sociedad, son inviolables y no negociables. Dado que están sometidos cada vez más al ataque de poderosas fuerzas en nuestra cultura, hoy nos sentimos en el deber de alzar nuestra voz en su defensa, y de comprometernos en rendirles honor, sin importar las presiones que nos sobrevengan sobre nosotros y nuestras instituciones para que los abandonemos o que cedamos respecto a ellos. Hacemos este compromiso no como partidarios de un grupo político, sino como seguidores de Jesucristo, el Señor crucificado y resucitado, que es el Camino, la Verdad y la Vida.

Vida humana

Las vidas de los no nacidos, de los discapacitados y de los ancianos están cada vez más amenazadas. Mientras la opinión pública se ha movido en una dirección 'pro-life', fuerzas poderosas y decididas están trabajando para expandir el aborto, la investigación que destruye embriones, el suicidio asistido y la eutanasia. A pesar de que la protección del débil y vulnerable es la primera obligación del gobierno, hoy el poder del gobierno está frecuentemente enlistado en la causa de promover lo que el Papa Juan Pablo II llamó "la cultura de muerte". Nos esforzamos en trabajar incesantemente por la igual protección de todo ser humano inocente en cualquier etapa de desarrollo y en cualquier condición. Rechazaremos el permitirnos a nosotros o a nuestras instituciones el involucrarnos en la eliminación de una vida humana, y daremos nuestro apoyo de todas las formas posibles a aquellos que, en conciencia, hagan lo mismo.

Matrimonio

La institución del matrimonio, ya herido por la promiscuidad, la infidelidad y el divorcio, está en riesgo de ser redefinido, y por lo tanto, trastornado. El matrimonio es la institución originaria y más importante para sostener la salud, la educación y el bienestar de todos. Donde el matrimonio es erosionado, surgen las patologías sociales. El impulso de redefinir el matrimonio es un síntoma, más que la causa, de la erosión de la cultura del matrimonio. Ello refleja que ya no se entiende el significado del matrimonio como incorporado en nuestras leyes civiles así como en nuestras tradiciones religiosas. Es decisivo que ese impulso sea resistido, ya que ceder al mismo significaría abandonar la posibilidad de restaurar una justa concepción del matrimonio, con ello, la esperanza de una saludable cultura del matrimonio. Pondrá en su lugar la falsa y destructiva creencia de que el matrimonio es lo mismo que una aventura sentimental y otras satisfacciones para personas adultas, y no por su naturaleza intrínseca, con el único carácter y valor de acto y relación cuyo significado está dado por su capacidad de generar, promover y proteger la vida. El matrimonio no es una "construcción social", sino más bien una realidad objetiva: la unión pactada ente esposo y esposa, que es deber de la ley reconocer, honorar y proteger.

Libertad religiosa

La libertad de religión y los derechos de conciencia están gravemente en peligro. La amenaza a estos principios fundamentales de justicia es evidente en los esfuerzos por debilitar o eliminar la objeción de conciencia para los profesionales y las instituciones de la salud, y en las disposiciones antidiscriminatorias que son usadas como armas para forzar a las instituciones religiosas, de caridad, negocios, y proveedores de servicios el aceptar (y hasta facilitar) actividades y relaciones que juzgan inmorales, o que van más allá del negocio. Los ataques a la libertad religiosa son serias amenazas no sólo para los individuos, sino también para las instituciones de la sociedad civil incluyendo a las familias, caridades y comunidades religiosas. La salud y bienestar de esas instituciones ofrecen un indispensable amortiguador contra el prepotente poder de gobierno y es esencial para el florecimiento de cualquier otra institución – incluyendo el mismo gobierno – de la que la sociedad depende.

Leyes injustas

Como cristianos, creemos en la ley y respetamos la autoridad de los gobernantes terrenos. Consideramos un privilegio especial el vivir en una sociedad democrática donde las exigencias morales de la ley son aún más fuertes en nosotros en virtud de los derechos de todos los ciudadanos a participar en el proceso político. Pero también en un régimen democrático, las leyes pueden ser injustas. Y desde el inicio, nuestra fe nos ha enseñado que la desobediencia civil es necesaria frente a leyes gravemente injustas o leyes que pretenden que hagamos lo que es injusto o inmoral. Tales leyes carecen del poder vinculante en conciencia porque ellas no pueden reivindicar ninguna autoridad más allá de la mera voluntad humana.

Por lo tanto, ha de saberse que no daremos nuestro consentimiento a ningún edicto que nos obligue a nosotros o a las instituciones que dirigimos a participar en o facilitar abortos, investigaciones que destruyen embriones, suicidio asistido, eutanasia, o cualquier otro acto que viole el principio de la profunda, inherente e igual dignidad de todo y cada uno de los miembros de la familia humana.

Además, ha de saberse que no nos inclinaremos ante ninguna regla que nos obligue a bendecir asociaciones sexuales inmorales, a tratarlas como matrimonios o sus equivalentes, o que nos impida proclamar la verdad, como la conocemos, sobre la moralidad, el matrimonio y la familia.

Además, ha de saberse que no nos dejaremos reducir al silencio o a la aceptación sumisa o a la violación de nuestras conciencias por ningún poder en la tierra, sea este cultural o político, sin importar las consecuencias que esto pueda tener para nosotros".

Daremos al César lo que es del César, en todo y con generosidad. Pero bajo ninguna circunstancia le daremos al César lo que es de Dios.

__________


El sitio oficial de la "Declaración de Manhattan", con la posibilidad de firmarla:

www.manhattandeclaration.org

2004 religion freedom report

14 de Julio #2005
En memoria de San Camilo de Lelis (+ 1614)

Sr.
Dale Largent
Agregado de Prensa
Embajada de los Estados Unidos en Santo Domingo
Vía correo electrónico
Ciudad,

Ref.: “2004 International religious freedom report”

“La libertad, la prosperidad y la grandeza de un estado están en razón directa de la moral de sus hombres.” [S.S. León XIII]

Distinguido Sr. Largent:

“El hecho de que millones de personas compartan los mismos vicios no convierte estos vicios en virtudes, el hecho de que compartan muchos errores no convierte estos errores en verdades, el hecho de que padezcan la misma patología mental no hace de estas personas gente equilibrada.” [E. Fromm]

Al saludarle cordialmente en esta hermosa tarde tropical que Dios nos ha regalado, he querido dirigirle la presente con el propósito de compartir con usted algunas inquietudes respecto al contenido de dicho informe; en particular lo que concierne al sincretismo religioso denominado “santería” (ocultismo) que, bien maquillada de especies tomadas del catolicismo, se dispersa hoy por todo el continente y las lejanías. En Estados Unidos se conoce con el nombre de “shamanismo”.

“!Cuán miserable sería el alma que, invitada a encontrar su alegría en el Creador, fuese a buscarla en la creatura!” [C. de Foucauld]

Se afirma en el reporte de marras que “muchos católicos también practican una combinación de catolicismo y creencias afro-caribeñas (santería) o brujería, pero debido a que dicha práctica raras veces se confiesa abiertamente, es imposible estimar el número de sus adeptos”.

Dicho de tal forma, cualquiera pensaría que se tienen identificados como “católicos” a muchos de aquellos quienes practican este tipo de “ocultismo” diabólico. ¿Cómo saberlo realmente cuando “es imposible estimar el número de sus adeptos”? Esto de “creencias afro-caribeñas” es muy confuso y ambiguo, dado a que ella misma, la santería, es precisamente eso, una mezcla de un 1/12 catolicismo con 11/12 ‘africanismo’, importado a nuestra isla a principios del siglo XVI.

En un país como el nuestro, donde la mayoría –o es católico o una vez lo fue-, cuesta mucho precisar quiénes predican y practican estas terribles “maldades” que tanto daño ocasionan al hombre y a la sociedad, ¿o es que bastaría ver un rato de televisión o leer el periódico para darnos cuenta de ello?

La Iglesia católica condena categóricamente las obras del “imperio de la muerte” y su ministro, Satanás, que en la santería se manifiestan poderosamente. El ministerio de Jesús de Nazaret y sus discípulos ha consistido precisamente en librar al hombre de las ataduras del Diablo, “el rey de las moscas”.

La santería no solamente confunde al despistado sino que atrae hacia sí numerosos adeptos con el encanto. La vemos propagarse como el fuego en hoja seca, observando figuras prominentes de todo el mundo auspiciándola y promoviéndola. En todo ello subyace una cultura que auspicia estas cosas, fomentadas y financiadas por organismos trans-nacionales. Aparecemos en videos por cable; su música y los rituales ceremoniales llevados a cabo desde Villa Mella y Yamasá, San Cristóbal y San Juan de la Maguana. Somos famosos en el mundo por el turismo de “fantasías”, ya no solo sexuales sino “seudo-religiosas”. La magia y el furor que produce –sobretodo- lo oculto. Son muchos los extranjeros que vienen a nuestra tierra en busca de “algo” que han perdido en otro lugar, pretendiendo encontrarlo aquí con la ayuda de alguien, un “gurú” o un “maestro descendido”.

¿De donde nos viene todo esto?

Soy de los que creo que estas cosas forman parte de un plan descabellado cuyo objetivo es acabar con la fe de nuestro pueblo, y lo evidencia claramente la fuerza con que se desarrollan una cantidad de sectas y nuevos movimientos religiosos de toda índole en nuestro suelo. ¿Ha oído usted hablar de Soka Gakkai? ¿Nueva Acrópolis? ¿Cienciología?

Le ruego me disculpe por ocupar su valioso tiempo en estas cosas que parecen tan sencillas pero a la vez son muy complicadas, pero es que estoy preocupado. A continuación deseo transcribirle estas notas que he tomado al leer otro informe que me dejó repleto de nervios, “La avalancha de sectas esotéricas” del Padre Juan M. Ganuza, S.J. En apenas 25 páginas (8 ½ por 11), este hombre de Dios me ha puesto los pelos de punta con relación a uno de los temas más importantes que ha enfrentado el hombre en los últimos XXV siglos de existencia: La Nueva Era.

“Muy complejo es el panorama religioso hoy. Por una parte, en el mundo occidental aumenta escandalosamente “la increencia”. “El gnosticismo humanista”, construido sobre bases cristianas falsas, crece desmesuradamente por toda Hispanoamérica...

“Pero el hombre es un animal religioso, y este vacío de religiosidad se compensa, en gran parte, por un desbordamiento del gnosticismo, el sincretismo religioso, por una avalancha de esoterismo, por la invasión, que aún continúa entre nosotros, de las sectas cristianas fundamentalistas, proselitistas y agresivas, y por “el retorno de los brujos”. La Nueva Era (The New Age) y la tentación de las religiones del viejo Oriente, que penetran sutil y audazmente entre nosotros, agravan nuestro problema religioso actual, que no puede desarrollarse sanamente en un pueblo bueno, medianamente cristiano y pobremente evangelizado, entre la maleza de supersticiones, el ocultismo y un “santerismo” pagano y perturbador...

“En 1978, hace ya 27 años, publicamos un pequeño libro que intitulamos “Las Sectas nos invaden”. Sigue teniendo muy buena acogida entre los católicos. Respetando el contenido de ese libro, que tanto bien ha hecho, vamos, mientras tanto, a afrontar en este nuevo libro, con verdad y claridad, la avalancha del esoterismo y sus ramificaciones; del gnosticismo y su numerosa familia; y, en especial, a aclarar ideas sobre este movimiento envolvente de la “Nueva Era”, que suave y pertinazmente está penetrando en nuestro medio, transportándose, sobre todo, por los distintos medios de comunicación (prensa, radio, TV, publicidad, el mundo del arte, de la canción y del cine)...

“El que no denuncia el mal promueve que se haga.”

“¿Quiénes son los santeros?

“En el mundo del sincretismo religioso en nuestro país (Venezuela), no podemos menos que referirnos a “la santería”. Esta, no es producto nacional, sino importado de Cuba, Dominicana, Haití, y ahora de Colombia y Brazil. Ha encontrado, sin embargo, la santería, tierra fértil y se ha desarrollado como la verdolaga...

“Cuando visité en el 1986 la montaña de Sorte, pude constatar que ya en los altares, o “portales” de la montaña de María Lionza, al lado de los fetiches criollos, de las prácticas espiritistas y de “los santos católicos” más venerados, estaba muy en boga una religión animista muy enraizada (los ríos, las quebradas, los pozos de agua y sus respectivos espíritus o don “juanes”), se notaban ya fuertes indicios de santería, como, por ejemplo, la presencia de “Las 7 Potencias Africanas”.

“Hoy, la santería está ya muy implantada en el país, y, al mismo tiempo que contamos con bastantes “santeros” criollos y extranjeros radicados en el país, una nube de católicos “incautos” nos preguntan ‘si se puede ser santero y católico’, ¿que tiene la Iglesia Católica contra los santeros que se confiesan católicos y muy católicos? ¿Es la santería algo distinto, o algo más, que la abusiva y supersticiosa devoción de nuestra gente, aún fiel, a los santos o las imágenes?...

“Pero para ser imparcial en la materia y no prejuiciar el asunto, y con el fin de que mucha gente piadosa, pero ignorante, abra los ojos, vamos a dejar hablar a los mismos santeros. Con todas sus incorrecciones, con todas sus tergiversaciones y equivocados conceptos, vamos a escucharles...

“¿Qué es la santería, o la religión lucumí o yoruba en América Latina? Folleto santero de propaganda, Editorial Panapo, Caracas.

“La santería es la religión de los yorubas africanos de Nigeria, una vez que se transplanta a América Latina, ‘se une con el catolicismo’ para formar “la magia latinoamericana”. La mitología de la religión yoruba se conoce en Cuba como “lucumí” y en Brazil como “macumba”. También recibe el nombre de “santería” en Venezuela y Dominicana. En esta obra (dice el autor anónimo) examinaremos los aspectos particulares que adopta en Venezuela...

“Para conocer la santería en Latinoamerica debemos remontarnos a la cultura yoruba, tal y como existía en Africa, concretamente en Nigeria. Los dos aspectos principales de la cultura yoruba son su mitología y su religión. Los dioses del culto yoruba se conocen con el nombre de orishas, cuyo número pasa de 600 en Africa, mientras que en América Latina sólo se conocen y se honran unos cuantos de ellos, habiéndose establecido una equivalencia con los santos de la Iglesia Católica. En el culto yoruba los ‘santeros’ tienen gran importancia, siendo los principales los ‘babalaos’, quienes conducen las ceremonias del culto...

“Cuando las primeras familias africanas se esparcieron en el Nuevo Mundo, como consecuencia del tráfico de los esclavos, tanto sus ritos como su lenguaje, sufrieron modificaciones al interaccionar y mezclarse con la cultura Latinoamericana, surgiendo, por ejemplo, el vudú en Haití. Se trata de un fenómeno que los sociólogos llaman ‘transculturización’. Tal vez sea Cuba el país donde más se desarrolla la santería, y los yorubas, así como su religión, reciben el nombre de lucumí, Los yorubas en Cuba identificaron a sus dioses con los santos de la Iglesia Católica. El vocablo santería se deriva de santo, y significa la adoración de los santos. De manera que santería es, es resumen y en esencia la adoración de los santos, bajo la modalidad ‘sui generis’ de sincretismo, al establecer una especie de equivalencia entre los dioses africanos y los santos de la Iglesia Católica...

“Mientras el católico percibe la imagen en la estampa de un santo como la representación de un hombre, en este caso ‘religioso’, que en una oportunidad moró entre nosotros, “el santero o practicante de la santería percibe esta misma imagen como la personificación de un dios yoruba africano...

“Hay más de cien millones de personas en latinoamerica que practican la santería, y es por esto la importancia que a muchos le reviste, ejerciendo una enorme influencia en muchos paises, como los de la zona del Caribe, incluyendo a Venezuela...

“Las siete potencias africanas, santos católicos y dioses africanos. De todas las deidades pertenecientes al sincretismo de la santería, siete se han colocado en un grupo al que se confiere ‘un gran poder’ como conjunto. Se las adora individualmente, más en grupo adquieren más fuerza. A estas divinidades asociadas en un conjunto de siete se les conoce como ‘las siete potencias africanas’. Como ya sabemos, los dioses reciben el nombre de orishas, y los que integran este grupo son: ‘Obatalá, Elegguá, Changó, Oggún, Orúnmila, Yemayá y Oshún’. Se tiende a pensar que unidos tienen un gran poder, mayor del que poseen individualmente. Por lo general, suelen ser empleados por los santeros en los casos más difíciles. Actuando en grupo controlan todos los aspectos de la vida humana.

Veamos algunos de los aspectos de la vida que controlan individualmente:

-Obatalá produce paz y armonía entre las personas;
-Changó confiere poder sobre los enemigos y simboliza el placer sensual;
-Elegguá quita todos los obstáculos de nuestro camino, abriendo las puertas;
-Oshún se considera diosa patrona del oro, del amor y del matrimonio;
-Oggún es el dios de la guerra y da trabajo a los desempleados;
-Orúnmila confiere gran poder y abre las puertas del pasado y el futuro;
-Yemayá es la diosa de fertilidad y la maternidad.

“Dioses yorubas y santos católicos. Una de las características principales de la religión yoruba, tal como se da en America Latina, conformando la llamada santería, es la mezcla sincretista, al identificar las deidades yorubas del Africa con las imágenes de los santos de la Iglesia Católica; haremos, como ejemplo, algunas comparaciones, sin agotar el tema:

-Elegguá = San Antonio, San Pedro, San Pablo y el Niño de Atocha;
-Oggún = San Pedro y San Juan y San Miguel Arcángel;
-Obatalá = la Virgen de las Mercedes;
-Oshún = la Virgen del Cobre y de la Caridad;
-Orúnmila = San Francisco de Asís;
-Nana = la Virgen del Carmen;
-Obamoro = Jesús de Nazaret;
-Iroco = la Inmaculada Concepción;
-Echú = San Miguel Arángel;
-Olofin = el Espíritu Santo;
-Olodumare = Dios, Jesucristo, el Santísimo Sacramento;
-Osún = San Juan Bautista.

“A menudo se observa un comportamiento incestuoso entre los dioses, por ejemplo, casándose hermano con hermana, hecho que no molesta a los santeros, quienes no ven mal las debilidades de sus dioses. Tampoco les molesta que algunos de los orichas cambien de sexo. La idea de la reencarnación es parte intrínseca de la santería...

“No hemos hablado por nuestra cuenta, sino citando palabras y frases utilizadas por los mismos santeros. La santería es una de las prácticas religiosas que tienen el visto bueno y apoyo de los adeptos de la Nueva Era, y entra muy bien dentro de sus ideas y de sus ideales...

“Es obvia la oposición entre santería y cristianismo, entre la idolatría y la fe cristiana. Y así lo han comprendido los Obispos católicos con el “vudú” y con el “macumba”, y nosotros creemos necesario que nuestros agentes pastorales (sacerdotes, religiosos, catequistas, laicos) estén bien enterados y sepan proceder con firmeza, sin abandonar la misericordia, en la tarea tan importante, en un país tan plagado como el nuestro de sincretismo...

Y esta otra definición de “santería”, tomada del “Nuevo Diccionario de Sectas y Ocultismo” del Dr. Cesar Vidal Manzanares.

“Culto afro-americano del que forman parte sectas lucumis (de origen yoruba), sectas congo (con especial enfasís en rituales mágicos y funerarios) y las sociedades secretas de los ñañigos (de origen efik). Aunque, originalmente, su ámbito geográfico estaba ligado a Cuba, en las últimas décadas se ha extendido por todo el continente americano, llegando su influjo incluso a Europa. Antiguos adeptos a este rito afirman que no es sino una forma encubierta de satanismo en la que los demonios se cubren (se disfrazan) con las imágenes de algunos santos católicos como Santa Barbara o San Lázaro. Es habitual la práctica del espiritismo y del ocultismo en relación con estas prácticas con la finalidad de adivinar, obtener dinero o conseguir la venganza. Entre sus ritos con finalidades mágicas se halla la alimentación de los espíritus malignos representados por las imágenes, los sacrificios sangrientos y la utilización de restos de cadáveres.”

Anexo he querido incluirle una carta que dirigí hace ya un tiempo a los editores de la revista “New York Magazine”, en ocasión de un extraordinario artículo que publicaron sobre “el mundo de los psíquicos” en aquella ciudad. He leído también otros artículos sobre el mismo asunto acerca de pueblos completos en el sur de la Florida que se dedican al espiritismo, los “mediums”, el mesmerismo y otros tipos de santería.

Concluyo la misiva con una parte del texto de la encíclica de S.S. León XIII, LIBERTAS PRAESTANTISSIMUM, de finales del siglo XIX, la cual se explica por sí sola.

“III. LAS CONQUISTAS DEL LIBERALISMO. Libertad de cultos. 15. Para dar mayor claridad a los puntos tratados es conveniente examinar por separado las diversas clases de libertad, que algunos proponen como conquistas de nuestro tiempo. En primer lugar examinemos, en relación con los particulares, esa libertad tan contraria a la virtud de la religión, la llamada libertad de cultos, libertad fundada en la tesis de que cada uno puede, a su arbitrio, profesar la religión que prefiera o no profesar ninguna. Esta tesis es contraria a la verdad. Porque de todas las obligaciones del hombre, la mayor y más sagrada es, sin duda alguna, la que nos manda dar a Dios el culto de la religión y de la piedad. Este deber es la consecuencia necesaria de nuestra perpetua dependencia de Dios, de nuestro gobierno por Dios y de nuestro origen primero y fin supremo, que es Dios. Hay que añadir, además, que sin la virtud de la religión no es posible virtud auténtica alguna, porque la virtud moral es aquella virtud cuyos actos tienen por objeto todo lo que nos lleva a Dios, considerado como supremo y último bien del hombre; y por esto, la religión, cuyo oficio es realizar todo lo que tiene por fin directo e inmediato el honor de Dios (9), es la reina y la regla a la vez de todas las virtudes. Y si se pregunta cuál es la religión que hay que seguir entre tantas religiones opuestas entre sí, la respuesta la dan al unísono la razón y naturaleza: la religión que Dios ha mandado, y que es fácilmente reconocible por medio de ciertas notas exteriores con las que la divina Providencia ha querido distinguirla, para evitar un error, que, en asunto de tanta trascendencia, implicaría desastrosas consecuencias. Por esto, conceder al hombre esta libertad de cultos de que estamos hablando equivale a concederle el derecho de desnaturalizar impunemente una obligación santísima y de ser infiel a ella, abandonando el bien para entregarse al mal. Esto, lo hemos dicho ya, no es libertad, es una depravación de la libertad y una esclavitud del alma entregada al pecado...

“16. Considerada desde el punto de vista social y político, esta libertad de cultos pretende que el Estado no rinda a Dios culto alguno o no autorice culto público alguno, que ningún culto sea preferido a otro, que todos gocen de los mismos derechos y que el pueblo no signifique nada cuando profesa la religión católica. Para que estas pretensiones fuesen acertadas haría falta que los deberes del Estado para con Dios fuesen nulos o pudieran al menos ser quebrantados impunemente por el Estado. Ambos supuestos son falsos. Porque nadie puede dudar que la existencia de la sociedad civil es obra de la voluntad de Dios, ya se considere esta sociedad en sus miembros, ya en su forma, que es la autoridad; ya en su causa, ya en los copiosos beneficios que proporciona al hombre. Es Dios quien ha hecho al hombre sociable y quien le ha colocado en medio de sus semejantes, para que las exigencias naturales que él por sí solo no puede colmar las vea satisfechas dentro de la sociedad. Por esto es necesario que el Estado, por el mero hecho de ser sociedad, reconozca a Dios como Padre y autor y reverencie y adore su poder y su dominio. La justicia y la razón prohíben, por tanto, el ateísmo del Estado, o, lo que equivaldría al ateísmo, el indiferentismo del Estado en materia religiosa, y la igualdad jurídica indiscriminada de todas las religiones. Siendo, pues, necesaria en el Estado la profesión pública de una religión, el Estado debe profesar la única religión verdadera, la cual es reconocible con facilidad, singularmente en los pueblos católicos, puesto que en ella aparecen como grabados los caracteres distintivos de la verdad. Esta es la religión que deben conservar y proteger los gobernantes, si quieren atender con prudente utilidad, como es su obligación, a la comunidad política. Porque el poder político ha sido constituido para utilidad de los gobernados. Y aunque el fin próximo de su actuación es proporcionar a los ciudadanos la prosperidad de esta vida terrena, sin embargo, no debe disminuir, sino aumentar, al ciudadano las facilidades para conseguir el sumo y último bien, en que está la sempiterna bienaventuranza del hombre, y al cual no puede éste llegar si se descuida la religión...

“17. Ya en otras ocasiones hemos hablado ampliamente de este punto (10). Ahora sólo queremos hacer una advertencia: la libertad de cultos es muy perjudicial para la libertad verdadera, tanto de los gobernantes como de los gobernados. La religión, en cambio, es sumamente provechosa para esa libertad, porque coloca en Dios el origen primero del poder e impone con la máxima autoridad a los gobernantes la obligación de no olvidar sus deberes, de no mandar con injusticia o dureza y de gobernar a los pueblos con benignidad y con un amor casi paterno. Por otra parte, la religión manda a los ciudadanos la sumisión a los poderes legítimos como a representantes de Dios y los une a los gobernantes no solamente por medio de la obediencia, sino también con un respeto amoroso, prohibiendo toda revolución y todo conato que pueda turbar el orden y la tranquilidad pública, y que al cabo son causa de que se vea sometida a mayores limitaciones la libertad de los ciudadanos. Dejamos a un lado la influencia de la religión sobre la sana moral y la influencia de esta moral sobre la misma libertad. La razón demuestra y la historia confirma este hecho: la libertad, la prosperidad y la grandeza de un Estado están en razón directa de la moral de sus hombres...

Sin otro particular por el momento, aprovecho la ocasión para suscribirme a sus órdenes siempre.

Atentamente,

Mario R. Saviñón

El ecumenismo de trinchera enfrenta a Barack Obama

The Manhattan Declaration: A Call of Christian Conscience
Released November 20, 2009

www.manhattandeclaration.org

Preamble

Christians are heirs of a 2,000 year tradition of proclaiming God’s word, seeking justice in our societies, resisting tyranny, and reaching out with compassion to the poor, oppressed and suffering.

While fully acknowledging the imperfections and shortcomings of Christian institutions and communities in all ages, we claim the heritage of those Christians who defended innocent life by rescuing discarded babies from trash heaps in Roman cities and publicly denouncing the Empire’s sanctioning of infanticide. We remember with reverence those believers who sacrificed their lives by remaining in Roman cities to tend the sick and dying during the plagues, and who died bravely in the coliseums rather than deny their Lord.

After the barbarian tribes overran Europe, Christian monasteries preserved not only the Bible but also the literature and art of Western culture. It was Christians who combated the evil of slavery: Papal edicts in the 16th and 17th centuries decried the practice of slavery and first excommunicated anyone involved in the slave trade; evangelical Christians in England, led by John Wesley and William Wilberforce, put an end to the slave trade in that country. Christians under Wilberforce’s leadership also formed hundreds of societies for helping the poor, the imprisoned, and child laborers chained to machines.

In Europe, Christians challenged the divine claims of kings and successfully fought to establish the rule of law and balance of governmental powers, which made modern democracy possible. And in America, Christian women stood at the vanguard of the suffrage movement. The great civil rights crusades of the 1950s and 60s were led by Christians claiming the Scriptures and asserting the glory of the image of God in every human being regardless of race, religion, age or class.

This same devotion to human dignity has led Christians in the last decade to work to end the dehumanizing scourge of human trafficking and sexual slavery, bring compassionate care to AIDS sufferers in Africa, and assist in a myriad of other human rights causes – from providing clean water in developing nations to providing homes for tens of thousands of children orphaned by war, disease and gender discrimination.

Like those who have gone before us in the faith, Christians today are called to proclaim the Gospel of costly grace, to protect the intrinsic dignity of the human person and to stand for the common good. In being true to its own calling, the call to discipleship, the church through service to others can make a profound contribution to the public good.

Declaration

We, as Orthodox, Catholic, and Evangelical Christians, have gathered, beginning in New York on September 28, 2009, to make the following declaration, which we sign as individuals, not on behalf of our organizations, but speaking to and from our communities. We act together in obedience to the one true God, the triune God of holiness and love, who has laid total claim on our lives and by that claim calls us with believers in all ages and all nations to seek and defend the good of all who bear his image. We set forth this declaration in light of the truth that is grounded in Holy Scripture, in natural human reason (which is itself, in our view, the gift of a beneficent God), and in the very nature of the human person. We call upon all people of goodwill, believers and nonbelievers alike, to consider carefully and reflect critically on the issues we here address as we, with St. Paul, commend this appeal to everyone’s conscience in the sight of God.

While the whole scope of Christian moral concern, including a special concern for the poor and vulnerable, claims our attention, we are especially troubled that in our nation today the lives of the unborn, the disabled, and the elderly are severely threatened; that the institution of marriage, already buffeted by promiscuity, infidelity and divorce, is in jeopardy of being redefined to accommodate fashionable ideologies; that freedom of religion and the rights of conscience are gravely jeopardized by those who would use the instruments of coercion to compel persons of faith to compromise their deepest convictions.

Because the sanctity of human life, the dignity of marriage as a union of husband and wife, and the freedom of conscience and religion are foundational principles of justice and the common good, we are compelled by our Christian faith to speak and act in their defense. In this declaration we affirm: 1) the profound, inherent, and equal dignity of every human being as a creature fashioned in the very image of God, possessing inherent rights of equal dignity and life; 2) marriage as a conjugal union of man and woman, ordained by God from the creation, and historically understood by believers and nonbelievers alike, to be the most basic institution in society and; 3) religious liberty, which is grounded in the character of God, the example of Christ, and the inherent freedom and dignity of human beings created in the divine image.

We are Christians who have joined together across historic lines of ecclesial differences to affirm our right—and, more importantly, to embrace our obligation—to speak and act in defense of these truths. We pledge to each other, and to our fellow believers, that no power on earth, be it cultural or political, will intimidate us into silence or acquiescence. It is our duty to proclaim the Gospel of our Lord and Savior Jesus Christ in its fullness, both in season and out of season. May God help us not to fail in that duty.

Life

So God created man in his own image, in the image of God he created him; male and female he created them. Genesis 1:27

I have come that they may have life, and have it to the full. John 10:10

Although public sentiment has moved in a prolife direction, we note with sadness that proabortion ideology prevails today in our government. The present administration is led and staffed by those who want to make abortions legal at any stage of fetal development, and who want to provide abortions at taxpayer expense. Majorities in both houses of Congress hold proabortion views. The Supreme Court, whose infamous 1973 decision in Roe v. Wade stripped the unborn of legal protection, continues to treat elective abortion as a fundamental constitutional right, though it has upheld as constitutionally permissible some limited restrictions on abortion. The President says that he wants to reduce the “need” for abortion—a commendable goal. But he has also pledged to make abortion more easily and widely available by eliminating laws prohibiting government funding, requiring waiting periods for women seeking abortions, and parental notification for abortions performed on minors. The elimination of these important and effective prolife laws cannot reasonably be expected to do other than significantly increase the number of elective abortions by which the lives of countless children are snuffed out prior to birth. Our commitment to the sanctity of life is not a matter of partisan loyalty, for we recognize that in the thirtysix years since Roe v. Wade, elected officials and appointees of both major political parties have been complicit in giving legal sanction to what Pope John Paul II described as “the culture of death.” We call on all officials in our country, elected and appointed, to protect and serve every member of our society, including the most marginalized, voiceless, and vulnerable among us.

A culture of death inevitably cheapens life in all its stages and conditions by promoting the belief that lives that are imperfect, immature or inconvenient are discardable. As predicted by many prescient persons, the cheapening of life that began with abortion has now metastasized. For example, human embryo destructive research and its public funding are promoted in the name of science and in the cause of developing treatments and cures for diseases and injuries. The President and many in Congress favor the expansion of embryo research to include the taxpayer funding of so called “therapeutic cloning.” This would result in the industrial mass production of human embryos to be killed for the purpose of producing genetically customized stem cell lines and tissues. At the other end of life, an increasingly powerful movement to promote assisted suicide and “voluntary” euthanasia threatens the lives of vulnerable elderly and disabled persons. Eugenic notions such as the doctrine of lebensunwertes Leben (“life unworthy of life”) were first advanced in the 1920s by intellectuals in the elite salons of America and Europe. Long buried in ignominy after the horrors of the mid 20th century, they have returned from the grave. The only difference is that now the doctrines of the eugenicists are dressed up in the language of “liberty,” “autonomy,” and “choice.”

We will be united and untiring in our efforts to roll back the license to kill that began with the abandonment of the unborn to abortion. We will work, as we have always worked, to bring assistance, comfort, and care to pregnant women in need and to those who have been victimized by abortion, even as we stand resolutely against the corrupt and degrading notion that it can somehow be in the best interests of women to submit to the deliberate killing of their unborn children. Our message is, and ever shall be, that the just, humane, and truly Christian answer to problem pregnancies is for all of us to love and care for mother and child alike.

A truly prophetic Christian witness will insistently call on those who have been entrusted with temporal power to fulfill the first responsibility of government: to protect the weak and vulnerable against violent attack, and to do so with no favoritism, partiality, or discrimination. The Bible enjoins us to defend those who cannot defend themselves, to speak for those who cannot themselves speak. And so we defend and speak for the unborn, the disabled, and the dependent. What the Bible and the light of reason make clear, we must make clear. We must be willing to defend, even at risk and cost to ourselves and our institutions, the lives of our brothers and sisters at every stage of development and in every condition.

Our concern is not confined to our own nation. Around the globe, we are witnessing cases of genocide and “ethnic cleansing,” the failure to assist those who are suffering as innocent victims of war, the neglect and abuse of children, the exploitation of vulnerable laborers, the sexual trafficking of girls and young women, the abandonment of the aged, racial oppression and discrimination, the persecution of believers of all faiths, and the failure to take steps necessary to halt the spread of preventable diseases like AIDS. We see these travesties as flowing from the same loss of the sense of the dignity of the human person and the sanctity of human life that drives the abortion industry and the movements for assisted suicide, euthanasia, and human cloning for biomedical research. And so ours is, as it must be, a truly consistent ethic of love and life for all humans in all circumstances.

Marriage

The man said, "This is now bone of my bones and flesh of my flesh; she shall be called woman, for she was taken out of man." For this reason a man will leave his father and mother and be united to his wife, and they will become one flesh. Genesis 2:23-24

This is a profound mystery—but I am talking about Christ and the church. However, each one of you also must love his wife as he loves himself, and the wife must respect her husband. Ephesians 5:32-33

In Scripture, the creation of man and woman, and their oneflesh union as husband and wife, is the crowning achievement of God’s creation. In the transmission of life and the nurturing of children, men and women joined as spouses are given the great honor of being partners with God Himself. Marriage then, is the first institution of human society—indeed it is the institution on which all other human institutions have their foundation. In the Christian tradition we refer to marriage as “holy matrimony” to signal the fact that it is an institution ordained by God, and blessed by Christ in his participation at a wedding in Cana of Galilee. In the Bible, God Himself blesses and holds marriage in the highest esteem.

Vast human experience confirms that marriage is the original and most important institution for sustaining the health, education, and welfare of all persons in a society. Where marriage is honored, and where there is a flourishing marriage culture, everyone benefits—the spouses themselves, their children, the communities and societies in which they live. Where the marriage culture begins to erode, social pathologies of every sort quickly manifest themselves. Unfortunately, we have witnessed over the course of the past several decades a serious erosion of the marriage culture in our own country. Perhaps the most telling—and alarming—indicator is the outofwedlock birth rate. Less than fifty years ago, it was under 5 percent. Today it is over 40 percent. Our society—and particularly its poorest and most vulnerable sectors, where the outofwedlock birth rate is much higher even than the national average—is paying a huge price in delinquency, drug abuse, crime, incarceration, hopelessness, and despair. Other indicators are widespread nonmarital sexual cohabitation and a devastatingly high rate of divorce.

We confess with sadness that Christians and our institutions have too often scandalously failed to uphold the institution of marriage and to model for the world the true meaning of marriage. Insofar as we have too easily embraced the culture of divorce and remained silent about social practices that undermine the dignity of marriage we repent, and call upon all Christians to do the same.

To strengthen families, we must stop glamorizing promiscuity and infidelity and restore among our people a sense of the profound beauty, mystery, and holiness of faithful marital love. We must reform illadvised policies that contribute to the weakening of the institution of marriage, including the discredited idea of unilateral divorce. We must work in the legal, cultural, and religious domains to instill in young people a sound understanding of what marriage is, what it requires, and why it is worth the commitment and sacrifices that faithful spouses make.

The impulse to redefine marriage in order to recognize samesex and multiple partner relationships is a symptom, rather than the cause, of the erosion of the marriage culture. It reflects a loss of understanding of the meaning of marriage as embodied in our civil and religious law and in the philosophical tradition that contributed to shaping the law. Yet it is critical that the impulse be resisted, for yielding to it would mean abandoning the possibility of restoring a sound understanding of marriage and, with it, the hope of rebuilding a healthy marriage culture. It would lock into place the false and destructive belief that marriage is all about romance and other adult satisfactions, and not, in any intrinsic way, about procreation and the unique character and value of acts and relationships whose meaning is shaped by their aptness for the generation, promotion and protection of life. In spousal communion and the rearing of children (who, as gifts of God, are the fruit of their parents’ marital love), we discover the profound reasons for and benefits of the marriage covenant.

We acknowledge that there are those who are disposed towards homosexual and polyamorous conduct and relationships, just as there are those who are disposed towards other forms of immoral conduct. We have compassion for those so disposed; we respect them as human beings possessing profound, inherent, and equal dignity; and we pay tribute to the men and women who strive, often with little assistance, to resist the temptation to yield to desires that they, no less than we, regard as wayward. We stand with them, even when they falter. We, no less than they, are sinners who have fallen short of God’s intention for our lives. We, no less than they, are in constant need of God’s patience, love and forgiveness. We call on the entire Christian community to resist sexual immorality, and at the same time refrain from disdainful condemnation of those who yield to it. Our rejection of sin, though resolute, must never become the rejection of sinners. For every sinner, regardless of the sin, is loved by God, who seeks not our destruction but rather the conversion of our hearts. Jesus calls all who wander from the path of virtue to “a more excellent way.” As his disciples we will reach out in love to assist all who hear the call and wish to answer it.

We further acknowledge that there are sincere people who disagree with us, and with the teaching of the Bible and Christian tradition, on questions of sexual morality and the nature of marriage. Some who enter into samesex and polyamorous relationships no doubt regard their unions as truly marital. They fail to understand, however, that marriage is made possible by the sexual complementarity of man and woman, and that the comprehensive, multilevel sharing of life that marriage is includes bodily unity of the sort that unites husband and wife biologically as a reproductive unit. This is because the body is no mere extrinsic instrument of the human person, but truly part of the personal reality of the human being. Human beings are not merely centers of consciousness or emotion, or minds, or spirits, inhabiting nonpersonal bodies. The human person is a dynamic unity of body, mind, and spirit. Marriage is what one man and one woman establish when, forsaking all others and pledging lifelong commitment, they found a sharing of life at every level of being—the biological, the emotional, the dispositional, the rational, the spiritual— on a commitment that is sealed, completed and actualized by loving sexual intercourse in which the spouses become one flesh, not in some merely metaphorical sense, but by fulfilling together the behavioral conditions of procreation. That is why in the Christian tradition, and historically in Western law, consummated marriages are not dissoluble or annullable on the ground of infertility, even though the nature of the marital relationship is shaped and structured by its intrinsic orientation to the great good of procreation.

We understand that many of our fellow citizens, including some Christians, believe that the historic definition of marriage as the union of one man and one woman is a denial of equality or civil rights. They wonder what to say in reply to the argument that asserts that no harm would be done to them or to anyone if the law of the community were to confer upon two men or two women who are living together in a sexual partnership the status of being “married.” It would not, after all, affect their own marriages, would it? On inspection, however, the argument that laws governing one kind of marriage will not affect another cannot stand. Were it to prove anything, it would prove far too much: the assumption that the legal status of one set of marriage relationships affects no other would not only argue for same sex partnerships; it could be asserted with equal validity for polyamorous partnerships, polygamous households, even adult brothers, sisters, or brothers and sisters living in incestuous relationships. Should these, as a matter of equality or civil rights, be recognized as lawful marriages, and would they have no effects on other relationships? No. The truth is that marriage is not something abstract or neutral that the law may legitimately define and redefine to please those who are powerful and influential.

No one has a civil right to have a nonmarital relationship treated as a marriage. Marriage is an objective reality—a covenantal union of husband and wife—that it is the duty of the law to recognize and support for the sake of justice and the common good. If it fails to do so, genuine social harms follow. First, the religious liberty of those for whom this is a matter of conscience is jeopardized. Second, the rights of parents are abused as family life and sex education programs in schools are used to teach children that an enlightened understanding recognizes as “marriages” sexual partnerships that many parents believe are intrinsically nonmarital and immoral. Third, the common good of civil society is damaged when the law itself, in its critical pedagogical function, becomes a tool for eroding a sound understanding of marriage on which the flourishing of the marriage culture in any society vitally depends. Sadly, we are today far from having a thriving marriage culture. But if we are to begin the critically important process of reforming our laws and mores to rebuild such a culture, the last thing we can afford to do is to redefine marriage in such a way as to embody in our laws a false proclamation about what marriage is.

And so it is out of love (not “animus”) and prudent concern for the common good ¿not “prejudice”), that we pledge to labor ceaselessly to preserve the legal definition of marriage as the union of one man and one woman and to rebuild the marriage culture. How could we, as Christians, do otherwise? The Bible teaches us that marriage is a central part of God’s creation covenant.

Indeed, the union of husband and wife mirrors the bond between Christ and his church. And so just as Christ was willing, out of love, to give Himself up for the church in a complete sacrifice, we are willing, lovingly, to make whatever sacrifices are required of us for the sake of the inestimable treasure that is marriage.

Religious Liberty

The Spirit of the Sovereign LORD is on me, because the LORD has anointed me to preach good news to the poor. He has sent me to bind up the brokenhearted, to proclaim freedom for the captives and release from darkness for the prisoners. Isaiah 61:1

Give to Caesar what is Caesar's, and to God what is God's. Matthew 22:21

The struggle for religious liberty across the centuries has been long and arduous, but it is not a novel idea or recent development. The nature of religious liberty is grounded in the character of God Himself, the God who is most fully known in the life and work of Jesus Christ. Determined to follow Jesus faithfully in life and death, the early Christians appealed to the manner in which the Incarnation had taken place: “Did God send Christ, as some suppose, as a tyrant brandishing fear and terror? Not so, but in gentleness and meekness..., for compulsion is no attribute of God”(Epistle to Diognetus 7.34). Thus the right to religious freedom has its foundation in the example of Christ Himself and in the very dignity of the human person created in the image of God—a dignity, as our founders proclaimed, inherent in every human, and knowable by all in the exercise of right reason.

Christians confess that God alone is Lord of the conscience. Immunity from religious coercion is the cornerstone of an unconstrained conscience. No one should be compelled to embrace any religion against his will, nor should persons of faith be forbidden to worship God according to the dictates of conscience or to express freely and publicly their deeply held religious convictions. What is true for individuals applies to religious communities as well.

It is ironic that those who today assert a right to kill the unborn, aged and disabled and also a right to engage in immoral sexual practices, and even a right to have relationships integrated around these practices be recognized and blessed by law—such persons claiming these “rights” are very often in the vanguard of those who would trample upon the freedom of others to express their religious and moral commitments to the sanctity of life and to the dignity of marriage as the conjugal union of husband and wife.

We see this, for example, in the effort to weaken or eliminate conscience clauses, and therefore to compel prolife institutions (including religiously affiliated hospitals and clinics), and prolife physicians, surgeons, nurses, and other health care professionals, to refer for abortions and, in certain cases, even to perform or participate in abortions. We see it in the use of antidiscrimination statutes to force religious institutions, businesses, and service providers of various sorts to comply with activities they judge to be deeply immoral or go out of business. After the judicial imposition of “samesex marriage” in Massachusetts, for example, Catholic Charities chose with great reluctance to end its centurylong work of helping to place orphaned children in good homes rather than comply with a legal mandate that it place children in samesex households in violation of Catholic moral teaching. In New Jersey, after the establishment of a quasimarital “civil unions” scheme, a Methodist institution was stripped of its tax exempt status when it declined, as a matter of religious conscience, to permit a facility it owned and operated to be used for ceremonies blessing homosexual unions. In Canada and some European nations, Christian clergy have been prosecuted for preaching Biblical norms against the practice of homosexuality. New hatecrime laws in America raise the specter of the same practice here. in recent decades a growing body of case law has paralleled the decline in respect for religious values in the media, the academy and political leadership, resulting in restrictions on the free exercise of religion. We view this as an ominous development, not only because of its threat to the individual liberty guaranteed to every person, regardless of his or her faith, but because the trend also threatens the common welfare and the culture of freedom on which our system of republican government is founded. Restrictions on the freedom of conscience or the ability to hire people of one’s own faith or conscientious moral convictions for religious institutions, for example, undermines the viability of the intermediate structures of society, the essential buffer against the overweening authority of the state, resulting in the soft despotism Tocqueville (1) so prophetically warned of disintegration of civil society is a prelude to tyranny. As Christians, we take seriously the Biblical admonition to respect and obey those in authority.

We believe in law and in the rule of law. We recognize the duty to comply with laws whether we happen to like them or not, unless the laws are gravely unjust or require those subject to them to do something unjust or otherwise immoral. The biblical purpose of law is to preserve order and serve justice and the common good; yet laws that are unjust—and especially laws that purport to compel citizens to do what is unjust—undermine the common good, rather than serve it.

Going back to the earliest days of the church, Christians have refused to compromise their proclamation of the gospel. In Acts 4, Peter and John were ordered to stop preaching. Their answer was, “Judge for yourselves whether it is right in God's sight to obey you rather than God. For we cannot help speaking about what we have seen and heard.” Through the centuries, Christianity has taught that civil disobedience is not only permitted, but sometimes required. There is no more eloquent defense of the rights and duties of religious conscience than the one offered by Martin Luther King, Jr., in his Letter from a Birmingham Jail. Writing from an explicitly Christian perspective, and citing Christian writers such as Augustine and Aquinas, King taught that just laws elevate and ennoble human beings because they are rooted in the moral law whose ultimate source is God Himself. Unjust laws degrade human beings. Inasmuch as they can claim no authority beyond sheer human will, they lack any power to bind in conscience. King’s willingness to go to jail, rather than comply with legal injustice, was exemplary and inspiring. Because we honor justice and the common good, we will not comply with any edict that purports to compel our institutions to participate in abortions, embryodestructive research, assisted suicide and euthanasia, or any other antilife act; nor will we bend to any rule purporting to force us to bless immoral sexual partnerships, treat them as marriages or the equivalent, or refrain from proclaiming the truth, as we know it, about morality and immorality and marriage and the family. We will fully and ungrudgingly render to Caesar what is Caesar’s. But under no circumstances will we render to Caesar what is God’s.

1. Alexis de Tocqueville, Democracy in America.