Una idea central...

Somos La Iglesia católica


Nuestra familia está compuesta por personas de toda raza. Somos jóvenes y ancianos, ricos y pobres, hombres y mujeres, pecadores y santos.

Nuestra familia ha perseverado a través de los siglos y establecido a lo ancho de todo el mundo.

Con la gracia de Dios hemos fundado hospitales para poder cuidar a los enfermos, hemos abierto orfanatorios para cuidar de los niños, ayudamos a los más pobres y menos favorecidos. Somos la más grande organización caritativa de todo el planeta, llevando consuelo y alivio a los más necesitados.Educamos a más niños que cualquier otra institución escolar o religiosa.

Inventamos el método científico y las leyes de evidencia. Hemos fundado el sistema universitario.

Defendemos la dignidad de la vida humana en todas sus formas mientras promovemos el matrimonio y la familia.

Muchas ciudades llevan el nombre de nuestros venerados santos, que nos han precedido en el camino al cielo.

Guiados por el Espíritu Santo hemos compilado La Biblia. Somos transformados continuamente por Las Sagradas Escrituras y por la sagrada Tradición, que nos han guiado consistentemente por más de dos mil (2’000) años.

Somos… La Iglesia católica.

Contamos con más de un billón (1’000’000’000) de personas en nuestra familia compartiendo los Sacramentos y la plenitud de la fe cristiana. Por siglos hemos rezado por ti y tu familia, por el mundo entero, cada hora, cada día, cada vez que celebramos La Santa Misa.

Jesús de Nazaret ha puesto el fundamento de nuestra fe cuando dijo a Simón-Pedro, el primer Papa: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella» (Mt. XVI, 18).

Durante XX siglos hemos tenido una línea ininterrumpida de Pastores guiando nuestro rebaño, La Iglesia universal, con amor y con verdad, en medio de un mundo confuso y herido. Y en este mundo lleno de caos, problemas y dolor, es consolador saber que hay algo consistente, verdadero y sólido: nuestra fe católica y el amor eterno que Dios tiene y ha tenido por toda la creación.

Si has permanecido alejado de La Iglesia católica, te invitamos a verla de un modo nuevo hoy, visita www.catolicosregresen.org.

Somos una familia unida en Cristo Jesús, nuestro Señor y Salvador. Somos católicos, bienvenido a Casa...

Contenido del Blog

Tiempo de carnaval o de Cuaresma

Carnaval: Tiempo que se destinaba a las diversiones desde el Día de los Reyes hasta el Miércoles de Ceniza. También se aplica sólo a los tres días que preceden al Miércoles de Ceniza.

También se le llama Carnestolendas, por ser los tres días de carne antes de entrar en el período de abstinencia, ayuno y penitencia.

En todos los países en que se celebra el carnaval se toma en cuenta lo que significa: desahogarse de los deseos de la carne antes de entrar en tiempo de Cuaresma.

Hoy debería haber sido la celebración de nuestras fiestas de Carnaval, pero se insiste en celebrarlo durante el tiempo de Cuaresma. Y no sabemos aún a qué se debe esto. Pensábamos que tantas reuniones para separar las fiestas de carnaval con la cuaresma, eran un hecho.

¿Por qué se vuelve a caer en la incoherencia de hacer vivir a un pueblo católico de espalda a sus creencias? O, ¿ya no somos un pueblo católico?

¿Qué ha pasado con nuestras tradiciones cristianas católicas? Con nuestra pasividad hemos dejado que los enemigos del Reino nos quiten nuestro tesoro espiritual.

“Los carnavales que se organizan y celebran en muchas ciudades del mundo no son fiestas de las que se suele salir mejores de lo que somos. Tienen más de paganas que de cristianas. En estas fiestas es muy frecuente usar máscaras para cubrirse la cara y también seguramente para encubrir la vergüenza de actuar de manera diferente de lo que somos.

También los actores y payasos se cubren con la máscara, ríen y lloran conforme lo reclama el papel que representan; pero siempre se trata de una actitud simulada... Pero la máscara con que nos encubrimos sólo puede engañar a los hombres; no a Dios, que todo lo sabe y todo lo ve que y que penetra con su divina mirada hasta el fondo de nuestros corazones.” (Tomado de La Palabra en Cuaresma de Mons. Pepén).

“Sáname, Señor, porque he pecado contra Ti”, es el Salmo 40 que nos trae hoy la Liturgia de la Palabra.

Pan y Circo. Eso le daban los Romanos al pueblo para que olvidaran sus penurias.

¡Despierten, cristianos! Ya está bueno de mantenernos al margen de todo lo que sucede a nuestro alrededor.

No necesitamos de fiestas de la carne para sentirnos felices. Tenemos a Cristo. Somos sus testigos y misioneros, y debemos luchar por revelar Su presencia a todos los hombres de buena voluntad. Vamos a vivir estos 40 días de desierto que comienzan en esta semana, con espíritu de conversión.

Maruchi R. de Elmúdesi

melmudesi@hotmail.com

El Padre Maciel y los Legionarios de Cristo

Habla la otra hija del P. Marcial Maciel

Ayer, 4 de febrero, sin que nadie se lo esperara, apareció de repente, como salida de la nada, una hija del P. Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo. Fue la gran noticia a ocho columnas que recorrió las rotativas del mundo entero, desde el enorme "New York Times", hasta el pequeñito "Diario de Tingüindín", pasando por el "Washington Post", "El País", "Le Monde" y cientos de periódicos más, incluyendo la blogósfera a nivel internacional.

Esa chiquilla, hasta ayer desconocida, sin deberla ni temerla, se ha hecho famosa en el mundo entero en un solo día y... no puedo negar que eso me ha hecho sentirme un poco celosa, pues... yo no saldré publicada en todos los diarios (tal vez en ninguno) y ¡también soy hija del P. Maciel!

No llevo su sangre en mis venas (por eso no soy noticia), pero gran parte de lo que soy (casi todo) se lo debo a él. Sí, el P. Maciel es mi padre (Nuestro Padre, como cariñosamente le llamamos los miembros del Regnum Christi) y lo digo con mucho orgullo.

Es cierto que sus genes no son mis genes (ésos, los heredé de mis padres biológicos) pero mi cerebro está lleno de los pensamientos que él me enseñó; mis palabras están contagiadas de las palabras que desde niña leí en sus cartas, al grado que a veces confundo las suyas con las mías; mi espiritualidad es la espiritualidad que él me enseñó a desarrollar; mi vida de oración es tal como él me enseñó a orar; mi corazón siente tal como él me enseñó a sentir, siempre poniendo a los demás antes que a mí.

De él recibí las pautas para llevar con éxito mi vida matrimonial, para educar a mis hijos con disciplina y delicadeza, para trabajar con ardor por la salvación de las almas y la extensión del Reino de Cristo. Gracias a él conocí a Dios y pude tener un encuentro personal con Jesucristo, que se convirtió, desde mi adolescencia, en el Centro, Modelo y Criterio de mi vida. Soy, sin lugar a dudas, una auténtica hija del P. Maciel.

Pero... ella, mi hermana menor, la que acaba de aparecer, y no yo, es a la que han hecho famosa todos los diarios. Era de esperarse, pues ella es su hija como fruto de la debilidad humana y de un pecado secreto, de ésos que todos hemos cometido en alguna ocasión (y eso, lo escandaloso y turbio es lo que busca la prensa). Yo, en cambio, no soy noticia... porque soy hija de las cosas buenas del P. Maciel, soy fruto de sus muchas buenas obras, de sus buenos pensamientos, de su fortaleza, de su entrega; de su amor a Jesucristo, a las almas y a la Iglesia; de su intensa vida de oración y su enorme riqueza intelectual, espiritual y apostólica que dejó plasmada en su cartas y en las constituciones de la Legión y el Regnum Christi.

¿Es ella, la ahora famosa, más hija del P. Maciel que lo que soy yo? No, creo que no.

En fin... muchos me preguntaban ayer si no me sentía triste y decepcionada de Nuestro Padre con la noticia de su «doble vida». No, en absoluto. «Dobles vidas» las tenemos todos, porque todos en la Iglesia somos pecadores y nuestra vida virtuosa se ve continuamente tentada por las astucias del demonio y manchada por el pecado.

Gracias a Dios, contamos con el sacramento de la Penitencia, que nos permite, con un sincero arrepentimiento, limpiar el pasado y empezar a caminar de nuevo en gracia. Estoy plenamente segura de que Nuestro Padre recurrió a ese sacramento y que ahora está en la Gloria de Dios, no por sus pecados (que deben haber sido muchos) sino por las innumerables buenas obras que realizó durante su vida en bien de la Iglesia y las almas.

Sé que muchos se retirarán avergonzados al conocer los pecados de Nuestro Padre. Yo me quedo aquí, con los que queden, para continuar la hermosa obra que inició el P. Maciel, defendiendo nuestro carisma fundacional, para que no se pierda nada de todo lo bueno que él nos dejó en herencia.

Soy «la otra hija del P. Maciel» y, aunque no soy noticia, a él, mi padre («Nuestro Padre»), sólo le debo (al igual que ayer y que siempre) un gran respeto, una venerable admiración, un profundo cariño filial y un sincero y enorme agradecimiento. ¡Que Dios lo guarde en su Gloria!

05.II.2009

Lucrecia Rego de Planas – Directora de http://www.catholic.net/

Cortesía de: http://www.conocereisdeverdad.org/

Punto de Vista en AciPrensa:

Los legionarios de Cristo

Los legionarios de Cristo 2

Un cristiano no necesita el "yoga"

Por María Victoria Camino

El yoga, disciplina espiritual arraigada en la religión del hinduismo, no es compatible con el cristianismo, ni en la idea de Dios, ni en la idea del hombre ni en su finalidad. Por eso, un cristiano debe preguntarse si de verdad es prudente involucrarse en la práctica del yoga. A Dios, ese que los hindúes y yoghis llaman Brahman, lo conciben como un ser impersonal que abarca todo el Universo; es panteísmo. El Dios de la Biblia, en el que creemos los cristianos, es el Creador del Universo y distinto de éste. "La principal enseñanza del yoga es que la verdadera naturaleza del hombre es divina" (Swami Ajaya). La finalidad del yoga es la unión con Brahman.

Para los cristianos, el hombre es criatura de Dios, no un dios, y su finalidad es amarle y ser feliz con Él por toda la eternidad. Pero ese amor a Dios incluye el amor al prójimo. En el cristianismo no hay ni individualismo ni egoísmo ni narcisismo, sino apertura a los demás como requisito indispensable para que el amor a Dios sea verdadero.

Algunos cristianos que practican yoga, dicen que lo hacen sólo como ejercicio físico, pero eso sólo puede ser válido al principio, ya que la finalidad del hatha yoga, o yoga físico, es considerado como una forma de ayudar al yogui a lograr la iluminación o unión con Brahman, o conciencia universal (nada tiene que ver esto con el cristianismo sino que se opone a él).

Hay programas de ejercicios físicos muy beneficiosos y sin los añadidos de religiones orientales que no son para el cristiano auténtico; por ejemplo, el estiramiento, el aerobic, el ballet acuático, etc.

Pese a la propaganda de supuestos beneficios para la salud, no siempre resulta así y pueden desencadenarse problemas físicos y para la mente. Dice Swami Prabhavananda: "A menos que se hagan correctamente, hay una buena posibilidad de dañar el cerebro. Y las personas que practican este tipo de respiración sin una supervisión adecuada pueden sufrir una enfermedad que ninguna ciencia o médico conocidos pueden curar". Gopi Krishna, al describir el despertar del "kundalini" o el poder de la serpiente enroscada, cuenta así su experiencia: "Fue variable durante muchos años, dolorosa, obsesiva... He pasado por casi todas las etapas de ... tipos de mente: mediúmica, psicótica y otros; durante un tiempo estuve alternando entre la cordura y la locura".

¿El yoga para prepararse a la oración? Un cristiano no necesita, para aprender a orar, recurrir al yoga ni a práctica esotérica alguna. La oración cristiana y la mística Nueva Era son diferentes en el fin y en los métodos. La oración contemplativa busca la unión con Dios por el amor, sabiendo que la esencia del hombre ni es divina ni puede llegar a serlo.

La Iglesia afirma en el Documento "Cristo portador del Agua de la vida": "Para los cristianos, la vida espiritual consiste en una relación con Dios que se va haciendo cada vez más profunda con la ayuda de la gracia, en un proceso que ilumina también la relación con nuestros hermanos. La espiritualidad, para la Nueva Era, significa experimentar estados de conciencia dominados por un sentido de armonía y fusión con el Todo. Así, «mística» no se refiere a un encuentro con el Dios trascendente en la plenitud del amor, sino a la experiencia provocada por un volverse sobre sí mismo, un sentimiento exaltante de estar en comunión con el universo, de dejar que la propia individualidad se hunda en el gran océano del Ser", el Cosmos.

Vayamos a lo nuestro: Para hacer oración mental, tenemos a nuestra disposición las enseñanzas de San Ignacio de Loyola (el método ignaciano), tan fielmente seguido por el Siervo de Dios Padre Tomás Morales, jesuita, en Retiros y Ejercicios Espirituales de su Fundación "La Milicia de Santa María"; la corriente mística de Santa Teresa de Jesús; también, la oración carismática que enseña, por ejemplo, el Padre James Manjackal.

Escribió el Padre Manjackal en su artículo sobre el yoga: "La apostasía e infidelidad, la frialdad religiosa y la indiferencia han llegado a Europa a partir de que fueron introducidas en Occidente la mística y las meditaciones orientales, las prácticas esotéricas y las de la Nueva Era", y habla de la necesidad de "la proclamación enérgica del mensaje de Cristo que viene de la Biblia y que es interpretado por la Iglesia para evitar dudas y confusiones que se difunden en Occidente entre muchos cristianos, y llevarles al Camino, la Verdad y la Vida: Jesucristo", pues "sólo la verdad puede hacernos libres".

El Estado Vaticano

80 años del Estado Vaticano:
un pequeño territorio para una gran misión

Su extensión es de 44 hectáreas y, sin lugar a dudas, son las 44 hectáreas mejor aprovechadas que posee cualquier país. Dentro de sus murallas medievales y renacentistas se atesoran milenios de arte, historia y literatura, y es el único Estado declarado enteramente Patrimonio de la Humanidad. ¿Cuál es el origen del país más pequeño del mundo? ¿El Vaticano siempre ha tenido la extensión territorial que hoy conocemos? ¿Por qué una realidad temporal para una misión espiritual? ¿Cómo está organizado el Vaticano hoy día?

I. El Patrimonio de san Pedro

Se conoce como Patrimonio de san Pedro (Patrimonium Petri) a las donaciones que, desde los primeros años del cristianismo en Roma y sus alrededores, muchas personas hacían al Príncipe de los Apóstoles en la figura del Papa.

Posiblemente, el primer núcleo patrimonial del que crecería luego todo el Estado Pontificio, fue el sepulcro de san Pedro; después vino el cementerio de san Calixto y, en cierta forma, también las catacumbas.

El emperador (306-337) Constantino (c. 274-337) fue uno de los primeros bienhechores al donar a la Iglesia las basílicas de san Pedro y san Pablo, dotándolas de otras extensiones que pertenecían a su patrimonio personal. Otros ricos terratenientes, patricios romanos y fieles en general, dejaban en herencia sus bienes (minas, campos, prados, etc.) al Papa en cuanto sucesor de san Pedro. Así se formó ese patrimonio, que luego se extendió por otras provincias.

Es en el Patrimonium Petri donde encontramos la raíz de la soberanía pontificia, una soberanía que fue creciendo y consolidándose conforme aumentaban los donativos al Romano Pontífice y disminuía la influencia de la sede del Imperio Romano que había pasado de Roma a Constantinopla.

Tras este cambio, los habitantes de Roma hallaron en el Papa no sólo un pastor espiritual sino también una autoridad temporal. Fue él quien les protegió y organizó ante los continuos ataques de las tribus bárbaras y quien administro los bienes y rentas del Patrimonium Petri procurando ayudarles en sus necesidades. Fue el Papa san León Magno, por ejemplo, quien hizo frente a Atila (452) y a Genserico (455).

II. El Ducado de Roma y la República santa de la Iglesia de Dios

Fue con Gregorio II (715-731) que el Papa aparece por vez primera como señor temporal del Ducado de Roma, un ducado que abarcaba, al sur, toda la Campania y, al norte, la Tuscia romana. No obstante, Gregorio II reconoce la autoridad suprema del Emperador bizantino que se hallaba en Constantinopla y que tenía, para el occidente del imperio, la sede del exarcado en Rávena.

Durante el pontificado del sirio Gregorio III (731-741) aparece en la correspondencia oficial una expresión nueva para designar al Ducado de Roma y a otros territorios del Patrimonium Petri: “República santa de la Iglesia de Dios”. El soberano de derecho aún es el emperador bizantino, pero de hecho ya lo es el Papa. De suyo, Gregorio III impulsa una política de independencia de Constantinopla (Bizancio). En este sentido, Gregorio III da un cambio estratégico al pedir ayuda a los francos (tribu de origen germánico que, con el paso del tiempo, se establecería en los territorios de la actual Francia), y no al emperador, ante el asedio de la tribu longobarda del norte de la actual Italia. Esta actitud supuso un ahondar en la ruptura que ya existía entre el Papa y Bizancio a causa de la herejía iconoclasta.

El griego san Zacarías (741-752) sucedió a Gregorio III y fue quien legitimó a Pipino, padre de Carlomagno, como rey de los francos.

III. Esteban II, Adriano I e Inocencio III, fundador, refundador y reformador de los Estados Pontificios

San Zacarías había logrado una alianza de paz con los longobardos. Pero un nuevo rey, Astolfo, tenía otros intereses: expulsó al último exarca bizantino de Rávena (752) y puso los ojos en la ciudad papal, a la que quería como capital de su reino.

Por entonces, un romano ocupaba ya la silla de Pedro. Se trataba de Esteban II (752-757), quien no dudó en acudir a Pipino para pedirle defendiese “la causa de san Pedro y la república de los romanos”. Pipino y sus hijos Carlos y Carlomán juraron defender siempre a la Iglesia y al Papa. Esteban II les concedió el título que hasta entonces habían llevado los exarcas de Rávena, Patricius Romanorum.

El Pacto entre Pipino y Esteban se formalizó en Quiercy. Los francos defienden al Papa y le restituyen los territorios ocupados, incluido el exarcado de Rávena. En la primavera del 756, Pipino redacta un documento de donación territorial al Papa. Es aquí cuando nacen los Estados Pontificios que abarcaban también la Pentápolis, el Ducado Romano, algunas ciudades aledañas y Córcega.

Al Papa Adriano I (772-795) se debe la consolidación del naciente Estado. Bajo su papado, Carlomagno, sucesor de Pipino, aprobó y confirmó el acuerdo de Quiercy en 774, añadiendo, además, Imola, Bolonia y Ferrara. Años más tarde, en el 781, se estableció con mayor precisión la extensión de los dominios del Papa, quedando asegurada su soberanía.

Siglos más tarde, otro Papa destacó especialmente por sus dotes pastorales y de gobierno. Hijo del conde de Segni y perteneciente a la alta nobleza romana, fue nombrado cardenal por su tío Clemente III a temprana edad, y elegido Papa en 1198 a la edad de 37 años. Se hizo llamar Inocencio III y Lotario fue su nombre de pila.

A él se considera reformador de los Estados Pontificios pues hizo valer sus derechos, recuperó dominios arrebatados y los colocó al frente de la política internacional, reestructuró la corte pontificia dotándola de un espíritu eminentemente eclesiástico y evangélico.

IV. 1870: desaparece el Estado más antiguo del mundo

Los Estados Pontificios habían sido hasta 1870 el país más antiguo del mundo –e históricamente lo sigue siendo–. XI siglos de historia estaban a sus espaldas. ¿Cómo se llegó al momento de su disolución?

Tres factores influyeron en ello: la revolución francesa, el Imperio Napoleónico y el nacionalismo italiano.

La revolución francesa de 1789 supuso la imposición de una visión preeminentemente anticlerical de la vida, que abogaba por la desaparición de la esfera religiosa en el ámbito civil. Ese modo de concebir las relaciones con la Iglesia católica pasó también a los Estados Pontificios.

Napoleón Bonaparte llevó a cumplimiento muchas de las reformas de la revolución francesa y, en su afán expansionista, hizo de los Estados Pontificios parte del imperio francés en 1808, poco después de que el Papa Pío VII lo coronara emperador en París. En el Congreso de Viena, las potencias que había vencido a Napoleón en 1814 restituyeron los Estados Pontificios al Papa, pero aún quedaba pendiente afrontar el espíritu nacionalista que estaba muy despierto en toda la península itálica.

Austria tenía ocupados algunos reinos de lo que, como país unido, aún no era Italia. Cuando Pío IX (1846-1878) fue elegido Papa, muchos vieron en él la persona adecuada que podía llevar a los diferentes reinos y repúblicas italianas a una unidad completa; él debería ser la persona que liderase una guerra contra el invasor. Pero Pío IX se resistió alegando que él era padre de todas las naciones. Su gesto le ganó la enemistad de muchos.

En 1848, Carlos Alberto, rey del Piamonte, declaró la guerra a Austria y una gran mayoría de italianos se adhirieron a esta causa. Distintos movimientos revolucionarios en Roma iniciaron una serie de asechanzas contra el Papa quien se vio impelido a huir al puerto de Gaeta. El 9 de febrero de 1849, la asamblea nacional declaró el cese del poder temporal del Papa, proclamó la república y confiscó los bienes de la Iglesia.

Pío IX pidió ayuda a Francia, España, Nápoles y Austria, cuyos ejércitos intervinieron y restituyeron al Papa sus posesiones. Desde entonces, tropas francesas permanecieron en Roma para proteger la soberanía pontificia. La cuestión romana estaría en adelante en la mente de todos; el nacionalismo italiano contra el poder temporal del Papa que se sabía albacea de propiedades que no le pertenecían, pero que era su deber preservar.

El 17 de marzo de 1861, Víctor Manuel de Saboya fue proclamado rey de Italia. La ciudad de Roma fue escogida como capital de la Italia unificada pero, de momento, Francia evitó que se la quitasen al Papa. Sin embargo, cuando estalló la guerra franco-prusiana, a Napoleón III no le quedó más remedio que retirar su ejército. El 20 de septiembre de 1970 las tropas italianas invadían Roma, bombardeando la ciudad y marchando por sus calles. Pío IX capituló para evitar derramamiento de sangre. Los Estados Pontificios habían desaparecido.

V. De la Ley de las Garantías al Tratado de Letrán

En 1871 el Parlamento aprobó la “Ley de las Garantías”. La ley consideraba inviolable a la persona del Papa, reconocía su capacidad de legación activa y pasiva, y le concedía el uso de los palacios del Vaticano, Letrán y de las villas de Castelgandolfo, además de una renta de tres millones y cuarto de francos. El Papa no aceptó y desde entonces permaneció enclaustrado en el Vaticano.

León XIII (1878-1903) sucedió a Pío IX, el Papa que hasta el día de hoy ha estado más tiempo en funciones. El pontificado de León XIII –también uno de los más largos, 25 años– estuvo marcado por una sensible preocupación por la cuestión social, pero también fue un hábil diplomático que, aún sin territorio, logró establecer relaciones con la Rusia de los zares, Japón y tener un delegado apostólico en Estados Unidos. León XIII defendió la causa de la soberanía pontificia en una época caracterizada por una política anticlerical y liberal del gobierno italiano que nacionalizó los bienes de la Iglesia, cerró conventos, suprimió órdenes religiosas y la enseñanza religiosa en las escuelas, etc.

Sucedieron a León XIII los papas Pío X y Benedicto XVI quienes se abocaron más a la búsqueda de una solución a la Primera Guerra Mundial. Fue hasta Pío XI (1922-1939) que la cuestión romana recobró el auge necesario, sustentado en la idea central del Magisterio de este Papa: la idea del reino de Cristo, un Cristo que reina también en la vida pública de las naciones (no por nada a Pío XI se debe la introducción litúrgica de la fiesta de Cristo Rey).

Pero llevar a la práctica su programa implicaba la necesidad de una Iglesia libre en la sociedad. Pío XI impulsó una ingente labor concordataria y de acuerdos abundantes que dieron garantías jurídicas a la acción de la Iglesia en varios países.

En 1926 comenzaron una serie de acercamientos entre el reino italiano y representantes del Papa para zanjar la cuestión romana. Benito Mussolini, primer ministro del gobierno del rey (1922-1943), manifestó un deseo de acercamiento a la Iglesia católica. ¿El motivo? Alcanzar una unidad entre el pueblo italiano valiéndose de la fe; de ese modo podía contar con apoyo popular, tan dividido aún por la cuestión romana, y hacer frente a sus pretensiones expansionistas.

El 11 de febrero de 1929 se firmada el Tratado de Letrán entre el reino italiano y la Santa Sede. El tratado, que incluía un concordato, regulaba las relaciones entre ambas partes, naciendo así el Estado de la Ciudad del Vaticano. Firmaron, a nombre del Papa, el cardenal Pietro Gasparri y, a nombre del rey Víctor Manuel III, Benito Mussolini. “En realidad, la Santa Sede no es soberana porque exista el Estado Vaticano, sino que, por el contrario, la creación de este Estado es consecuencia de la soberanía propia de la naturaleza de la Iglesia”.

Pío XI fue consciente del sacrificio que supuso renunciar definitivamente a lo que 59 años antes aún era parte del Patrimonio de san Pedro, pero, como explicó a los cardenales, “A causa de las indudables ventajas que presentan los Pactos en el terreno espiritual, hemos tenido que resignarnos a sacrificar mucho de lo temporal”.

VI. El Vaticano hoy

Al día de hoy, el Vaticano sostiene relaciones diplomáticas con 177 países. Desde el punto de vista político, se trata de una monarquía absoluta de carácter electivo. En el Papa recae el poder ejecutivo, legislativo y judicial. El gobierno de la Ciudad del Vaticano está delegado en un gobernador, responsable directo ante el Papa (desde el 15 de septiembre de 2006 el gobernador es el cardenal Giovanni Lajolo). La Secretaria de Estado representa a la Santa Sede en las relaciones diplomáticas con los países. El poder judicial es ejercido por los tribunales eclesiásticos como el de la Rota Romana y el Supremo de la Signatura Apostólica.

No obstante las pequeñas dimensiones de su territorio, el Vaticano cuenta con moneda propia, servicio postal, filatélico, telefónico, telegráfico, una conocida farmacia, un centro televisivo, centro comercial, una cadena de radio, tren, el diario L´osservatore Romano, una casa editorial, un banco (con cajeros automáticos en latín), uno de los museos más ricos e importantes del orbe y el ejército más pequeño del mundo: la guardia suiza, que se ocupa de la seguridad interna del Vaticano y de la del Papa.

Su población es de aproximadamente 1,000 habitantes, la nacionalidad vaticana no es “heredable” y su idioma oficial es el latín. Gozan también de extraterritorialidad, como propiedad Vaticana, las villas pontificias de Castelgandolfo, las basílicas mayores de san Juan de Letrán, santa María la mayor y san Pablo extramuros, además de algunos edificios esparcidos por la ciudad de Roma y propiedades como las catacumbas.

Y ¿por qué una realidad temporal para una misión espiritual? La soberanía temporal es la garantía de su independencia espiritual; la independencia del Papa frente a cualquier otro poder político y su libertad frente a condicionamientos externos en la guía de la Iglesia universal. Sí, son 44 hectáreas, un pequeño territorio, pero la misión es grande: guiar sin impedimento la conciencia de todos los fieles católicos del mundo.

Ya lo decía Pío XI, “cuando un territorio puede enorgullecerse de poseer la columnata de Bernini, la cúpula de Miguel Ángel, los tesoros de ciencia y de arte contenidos en los Archivos y las Bibliotecas, en los museos y galerías del Vaticano; cuando un territorio cubre y guarda la tumba del Príncipe de los Apóstoles, se tiene el derecho de afirmar que no existe en el mundo un territorio más grande y más precioso”.

Jorge Enrique Mújica – MMIX. II. 11jem@arcol.org

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Se puede visitar la página oficial del Estado de la Ciudad del Vaticano en español en http://www.vaticanstate.va/ES/homepage.htm

Bibliografía:

· * Johnson P., Historia del cristianismo, ed. Vergara Grupo Zeta, Barcelona 2004
· * Hughes P., Síntesis de historia de la Iglesia, Herder, Barcelona 1981
· * De Wohl L., Fundada sobre roca, Palabra, Madrid 1998
· * Llorca – G.-Villoslada – Laboa, Historia de la Iglesia Católica II Edad Media, La cristiandad en el mundo europeo y feudal (800-1303), Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 2003
· * Llorca – G.-Villoslada – Laboa, Historia de la Iglesia Católica V Edad Contemporánea, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 2003

Cortesía de www.conocereisdeverdad.org

No a la eutanasia

Espejo de papel - Fe, esperanza y caridad

http://www.diariolibre.com/noticias_det.php?id=188253

La muerte debe llegar por imposibilidad orgánica para la vida y no por decisión propia. La muerte, como la vida, no es asunto opinable. A la vida se llega sin pedirla; a la muerte, sin esperarla. La interrupción voluntaria de la vida no es acto de libertad, lo es de renuncia. En estos tiempos de individualismo hedonista se concibe la vida como propiedad de uso exclusivo; es mi vida, se dice, como si sólo sirviera para uno. El cuerpo inmóvil de Eluana era ocasión para el sacrificado amor de sus padres. A Beppino Englaro le faltó fe, esperanza y caridad.

Homero Figueroa
hfigueroa@diariolibre.com

Escuchar también el Punto de Vista de Don Alejandro Bermúdez de AciPrensa:

http://www.aciprensa.com/podcast/puntodevista/puntodevista11feb09-La_muerte_de_Eluana_Englaro.mp3

La eficacia del apostolado

Por Luis García Dubus - 2/8/2009

http://listin.com.do/app/article.aspx?id=90389

Había allí 20 ó 25 personas, pero todas estaban agrupadas alrededor de un solo hombre. El era un famoso actor teatral, y todos querían verlo y oírlo de cerca. Entonces alguien propuso algo que todos aprobaron: que el actor recitara con su prodigiosa voz el Salmo 23. Él aceptó con una condición: que después de él, también el humilde cura del pueblo lo hiciera.

El padrecito aceptó aunque con algo de vergu¨enza. Recitó el actor. El Salmo 23 en su voz embelesó a todos. Las paredes del local vibraron con los acordes de aquella portentosa voz, y cuando terminó la gente aplaudía emocionada, llena de admiración.

“¡Paren, paren!”, protestó humildemente el artista. “¡Escuchemos ahora al padrecito...!”, y el cura sacó una Biblia, porque no quería equivocarse, y comenzó a leer con sencillez: “El señor es mi pastor: nada me falta...”

Luego sucedió algo extraño: cuando terminó, nadie aplaudió, pero todos, incluyendo el declamador famoso, estaban llorando. “¿Qué pasó aquí?”, preguntó alguien. Y el mismo actor dio la respuesta diciendo: “Lo que pasa es que yo conozco el Salmo, pero el padrecito conoce al Pastor...”

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En el evangelio de hoy (Marcos 1, 29-39) aparece Jesús con la gente agrupada a su alrededor. Estando en la casa de Pedro, le llevaban todos los enfermos del pueblo y “Él curó a muchos de diversos males”. Después de aquella agotadora jornada quedó extenuado y se acostó a descansar. Sin embargo, dice el evangelio, “se levantó muy de madrugada y salió, se marchó a un lugar descampado y estuvo allí orando”.

Allí, en la oración, el Señor comprendió que la voluntad del Padre era que siguiera adelante, a pesar de que todos en el pueblo lo estaban buscando, y les dijo a sus compañeros: “Vámonos a otra parte, a los pueblitos cercanos, que voy a predicar también allí, para eso he salido”.

Cuando Jesús ora, escucha la voz del Padre, y deja que esa voz sea su fuente. Luego, lleno del amor de su Padre, sale a anunciar el Reino repleto de compasión. Más tarde podría decir: “Igual que el Padre me amó, los he amado yo”.

La pregunta de hoy…

¿En qué se basa la eficacia del apostolado? La eficacia del apostolado no se basa en que tenga yo una voz prodigiosa como el actor; se basa en que yo conozca al Pastor, como el padrecito.

Se basa en la oración. Se fundamenta en el amor. Pero no en el amor del apóstol, sino en el amor de Dios en el apóstol. Y la llegada del Reino de Dios es eso: cada vez más personas amando con el amor que han recibido del Padre en el silencio del descampado.

En la auténtica oración que empalma con la voluntad de Dios. “Más vale un error cometido por amor, que un milagro hecho con dureza” (Teresa de Calcuta).

La vida del Siervo de los siervos de Dios

Pedro en la tempestad
Por Jose Luis Restán

http://iglesia.libertaddigital.com/pedro-en-la-tempestad-1276236174.html

"Cuando seas viejo, otro te ceñirá y te llevará a donde no quieres". Palabras dirigidas por Jesús a Pedro junto al lago, después de inquirirle tres veces sobre su amor. Palabras que a lo largo de los siglos han podido aplicar, de una u otra forma, cada uno de sus sucesores. Y Joseph Ratzinger debió pensarlo en la vigilia de su elección, cuando casi lívido (lo ha relatado su amigo, el cardenal de Colonia Joachim Meissner) les rogó a los cardenales: "No me hagáis esto".

Bien dice H. U. von Balthasar, en su monumental obra El complejo antirromano (un libro para repasar estos días) que el ministerio petrino tiene inevitablemente la forma de la cruz, que está expuesto a la irrisión del mundo, a la burla de los poderosos y los sabios, e incluso al maltrato y la humillación por parte de quienes son sus hijos. Todo esto hemos podido verlo concentrado en los últimos días: desde las invectivas de los teólogos progresistas que auguran un desastre apocalíptico para la Iglesia dirigida por Benedicto XVI hasta el sarcasmo cínico de los periódicos; desde la estupidez de aquellos que han gozado de la misericordia de Pedro a los rumores sordos que recorren incluso los palacios apostólicos; desde la ignorancia de buena parte del pueblo alimentado sólo por groserías televisivas a las amenazas de los rabinos contra el Papa que más cerca ha estado del corazón del Judaísmo.

"No me hagáis esto". Y se lo hicieron, le cargaron la espalda con este fardo imposible (la idea, de nuevo, es del maestro von Balthasar) y lo entregaron al rumor incesante, a la crítica y al vilipendio: demasiado refinado en sus elaboraciones teológicas, aislado del mundo, nostálgico de la cristiandad preconciliar... y cosas peores. Pero él, lejos de enrocarse, sigue con ese rostro de niño (es plenamente católico y se siente satisfecho de serlo, ha dicho el Frankfurter Allgemeine Zeitung) y se dirige a su pueblo y al mundo sin malas palabras, sin amargura, para explicar que es tarea explícita del pastor la llamada a la unidad y que ante los jirones del Cuerpo de Cristo, siente la necesidad de decir: "Ay de mí, Señor amado, ahora la red se ha roto... no permitas que se rompa tu red y ayúdanos a ser servidores de la unidad". Y después, pacientemente, ha hecho saber que "estos prelados me han manifestado su vivo sufrimiento por la situación en la que se encontraban" y por eso ha decidido realizar un "acto de misericordia paterna", levantando la excomunión que pesaba sobre ellos, a la espera de que a este gesto le siga el solícito empeño de dar los pasos necesarios para llegar a la plena comunión, testimoniando un "verdadero reconocimiento del magisterio y de la autoridad del Papa y del concilio Vaticano II".

Es imposible una transparencia y una sencillez mayor, no hay lugar para la ambigüedad o la mala interpretación, pero por este gesto ligado a su ministerio el Papa Benedicto ha sido apaleado por unos y otros en la plaza pública.

Hace apenas un mes explicaba, recordando las bellas jornadas de Sydney, que el Papa no es el centro de la fiesta ni un superstar, es sólo y totalmente vicario, indica a Otro que está en medio de nosotros.

La verdad es que resulta grotesco escuchar al sabelotodo de Küng que el Papa olvida a mil millones de católicos para entregarse en brazos de una minoría ultramontana, o leer que el mismo Boff –que ha jugado a romper la unidad de la Iglesia con el pretexto de servir a los pobres– anuncia que Benedicto XVI provocará un cisma con su escorarse a la derecha, que en realidad ha sido salir a campo abierto a buscar a la oveja perdida. Pero peor aún son los discursos con apariencia de moderación, los que menean la cabeza con aire de suficiencia frente al nuevo pescador que según ellos siempre se equivoca al lanzar la red, los que ahora evocan a un Juan Pablo II al que machacaron durante años sin piedad y repiten que esta Iglesia no tiene remedio, a no ser que asuma sus amarteladas fórmulas.

Podríamos entretenernos en contestar uno por uno estos discursos, como podríamos insistir en los fallos de comunicación o en las debilidades del equipo que rodea al Papa, que siempre los ha habido y siempre los habrá. Pero nada de eso puede suprimir el hecho de que el sufrimiento y la humillación de estos días sirven también para indicar cuál es el modo de gobernar y de vencer que usa Cristo, tan incomprensible y escandaloso para todos, empezando por los propios católicos.

En Benedicto XVI, la misericordia y la defensa de la verdad caminan indisolublemente unidas pero no se confunden la grandeza de alma con la ingenuidad, ni la tensión hacia a la unidad con la cesión en lo esencial de la fe. El discurrir de los días nos dejará verlo en toda su amplitud, incluso a quienes ahora sospechan. En todo caso al timonel de la barca no se le han asegurado días de calma chicha, sino una sucesión de tempestades y bonanzas que sólo el designio de Dios conoce. Por eso conviene recordar ahora una de sus primeras peticiones al buen pueblo sencillo: "rezad por mí, para que no huya, por miedo, delante de los lobos".

Recemos, sí, para que no se arredre, ni se canse del oficio recibido, el de ser siervo de los siervos de Dios.

Un buen ginecólogo

El mejor ginecólogo

Si hubiese más médicos así, el mundo sería mucho mejor.

Llega una mujer muy angustiada al consultorio de su ginecólogo y le dice:

-Doctor: por favor ayúdeme, tengo un problema muy serio. Mi bebé, este que tengo en los brazos, aún no cumple un año y ya estoy de nuevo embarazada. No quiero tener hijos en tan poco tiempo, no puedo tener este niño, necesito un espacio mayor entre uno y otro...

El médico entonces le preguntó:

- Muy bien, entonces ¿que quiere que yo haga?

Ella respondió:

- Deseo interrumpir mi embarazo y quiero contar con su ayuda.

El médico se quedó pensando un poco y después de algún tiempo de silencio le dice a la mujer:

- Creo que tengo un método mejor para solucionar el problema y es menos peligroso para usted.

La mujer sonrió, pensando que el médico aceptaría ayudarla.

Él siguió hablando:

- Vea bien señora, para no tener que estar con dos bebés a la vez en tan corto espacio de tiempo, vamos a matar a este niño que está en sus brazos. Así usted podrá descansar para tener el otro, tendrá un periodo de descanso hasta que el otro niño nazca. Si vamos a matar, no hay diferencia entre uno y otro de los niños. Y hasta es más fácil sacrificar éste que usted tiene entre sus brazos puesto que usted no correrá ningún riesgo.

La mujer se asustó y dijo:

- ¡No, doctor! ¡Que horror! ¡Matar a un niño es un crimen!

- También pienso lo mismo, señora, pero me pareció usted tan convencida de eso, que por un momento pensé en ayudarla.

El médico sonrió y después de algunas consideraciones, vio que su lección surtía efecto.

Convenció a la madre de que no hay la menor diferencia entre matar un niño que ya nació y matar a uno que está por nacer, y que está vivo en el seno materno.

¡EL CRIMEN ES EXACTAMENTE EL MISMO!

¿Sabes tú desde cuándo te ama Dios? Desde el mismo vientre de tu madre. (Salmo 139)