Una idea central...

Somos La Iglesia católica


Nuestra familia está compuesta por personas de toda raza. Somos jóvenes y ancianos, ricos y pobres, hombres y mujeres, pecadores y santos.

Nuestra familia ha perseverado a través de los siglos y establecido a lo ancho de todo el mundo.

Con la gracia de Dios hemos fundado hospitales para poder cuidar a los enfermos, hemos abierto orfanatorios para cuidar de los niños, ayudamos a los más pobres y menos favorecidos. Somos la más grande organización caritativa de todo el planeta, llevando consuelo y alivio a los más necesitados.Educamos a más niños que cualquier otra institución escolar o religiosa.

Inventamos el método científico y las leyes de evidencia. Hemos fundado el sistema universitario.

Defendemos la dignidad de la vida humana en todas sus formas mientras promovemos el matrimonio y la familia.

Muchas ciudades llevan el nombre de nuestros venerados santos, que nos han precedido en el camino al cielo.

Guiados por el Espíritu Santo hemos compilado La Biblia. Somos transformados continuamente por Las Sagradas Escrituras y por la sagrada Tradición, que nos han guiado consistentemente por más de dos mil (2’000) años.

Somos… La Iglesia católica.

Contamos con más de un billón (1’000’000’000) de personas en nuestra familia compartiendo los Sacramentos y la plenitud de la fe cristiana. Por siglos hemos rezado por ti y tu familia, por el mundo entero, cada hora, cada día, cada vez que celebramos La Santa Misa.

Jesús de Nazaret ha puesto el fundamento de nuestra fe cuando dijo a Simón-Pedro, el primer Papa: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella» (Mt. XVI, 18).

Durante XX siglos hemos tenido una línea ininterrumpida de Pastores guiando nuestro rebaño, La Iglesia universal, con amor y con verdad, en medio de un mundo confuso y herido. Y en este mundo lleno de caos, problemas y dolor, es consolador saber que hay algo consistente, verdadero y sólido: nuestra fe católica y el amor eterno que Dios tiene y ha tenido por toda la creación.

Si has permanecido alejado de La Iglesia católica, te invitamos a verla de un modo nuevo hoy, visita www.catolicosregresen.org.

Somos una familia unida en Cristo Jesús, nuestro Señor y Salvador. Somos católicos, bienvenido a Casa...

Contenido del Blog

Algo más sobre el horóscopo y los horoscoperos

28 de Mayo #2008
En honor a San Agustín de Canterbury (+ 605)

Sr.
Juan Jiménez Coll
Consultor Espiritual
Articulista en “Sendero” para el Listín Diario
Vía e-mail
Ciudad,

Ref.: "Más allá de la astrología."

“Se dice que unos zapatos están bien conservados cuando aparentan como nuevos. De igual forma, el hombre que observa los mandamientos conserva su pureza y fuerza originales.”

Distinguido Sr. Jiménez Coll:

“El materialismo económico, el relativismo ético y el utilitarismo: verdaderas plagas de nuestro tiempo.”

Luego de saludarle, quisiera primero agradecer el tiempo que ha dedicado a contestar la carta que dirigí ayer a la Srta. Misol, periodista del Listín Diario, en relación al artículo de referencia en el que usted tuvo alguna participación.

Por el contenido de su “e-mail” percibo inmediatamente que de alguna forma usted se ha molestado; el hecho de yo expresar respetuosamente una posición contraria -en cuanto a ciertos asuntos- que ustedes promueven con toda libertad por los medios de comunicación de masas.

Leyendo de nuevo la carta que escribí a la Srta. Misol, le confieso que no logro entender aún qué ha sido eso que dije que tanto le ha perturbado, como para usted lanzarse a inferir toda suerte de improperios sobre mi persona, de manera irrespetuosa y vulgar.

Sobre ese espacio histórico que usted denomina la “santísima inquisición”, le ruego consultar www.conocereisdeverdad.org, sección “leyendas negras”, ya que tengo la impresión de que usted está muy mal informado respecto a qué fue lo que realmente sucedió durante esa época, quiénes fueron los verdaderos causantes de tantos crímenes y atropellos.

Lo mismo que ha sucedido con esto del horóscopo y el Feng Shui, la Nueva Era en general, nosotros nos esforzamos por dar a conocer un poco más sobre estos temas, proveer una recta edificación para aquellos que ni comen bien ni han viajado, como bien usted señala.

La carta no iba dirigida a usted, aún sabiendo que indirectamente le aludía. El sombrero ha servido de algo. Por esa razón que le he copiado, para que no se entere por nadie, de eso me encargo yo responsablemente.

Que son inoportunos mis correos, lo lamento mucho, pero es que no podía quedarme callado.

Y en relación a estas expresiones suyas: “cabeza atolondrada”; “hipócrita religioso vestido de virtud”; “golondrina envenenada”; “carente de inteligencia”; “angustiado, solo, rabioso y odioso”; “pose de Obispo de Roma”; etc., etc., etc., no tengo absolutamente nada que agregar, usted está en todo su derecho de expresarse de tal forma, le felicito por el coraje de decir lo que piensa.

Acerca del diálogo, yo soy una persona de diálogo. Lo que sucede es que conmigo no se puede andar con “pendejadas”, como diría mi padre, que en paz descanse. Dispuesto he estado yo en escuchar a muchos de mis amigos ahí afuera a quiénes escribo, cuando han sido pocos los que realmente han querido tan solo discutir algunas ideas, estos asuntos abiertamente y sin reparo.

Oportunidades como esta de hoy siempre vienen a bien para poner la pluma a buen uso, el caco a razonar, y el Espíritu de Dios para que haga el resto.

Si mal no recuerdo la primera carta que le escribí a usted data del año 2003, cuando le traté el tema de la re-encarnación con pelos y señales.

Eso es cuanto por ahora, ya veremos lo que nos depara el futuro, por si acaso lo sabe.

Con atentos saludos,

Mario R. Saviñón

Pd. “No basta con oír el mensaje, hay que ponerlo en práctica, pues de lo contrario se estarían engañando ustedes mismos. El que solamente oye el mensaje y no practica, es como el hombre que se mira en un espejo, se ve a sí mismo, pero en cuanto da la vuelta se olvida de cómo es. Pero el que no olvida lo que oye, sino que se fija atentamente en la ley perfecta de la libertad, y permanece firme cumpliendo lo que ella manda, será feliz en lo que hace.” (Stgo. I, 22-25)

Sobre el horóscopo y los horoscoperos

27 de Mayo #2008
En honor a San Felipe Neri (+ 1595)

Srta.
Li Misol
Periodista del Listín Diario
Vía e-mail
Ciudad,

Ref.: "Más allá de la astrología."

“Nunca tengas miedo a decir la verdad, sin olvidar que algunas veces es mejor callar, por caridad con el prójimo. Pero no te calles jamás por desidia, por comodidad o por cobardía.”

Estimada Srta. Misol, muy buenas tardes.

Al hojear el Listín temprano esta mañana he quedado petrificado con el artículo que han colocado en la primera página de una sección que supuestamente trata sobre temas concernientes a la vida, como bien su nombre lo indica.

¿Es realmente inicuo creer en horóscopos y en horoscopólogos?

Es casi normal hoy día que los hombres tengan curiosidad por saber qué sucederá en el futuro, pero por favor dígame, ¿qué haría si supiera qué va a ser de usted mañana? ¿Conoce usted de alguien que de veras haya predicho el futuro, con pelos y señales? Los mismos astrólogos, ¿saben ellos lo que les sucederá mañana?

Quizás si usted supiera que va a ser Directora del New York Times, o una gran empresaria de medios, empezaría a ver de qué manera emplea mejor su dinero, sus asuntos profesionales.

Si supiera que va a enfermar, comenzaría a poner todos los medios para evitar dicha enfermedad, o por lo menos mitigar sus efectos.

En el peor de los casos, si le dicen que morirá, seguramente comenzaría de inmediato a dejar arreglado todos esos asuntos pendientes, sobre todo se acercaría a la Iglesia y confesaría todos sus pecados para poder estar en gracia con Dios para una santa muerte.

¡Cuántas otras cosas haríamos! ¿Verdad?

Los dominicanos, en su mayoría cristianos, no consultan el horóscopo ni bregan con personas que supuestamente predicen el futuro, pues ello contradice por completo el respeto y el honor que debemos a nuestro Creador, Dios Padre todopoderoso.

Querer saber el futuro es querer ser como Dios, el pecado original estilo siglo XXI.

Una pretensión tan soberbia como absurda.

Ah, se me ocurre algo súper interesante.

Le recomiendo comenzar ahora mismo por hacer esas cosas que haría si conociera el futuro.

No se preocupes por el mañana, mejor ocúpese del presente.

La ciencia que responde a los interrogantes que nos provocan las estrellas es la astronomía. Una disciplina oriunda entre los caldeos, hace treinta o cuarenta siglos atrás, que progresa hasta el día de hoy gracias a los programas espaciales de los Estados Unidos y Rusia.

Junto a ese saber, como cizaña en medio de un hermoso sembradío, surge la astrología, una ficción con la que se pretende determinar una supuesta influencia de los astros en nuestras vidas. Algo parecido a lo que se desea hacer con el Feng Shui en la casa y la oficina.

Oh Dios, ten piedad de nosotros.

La palabra "horóscopo" ha sido utilizada en el pasado para designar a esos personajes encargados de observar el curso de las estrellas. Luego pasó a identificar la supuesta influencia de esos astros habrían de tener sobre nuestras vidas.

Una creencia tan burda como absurda, pero que sigue teniendo influencia en muchas personas en pleno siglo XXI.

El zodiaco –estos señores- lo prevén como una franja imaginaria en el firmamento en la que supuestamente aparecen doce constelaciones que se pueden observar a simple vista (Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpión, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis). Nada más mentiroso, pues se sabe hoy ya que existen más de trece constelaciones en el universo.

Utilizan términos provenientes de palabras en latín que evocan diversas divinidades (dioses) mitológicas veneradas por los caldeos.

La astrología afirma que nuestras vidas dependen de la constelación zodiacal que surte su influencia el mes y el día de nuestros nacimientos. Si nacimos en enero somos de Acuario; si nacimos en agosto, soy de Leo, etc.

!Come on!

La creencia en horóscopos es ciertamente muy peligrosa. Es lo mismo que creer en otra religión, ya que intenta hacernos creer que somos esclavos y que estamos pre-determinados en todo por nuestro signo zodiacal.

Ya no sería yo quien realiza mi propia vida, sino que todo estaría dirigido por una extraña fuerza proveniente de los astros, del espacio sideral.

Nada de lo que dicen estos señores y sus horóscopos está científicamente fundamentado. Lo mismo que afirman hoy sobre Sagitario, lo dirán mañana sobre Piscis y viceversa.

Es una triste realidad el hecho de que los horóscopos sigan siendo populares, publicándose en medios de circulación nacional. Peor aún, que haya quienes crean en ello y los lean.

No es lícito ni conveniente promover estas cosas, y siento la responsabilidad ineludible de denunciarlo.

Todo el que cree, confía y ama verdaderamente a Dios busca signo alguno en el cielo o en la tierra, sino que más bien mira la Cruz de Cristo, nuestro Señor, que dijo lo siguiente:
¿Sabéis interpretar el aspecto del cielo y de la tierra y no sabéis distinguir los signos de los tiempos...? (Mt. 16, 1-4)

En ocasiones nos puede invadir la curiosidad de saber sobre nuestro futuro; pero lo único que conseguimos es poner nuestro mayor tesoro, nuestra vida, a merced de vanas suposiciones y especulaciones genéricas y ambiguas que podrían perfectamente sucederle a cualquiera.

Dios Padre le cuida y le ama personalmente, ¿por qué caray quiere nadie encerrarse apretujadamente entre doce símbolos?

Si dividimos los doce signos entre la población mundial de 6 mil 500 millones de habitantes, tocaría que a 542 millones de personas les sucedería algo como lo mismo, lo cual no es sólo aburrido sino incluso contrario a lo que creemos y nuestra experiencia nos indica, ¿no cree así?

Nosotros, los cristianos del Nuevo Milenio, debemos dedicar todo nuestro tiempo a pedir a Dios para que aumente la fe de nuestro pueblo en Jesús de Nazaret, su Hijo amado, y que sea nuestra Señora de La Altagracia quien nos ayude a evitar nunca apartarnos de Él.

Con atentos saludos,

Mario R. Saviñón

Pd. “Aunque el incidente de Galileo hubiera sido tan negativo como la gente supone, John Henry Cardenal Newman, converso del anglicanismo en el siglo XIX, encontró revelador que éste fuera casi el único ejemplo que la gente es capaz de citar.”

Guerra a las sectas

Por JOSÉ GUIMÓN

El 3 de abril miembros de la asociación de víctimas de la manipulación sectaria Largantza comparecieron ante la Comisión de Sanidad del Parlamento vasco para denunciar los abusos cometidos en nuestro territorio por determinadas sectas. Su advertencia coincidió con las noticias (EL CORREO, 6 de abril) de la irrupción policial en la sede en EE UU de un grupo sectario mormónico acusado de graves abusos sobre 52 niñas.

En nuestros días no es fácil mantener la distinción que, a principios el siglo XX, hicieron los sociólogos entre 'iglesias' (grandes estructuras abiertas, que reposan sobre un cuerpo de sacerdotes profesionales y a las que se pertenece por nacimiento) y 'sectas' (estructuras cerradas, a las que se pertenece tras adhesión voluntaria, agrupadas alrededor de un pastor que los fieles eligen). De hecho, sólo a partir de los años 50 la noción de 'secta' adquirió una connotación negativa de peligro.

Las llamadas 'sectas de culto' suelen compartir ciertos rasgos sociales y psicológicos: ofrecen todas nuevos 'conocimientos', más o menos esotéricos, transmitidos por una autoridad indiscutible y arbitraria; la mayoría de los líderes rechazan la Medicina moderna, a la que disputan el control que ejerce sobre sus seguidores; emplean la técnica del 'lavado de cerebro' que designa la manipulación sistemática de la influencia social y psicológica sobre los individuos.

Es necesario reconocer que la historia de las religiones, de las ideologías y de los movimientos políticos nos ofrece muestras frecuentes de adoctrinamientos abusivos. Sin embargo, no es aceptable el argumento radical de defender que las sectas no son sino aquellos grupos que se encuentran al margen de otras organizaciones competitivas bien avenidas con el poder imperante.

En los años 60, la profunda crisis en las estructuras sociales que conllevó el movimiento contracultural favoreció el que numerosos jóvenes rebeldes contra sus familias y la autoridad se acercaran a sectas en las que encontraban unas figuras de padres omnipotentes con las que se identificaban. Se sustentaban allí prácticas basadas en conocimientos psicológicos de tendencia orientalista y en el llamado movimiento de 'desarrollo del potencial humano': meditación, yoga, dietas exóticas, etcétera. Estas 'comunas' juveniles desaparecieron rápidamente porque no proporcionaban la suficiente seguridad y estructura. Pronto fueron sustituidas por grupos más organizados con ideología neocristiana, política o psicológica, y actualmente por grupos que afirman que el 'pensamiento positivo', unido a determinados conocimientos psicológicos, traerá la prosperidad a la Humanidad.

El 'gurú' o líder de estas sectas suele ser una persona con características mesiánicas y a veces con graves rasgos paranoides. Frecuentemente están convencidos de sus poderes especiales y de su destino sobrenatural. Incluso, cuando inicialmente sus motivaciones sean el poder y el dinero, la respuesta sumisa del grupo genera en ellos sentimientos de omnipotencia.

Sólo los jóvenes de personalidad más débil parecen vulnerables a la influencia de estas sectas. Dos tercios de los que ingresan en sectas lo hacen en periodos de crisis personales, afectivas, laborales o de estudios. Sin embargo, no parece haber grupos o culturas del todo refractarios a estas influencias.

Las personas vulnerables se ven sometidas en estas sectas a técnicas de 'reforma de pensamiento' que favorecen el aprendizaje de informaciones y comportamientos que pueden llegar a cambiar su personalidad previa, suprimiendo antiguos puntos de vista y conductas. Estos programas se realizan colocándoles en situación de impotencia en un sistema autoritario de control; controlando el tiempo y el espacio vitales; transmitiendo un sistema de lógica cerrado que no puede ser modificado; minando la confianza del sujeto en sus propias percepciones; creando, en fin, nuevos comportamientos con un sistema de recompensas y castigos de tipo social (aislamiento, humillación, etcétera). Los sujetos se hacen progresivamente más rígidos e inflexibles y, a plazo medio, se producen trastornos por estrés (pesadillas recurrentes, depresión, ansiedad, culpa), trastornos de la concentración y de la memoria y un debilitamiento de la personalidad. Las personas que consiguen (tras las múltiples trabas que la organización les pone) abandonar las sectas se enfrentan a las pérdidas de años productivos de sus vidas e incluso de sus posesiones y se encuentran con que se ha empobrecido notablemente su capacidad de lucha y su iniciativa.

Entre las experiencias catastróficas de adoctrinamiento en sectas lideradas por gurús carismáticos individuales destacan las protagonizadas por el célebre grupo formado por Charles Manson, que llevó a jóvenes californianos al asesinato, entre otros, de Sharon Tate; la del llamado Ejército Simbiótico de Liberación, que secuestró y lavó el cerebro a Patricia Hearst; el suicidio en masa de 912 seguidores de Jim Jones en una jungla de Guayana en 1978. El trágico final del cerco al 'Rancho Apocalipsis', en el que fallecieron al menos 87 'davidianos' (secta cercana al parecer a la que ha sido acusada recientemente de los abusos que hemos mencionado al inicio de este artículo); el suicidio masivo de los seguidores de la Secta del Templo Solar; etcétera.

En el mundo occidental se ha pretendido desarrollar leyes que protejan a los sujetos susceptibles de abusos por parte de las sectas pero que a la vez respeten los derechos a la libre defensa de las ideas y a la asociación de los ciudadanos. No se trata de un empeño fácil y, así, existen asociaciones perseguidas y prohibidas en algunos países que han sido incluidas como iglesias en otros, para sorpresa de los ciudadanos. La visión del tema cambia también con el tiempo. Por poner sólo un ejemplo, una comisión interministerial francesa recomendó establecer una lista de sectas peligrosas en 1996, lo que llevó a la creación de una comisión interministerial en 1998 que estableció informes anuales sobre «vigilancia y lucha contra las derivas sectarias». Sin embargo, en febrero de este año, la directora del Gabinete de Sarkozy declaró que las sectas en Francia eran un «no problema», lo que ha levantado una polvareda mediática ('Le Monde', 5 de abril). Medios gubernamentales argumentan que el Estado debe vigilar a los grupos sospechosos de sectarismo al igual que a los neonazis o a los terroristas, pero sin exponer a los ataques del público, por ejemplo a través de listas negras, a personas o asociaciones que no hayan sido previamente condenados. No se puede juzgar sobre la peligrosidad de un movimiento por su doctrina o por sus prácticas espirituales. El único criterio objetivo, dicen, es haber tenido problemas con la justicia por estafa, abuso de débiles o práctica ilegal de la medicina.

Los grupos sectarios más peligrosos hoy en día, según ellos, no son los movimientos amplios como los 'testigos de Jehová' o la 'cienciología', ya habitualmente estigmatizados. Los más temibles serían los grupos pequeños dispersos que no se inscriben en una finalidad religiosa, y que proponen un 'descubrimiento de sí mismo', un 'trabajo espiritual', o terapias alternativas a la medicina tradicional.

En ese sentido del intrusismo profesional, es extraordinariamente frecuente en los países occidentales que las sectas que pretenden obtener con sus actividades cotas crecientes de control social desarrollen diversas prácticas dudosamente científicas o francamente espurias. Numerosas sectas de culto reclutan a ciudadanos, frecuentemente pacientes mentales, para indoctrinarles y a la larga explotarles vital y económicamente. Un rasgo general de todas ellas es la negación de la enfermedad mental y los ataques hacia la Psiquiatría. Curanderos de todas las tendencias hacen su agosto en ciudades grandes y chicas.

En junio del 1998 el Parlamento vasco, siguiendo las recomendaciones del Congreso de los Diputados de 1989 y los de la Asamblea Parlamentaria Europea de 1992, aprobó unas prudentes conclusiones y recomendaciones en torno a las 'Sectas destructivas y dependientes en Euskadi'. Tras señalar que la presencia de sectas no constituía un problema de preocupación general y no generaba entonces una incidencia delictiva significativa en nuestra comunidad, ponen de manifiesto la complejidad del problema abordado, dado que además de proteger al ciudadano contra posibles abusos hay que defender el legítimo pluralismo religioso, la libertad de pensamiento y de creencias y la libertad de asociación para su ejercicio y culto.

La situación parece haber empeorado estos últimos años, porque ha crecido el número de sectas sospechosas, hasta censarse en España 170 con hasta 450.000 miembros, en parte por el aumento de la inmigración principalmente latinoamericana (según la asociación catalana A.I.S.). Como señalaron en su comparecencia ante la comisión de Sanidad de nuestro Parlamento los representantes de la asociación Largantza, en Euskadi existirían 70 de las que señalan, en especial, los riesgos de su oferta de «falsas terapias alternativas y, sobre todo, de las nuevas psicoterapias». Propusieron una serie de medidas de control de estas actividades (que ya habían sido esbozadas en el mencionado documento del Parlamento vasco): acreditación profesional, control de posibles efectos adversos de los tratamientos, exigencia de que los centros estén dirigidos por un profesional sanitario oficialmente titulado y que los terapeutas acrediten su formación y experiencia ante una comisión de evaluación.

Ecumenismo en el siglo XXI

En aquel tiempo, le dijo Juan a Jesús: ‘Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en tu nombre, y como no es de los nuestros, se lo prohibimos’. Pero Jesús le respondió: ‘No se lo prohíban, porque no hay ninguno que haga milagros en mi nombre que luego sea capaz de hablar mal de mí. Todo aquél que no está contra nosotros está a nuestro favor.” [Mc. IX, 38-40]

Todo aquél que no está contra nosotros está a nuestro favor.”

No hay ninguno que haga milagros en mi nombre que luego sea capaz de hablar mal de mí.

Si esta primera frase puede ser fundamento del ecumenismo universal, puede servirnos como exhortación al ecumenismo con las demás confesiones cristianas.

La fe en nuestro Señor Jesucristo es común pero, desgraciadamente, sus fieles están divididos en numerosas otras iglesias.

Desde un punto de vista jurídico, institucional y dogmático, muchos bautizados se encuentran separados hoy de La Iglesia católica, pero, por medio de tantas obras buenas hechas en nombre de Jesús, se encuentran unidos en la Iglesia universal. No obstante, en ocasiones, hablan muy mal de la Iglesia y de nosotros los católicos.

Si son personas de buena voluntad, lo hacen por ignorancia; y, de buena fe, creen que los católicos estamos realmente alejados de Cristo.

Hasta San Agustín, siendo maniqueo, habló muy mal de La Iglesia. Sin embargo, más tarde diría:

nunca he hablado verdaderamente contra La Iglesia, he luchado más bien contra una opinión equivocada que tenía de ella’.

El ecumenismo entre cristianos debe centrarse en el esfuerzo por corregir esas falsas opiniones que tenemos unos de otros.

No se lo prohíban.”

Junto al decreto sobre el ecumenismo (ver documento), el Concilio Vaticano II (todos los documentos) ha suscrito una declaración sobre la libertad religiosa (ver documento). Esta declaración fue aprobada por unanimidad aunque, inicialmente, algunos Padres conciliares tuvieron sus reservas sobre el contenido del texto propuesto.

Si somos católicos sinceros, convencidos de la verdad de nuestra fe, no podemos admitir jamás que todas las religiones sean iguales.

¿Cómo pueden coexistir la verdad y el error y tener el mismo derecho de difusión y publicidad?

La objeción se aclaró inmediatamente: el Concilio pretende dirigirse a aquellos que profesan religiones diferentes y que, en ellas, buscan la verdad. Esta es la condición que determina la actitud fundamental a seguir; todo hombre tiene el derecho natural a buscar libremente la verdad y la relación personal con Dios.

Después, si alguno se da cuenta del propio error, podemos con amor mostrarle el camino correcto. Pero, en todo caso, condenaremos la violencia y las prohibiciones que amenazan la libertad.

Respetar la libertad de nuestros hermanos es la obra magnífica de la caridad cristiana.

¿Doctrina católica al estilo protestante?

http://es.catholic.net/sectasapologeticayconversos/745/2370/articulo.php?id=22816

Presentamos algunas cuestiones concretas doctrinales y disciplinares, hoy especialmente necesitadas de reorientación y porque la interpretación que actualmente se les da, Se quedan, de hecho, en la enseñanza de Lutero: ninguna ley; sola gratia.

La doctrina de la Iglesia católica

Hoy es urgente aclarar si la enseñanza de la Iglesia ha de ser entendida como una doctrina obligatoria o más bien solamente orientativa. Y en el caso primero, si hay obligación grave de enseñarla y de sancionar a quienes la contrarían en público.

Un Obispo, pues, ha de ver si se conforma con que su Iglesia diocesana se configure al modo de las comunidades protestantes, y corran por ella libremente errores contrarios a la doctrina católica, o si está decidido a que su Iglesia local sea católica. Esta elección es hoy para el Pastor ineludible; y el que trate de evitarla, ya ha elegido por el extremo falso.

La situación doctrinal en algunos Seminarios, Noviciados, Editoriales católicas y Librerías diocesanas y religiosas es a veces realmente una vergüenza. Y es un escándalo perfectamente superable, si se ejercita la autoridad del Obispo sobre ellos; pues hay disidencia, escandalosa o moderada, justamente en la medida en que los Pastores la toleran.

Grandes males exigen grandes remedios. Y si el Prelado no hace cuanto está en su mano para poner los remedios adecuados, él será el principal responsable de los errores y males de la Iglesia.

Pero, por el contrario, esté bien seguro el Pastor de que si pone los poderosos remedios de la autoridad apostólica, pronto en su Iglesia, por obra del Espíritu Santo, florecerán la verdad, la gracia, la unidad, las vocaciones. En efecto, el Espíritu Santo, el único que tiene poder para renovar el mundo y reformar la Iglesia, será el protagonista de su acción purificadora y reformadora.

Vendrán, sin duda, sobre él una avalancha de persecuciones. Cualquier Pastor, para ser Obispo fiel, habrá de ser Obispo mártir. Tendrá, pues, que encomendarse a Dios en este empeño, a la Virgen y a todos los santos –especialmente a santos pastores como Atanasio, Gregorio Magno, Carlos Borromeo, Ezequiel Moreno, Pío IX, Pío X–, y llevar adelante su tarea con la fortaleza propia de la caridad pastoral.

Valga lo dicho sobre la doctrina católica en referencia también a la exégesis de la sagrada Escritura. Cuando la interpretación de los textos bíblicos prescinde del Magisterio apostólico, de las enseñanzas de la Tradición, del sensus Ecclesiæ, y solo se atiene en la práctica a las normas del historicismo y del análisis crítico y filológico, cualquier resultado, y su contrario, es posible. Nos quedamos sin la Biblia. Es la perfecta arbitrariedad. Es la confusión del libre examen, que no tiene por qué tener un lugar en la Iglesia Católica.

«No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios» (Ef 4,30). El Espíritu Santo, que es «el Espíritu de la verdad» (Jn 16,13), se entristece al ver tantos errores dentro de la Iglesia Católica, y quiere que se ponga término eficaz a su difusión, de tal modo que todos los fieles puedan oir con facilidad la voz de Cristo, que «nos habla desde el cielo» (Heb 12,25).

Las leyes de la Iglesia católica

Hoy es igualmente urgente aclarar si las leyes eclesiásticas tienen en realidad un valor preceptivo, obligatorio en conciencia, o si sólo tienen un valor meramente orientativo.

Según esto, los Pastores han de decidir si quieren que su Iglesia local sea católica, y cumpla las leyes de la Iglesia universal, viendo en ellas una ayuda para la unidad y el crecimiento espiritual de los fieles, o si se resignan a que su comunidad eclesial se configure al modo protestante.

Las dos vías son posibles. Y ya se comprende que el Obispo, ineludiblemente, ha de dar una respuesta a este dilema: o sigue en su Iglesia la vía católica o la protestante. No vale que diga elegir la forma católica, si luego realiza la protestante. Tampoco vale que reconozca el valor salvífico de las leyes en la Iglesia, si luego estima siempre que no conviene exigirlas, ni inculcarlas, ni sancionar su incumplimiento.

Si el Obispo, en tantas cuestiones doctrinales o disciplinares, no da el ejemplo primero de obediencia a la Iglesia, y a su vez no urge suficientemente la obediencia a la ley eclesial –en la catequesis, en la predicación, en el gobierno pastoral–, ni sanciona en modo alguno a quienes habitualmente la quebrantan, está claro: elige el modo protestante de comunidad cristiana, y renuncia al modo católico, quizá porque lo considera irrealizable. O posiblemente incluso porque lo estima, en principio, inconveniente.

«Los fieles, decía Pablo VI, se quedarían extrañados con razón si quienes tienen el encargo del episcopado –que significa, desde los primeros tiempos de la Iglesia, vigilancia y unidad–, toleraran abusos manifiestos» (17-IV-1977). Exhortaciones semejantes ha repetido Juan Pablo II muchas veces a los Obispos en visita ad limina.

Lo mismo digamos del párroco, del padre de familia, del superior religioso, de la asociación de laicos, que no respetan la ley de la Iglesia. Se quedan, de hecho, en la enseñanza de Lutero: ninguna ley; sola gratia.

El Espíritu Santo, que es «el Espíritu de la unidad», se entristece al ver tantas desobediencias y divisiones dentro de la Iglesia Católica, y quiere y puede ponerles término eficaz. Unos colaboran con el Espíritu Santo, pero otros le resisten.

Veamos, pues, seguidamente algunas cuestiones concretas doctrinales y disciplinares, hoy especialmente necesitadas de reorientación y reforma en la Iglesia.

Cielo e infierno

Casi siempre que Cristo predica, lo hace con clara referencia a la salvación y a la condenación finales. En muchas Iglesias, sin embargo, esta dimensión soteriológica ha desaparecido prácticamente, tanto de la catequesis como de la predicación. Y ese silencio crónico sobre parte tan central del mensaje de Cristo implica una de las más graves falsificaciones actuales del Evangelio.

El Cardenal Rouco, Arzobispo de Madrid, en una conferencia dada en El Escorial sobre «La salvación del alma», reconoce el hecho: «Probablemente los jóvenes no hayan escuchado nunca hablar de la salvación del alma en las homilías de sus sacerdotes». Y concluye afirmando: «La Iglesia desaparece cuando grupos, comunidades y personas se despreocupan de su misión principal: la salvación de las almas» (30-VII-2004).

Así es. Imposible será, pues, «una nueva evangelización» en tanto no se recupere esa verdad de la fe, que está presente en todo el Evangelio y en la Tradición de la Iglesia.

Cristo quiere en su Iglesia seguir llamando a los pecadores, para que se conviertan y para que no se pierdan ni aquí ni en la vida eterna: «si no os arrepentís, todos moriréis igualmente» (Lc 13,3.5). O se transmite su llamada a los hombres o se procura silenciarla. No hay más opciones.

Purgatorio

Muchos hoy no creen en la existencia del purgatorio: «nuestro hermano fallecido goza ya de Dios en el cielo». En no pocas catequesis no se enseña el purgatorio, o simplemente se niega.

Gran error. Eso es doctrina protestante, normal en una comunidad protestante. Pero el Obispo que quiera ser católico tendrá que vencer cuanto antes en su Iglesia esa herejía. Que ésta pueda durar y perdurar largo tiempo en parroquias católicas es un gran escándalo. Y el Espíritu Santo quiere eliminar ese error, de tal modo que se predique abiertamente y cuanto antes la fe católica. Creer en la realidad del purgatorio, conocer las grandes penalidades que en él se sufren, y predicar al pueblo esta verdad de la fe es premisa necesaria para la renovación de la Iglesia Católica.

Moral católica

Ya hemos señalado anteriormente la amplia difusión de errores morales entre sacerdotes y laicos. Ahora bien, enseñar la verdadera doctrina, refutar los errores, frenar eficazmente a quienes los difunden e impedir que los fieles les sigan para su perdición, es uno de los deberes principales de los Pastores.

No haría nada de más la Iglesia –o un Obispo particular por su cuenta–, si elaborase un cuestionario sobre temas de fe y costumbres, y antes de conferir las Órdenes sagradas, se asegurase bien de la doctrina católica del candidato en aquellos temas que hoy están más inficionados por el error. Si el candidato no está firme en la fe de la Iglesia, es un grave deber no ordenarlo.

El Espíritu Santo, que «nos guía hacia la verdad completa» (Jn 16,13), quiere que cuanto antes cesen los errores y vuelva a resplandecer en la Iglesia la verdadera moral católica.

Historia de la Iglesia

A las numerosas falsificaciones que en algunas Iglesias corren en materias de fe y moral, ha de añadirse con frecuencia una visión de la historia falsificada, normalmente en clave liberal o marxista. Ello implica una denigración continua de la Iglesia, pues su historia es vista por los ojos de sus enemigos. La denigración, por ejemplo, de la Iglesia acerca de la dignidad de la mujer en ella, aunque puede ser refutada con eficacísimos argumentos y datos históricos, encuentra demasiadas veces dentro de la misma Iglesia una aceptación ignorante y cómplice.

De este modo, a los errores dogmáticos y morales, se añaden los errores históricos. Por ejemplo: la Iglesia solo progresa en la medida en que se seculariza y se asemeja al mundo en todo. La Iglesia es la última que asume los progresos de la humanidad. La Edad Media, en gran medida configurada por la fe cristiana, es una época bárbara y oscurantista, y la verdadera libertad y civilización llegan con la Ilustración, la Revolución Francesa y el liberalismo. En el enfrentamiento del modernismo con el Magisterio de la Iglesia, hubo errores por ambas partes, pero, desde luego, más graves por parte de la Iglesia, que no supo ver... Etc.

Con ocasión del Quinto Centenario de la Evangelización de América se pudo comprobar hasta qué punto en muy amplios campos católicos está falsificada esa historia de la Iglesia en forma peyorativa.

¿En cuántos Seminarios, Noviciados y Facultades, en cuántos centros de catequesis, la historia de la Iglesia –la historia sagrada de la Iglesia– es explicada, concretamente, por agentes del liberalismo?

Pero ninguna posibilidad hay de nueva evangelización sin una recuperación previa de la interpretación verdadera y católica de la historia de la Iglesia y del mundo. ¿Qué fuerza persuasiva pueden tener aquellos evangelizadores que ven en la Iglesia un obstáculo histórico para el desarrollo de la humanidad?

La historia sagrada de Israel no puede ser entendida por ojos profanos,y la misma Biblia es la que nos da las claves de su interpretación verdadera. Pero la historia sagrada ¡no terminó al llegar Cristo!... Por eso, igualmente, la historia sagrada de la Iglesia ha de ser conocida e interpretada a la luz de la razón iluminada por la fe. Es una historia teológica, y las visiones profanas de ella solo alcanzan a falsificarla.

El Espíritu Santo se indigna cuando ve que la historia sagrada de la Iglesia, que Él mismo ha escrito, es falsificada e interpretada según el mundo. Y ayuda con su fuerza poderosa a quienes pretenden recuperar la verdadera historia de la Iglesia.

Misiones y ecumenismo

Cristo nos mandó y nos manda: «id a todo por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura» (Mc 16, 15).

Prædicare (que viene de dicare, derivado de dicere), significa decir, más aún, decir con fuerza, proclamar, decir con autoridad, solemnemente, con insistencia. Por supuesto que los enviados de Cristo también hemos de dialogar con todos, con amor, con paciencia y amabilidad. Pero ante todo hemos sido enviados por Él para predicar el Evangelio a todos los hombres, a todos los pueblos.

Hemos, pues, de predicar a los animistas que hay un solo Dios vivo y verdadero, y que sus ídolos no tienen vida, ni son dioses, ni pueden salvar, ni deben ser adorados. Hemos de predicar a los judíos que no van a salvarse por el cumplimiento de la Ley mosaica, sino por el Mesías salvador, que ya ha venido y que es nuestro Señor Jesucristo. Hemos de predicar a los protestantes que la fe sin obras buenas está muerta y no salva, que Cristo está presente en la eucaristía, que la eucaristía es el mismo sacrificio de la Cruz, que los sacramentos de la salvación son siete, que hay purgatorio, que las Escrituras sagradas, sin la guía de la Tradición y del Magisterio, no son inteligibles, y que la fe, sin obediencia a la autoridad docente de los apóstoles, no es propiamente fe, sino opinión. Hemos de predicar al Islam que en Dios hay tres personas divinas, y que la segunda se hizo hombre, y es el único Salvador del mundo. «Con oportunidad o sin ella», hemos de predicar a toda criatura (2Tim 4,2).

Bueno y prudente es sumar el diálogo y la predicación. Pero aquella Iglesia, en la que el diálogo sustituye a la predicación, y que prácticamente no se atreve ya a predicar el Evangelio a todos los hombres, llamándolos a conversión, desobedece a Cristo, está resistiendo al Espíritu Santo, se irá acabando, no tendrá vocaciones, ni los padres tendrán hijos...

También la Iglesia antigua, tan poderosamente evangelizadora, conocía y practicaba el diálogo, y no se limitaba a la predicación. Pero los antiguos Diálogos, que incluso encontramos por escrito en los comienzos de la Iglesia –en la mitad del siglo II, por ejemplo, el Diálogo con Trifón, de San Justino, o el Diálogo de Jason y Papisco sobre Cristo, escrito por Aristón de Pella – eran en realidad apologías del cristianismo, en las que se pretendía la conversión de los interlocutores y la refutación de sus errores.

La urgencia de la conversión –y de la llamada a la conversión, consiguientemente– es un dato continuo en los escritos del Nuevo Testamento. Llamando a conversión es como comienza tanto la predicación del Bautista como la de Jesús: «convertíos, porque el reino de los cielos está cerca» (Mt 3,2; Mc 1,15). Y así continua la predicación de los apóstoles, como San Pablo:

«Yo te envío para que les abras los ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios, y reciban el perdón de los pecados y parte en la herencia de los santificados» (Hch 26,18). «Dios, habiendo disimulado los tiempos de la ignorancia, ahora intima a los hombres que todos en todo lugar se arrepientan» (Hch 17,30).

La conversión que el Espíritu Santo pretende operar en los hombres por el ministerio de los apóstoles es meta-noia, es decir, un cambio de mente, antes aún que un cambio de costumbres. Lo que la evangelización procura es que los hombres acepten «los pensamientos y los caminos de Dios», que distan tanto de los humanos, como el cielo de la tierra (Is 55,8). La lógica del Logos divino difiere tanto de la lógica humana como la luz de las tinieblas. Por eso el Apóstol dice a los filipenses:

«hijos de Dios sin mancha, en medio de esta generación perversa y adúltera, vosotros aparecéis como antorchas encendidas, que llevan en alto la Palabra de la vida» (Flp 2,15).

Por eso, «¿qué hay de común entre la luz y las tinieblas?» (2Cor 6,14). En este sentido, la sustitución sistemática de la predicación por el diálogo, y la exclusión en la predicación de toda finalidad de conversión –o como suele decirse, de todo proselitismo– es hoy una gran infidelidad al Evangelio, es una vergüenza, un escándalo.

«Los misioneros no pretendemos la conversión de los paganos. Eso era antes. Cuántas veces ellos, los paganos, sin bautismo y sin misa, son bastante mejores que nosotros. Lo que buscamos, pues, es participar de sus vidas y ayudarles en todo lo que podamos, sabiendo que muchas veces más tenemos nosotros que aprender de ellos que de enseñarles nada».

Así piensan no pocos de los que han sido enviados por Cristo con una clara misión: «enseñad a todas las naciones... en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado» (Mt 28,19-20).

La posición de estos «misioneros» respecto a la evangelización destruye prácticamente la misión apostólica, y necesariamente tiene que ser falsa, pues dista años-luz de la actitud de Cristo, Pablo, Bonifacio, Javier. Nos vemos, pues, en la obligación de asegurar que la disidencia en la doctrina y en la práctica de las misiones respecto de la doctrina de la Iglesia ha ido haciéndose abismal en los últimos años (1965, decreto conciliar Ad gentes; 1975; exhortación apostólica Evangelii nuntiandi; 1990, encíclica Redemptoris missio).

Pero el Espíritu Santo, el «glorificador de Cristo» (Jn 16,14), el «unificador de la Iglesia», quiere eliminar ese falso ecumenismo, y fortalecer el verdadero impulso misionero que busca la verdadera unidad de los cristianos y de los pueblos en la plena verdad de Cristo.

Predicación a los judíos

Si el Señor nos manda predicar el Evangelio a todos los pueblos, tendremos que predicarlo también, evidentemente, a los judíos. Así lo hicieron Cristo, Esteban, Santiago, Pablo... con los resultados que ya conocemos. En este sentido, parece algo especialmente grave que hoy en la Iglesia muchas veces se renuncie, de hecho, a predicar a los judíos el evangelio de la conversión, y que solo se pretenda por el diálogo estar con ellos en relación de agradable amistad. Se diría que evangelizar a los judíos –lo más amoroso y benéfico que se les puede hacer– viene a ser antisemitismo.

¿Como Cristo, Esteban o Pablo, no amaban a su pueblo Hermann Cohen, los hermanos Ratisbonne o los hermanos Lémann, judíos conversos al cristianismo, que predicaron el Evangelio a sus hermanos con toda su alma?

Otros hay que se niegan a evangelizar a los judíos, creyendo que así los estiman y respetan más –y que, de paso, van a ahorrarse así muchos disgustos–. En un coloquio organizado por el International Council of Christians and Jews (8-IX-1997), un Cardenal expone la conferencia «¿El cristianismo tiene necesidad del judaísmo?». Y contesta a esa pregunta:

«Sin dudar respondo que sí, un sí franco y sólido, un sí que expresa una necesidad vital y, diría, visceral... Para mí, el cristianismo no puede pensarse sin el judaísmo, no puede prescindir del judaísmo... Mi fe cristiana tiene necesidad de la fe judía»... .

En la perspectiva del Cardenal, que se declara «lejos de toda teología cristianizante del judaísmo», para afirmar la fe cristiana en Cristo, necesitamos que los judíos nieguen la fe en Cristo, y lo rechacen como el Mesías anunciado por los profetas y esperado como Salvador.

Pero el Espíritu Santo quiere que la predicación del Evangelio a los judíos hecha por Cristo, Esteban, Pablo, o por Cohen, Ratisbonne, Lémann, siga resonando para la gloria de Dios y la salvación de todos.

La Misa dominical

La Iglesia sabe que no hay vida cristiana sin vida eucarística; que la Eucaristía es la fuente y el culmen de toda la vida sobrenatural en Cristo. Que sin Eucaristía –«si no coméis mi carne y bebéis mi sangre»– los fieles no podrán tener vida, estarán muertos. Y por eso establece secularmente con toda firmeza «el precepto», no el consejo, dominical (Código c.1246).

¿Urgen los pastores sagrados –en la catequesis, en la predicación, en la teología– este deber grave de conciencia? ¿Proponen la aceptación o el rechazo de la Eucaristía como algo de «vida o muerte»? ¿Procuran con máximo empeño que el rebaño de Cristo siga congregado en la Eucaristía, donde escucha la voz del Pastor y le recibe como alimento?

No. Muchos otros deberes morales son urgidos en campañas incomparablemente más apremiantes e insistentes. El resultado es que en no pocas Iglesias locales, si hace treinta años iba a Misa un 50 % de los bautizados, hoy va un 20 o un 10% o mucho menos aún. No podemos acostumbrarnos a esta atrocidad, ni menos aún hemos de considerarla irremediable.

En Libro de la sede, editado en España por la Conferencia Episcopal, se pide en una ocasión: «por la multitud incontable de los bautizados que viven al margen de la Iglesia. Roguemos al Señor» (Secretariado Nal. Liturgia, Coeditores Litúrgicos 1988, misa de Pastores). Esta realidad espantosa –que, al menos en las proporciones actuales, no había sido nunca conocida en la historia de la Iglesia–, es hoy vivida por muchos como una realidad normal, o al menos, digamos, aceptable. Piensan que si algo es, de hecho, y perdura tantos decenios en muchas partes de la Iglesia, no puede ser algo monstruoso. Pero lo es.

Ahora bien, los cristianos que, pudiendo asistir a la Misa, no lo hacen durante años, dan la figura canónica del «pecador público». Y de éstos dice el Código: «a los que obstinadamente persisten en un manifiesto pecado grave» no se les debe dar la comunión eucarística (c.915), ni la unción de los enfermos (c.1007), y a veces tampoco las exequias eclesiásticas (c.1184,1,3º). Es evidente que quienes durante años persisten en mantenerse alejados de la Eucaristía cometen, sin duda, al menos objetivamente, un pecado grave y crónico, público y manifiesto.

Y el que sea una incontable multitud no disminuye la gravedad de la materia. Esa gran mayoría de bautizados, que habitualmente no participan eucarísticamente del Misterio Pascual, es uno de los mayores escándalos de la Iglesia actual; es una vergüenza enorme, que en ninguna época se ha conocido en proporciones semejantes. Pero al ser tan frecuente, «ya no escandaliza», se considera hasta cierto punto normal, y a lo más es tomado como un mal irreversible, ante el cual no merece la pena intentar con empeño ningún remedio. Una vez más, se alude a «la secularización de la vida social», etc. Y hasta ahí se llega en el diagnóstico y en la acción.

Es urgente revitalizar en la catequesis y en la predicación el precepto de la Misa dominical, que obliga en conciencia, y que obliga tan gravemente como grave es la necesidad de la Eucaristía para la vida cristiana. No hay vida cristiana verdadera que no sea vida eucarística. Y esto es así con precepto dominical y sin él. Es así.

¿No será un sacrilegio, en el sentido más estricto de la palabra, autorizar el sacramento del matrimonio a personas que no van a Misa, y que tienen la firme determinación de mantenerse alejados de ella habitualmente? De eso modo se autoriza el sacramento del matrimonio a quienes se sabe con certeza moral que lo van a profanar. ¿No tendrá el párroco una obligación grave de comprobar el vínculo habitual de los novios con la Eucaristía, al menos en la intención hacia el futuro, a la hora de autorizar un nuevo matrimonio sacramental?

El Espíritu Santo quiere restaurar la unidad de la Iglesia y la santidad del matrimonio en la unión vivificante de la Eucaristía.

Adoración eucarística

No pocas son las parroquias que, fuera de la Misa, jamás realizan ningún acto de culto a Cristo, realmente presente en la eucaristía. A veces ni tienen custodia. Y si algunos cristianos piden a su párroco actos comunitarios de adoración eucarística, no será raro que reciban un rechazo total, no de una mera negación acerca de su dificultad práctica, sino de principio: «La adoración eucarística... Eso está superado. Es anticonciliar. Es una devoción privada, que la parroquia, como tal, no tiene por qué cultivar».

Es una vergüenza y un escándalo la frecuencia y la impunidad de estas actitudes. El Obispo «debe sancionar» a ministros que así desprecian la doctrina y la disciplina litúrgica de la Iglesia. Si en materia tan grave, y seguramente en otras también, les permite disentir impunemente, no se queje después si la Iglesia local se va desmoronando. Por el contrario, si no hay otro remedio, suspenda al párroco, pues mejor están solas las ovejas que «cuidadas» por un lobo.

El Espíritu Santo aborrece la soberbia y la desobediencia, sobre todo en los Pastores, y quiere que la adoración eucarística, tal como la Iglesia la enseña y la vive, sea acogida dócilmente por todos los sacerdotes y fieles católicos.

Comunión eucarística sin penitencia sacramental

En la edad media y en la época moderna, antes arraigó en la Iglesia la confesión frecuente que la comunión frecuente. La Regla de Santa Clara, por ejemplo, prescribe para cada año doce confesiones y siete comuniones. Sabido es que la comunión eucarística frecuente y aún diaria, después de siglos de dubitación en el tema, es recomendada felizmente por el decreto de San Pío X Sacra Tridentina Synodus (1905).

Pero hoy no se conocen –es decir, no se recuerdan, no se obedecen– las condiciones morales que la Autoridad apostólica exige para que la comunión eucarística, y especialmente la comunión frecuente, venga a ser aconsejable y benéfica (DS 3375-3383).

La comunión eucarística generalizada, sin confesiones sacramentales previas, es uno de los mayores males que afectan a no pocas Iglesias. Es un gran escándalo, un gran sacrilegio, del que muy especialmente habrán de responder los Obispos y párrocos. Así lo entiende el Apóstol: «Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente... come y bebe su propia condenación. Por eso hay entre vosotros muchos enfermos y débiles, y no pocos mueren» (1Cor 11,27-30)

¿Hasta cuándo vamos a seguir así? El Espíritu Santo no quiere en la Iglesia sacrilegios, y menos aún sacrilegios habituales, sino sacramentos celebrados con un corazón humilde y puro.

Absoluciones colectivas

La generalización en algunas Iglesias locales de la absolución colectiva en el sacramento de la reconciliación es también un grave sacrilegio, un abuso pésimo, que pone en duda la misma validez del sacramento. Es un gran escándalo que en no pocas Iglesias y en muchas parroquias haya, de hecho, solo seis sacramentos, y no siete. Y que ese terrible abuso dure decenios.

El Espíritu Santo aborrece los sacrilegios, y llama siempre a conversión, queriendo dar su gracia para ella. Sabemos que «si alguien profana el templo de Dios, Dios le destruirá» (1Cor 3,16).

Pudor y castidad

«Es ya público que reina entre vosotros la fornicación» (1Cor 5,1). Esta afirmación del Apóstol conviene hoy a no pocas Iglesias locales. Concretamente, conviene a todas las Iglesias que se han quedado afónicas para predicar con fuerza el Evangelio del pudor y de la castidad. No tienen suficiente convicción de fe en la necesidad de estas virtudes como para atreverse a predicarlas ni siquiera a los mismos cristianos. Parece increíble, pero así es.

La castidad, ya lo sabemos, perteneciendo a la virtud de la templanza, está en el primer escalón de la escala de las virtudes. Pero si los cristianos tropiezan en él, se verán impedidos para subir todos los otros escalones más elevados. Por eso hizo muy bien la Tradición católica al fomentar con especial empeño esta virtud en los cristianos principiantes –es decir, en la inmensa mayoría–, y al inculcarles gran horror hacia los pecados de lujuria, castigándolos gravemente en su disciplina pastoral.

También el pudor, poco conocido en el mundo greco-romano, fue eficazmente enseñado en la Iglesia primera. Las mujeres cristianas se distinguían claramente de las mundanas por su pudor y su castidad. Recordemos que la defensa de estas virtudes fue en ellas una de las causas más frecuentes para sufrir el martirio.

Quiso Dios que el hombre caído por el pecado experimentara vergüenza de su propia desnudez. Quiso Dios que los vestidos fueran para el hombre y la mujer una sustitución parcial del hábito del que estaban revestidos por la gracia primera. Quiso Dios que la desnudez fuera vista como grave pecado tanto en Israel como en la Iglesia. Y por eso, por obra del Espíritu Santo y de sus santos pastores, la desnudez impúdica desapareció prácticamente en la historia del pueblo cristiano. Es a mediados del siglo XX, cuando se acelera la descristianización y la apostasía, y cuando más crece el alejamiento masivo de la Eucaristía, es decir, de Cristo, cuando va apagándose en la Iglesia tanto la predicación de estas virtudes, como su práctica.

Es extremo el impudor que actualmente se ha generalizado entre los cristianos en las modas del vestir, en las costumbres de los novios y de los esposos, en la aceptación generalizada de playas y piscinas, en los entretenimientos usuales de diarios y revistas, de cine y televisión, que llegan a inficionar a veces hasta las mismas casas religiosas y sacerdotales. Mejor está, sin duda, el pudor entre budistas, hinduistas o en el Islam, que entre cristianos.

Ésta es hoy una de las mayores vergüenzas de la Iglesia –nunca antes conocida–, pues en muchas partes rechaza el Evangelio del pudor y de la castidad, como si fueran éstas unas virtudes añejas, ya superadas. Donde así está la Iglesia, parece dar por perdida la batalla contra el impudor y la lujuria, ya que apenas lucha por ellas con la invencible espada de la Palabra divina, que todo lo salva y transforma.

San Pablo en Corinto, ciudad portuaria, de mucho dinero y mucho vicio, presidida en la Acrópolis por el templo de Afrodita, en el que se ejercitaba la prostitución sagrada, combate con toda su alma contra la lujuria y el impudor, que, por lo que dice, eran generales entre los cristianos corintios recién conversos (1Cor 5,1).

El Apóstol, después de acusarles de ello, les advierte severamente que, si perseveran en esos pecados, se verán excluidos del Reino de los cielos (6,9-11). Pero sobre todo les exhorta, positivamente, a participar de la castidad de Cristo, recordándoles que son miembros suyos santos (6,1-518), y templos del Espíritu Santo, que de ningún modo deben ser profanados (6,19-20).

No permitirá el Espíritu Santo que el Evangelio del pudor y de la castidad siga silenciado en tantas Iglesias. Él, por medio de los apóstoles, quiere «presentarnos a Cristo Esposo como una casta virgen» (2Cor 11,2).
Anticonceptivos

En Seminarios, Facultades, Editoriales católicas, Librerías religiosas, Cursos Prematrimoniales, Grupos de Matrimonios, así como en la práctica del sacramento de la confesión, se ha difundido tanto el error en graves cuestiones de moral conyugal, que hoy en no pocas Iglesias la mayoría de los matrimonios católicos profanan el sacramento con «buena conciencia». Así se enfrentan con Dios y con su Iglesia, usando habitualmente, cuando lo estiman conveniente, de los medios anticonceptivos químicos o mecánicos, que disocian amor y posible transmisión de vida. También esta profanación generalizada del matrimonio cristiano es sin duda una de las mayores vergüenzas de la Iglesia en nuestro tiempo. Es un escándalo.

En noviembre de 2003 el Obispo de San Agustín (Florida, EE.UU.), Mons. Víctor Galeone, publica una pastoral sobre el matrimonio.

En ella se atreve a decir: «La práctica [de la anticoncepción] está tan extendida que afecta al 90% de las parejas casadas en algún momento de su matrimonio... Puesto que uno de las principales funciones del obispo es enseñar, os invito a reconsiderar lo que la Iglesia afirma sobre este tema». Recuerda seguidamente la doctrina católica, y añade:

«Me temo que mucho de lo que he dicho parece muy crítico con las parejas que utilizan anticonceptivos. En realidad, no las estoy culpando de lo que ha ocurrido en las últimas décadas. No es un fallo suyo. Con raras excepciones, debido a nuestro silencio, somos los obispos y sacerdotes los culpables».

¿También ésta habrá de ser considerada una batalla perdida, perdida sin lucha? No permitirá el Señor que esta epidemia enferme a su santa Esposa, la Iglesia, indefinidamente. Suscitará Obispos y párrocos, teólogos y laicos santos que, con la fuerza del Espíritu Santo, enfrenten decididamente este error y este pecado, venciéndolo con la verdad de Cristo, y aplicando una disciplina pastoral adecuada.

¿Podrá en adelante ser ordenado un Obispo o un presbítero del que no conste que está firmemente dispuesto a difundir la verdad católica sobre el matrimonio, y a combatir los errores y los falsos doctores que la falsifican?

¿Es lícito seguir recibiendo al matrimonio sacramental a novios que están conscientemente determinados a usar anticonceptivos, es decir, que proyectan disociar tajantemente siempre que les parezca oportuno el amor conyugal y la posible transmisión de vida? ¿O que piensan acudir, llegado el caso, a técnicas reproductivas artificiales?

Al realizar el expediente matrimonial, el párroco hace a los novios media docena de preguntas en los escrutinios privados, para que los novios, respondiéndolas adecuadamente y rubricándolas con su firma, hagan constar que van al matrimonio «queriendo hacer lo que la Iglesia quiere». Pues bien, sería necesario que el expediente matrimonial incluyera dos declaraciones firmadas, una sobre la Misa, otra sobre la anticoncepción, que vinieran a decir lo que sigue:

–«Acepto el precepto de la Iglesia sobre la Misa de los domingos y días festivos, y me propongo firmemente cumplirlo».

–«Me comprometo sinceramente a no hacer uso en el matrimonio de medios anticonceptivos físicos o químicos, y a no acudir en ningún caso a técnicas reproductivas artificiales que la Iglesia prohibe».

Unos novios que no van a Misa y que están decididos a seguir ausentes de ella –es decir, que no quieren vivir en la Iglesia–; unos novios decididos a usar cuando les parezca los medios anticonceptivos o las técnicas artificiales de reproducción, no deben ser pastoralmente autorizados al matrimonio sacramental, pues

–hay certeza moral de que en su vida conyugal lo van a profanar; y

–hay un fundamento grave para dudar de la validez de ese matrimonio.

Si los novios no creen ni quieren lo que la Iglesia cree y manda sobre el matrimonio, no están en condiciones de establecer lícitamente en la Iglesia, ni siquiera válidamente, un matrimonio sacramental. Atentarlo, pues, sería –es– un sacrilegio.

Evidentemente, la cláusulas nuevas que sugerimos para los expedientes matrimoniales, en las que los novios reconocen la inmoralidad absoluta de la anticoncepción y de la concepción artificial, son del todo inaplicables en tanto no haya una recuperación general de la moral católica conyugal en Obispos, párrocos y catequistas. Sin ésta restauración de la doctrina católica, es impensable que los párrocos exijan a los futuros esposos una convicción moral que ellos mismos no tienen. Y del mismo modo, es imposible exigir que los novios se comprometan a cumplir unas normas morales que frecuentemente ven negadas o puestas en duda en la Iglesia, en libros, en cursillos prematrimoniales, etc.

Todavía un Obispo, el 16 de febrero de 2004, se muestra en una conferencia «afligido» por «la distancia entre la Iglesia docente y buena parte de la Iglesia discente» en diversas materias de moral conyugal. «Un número apreciable de moralistas participan también, en un grado y otro, de este malestar e “insinúan sobre estas situaciones un juicio moral más benigno” (Valsecchi, 1973). Convendrá, pues, que los teólogos «profundicen» más en estas cuestiones, ayudando al Magisterio, «de tal manera que se acercaran en estos puntos la “traditio” y la “receptio”».

Está claro, pues, que el saneamiento del matrimonio católico, hoy tan gravemente enfermo, ha de comenzar por los Obispos y sacerdotes. Grandes daños causan a los matrimonios los pastores que consideran la doctrina de la Iglesia Católica poco benigna o menos benigna que la de ciertos moralistas. Entre tanto, mientras el Espíritu Santo logra la unidad de los Pastores en la verdad católica de la moral conyugal, habrá que seguir celebrando, en una condescendencia pastoral patética, matrimonios «sacramentales» que contrarían claramente la verdad del matrimonio cristiano. Y ésta es una situación tan gravemente escandalosa, que no puede durar y perdurar.

El Espíritu Santo no quiere más sacrilegios en el sacramento del matrimonio. Quiere que en la Iglesia de Cristo crea firmemente en la verdad de la moral matrimonial y ponga los medios para que no se sigan cometiendo tantos pecados. No quiere que en el matrimonio sacramental sea sistemáticamente profanado, una y otra vez, el amor conyugal, separando lo que Dios ha unido, esto es, el amor esponsal y la posible transmisión de vida. No quiere, al menos, que se siga cometiendo esta perversión con buena conciencia.

La acción política cristiana

En los países descristianizados de Occidente, los católicos llevamos medio siglo viéndonos en la necesidad de abstenernos en las votaciones políticas o de votar a partidos criminales del Estado liberal, que ni respetan la tradición cristiana, ni guardan las normas más elementales de la ley natural. ¿Hasta cuándo va a durar esta ignominia? ¿Acaso es inevitable, como estiman los católicos liberales?

La Bestial liberal separa al pueblo de su pasado histórico, allí donde éste ha sido netamente cristiano, quitándole así su identidad y su alma: disminuye, falsifica o casi elimina el estudio de la historia nacional. La Bestia liberal, es por un lado extremadamente centralista, pero por otro lado, al quitarle el alma a un pueblo, ocasiona que se divida en trozos, en partidos contrapuestos y en regiones egocéntricas. Degrada la escuela y la Universidad, y sofoca la enseñanza privada. Estimula el divorcio, la pornografía, la homosexualidad, el consumismo, la rebeldía, el antipatriotismo y toda clase de perversiones. Por el aborto despenalizado y gratuito, causa la matanza de los inocentes –en España, la Bestia ha asesinado medio millón de niños no nacidos en los últimos diez años–.

La Bestia liberal es intrínsecamente perversa. El Estado del liberalismo es congénitamente inmoral, pues no sujeta su acción, cada vez más amplia e invasora, a ley alguna, ni divina, ni natural. Es una potencia política sin freno, capaz, y así lo viene demostrando, de producir en la sociedad males enormes. Más que promover el bien común, muchas veces fomenta y procura el mal común.

Mírese, por ejemplo, la acción del Estado liberal hacia la juventud. Hace campañas, ya en los adolescentes, en favor de la promiscuidad: «vive el sexo, pero el sexo seguro»; distribuye gratuitamente preservativos; produce y difunde folletos en los que la heterosexualidad, la homosexualidad y la bisexualidad se presentan, científicamente, como formas igualmente válidas de la sexualidad humana. Subvenciona o difunde series televisivas juveniles en las que sistemáticamente se ridiculiza la virtud, la honradez, el empeño trabajador en los jóvenes, y se estimula en ellos, por el contrario, la desvergüenza, la pereza, la lujuria, la rebeldía contra los padres, contra los profesores, contra todo, en un nihilismo prepotente, falso, absurdo, feo, degradado.

Corruptio optimi pessima. Al poder político le corresponde la altísima misión de procurar el bien común. Por eso, cuando este ministerio óptimo se corrompe y es ejercitado de modo perverso, sin sujetarse a norma moral alguna, se transforma en la fuente mayor de los peores males. Y es, desde luego, la causa principal de la descritianización de los pueblos en Occidente.

Y sin embargo, como se describe en Apocalipsis 13, «la tierra entera seguía maravillada a la Bestia» liberal, a quien el Dragón infernal le da poder para «hacer la guerra a los santos y vencerlos». La mayoría de los cristianos, acobardados unos y fascinados los más, aceptan la marca de esta Bestia mundana «en la mano derecha y en la frente», es decir, en sus conductas y pensamientos. Acceden convencidos al servicio de la Bestia, en buena parte porque saben que quienes no adoren públicamente a la Bestia y no acepten la marca de su sello, «no podrán ni comprar ni vender» en el mundo, quedarán marginados y perdidos, y serán finalmente «exterminados». La voluntad influye en el juicio y lo fuerza al error. No quieren ser mártires. Se creen con derecho a no serlo.

En esta situación, sólamente un resto de fieles mártires resisten a la Bestia y no admiten su marca ni en la frente ni en la mano: son «los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús» (Ap 12,17).

El catolicismo liberal siempre ha visto con horror y desprecio el Syllabus del Beato Pío IX (1964). Pero especialmente se ha escandalizado de su último número, el 80, donde el Papa condena la siguiente proposición: «El Romano Pontífice [la Iglesia] puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo y con la civilización moderna» (DS 2980).

Por supuesto que la Iglesia colabora con el progreso científico, técnico, social, etc. ¿Pero qué conciliación cabe entre la Iglesia y una sociedad liberal, herméticamente cerrada a la autoridad de Dios, que en su vida política y cultural ni siquiera reconoce la ley natural, sino que parece complacerse especialmente en pisotearla?

Es obvio que, como dice el Syllabus, entre la Iglesia y la Bestia liberal no puede haber concordia alguna. Siguen, pues, vigentes las palabras del Apóstol: «no os unzáis al mismo yugo con los infieles: ¿qué tiene que ver la rectitud con la maldad?, ¿puede unirse la luz con las tinieblas?, ¿pueden estar de acuerdo Cristo y el diablo?, ¿irán a medias el fiel y el infiel?, ¿son compatibles el templo de Dios y los ídolos?» (2Cor 6,14-16).

Cuando consideramos la actitud pasada de la Iglesia Ortodoxa en la Unión Soviética, nos parece lamentable que no se enfrentase más abiertamente con la Bestia comunista. Los sucesores de los Apóstoles se daban la mano con los Jerarcas soviéticos y se dejaban fotografiar sonrientes con ellos. Los campos de concentración, las arbitrariedades inauditas de la KGB, el ostracismo, la cárcel, los genocidios y las deportaciones masivas, la persecución de sacerdotes y laicos cristianos, la promoción del ateismo y del aborto, no eran suficientes para que se distanciaran totalmente –ateniéndose a las consecuencias– de tantos horrores. Las razones alegadas eran claras: «si no salvamos la propia vida, se apaga totalmente en nuestra patria el Evangelio y cesa la celebración de la Divina Liturgia».

Cuando se considere dentro de unos años la actitud de algunas regiones de la Iglesia Católica, parecerá lamentable que ésta no se enfrentase allí más abiertamente con la Bestia liberal. Dar la mano, la sonrisa y la imagen de concordia a políticos responsables de tan graves crímenes –no pocos de ellos se dicentes cristianos–; establecer con ellos acuerdos, que se declaran «satisfactorios»; no impedir que el voto de los católicos sostenga y haga posible tantas infamias, se verá con pena, vergüenza y lamentación. Y las razones alegadas, «salvar la vida de la Iglesia, el mantenimiento de los sacerdotes y de los templos, la vida litúrgica, asistencial, apostólica», etc., no se estimarán convincentes, sino falsas y cobardes.

El siglo XX, él solo, ha dado, con gran diferencia, más mártires cristianos que todos los siglos precedentes. Pero junto a esta oleada de fidelidad extrema, se ha dado en la Iglesia una oleada de apóstatas, también en proporciones nunca conocidas. La vocación al martirio ha sido rechazada por los innumerables cristianos que han aceptado en su frente y en su mano la marca de la Bestia liberal.

Pero es indudable que la vocación martirial ha sido muy particularmente escasa en la mayoría de los políticos cristianos. No han luchado por la verdad y el bien del pueblo. No se les ven cicatrices, sino prestigio mundano y riqueza. Sin mayores resistencias –pues tienen que «guardar sus vidas», para así continuar sirviendo al Reino de Cristo en el mundo–, han dejado ir adelante políticas perversas con sus silencios o complicidades. Han tolerado agravios a la Iglesia que no habrían permitido contra una minoría islámica, budista o gitana. Se han mostrado incapaces no sólo de guardar en lo posible un orden cristiano –formado durante siglos en naciones, a veces, de gran mayoría cristiana–, sino que ni siquiera han procurado proteger lo más elemental de un orden natural, destrozado más y más por un poder político malvado. E incluso han obrado así también cuando han tenido mayoría parlamentaria, pues no querían perderla.

La Democracia Cristiana de Italia, que ha gobernado durante casi toda la segunda mitad del siglo XX, ha sido sin duda una referencia muy importante para todos los políticos católicos del mundo. Pues bien, viniendo a un caso concreto, en 1994, perdido ya el poder, y siendo presidente de Italia el antiguo democristiano Oscar Luigi Scalfaro, dirige al Congreso un notable discurso en el que aboga por el derecho de los padres a enviar a sus hijos a colegios privados, sin que ello les suponga un gasto adicional.

El valiente alegato de este eminente político fue respondido por una congresista católica, recordándole que, habiendo sido él mismo ministro de Enseñanza, «tendría que explicar a los italianos qué es lo que ha impedido a los ministros del ramo, todos ellos democristianos, haber puesto en marcha esta idea», siendo así que la Democracia Cristiana, sola o con otros, ha gobernado Italia entre 1945 y 1993. En casi cincuenta años, por lo visto, la DC italiana no ha hallado el momento político oportuno para conseguir –para procurar al menos– la ayuda a la enseñanza privada, un derecho natural tan importante.

¿Cómo puede explicarse la inoperancia casi absoluta de los cristianos de hoy en el mundo de la política y de la cultura? Llevamos más de medio siglo elaborando «la teología de las realidades temporales», hablando del ineludible «compromiso político» de los laicos, llamando a éstos a «impregnar de Evangelio todas las realidades del mundo secular». Y sin embargo, nunca en la historia de la Iglesia, al menos después de Constantino, el Evangelio ha tenido menos influjo que hoy en la vida del arte y de la cultura, de las leyes y de las instituciones, de la educación, de la familia y de los medios de comunicación social. ¿Cómo se explica eso?

¿Hasta cuándo esta Bestia liberal será alimentada por los votos de los ciudadanos católicos? La respuesta es simple: esa miseria será inevitable hasta que exista alguna opción política cristiana. ¿Pero y por qué esta opción política cristiana se tiene por imposible o por inconveniente? ¿Es que ha de prolongarse indefinidamente la absoluta impotencia política del pueblo cristiano?

No dejaremos estas preguntas en el aire. Trataremos de darles respuestas verdaderas.

1. El catolicismo liberal es inerte en la política, porque se ha mundanizado completamente en su mentalidad y costumbres. Ignora y desprecia la tradición doctrinal y espiritual católica, asimila las mentiras del mundo, y no tiene nada que dar al mundo secular. En su ambiente no hay ya filósofos ni novelistas, ni tampoco polemistas que entren en liza con las degradaciones mentales y conductuales del mundo actual, por el que se siente admiración y enorme respeto. Los católicos liberales son incapaces de actuar como cristianos en política, en el mundo de la cultura y de la educación, en los medios de comunicación, pues son «sal desvirtuada, que no vale sino para tirarla y que la pise la gente» (Mt 5,13).

Gracias a los católicos liberales, en pueblos de gran mayoría católica ha podido entrar en la vida cívica, sin mayores luchas ni resistencias, y legalizadas por el voto de los católicos, una avalancha de perversiones incontables, contrarias a la ley de Dios y a la ley natural. También el Poder contrario a Dios y a su Iglesia ha podido gobernar durante muchos decenios a pueblos de gran mayoría católica, como México o Polonia, sin que los católicos liberales de todo el mundo se rebelaran por ello mínimamente.

Es obvio: cuando los católicos más ilustrados, clero y laicos, asimilan el liberalismo y asumen la guía del pueblo, cesa completamente la acción política de los fieles.

2. Mientras se evite en principio, como un mal mayor, la confrontación de la Iglesia con el mundo, no es posible que se organice ninguna opción política cristiana. Una acción de los cristianos en el mundo secular, sobre todo si se produce en forma organizada y con medios importantes, es imposible sin que se produzca una cierta confrontación entre la Iglesia y la sociedad actual. Ahora bien, si se exige, como norma indiscutible, que la Iglesia se relacione con el mundo moderno en términos de amistad y concordia; si por encima de todo se pretende evitar cualquier confrontación con el mundo –y, por tanto, dicho sea de paso, cualquier modo de persecución–, entonces es totalmente imposible la acción política de los cristianos en el mundo, y mucho menos en formas organizadas.

Pero esto es, simplemente, horror a la cruz. Esto es una fuga sistemática del martirio por exigencias semipelagianas: «hay que proteger sana y prestigiada ante el mundo “la parte” humana de la Iglesia, para que así pueda transformar la sociedad».

3. Es necesario que los votos católicos se unan para procurar el bien común en la vida política. O dicho en otras palabras: es ya absolutamente intolerable que los votos católicos sigan sosteniendo el poder de la Bestia liberal. Hubo un tiempo en que el Poder político era un bien; más tarde vino a ser un mal menor; actualmente es el mal peor que actúa en las naciones.

Ningún voto de católicos siga, pues, apoyando partidos que sostienen la Bestia liberal y que fomentan el divorcio, el aborto, la eutanasia, la educación laicista y toda clase de atrocidades y perversidades.

Pero para eso a los católicos hay que facilitarles la posibilidad de votar a un partido cristiano o bien a una pluralidad de partidos y asociaciones políticas cristianas, que se unan en coalición electoral.

No basta, pues, de ningún modo, en la situación actual, con decirles a los fieles que «voten», y que «voten en conciencia». Es necesario hacer posible una canalización digna del voto político de los católicos, para que el pueblo fiel se empeñe en la promoción de un bien. Por fin entonces se verá libre de la siniestra necesidad de votar una y otra vez –durante generaciones– siempre males, sean males menores o mayores. ¿Hasta cuando esta ignominia?

La organización del pueblo católico para hacer eficaz y poderosa la acción de la Iglesia en el campo social y político dió lugar en el siglo XIX y comienzos del XX a un gran número de movimientos, asociaciones, partidos. Los Vereine, la Asociación Católica de Alemania, los anuales Katholikentag, el Zentrum, la Association catholique de la jeunesse française, el Movimento Cattolico, la Opera dei Congressi e dei comitati cattolici, la Acción Católica, la Obra de los Círculos Católicos de Obreros, la Catholic Social Guild y tantas otras asociaciones, con mayor o menor acierto, consiguieron a veces importantes victorias, librando batallas a veces muy fuertes y prolongadas. Los partidos laicistas tenían que contar con el voto católico, porque muchas veces sin él ni siquiera podían gobernar.

Pero esa organización es hoy anatematizada por los católicos-liberales, que en el mundo moderno se encuentran como pez en el agua: hablan de regresos al «integrismo», al «ghetto», a la preconciliar confrontación «Iglesia-mundo». Han conseguido, pues, que éste sea un tema tabú: intocable. Mencionarlo siquiera es eclesiásticamente incorrecto. Desde luego, si esa organización del voto católico cristalizara, ellos perderían todas sus prebendas –aunque no; lo más probable es que se adaptarían, incluso de buena fe, a las nuevas organizaciones católicas: son corchos insumergibles–.

La posición de los políticos católicos italianos en la segunda mitad del siglo XX ha sido paradigma para todas las demás naciones de mayoría católica. Por eso nos interesa especialmente considerarla, aunque sea muy brevemente. Ángel Expósito Correa analiza en el artículo La infidelidad de la Democracia Cristiana Italiana al Magisterio de la Iglesia (revista «Arbil», nº 73). No se arriesga en él a formular juicios, quizá temerarios, sobre las intenciones de los jefes históricos de la DC italiana; simplemente reproduce declaraciones de ellos mismos, en las que se ufanan de haber puesto el voto de los católicos al servicio del liberalismo, para configurar una sociedad laica y secularizada. Ciertamente lo han conseguido, propiciando que Italia haya perdido los caracteres religiosos, culturales y civiles –hasta el latín ha perdido–, que constituyen su identidad histórica:

Alcide De Gasperi (1881-1954), político italiano, presidente democristiano del Gobierno (1945-1953): «La Democracia Cristiana es un partido de centro, escorado a la izquierda, que saca casi la mitad de su fuerza electoral de una masa de derechas».

Ciriaco de Mita, ex-secretario de la DC y varias veces miembro del Gobierno y primer ministro (1988-1989): «El gran mérito de la DC ha sido el haber educado un electorado que era naturalmente conservador, cuando no reaccionario, a cooperar en el crecimiento de la democracia [liberal]. La DC tomaba los votos de la derecha y los trasladaba en el plano político a la izquierda».

Francesco Cossiga, presidente de la República (1985-1992): «La DC tiene méritos históricos grandísimos al haber sabido renunciar a su especificidad ideológica, ideal y programática. Las leyes sobre el divorcio y el aborto han sido firmadas todas por jefes de Estado y por ministros democristianos que, acertadamente, en aquel momento, han privilegiado la unidad política a favor de la democracia, de la libertad y de la independencia, para ejercer una gran función nacional de convocación de los ciudadanos».

Toda esa manipulación fraudulenta del electorado católico, para conseguir que apoye lo que no quiere, la secularización de la sociedad a través del Estado liberal, se ha hecho con gran suavidad y eficacia. El fraude se ha consumado a través de fórmulas políticas altamente sofisticadas: la «apertura a la izquierda», el «compromiso histórico», las «convergencias paralelas», los «equilibrios más avanzados», etc. Éstos y muchos otros datos ofrecen, pues, a Expósito fundamento real para afirmar que,

«el triunfo de las dos corrientes modernistas [católicos liberales y democristianos] en el mundo católico es sin lugar a dudas una de las causas principales de la crisis de evangelización de la Iglesia y, por tanto, de la secularización del mundo occidental y cristiano. Lo que innumerables documentos y encíclicas papales denunciaban ser los peligros de las ideologías para la sociedad y la Iglesia, fueron desoídos por estas minorías iluminadas que por una serie de circunstancias y factores acabaron imponiendo sus criterios a una buena parte del mundo católico».

La verdadera realidad de la vida del mundo y de la política es expresada por el Concilio Vaticano II con graves palabras, cuando afirma que «a través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor [cf. Mt 24,13; 13,24-30 y 36-43], hasta el día final» (GS 37). Lo mismo se dice en el Apocalipsis, el libro más «actual» del Nuevo Testamento. Podemos hoy ignorar esa lucha, hacer como si no existiese; podemos incluso negarla, afirmando la perfecta posibilidad de acuerdo entre la Iglesia y el mundo moderno. Pero la realidad de la verdad permanece, por encima de todas las falsificaciones, ignorancias y mentiras.

–Sólamente en el marco de esta lucha real, políticamente escenificada con toda claridad, entre los hijos de la luz –que respetan la ley de Dios y de la naturaleza– y los hijos de las tinieblas –que pretenden ser como dioses y no respetan ley alguna– surgirán numerosas vocaciones políticas, intelectuales, sociales, periodísticas, etc. Y también sacerdotales y religiosas.

–Sólamente en un histórico escenario político semejante, que hace visible la invisible batalla secular entre los hijos de Dios y las tinieblas, podrán ser aplicadas las preciosas doctrinas de la Iglesia sobre la acción de los laicos en el mundo (Vaticano II, Gaudium et spes, Apostolicam actuositatem; Juan Pablo II, Christifideles laici; etc.). En cambio, negada por principio la conveniencia y la necesidad de esa confrontación, esas doctrinas quedan necesariamente inertes, inaplicadas, inaplicables.

–Sólamente en este planteamiento podrán los Obispos prohibir eficazmente el voto en favor de los partidos inmorales. En otros tiempos se dieron estas prohibiciones y fueron en gran medida obedecidas. Si hoy son prácticamente imposibles, es porque el acuerdo con el mundo es considerado conditio sine qua non para cualquier planteamiento político, social y cultural netamente cristiano. Y así, como hemos dicho, el pueblo católico se ve año tras año inexorablemente obligado o bien a abstenerse o bien a votar en favor del mal, sea éste menor o mayor.

–Sólamente admitiendo a todos los efectos esa confrontación experimentarán Obispos y fieles su inmensa potencia política, al menos en países de mayoría o de grande minoría católica.

¿Qué sucedería si un Obispo publica una pastoral en la que prohibe a sus fieles consumir los productos de una cierta empresa, cuya publicidad es abiertamente pornográfica? «No compre MDMD. Fomentaría usted la pornografía». Con frecuencia las empresas operan con un estrecho margen de viabilidad. Una pequeña y sostenida disminución en las ventas puede llevarles a la quiebra. Lo más probable es que MDMD, pensándolo mejor, suprimiera la sucia publicidad que practica. Y que la ciudad quedara limpia de carteles obscenos. Es lo más probable.

La potencia, hoy en gran medida inhibida, de la Iglesia en cuestiones sociales, culturales y políticas podría ser grandísima; pero ella misma se anula, se cohibe, si a causa de errores doctrinales y complejos históricos, procura por encima de todo evitar cualquier manera de confrontación con el mundo moderno.

–Sólamente también en esos planteamientos renovados podrá resurgir el Magisterio católico sobre la doctrina política, que tuvo formidables desarrollos filosóficos y teológicos en los cien años que van de mediados del siglo XIX a mediados del siglo XX, pero que en la segunda mitad del siglo XX casi ha desaparecido de la enseñanza de la Iglesia.

Esta disminución tan marcada del Magisterio en temas de doctrina política puede apreciarse claramente repasando en obras como la colección de Doctrina Pontificia - Documentos políticos, publicada por la B.A.C. en Madrid, en 1958, los principales documentos políticos del magisterio del Beato Pío IX (1846-1878), de León XIII (1878-1903), de San Pío X (1903-1914), de Benedicto XV (1914-1939), de Pío XI (1922-1939) y de de Pío XII (1939-1958). La obra, en 1.050 páginas, reúne 59 documentos, de los cuales 25 son encíclicas. Documentos, decimos, sobre doctrina política.

Desde entonces, el Magisterio pontificio ha publicado encíclicas importantes sobre temas sociales y económicos (Mater et Magistra, Pacem in terris, Populorum progressio, Octogesima adveniens, Laborem exercens, Sollicitudo rei socialis, Centesimus annus), pero ha tratado muy escasamente la doctrina propiamente política. En el magisterio de Juan Pablo II cabe destacar los números 44-47 de la encíclica Centessimus annus (1991), así como los 68-72 de la encíclica Evangelium vitæ (1995), y la breve Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política, de la Congregación para la Doctrina de la Fe (2002).

En fin, reconocemos que hay no pocos elementos discutibles en los análisis y soluciones que en esta compleja cuestión hemos expuesto brevemente. Pero lo que está claro es que por el camino político de la concordia y de la complicidad con el mundo, propugnado por los católicos liberales, se llega inevitablemente a la corrupción y a la ignominia.

La apertura del Jubileo de los Políticos, celebrado en Roma en 2000, fue significativamente confiada al presidente del Comité de Acogida de este Jubileo, el siete veces primer ministro de Italia y actual senador vitalicio, Giulio Andreotti, paradigma de los políticos cristianos de la segunda mitad del siglo XX. Éste es aquel eminente político católico que, allí mismo, en Roma, en 1978, firma para Italia la ley del aborto, que autoriza a perpetrarlo legalmente durante los noventa primeros días de gestación... Hace pocos años reconocía su grave error: «Espero que Dios me perdone».

El Espíritu Santo está queriendo renovar la faz de la tierra. Está deseando infundir en Pastores y laicos católicos la inmensa fuerza benéfica de Cristo, Rey del universo. Quiere potenciar una gran acción política cristiana, realizadora de grandes bienes para el pueblo, liberadora de terribles cautividades y miserias, suscitadora de entusiastas vocaciones laicales y pastorales.

Vocaciones sacerdotales y religiosas

Otra de las mayores vergüenzas de muchas Iglesias de hoy es que no tengan jóvenes y muchachas en las comunidades cristianas que estén en condición espiritual idónea para escuchar la llamada de Cristo y para seguirle dejándolo todo.

Y ese escándalo, como está sobradamente comprobado, solo desaparece en aquellas Iglesias que se reforman en la ortodoxia y en la ortopraxis, y que se atreven a enfrentarse abiertamente con el mundo en pensamientos y costumbres. Pronto en ellas, por obra del Espíritu Santo, florecen de nuevo las vocaciones, hasta entonces impedidas por errores y abusos, por infidelidades y escándalos.

Pecados materiales y formales, pecados personales y estructurales

En nuestro escrito hemos empleado con alguna frecuencia los términos «grave pecado», «sacrilegio», «pecadores públicos», etc. Pero podrá alegarse, con razón, que muchas veces esos pecados no son formales, sino únicamente materiales, al carecer quienes los cometen de conocimiento y libertad plena.

Una mujer, sin formación moral alguna, muy en contra de su voluntad, puede abortar, en un acto de abnegación y de amor, porque se lo exige su esposo y su familia. Un sacerdote, de conciencia deformada, puede dar ilícita y quizá inválidamente absoluciones colectivas, creyendo sinceramente que con eso ayuda la vida espiritual de su pueblo. Tantos acuden al matrimonio «por la Iglesia» sin ser conscientes de que no realizan un sacramento, sino un sacrilegio.

No entramos, pues –no debemos ni podemos entrar: de internis neque Ecclesia iudicat–, en el juicio de las conciencias subjetivas. Sin embargo, objetivamente considerados, tanto ese aborto, como esa sacrílega absolución colectiva o ese atentado al matrimonio sacramental no dejan de ser enormes males, que habrá que atajar cuanto antes. Son escándalos gravísimos.

Una estructura de pecado dificulta grandemente, de hecho, el conocimiento y la práctica de la virtud. Por eso su destrucción es una tarea urgente, aunque quizá no pocos de quienes la sustenten apenas tengan culpa subjetiva de esa maléfica maldad. Solo entonces vendrá a ser para muchos asequible el conocimiento y el ejercicio del Evangelio que salva.

Entre tanto, los males que producen los pecados, aunque solo sean materiales, son muy grandes. La anticoncepción, por ejemplo, aunque esté practicada con buena conciencia –de eso se encargan ciertos moralistas–, causa objetivamente daños indecibles en la unión conyugal, en la familia, en la educación de los hijos, en la sociedad.

Es, pues, tarea urgente denunciar aquellos pecados que, precisamente por estar generalizados en un lugar y tiempo dados, no son captados ya en su maldad, aunque la culpabilidad moral de quienes los cometen venga atenuada o incluso eliminada, según los casos, por el ambiente. Sólo así, con la gracia del Salvador, podrán ser vencidos aquellos males y crímenes que se han generalizado tanto, que casi se han hecho invisibles.

El Nuevo Orden Mundial

Controla el petróleo y controlarás las naciones; controla los alimentos y controlarás a los pueblos. Combínalo con un incontestable poder militar, y lo controlarás todo.”

Matrix "progre" según Juan Manuel De Prada

Algoreando en el Matrix progre

JUAN MANUEL DE PRADA
10-11-2007 10:30am

Ser progre consiste en tener siempre razón; si la realidad te lleva la contraria, peor para la realidad.

Como los sastres de la fábula, el progre viste de aire al rey y lo pasea desnudo por las calles, concitando las muestras de arrobo del populacho, que aplaude a rabiar sus habilidades indumentarias. Y, ¡ay de quien se atreva a denunciar la desnudez del rey! De inmediato, el progre lanzará sus anatemas contra el osado, le montará una ordalía, lo desterrará a los márgenes de la sociedad, allá donde acampa la gentuza que no se aviene a comulgar con ruedas de molino.

A veces, las ruedas del molino progre son tan aparatosas e indigestas que hacen falta para embucharlas unas tragaderas como las de la prota de «Garganta profunda», pero quien no las tiene las finge y santas pascuas.

El progre afirma, por ejemplo, que los biocombustibles son ecológicos y que son la energía alternativa del futuro; y no hay quien rechiste. Ahí tenemos al brasileño Lula da Silva, que está arrasando la selva amazónica para plantar soja a troche y moche y ha conseguido erigirse en paladín del medio ambiente sin despeinarse, el tío.

El progre ha instaurado una nueva realidad paralela que nadie osa rebatir, una suerte de Matrix donde se puede vivir plácidamente, con la condición de que no la pongas en entredicho. Pero el Matrix progre es mucho más elaborado que el urdido por los hermanos Wachowsky en su célebre trilogía: allí aún había la posibilidad de rebelarse contra los fabricantes de espejismos; en el Matrix progre, los fabricantes de espejismos poseen la habilidad de aparecer como redentores de la humanidad.

Ahora el gran fabricante de espejismos del Matrix progre se llama Al Gore. El gurú del cambio climático es, desde luego, un tipo con una jeta de feldespato: hace apenas unos años, fue vicepresidente de un gobierno que se negó a firmar los protocolos de Kyoto; y hoy tiene redaños para exigirnos que apaguemos antes de acostarnos ese botoncito de la tele que cierra el flujo de corriente.

Pero en el Matrix progre las hipocresías más chirriantes pueden pasar inadvertidas. También a los palurdos que, allá en los siglos más oscuros del medievo, escuchaban las prédicas tremebundas de cualquier charlatán que les auguraba calamidades sin cuento si no renegaban de la lujuria les pasaba inadvertido que luego el charlatán, con el dinero recaudado en la prédica, se corriera una juerga en el burdel del pueblo vecino; o tal vez lo advirtiesen, pero consideraban que el charlatán estaba en su derecho a contradecirse.

Al Gore, gran fabricante de espejismos del Matrix progre, pretende que apaguemos ese botoncito de la tele que cierra el flujo de corriente antes de acostarnos, pero luego cobra doscientos mil pavos por endilgarnos su cháchara apocalíptica, dinero que tal vez apoquine una multinacional eléctrica. Y no hace falta decir que Al Gore se desplaza por el Matrix progre en avión privado; pero hemos de pensar que su avión privado no gasta queroseno, tal vez funcione con soja, o a pedales.

En su turné española, el gran fabricante de espejismos del Matrix progre ha dejado apóstoles convencidos y dispuestos a propagar sus embelecos, por supuesto mientras llenan la buchaca. En esto no hacen sino imitar a su maestro: y es que el progre ha descubierto que la explotación de la mala conciencia de la gente sometida, capaz de comulgar con las ruedas de molino más aparatosas o indigestas, constituye un negocio pingüe.

En la fábula del rey desnudo, los sastres se conformaban con pegarle un sablazo al mentecato que luego se pavoneaba en porreta ante sus súbditos; en el Matrix progre, los fabricantes de espejismos no sólo reclaman nuestra adhesión (que es un acto de fe, puesto que se trata de creer en lo que no vimos), sino también nuestro dinero. Quieren que nos mantengamos castos, quieren culpabilizarnos hasta por los tocamientos más veniales (el botoncito de la tele encendido), pero sobre todo quieren que demostremos nuestra contrición apoquinando, para que ellos puedan luego correrse su juerga en el burdel del pueblo vecino.

Ellos saben bien que el dinero no florece en los campos que tan idílicamente celebran en sus odas ecológicas; pero, con tal de que el flujo de dinero no cese, ya puede perecer el mundo. Después de todo, ¿quién dijo que desearan salvarlo? El único mundo que les importa es el Matrix progre que han creado, el Matrix progre que los palurdos como usted y como yo sostenemos con nuestras tragaderas.

http://www.juanmanueldeprada.com/

Constelaciones Familiares

20 de Julio #2005
En memoria de San Aurelio, Obispo de Cartago (s. IV)

Sra.
Vedanta Suravi
ContelacionesFamiliares.net
Vía e-mail: suravi@constelacionesfamiliares.net
En algún lugar del mundo

Ref.: “Constelaciones Familiares”

Distinguida Sra. Suravi:

“Debes saber que en los últimos días habrá momentos difíciles, Los hombres se volverán... amantes de los placeres más que de Dios; tendrán apariencia religiosa, pero su religiosidad será inconsistente. ¡Apártate de ellos! A estos pertenecen los que entran en las casas de y seducen a mujeres frívolas cargadas de pecados, atraídas por toda clase de pasiones, que continuamente están aprendiendo sin llegar nunca al conocimiento de la verdad...” [2 Timoteo 3, 1-7]

Al saludarle cordialmente en esta mañana que Dios nos ha regalado, le escribo de inmediato en respuesta a su atento mensaje de esta misma fecha -sobre el tema de referencia.

Como habrá podido notar de la carta que dirigí a la Sra. Núñez aquí en Santo Domingo, estoy lo suficientemente enterado sobre el asunto como para no tener que leer ningún texto, y poder afirmar que esto no es más que otro de los tantos esquemas con el que se pretende dar paso a la misma superchería de siempre. Le he remitido vasta información de un grupo muy parecido, la Cienciología, cuyo principal promotor afirma tener -por igual- al toro bien agarrado por los cuernos.

Buscando información por el Net, he llegado a un sitio que le promociona, donde además se incluyen como alternativas lo siguiente:

astrología; niños indigo; talleres vivenciales; paz interior con Geshe Hgawang Serap; reflexiología holística; temazcalli; taller de consenso; psicogenealogía y psicomagia; canalización con Tom Heckel; il concilio de mujeres; talleres de regresiones; sesión de inipi y sonidos sagrados; sonidos que curan; taller sobre sueños y poesía en el cosmos mapuche; sanar la madre interna; taller de mandala de abundancia... grafología; feng shui; cultura tibetana...

No es un secreto para nadie hoy que el hombre contemporáneo sufre -sin medida- las consecuencias de su propio pecado y el pecado del mundo entero. Nos llueve desde arriba una especie de granizo que nos golpea fuerte en la cabeza, y nos aturde, nos atonta, el mismo fruto de nuestras maldades, que tanto nos agobian, nos molestan, nos esclavizan.

¿Cómo poner freno a la cadena de males y de dolor que se transmite de generación en generación?, cuestiona la periodista a la entrevistada en el artículo sobre “constelaciones familiares” aparecido en el Listín de ayer.

Fácil. Sigamos las instrucciones precisas contenidas en el Libro del Deuteronomio, y ya veremos como las cosas cambian. No hay porqué avocarse a una cantidad de locuras y someterse al tratamiento de locos para superarlo. Es cuestión de elegir entre la vida y la muerte, punto. Ahora bien, esto no es asunto de magia ni mucho menos. Como le decía a la joven periodista con quien conversé; nosotros somos hoy todo cuanto hemos hecho en nuestro pasado, y seremos mañana lo que hagamos hoy. Si usted maltrata al perro de pequeño, apueste y asegure que de grande le muerde las canillas (piernas flacas decimos nosotros aquí en Dominicana).

Solución. Conversarlo abierta y francamente con un Sacerdote amigo, en otras palabras ‘confiésese’, y reciba el Sacramento de la Reconciliación, que no solo libera a uno de tanta culpa y aflicción por el delito cometido, sino que recibe la consolación que solo viene de lo alto, la absolución de las faltas de parte de uno que sí está autorizado a liberar, a perdonar nuestros pecados en nombre de Dios.

Yo no conozco al Dr. Hellinger personalmente como para poder hablar categóricamente de su obra –per se-, pero lo que sí le digo con toda autoridad es que conozco bastante sobre este asunto de “control mental”, “canalización”, ‘espiritismo’, etc., como para saber que 1. no viene de Dios, y 2. nos traerá a todos más problemas que soluciones.

“A los que faltan a sus obligaciones, repréndelos en público, para que sirva de lección a los demás.” [1 Timoteo 5, 20]

Dice la terapeuta Xiomara Lora que “de manera mágica e inexplicable, esa persona (la persona que asume el rol de algún familiar o amigo nuestro) que te está representando, que no te conoce, se va a comportar y va a sentir aquello que tú estas experimentando”.

¿Cómo es esto que ni la ciencia puede explicar bien el asunto?

Según Laura Quiñónez, lo anterior “es posible gracias al campo energético que se forma en el momento y que puede extenderse a la familia del cliente y evidenciarse en el cambio de conducta de sus miembros”.

Cada vez que oigo por aquí y por allí de algún Sacerdote de la Iglesia católica que por alguna razón u otra ha renunciado a su ministerio, vivo de nuevo la experiencia del ‘divorcio’, de la separación, de la fractura humana. Hellinger anduvo por África predicando el Evangelio, estudió teología, sicología, y sabe Dios cuántas otras cosas más, como para hoy no darse cuenta de que eso mismo que el estudió ha de ponerlo en práctica consigo, pues él no solo lleva el peso de su propio pecado, sino que ahora sufre las consecuencias de haber renegado a la fe que heredó de sus primeros padres.

Un hombre que conoce de la Palabra de Dios, conoce lo que dice Jesús de Nazaret en los cuatro Evangelios que han quedado como tesoro para la humanidad, el manual de instrucciones más perfecto que el hombre haya poseído. ¿Cómo explicarlo?

La Nueva Era y el Nuevo Orden Mundial.

Con atentos saludos me despido al tiempo que pido a Jesús –como Bartimeo- que tenga piedad de todos nosotros y del mundo entero, que muere por falta de conocimiento de EL, la verdad y la vida que tanto necesitamos nosotros poder vivir en plenitud, tal y como EL lo ha prometido.

Deferentemente,

Mario R. Saviñón
mrsavinon@yahoo.com

Pd. De ediciones ‘Obelisco’ lo único que he leído es ‘adicción a las sectas’ de Pepe Rodríguez, que por cierto le recomiendo leer cuanto pueda. Con esto del ‘gaymonio’ y el ‘lesbimonio’ (el pandemonium), las cosas ciertamente se complicarán mucho más, en todos los sentidos.

En el capítulo III del libro del Génesis tenemos a Eva –que por haber pecado- recibe la divina sanción: “tantas serán tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará”. Con el cuento este de ‘la liberación femenina’ el asunto se ha complicado todavía más, pues se infringe aún más profundamente la vinculación entre géneros; ni hablar de lo otro que ya he mencionado antes.