La bufonada de final del año 2013 la ha protagonizado el escritor José Mario Pedro Vargas Llosa, al recomendarle al Papa Francisco el reemplazo de los Cardenales Juan Luis Cipriani, de Lima, y el dominicano Nicolás de Jesús López Rodríguez, por considerarlos “cavernarios”, es decir, pide que el Vaticano persiga por motivos ideológicos o políticos. ¡Qué barbaridad!
“Quien mucho habla, mucho yerra”, reza un viejo adagio, y Vargas Llosa encaja dentro de tal aserto, pues, primero, el Nobel de Literatura incurre en imperdonable gazapo al utilizar el término “cavernario” en lugar de “cavernícola”, que es gramaticalmente la correcta para definir al retrógrado, partidario de instituciones políticas o sociales propias del pasado.
Segundo, gramática aparte, su consejo es típica manifestación de intolerancia al proponer la remoción de dos prominentes prelados que a Vargas Llosa les caen mal, debido a sus posiciones ortodoxas contra el aborto, el matrimonio homosexual, etcétera, y, en el caso del dominicano, porque apoya, con el mismo derecho que Vargas Llosa la rechaza, la sentencia que fija a los extranjeros las condiciones para la nacionalidad dominicana. Cipriani, además, criticó a su compatriota escritor cuando este se refugió en la ciudadanía española tras su derrota electoral.
Vargas Llosa ignora que el Derecho Canónico consagra que “nadie puede ser removido de un oficio conferido por tiempo indefinido, a no ser por causas graves y observando el procedimiento determinado por el Derecho”, y que queda de propio derecho removido del oficio eclesiástico quien ha perdido el estado clerical, quien se ha apartado públicamente de la fe católica o de la comunión de la iglesia (herejía o apostasía) y el clérigo que contrae matrimonio, aunque sea solo civil.
Vargas Llosa desconoce que el oficio de Cardenal es vitalicio. ¡Vaya payasada!