Por Juan
Francisco Puello Herrera
Decir la
verdad, tiene un costo. Es la razón por la que muy pocos hacen honor a la
verdad. En la Palabra de Dios encontramos lo siguiente que da razón a lo
afirmado: a Daniel le costó su posición temporalmente; a Elías, sufrimientos y
casi la vida; a Juan el bautista, la cabeza; a Jesús, la vida en la cruz; a los
apóstoles, les costó la libertad y luego la vida. No obstante, para gloria de
Dios, somos bienaventurados, ya que Él habita en nosotros para librarnos de
toda tribulación, y si por decisión propia morimos por la verdad heredaremos la
vida eterna.
El Apocalipsis (21, 8) ayuda a no desviarse de la verdad: “Pero para los cobardes, los renegados, los corrompidos, los asesinos, los impuros, los hechiceros, los idólatras, en una palabra, para todos los falsos, su lugar y su parte es el lago que arde con fuego de azufre que es la segunda muerte”. Aunque parezca poco creíble, más de una persona ha preferido perder su empleo o escalar una posición más alta en su trabajo, con tal de mantener su integridad como persona diciendo la verdad.
Se han dado casos de profesionales en su área, que al elegir la verdad frente al engaño, han perdido un cliente que le representaba unos buenos ingresos. Pero el buen Dios no olvida a los que le han honrado y bendecido, estos tendrán su recompensa y les suministrará lo que necesitan. Todos aquellos que han recibido la Verdad que es Jesús, encontrarán sosiego en su vida.
Pero los que han mentido disfrazando la verdad con calumnias, desvirtuando los hechos y manipulando situaciones, estos sólo encontrarán incertidumbre. Seríamos mejores personas, si tan solo entendiéramos, que “la prenda más digna de un hombre de bien es la verdad dicha franca y sinceramente”.