La presencia de Cristo hoy es latente. Sólo tenemos que remontarnos a los
hechos que, en sus 33 años de existencia terrenal, le fueron de sacrificio para
enseñarnos las acciones cristianas, pero al mismo tiempo, a identificar las
miserias humanas expresadas en sentimientos poseídos de maldad. Indudablemente
que hoy día nuestro mejor instrumento para vivir con calidad humana es Su
palabra, con la cual mitigó el dolor, alimentando de esperanza a los hombres
tras la búsqueda de la vida eterna en el espíritu; pero al mismo tiempo, también
combatió a los farsantes representados en la tierra por las hordas del mal.
Luchar por una mejor sociedad en valores es parte de nuestra responsabilidad cristiana, y para ello no podemos ser indiferentes e indolentes a los corruptores presos de sus resentimientos, heredados de esos malos espíritus que solo ven posible que mediante la avaricia, tras recursos materiales mal habidos, pueden mejorar su nivel en la sociedad. Cristo fue muy claro cuando dijo: “¡Ay de ustedes, fariseos! Que dan el diezmo de la menta y de la ruda, y de toda clase de hortalizas, pero pasan por alto la justicia y el amor a Dios”. Los cristianos de una generación tienden a ser los fariseos de la próxima.
Los fariseos empezaron bien, querían vivir para Dios, pero guardar la ley se transformó en un fin en sí mismos. Se les olvidó que el respeto a la ley era para acercarlos a Dios. Esto nos demuestra lo que pasa cuando el enfoque de la pureza exterior se transforma en una obsesión, bloqueando lo más importante de la vida interior. Por tal motivo, la palabra de Jesús nos anima a detenernos, evaluar lo que estamos haciendo y el porqué de nuestras acciones.
La escritura nos recuerda el no presumir de las apariencias externas, mientras la vida interior se deteriora. Si amamos a Dios, desearemos hacer justicia y ayudar a los demás. No debemos descuidar nuestro espíritu interior, sino nutrirlo para mantenernos espiritualmente vitales. El Padre de la Patria, el bien llamado “Cristo de la Libertad”, una vez exclamó: “Sed justos, lo primero”.
Luchar por una mejor sociedad en valores es parte de nuestra responsabilidad cristiana, y para ello no podemos ser indiferentes e indolentes a los corruptores presos de sus resentimientos, heredados de esos malos espíritus que solo ven posible que mediante la avaricia, tras recursos materiales mal habidos, pueden mejorar su nivel en la sociedad. Cristo fue muy claro cuando dijo: “¡Ay de ustedes, fariseos! Que dan el diezmo de la menta y de la ruda, y de toda clase de hortalizas, pero pasan por alto la justicia y el amor a Dios”. Los cristianos de una generación tienden a ser los fariseos de la próxima.
Los fariseos empezaron bien, querían vivir para Dios, pero guardar la ley se transformó en un fin en sí mismos. Se les olvidó que el respeto a la ley era para acercarlos a Dios. Esto nos demuestra lo que pasa cuando el enfoque de la pureza exterior se transforma en una obsesión, bloqueando lo más importante de la vida interior. Por tal motivo, la palabra de Jesús nos anima a detenernos, evaluar lo que estamos haciendo y el porqué de nuestras acciones.
La escritura nos recuerda el no presumir de las apariencias externas, mientras la vida interior se deteriora. Si amamos a Dios, desearemos hacer justicia y ayudar a los demás. No debemos descuidar nuestro espíritu interior, sino nutrirlo para mantenernos espiritualmente vitales. El Padre de la Patria, el bien llamado “Cristo de la Libertad”, una vez exclamó: “Sed justos, lo primero”.