La suerte es la justificación de los que fracasan para explicar el éxito de los que no. ¿Cuántas veces hemos oído la frase “es que fulano tiene mucha suerte”?
Los que conseguimos objetivos a base de tesón, uso del intelecto, paciencia, constancia y dedicación esforzada somos simplemente afortunados. Da lo mismo si el que lo dice se pasa la vida holgazaneando, consumido por la duda, fumando porros, en un estado emocional propio de un niño de ocho años o viendo series por Internet: no importa, su pensamiento y acción no justifica en nada su ineptitud, simplemente no ha sido tocado por los hados.
Hay dos grandes tradiciones filosófico-científicas, ¿quizá ya iniciadas por Platón y Aristóteles? Una de ellas considera que el universo tiende a la entropía, es decir, a la expansión permanente, y por tanto el azar formaría parte de él; la otra considera que el universo es un mecanismo perfecto, un engranaje tan exacto como la maquinaria de un reloj de precisión, y en el que no cabría el concepto de azar. Todo sucedería, no porque esté predestinado, sino porque es una de las pocas probabilidades que existen en una posibilidad mínima de variación.
Yo, para explicar esto, suelo decir que la semilla de un geranio solo puede llegar a ser un geranio; otra cosa es que sea esplendido o marchito, y ahí tendrán mucho que ver las circunstancias ambientales y el cuidado que se le prodigue. Pero lo que esa semilla nunca llegará a ser es un roble o un olivo, por mucho que el medio externo se empeñe. Por tanto, nuestra configuración genética –en este caso sí se puede decir que se es más o menos afortunado–, tiene una gran importancia en el desempeño de una vida más o menos feliz.
El problema es que hay personas que nunca se hacen conscientes de haber venido a este mundo con un ADN más que valioso y pululan en barrizales sin apenas interés, cuando su potencial les permitiría alcanzar un nivel elevado en la escala social y un nivel alto en el ámbito evolutivo (estado del alma).
Pero la suerte y el victimismo es lo que la mayoría de los humanos considera responsable de su existencia. La mayoría de los humanos: aquellos cuyo comportamiento sólo se diferencia del comportamiento del mono en que pueden pronunciar algunas palabras seguidas. (Y no me refiero al nivel cultural y mucho menos a etnias –hay gente sin formación que es sabia, y en todas las razas hay humanos elevados y energúmenos).
No hace falta que diga que soy un firme defensor –y así me lo demuestra mi experiencia como psicólogo– de la idea del universo como mecanismo perfecto y en el que el azar, dicho de modo amplio, no existe, cosa que significa que cada individuo es responsable, en buena parte, de su vida.
Alguien podría preguntar si el hijo o hija de unos padres drogadictos o alcohólicos está marcado y condicionado a ser un desgraciado. Y la respuesta es no. Hay una inteligencia instintiva, incluso intuitiva, que hace que algunas de estas personas, en cuanto tienen uso de razón, se aferren a adultos sanos que les ayuden a reestructurar su vida.
Incluso diría que hay genéticas poco agraciadas que se compensan sobradamente por la bondad de la naturaleza de la persona, lo cual les permite expiar toda serie de legados turbios aportados por sus predecesores.
Para finalizar, un apunto sobre el destino. ¿Existe? A mi modo de ver existe la predeterminación que es diferente a la predestinación; es decir, somos lo que somos en esencia, y en nuestras manos está llegar a ser lo mejor que podemos ser. Por tanto, nuestras decisiones nos deben conducir hacia un lugar o hacia otro, hacia el barro o hacia la luz, y así al final de nuestros días, cuando llegue la muerte, haber configurado un alma que trascienda la existencia física o de tener el mismo lugar en la eternidad que el gato del vecino.
Sobran excusas.