Los defensores del aborto fundamentan su posición sobre la libertad sexual de la mujer, como un camino hacia su felicidad. Sobre ella construyen unos presuntos derechos sexuales y reproductivos que son formas encubiertas de llamar al aborto. Sin embargo, uno de los avances de la neurofisiología y psiconeurología es detectar las áreas y los cambios que sufre el cerebro en relación con determinados estados afectivos y uno de los cambios más importantes y positivos que ocurren en el cerebro de las mujeres, es en el embarazo y en el aborto. Esto hay que entenderlo bien, porque una visión materialista o una vulgarización informativa por un periodista apresurado y superficial, tenderá siempre a tomar como causa –los cambios focales del cerebro- lo que muchas veces no es causa sino efecto.
Entender bien a un ser tan especial como es todo ser humano, compuesto de espíritu y de cuerpo animal, es aceptar que la situación corporal puede afectar profundamente el estado anímico, pero también aceptar el camino inverso: que las causas espirituales (éxito, fracaso, enamoramiento, alegría, etc.) puedan producir cambios profundos en el cuerpo.
Toda la patología psicosomática, comenzó a desarrollar, ya por la mitad del siglo pasado, la influencia grave que lo espiritual podía tener sobre lo corporal. Así se descubrieron, por ejemplo, que lesiones o estados tan orgánicos como una úlcera gástrica, un colon irritable, las frecuentes jaquecas, algunos estado alérgicos, tenían su causa en situaciones afectivas específicas.
A este respecto se han estudiado muy bien los cambios cerebrales que experimenta una mujer durante su embarazo, en su aborto espontáneo o en el aborto provocado. Ya escribí en anteriores ocasiones como un feminismo correcto, inteligente –el que nos tratan de inducir es todo lo contrario- debe tener muy en cuenta todas las realidades naturales y beneficiosas (que pueden detectarse por métodos experimentales) que ocurren en el cerebro de las mujeres en el embarazo, el parto y la lactancia. Porque la naturaleza de la mujer está hecha, en principio, para la maternidad y para la mayoría de ellas la maternidad supone un importante factor para el desarrollo y maduración de su personalidad.
Lo que escribo a continuación está basado en algunas ideas, que sobre el cerebro femenino y sus cambios, ha divulgado mas de una vez la doctora Natalia López Moratalla, neurocientífica y bioquímica de la Universidad de Navarra, que conoce muy bien, desde su especialidad el cerebro femenino.
No existe un cerebro unisex –dice la doctora- porque la mujer y el varón no somos genéticamente iguales. En la pubertad infantil el cerebro queda literalmente bañado en hormonas femeninas, en las mujeres y en hormonas masculinas en los varones, dependiendo de la distinta dotación genética. En la adolescencia, situación muy dirigida por las hormonas, en el varón la liberación hormonal es lineal, mientras que en la mujer comienza a ser una liberación cíclica, como seguirá siendo durante toda su vida fértil.
El embarazo cambia radicalmente el cerebro de una mujer, tanto que viendo las neuronas piramidales de las capas de la corteza cerebral, puedes decir si esa mujer ha tenido un hijo, no ha tenido ninguno o ha tenido varios, porque todo ese proceso deja huella en el cerebro. Esto tiene mucho que ver con el contacto físico y emocional y con la armonía de las dos vidas que tiene lugar durante la gestación y en cierta medida en la lactancia.”
Pero aunque una mujer sea sólo mamá de un niño adoptado y no haya vivido los cambios hormonales y cerebrales de esa situación tan especial como es un embarazo, puede desarrollar un cerebro maternal, que a la embarazada le viene dado naturalmente. El contacto físico afectuoso, cariñoso, con el niño desarrolla ese cerebro maternal, por esa vinculación afectiva, dejando una huella típica en el cerebro por esa situación.
Al final, como en toda situación vital, el amor de donación, de entrega a los demás, es la clave para nuestro desarrollo hacia la felicidad.