Contestando a Vargas Llosa

Por Luis Fernández Cuervo

Verdades y mentiras en la historia universal

Los países católicos siempre fueron países alegres, vitales y muy poco reprimidos, también en lo sexual.

Terminaba yo mi artículo anterior diciendo que el escritor peruano Vargas Llosa mostraba “un conocimiento muy sectario y erróneo de la historia universal”. Y así es. La verdad histórica es muy diferente a como la presenta el furibundo escritor. Hoy sólo me referiré a dos de sus falsedades:

1)      Atribuir a la Iglesia Católica el haber mandado a la hoguera a millares de católicos e infieles en la Edad Media. El tema de la Inquisición merece un comentario más detenido y matizado del que es posible aquí. Remito a estudios serios sobre la Inquisición española como los del historiador inglés Henry Kamen o la española Beatriz Comella. Pero sí hay que saber, por lo menos, que su importancia no fue en la Edad Media, que termina en el Siglo XIV, sino en pleno Renacimiento y más allá, hasta el XVII y XVIII, que es cuando pasó del poder eclesiástico al poder civil.

Inquisiciones hubo tantas como religiones había en esos siglos. Para esa época, un ataque a la religión de un país —ya fuera la católica, la luterana, la anglicana o la calvinista— suponía algo tan importante para la estabilidad de su gobierno, como lo que es el terrorismo o la guerrilla para una democracia actual. En cuanto a la Inquisición española, en su momento de mayor auge, entre 1540 y 1700, los condenados a la hoguera fueron 1.346, que representan un 1,9% de todos los procesados. La Revolución Francesa, tan alabada por los laicistas como Vargas Llosa, en pocos días, llevó a la guillotina cifras posiblemente superiores, exterminó a todos los de la región de la Vandeé y además arrasó con gran cantidad de edificios y objetos de arte religiosos. Y todo eso en nombre de la igualdad, libertad y fraternidad.

2)      Atribuir a la Iglesia Católica “la postergación y humillación sistemática de la mujer”. Esta falsedad es todavía más grande, pues una de las causas de la difusión del primitivo cristianismo fue el papel importante que la mujer tuvo en él, muy por encima de la que tenía en el imperio romano. Y fue precisamente en la Edad Media cristiana donde la mujer alcanzó una dignidad y un poder como nunca había tenido.

El señor Vargas Llosa debería leer, al menos, los libros de la medievalista francesa Règine Pernoud para salir de su error. Sin una serie de mujeres descollantes —Genoveva, Juana de Arco, Catalina de Siena, Eloisa, Hildegarda de Bingen, Leonor de Aquitania, Blanca de Castilla, etc.—, que eran admiradas y respetadas por las autoridades civiles y religiosas de su tiempo, incluido el Papa, posiblemente la civilización europea habría sido imposible. Cualquier mujer podía entonces establecer un negocio o adquirir una propiedad sin autorización de su marido. Y fueron las damas del medioevo las que educaron y afinaron a los hombres, crearon el amor cortés, la galantería y el honor de servir el hombre a la mujer. ¿Donde está, pues, la “postergación y humillación sistemática de la mujer”? Fue con el Renacimiento y el nuevo auge del Derecho Romano cuando la mujer perdió los derechos que había ganado en la Edad Media.

3)      Vargas Llosa acusa también al catolicismo de “distorsiones y represiones de la vida sexual en nombre de una supuesta normalidad”, que sería la relación heterosexual. Pretende ignorar que, mientras la religión y la moral católica fueron fuertes en cualquier país, las anormalidades y delitos sexuales fueron mínimos. Confunde puritanismo con catolicismo. Los países católicos siempre fueron países alegres, vitales y muy poco reprimidos, también en lo sexual.

En cuanto a si lo heterosexual es normal o no, la voz de la historia es muy clara. En las más variadas culturas, lo constante es que, llegada a la edad núbil, y siempre con un cierto sentido religioso, se celebra el matrimonio natural de un hombre y una mujer y con ello se obtiene, como derecho matrimonial, la unión conyugal y se constituye la familia con la crianza y educación de los hijos resultantes de esa unión. Eso no es un invento del cristianismo. Eso ocurre incluso en pueblos muy primitivos, desconocedores de la agricultura, la ganadería y la religión, tal como demostró el antropólogo alemán Gusinder con los fueginos de la Patagonia.

En cualquier tiempo y cultura, cuando la institución matrimonial entra en crisis y crecen el libertinaje y las aberraciones sexuales, todo conocedor de la historia universal puede decretar sin equivocarse que esa cultura está decayendo y, de un modo u otro, desaparecerá. No siempre es bajo un fuego del cielo que los aniquile, como en Sodoma y Gomorra.

Otras veces es por la conquista de un pueblo más austero, así Roma conquistando una Hélade en franca decadencia intelectual y moral. Y Roma, después de su esplendor imperial, ofrecerá esos mismos síntomas que ahora consideran algunos —no sólo Vargas Llosa— progreso cultural: ateísmo, escepticismo y relativismo en el área intelectual; el lujo, el placer y el ocio como metas vitales; la decadencia del matrimonio con el divorcio y los adulterios; la caída de la natalidad con los abortos o el abandono de los recién nacidos y las aberraciones sexuales crecientes, como testimoniaba Pablo de Tarso en su Epístola a los Romanos: “Se envanecieron con sus razonamientos y se oscureció su insensato corazón: presumiendo de sabios se hicieron necios (…) Por eso Dios los abandonó a los malos deseos de sus corazones, a la impureza con que entre ellos deshonran sus propios cuerpos (…) pues sus mujeres hasta cambiaron el uso natural por el que es contrario a la naturaleza, e igualmente los varones, habiendo dejado el uso natural de la mujer, se abrasaron en los deseos impuros de unos por otros: cometiendo torpezas varones con varones y recibiendo en sí mismos el pago merecido por su maldad”.

El pago actual de esos mismos vicios antiguos ahora ha sido peor: el aumento increíble de las enfermedades de transmisión sexual y el SIDA, “hijo de la píldora anticonceptiva”, como dijo el descubridor del virus causante de esa inmunodeficiencia, el Dr. Montagnier. El SIDA entró en EE.UU., en El Salvador, en España y en otros países, por los homosexuales. ¿Buen motivo para el “orgullo gay”?