MISTERIOS Y SORPRESAS REVELADORAS
Por Luis Fernández Cuervo
Esos cuatro días del Papa con casi dos millones de jóvenes en Madrid, presentan hechos sorprendentes de la pasada Jornada Mundial de la Juventud. Confieso que he gozado leyendo y viendo una amplia información a través de Internet. La he visto desde dentro, desde mi fe y vida cristianas. Pero ahora quiero imaginar lo que podría sentir alguien, ni católico ni anticatólico, de mentalidad abierta y honesta, que observara todo directamente. ¿Que vería? ¿Qué le sorprendería? ¿Qué imágenes, que actitudes, que palabras le impactarían más?
Pienso que lo primero sería el hecho de esos miles de jóvenes desplazándose alegres e ilusionados desde varios punto de España y de otros países, algunos tan distantes como las islas Mauricio o Pakistán, para ver y escuchar… ¡a un anciano de 84 años! ¿Por qué?
Cuando algo equivalente ocurría con Juan Pablo II, en sus primeros años de pontificado, los mal pensantes, los de la crítica rastrera, explicaban que Juan Pablo II había sido actor, que dominaba el arte escénico, que tenía una fisonomía atractiva, etc. Pero ¿ahora?... Benedicto XVI da una imagen casi opuesta: la de un anciano frágil, tímido en su sonrisa y movimientos, alguien que no se encuentra a gusto mostrándose ante multitudes clamorosas. Es la imagen real de un teólogo eminente, de un hombre de estudio, de biblioteca.
¿Cuál es, entonces, su atractivo? preguntaría ese espectador neutral a alguno de los sacerdotes y escucharía que los jóvenes le siguen, le aplauden y le escuchan, porque ven en él lo que representa: el Papa, el Vicecristo, o como decía Santa Catalina de Siena: “el dulce Cristo en la Tierra”.
Sigamos a ese observador externo sin prejuicios, atento a los diversos aspectos del evento. Las muchedumbres aplaudiendo no le sorprenden demasiado. Esas se ven también ante figuras del cine, los deportes, las princesas europeas. Además los jóvenes, ya se sabe –piensa- para correr, cantar, entusiasmarse, si tienen buena salud y pocos años, siempre están dispuestos.
Pero enseguida descarta esa explicación superficial, al observar de cerca, y uno a uno, los rostros de esos jóvenes. Su alegría es auténtica –sentencia- y hay en la mirada de muchos, no de todos, algo que mueve a pensar en que tienen algo mas que juventud, tienen algún misterio para estar tan contentos con su vida. No he visto unos rostros así, con esa mirada y esa rotunda alegría –reflexiona- en esos otros jóvenes satisfechos de cosas pero aburridos y desorientados, esos metidos de lleno en la anticultura imperante.
Pronto pregunta a algunos de ellos: -Tú, ¿qué esperas encontrar en esta Jornada?. Las respuestas son variadas: –Yo vengo porque me invitaron y quiero saber que es esto. -Yo espero encontrar aquí lo que Dios me pide a mí. -Yo ya encontré antes lo que buscaba; ahora vengo para agradecer a Jesús mi Fe, mi razón de vida y para animar a mis amigos a que encuentran la Fe que yo vivo.
-¿Por qué estáis tan alegres? -pregunta nuestro observador. –Porque estar en Gracia y tener fe en Jesucristo dan una alegría que ningún otro da, lo que no encontré cuando antes vivía sin saber que sentido tenía mi vida. -¿Y que es eso que me dices –insiste-, que es eso de estar en Gracia…? Y entonces una pareja de novios que pasaba por allí le dice: -¿Quiere saberlo? Venga con nosotros, vamos al parque, al Retiro, vamos a confesarnos.
Nueva sorpresa. En uno de los paseos de ese tradicional parque madrileño, doscientos confesionarios. Y los doscientos ocupados y una cola de chicos y chicas esperando. Y le explican que el Papa también ha estado allí, recibiendo confesiones como un sacerdote más.
Y luego, el Vía Crucis y su sorpresa ante el valor artístico de las imágenes de cada estación y ante la actitud de recogida oración de todos los circunstantes.
Después la sorpresa desagradable en la Puerta del Sol: unas chicas extranjeras, muy jóvenes, de rodillas, rezando y mostrando su crucifijo ante una jauría de gente iracunda, blasfema, insultante, que escupe y les da empujones, gritando: ¡No hay Dios, no hay Dios, no hay Dios! Y nuestro observador deja su frialdad de observador y pregunta enojado a uno de los rabiosos que por qué atacan a esa gente pacifica. La respuesta le deja estupefacto: -“Nos están provocando, porque están aquí, porque rezan, porque existen… y les vamos a quemar otra vez, como en el 36”.
Nuestro observador necesita pacificar su ánimo. Se va a la explanada de Cuatro Vientos. Allí se serena y comparte, de alguna manera, la adoración silenciosa de casi dos millones de jóvenes ante Jesús sacramentado. Algo le ha tocado, no sabe todavía qué, pero muy dentro, en lo más profundo del alma.