Clausura Jubileo Arquidiócesis de Santo Domingo

HOMILÍA DEL CARDENAL CARLOS AMIGO VALLEJO, ARZOBISPO EMÉRITO DE SEVILLA, ENVIADO ESPECIAL DE BENEDICTO XVI A LA CELEBRACIÓN CONMEMORATIVA DE LOS 500 AÑOS CREACIÓN DE LA ARQUIDIÓCESIS DE SANTO DOMINGO

1. En la Española se habrían de crear dos Diócesis: La Vega y Santo Domingo. En algún momento fueron una sola. Personalidades como Sebastián Ramírez de Fuenleal y Alonso De Fuenmayor, han de figurar en los anales de esta iglesia de la Española, como unos obispos fieles a su ministerio y entregados por completo al servicio del pueblo de Dios que se les había confiado. Pero no solamente como obispos, sino que como hombres comprometidos y responsables con el Evangelio, a todos sirvieron y lograron que esta isla de Santo Domingo estuviera en las páginas más gloriosas de la historia de la Iglesia en América.

2. Con el mejor afecto en Cristo, saludo al señor Cardenal, Su Eminencia Nicolás de Jesús López Rodríguez, Arzobispo de Santo Domingo, así como al Señor Nuncio de Su Santidad, Su Excelencia Monseñor Józer Wesolowki, a todos los señores obispos, sacerdotes y diáconos, miembros de los institutos de vida consagrada, autoridades y fieles que nos acompañan. A todos, me complace traerles la bendición y el afecto del Santo Padre Benedicto XVI.

El Señor ha querido que el Evangelio llegara allí donde se encuentran los hombres, en su historia y con su propia cultura. La historia hay que leerla desde la fe, pero no pretender cambiar la fe para que se adapte a la historia de los hombres. Es historia de salvación. Quien salva es Dios.

Recordamos esos días de gracia en los que la Iglesia ponía en América unos sólidos fundamentos en sus estructuras evangelizadoras. Nos ayudarán las lecciones de la historia. No como capítulos inamovibles de unos hechos acontecidos en otras fechas, sino como disposiciones de los hombres para hacer frente a la situación que se les presentaba. Unos serán ejemplos a imitar. Otros comportamientos habrá que olvidarlos para siempre. Una historia realizada por los hombres, pero con la fuerza del Espíritu de Dios. La historia de la evangelización de América constituye uno de los capítulos más relevantes de la acción misionera de la Iglesia.

La acción evangelizadora de la Iglesia debe buscar constantemente los medios y el lenguaje adecuados para proponerles o volverles a proponer la revelación de Dios y la fe en Jesucristo. Además de la evangelización permanente, nunca interrumpida, se requiere una nueva evangelización capaz de lograr que el mundo escuche el Evangelio. Buscar constantemente los medios y el lenguaje adecuados para proponerles o volverles a proponer la revelación de Dios y la fe en Jesucristo (Cf. Benedicto XVI. Ubicumque et semper, 21-9-2010).

3. La gloria del Señor amanecerá sobre ti (Is 60, 1-6). La profecía de Isaías no es tiempo pasado, sino anuncio de la permanente vitalidad del Evangelio, capaz de llenar de luz cualquier tiempo.

Los cimientos están bien asentados sobre los apóstoles y profetas, y el mismo Jesús es la piedra angular (Ef 2, 19-22). El mandato del Señor sobre la acción evangelizadora de la Iglesia continúa vigente: id por el mundo y haced discípulos en todos los pueblos… Y sabed que yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo (Mt 28, 16 -20).

4. En la Asamblea del CELAM celebrada aquí, en Santo Domingo en 1992, se subrayaba la necesidad de una nueva evangelización, con una Iglesia fuertemente arraigada en Pentecostés, que desea crear tiempos nuevos de evangelización, siempre teniendo como fundamento una fe solida, una caridad intensa, una seria fidelidad y un entusiasmo lleno de fundadas esperanzas. Ello supondrá métodos nuevos de apostolado y un lenguaje en el que los signos sean comprensibles para el hombre de hoy.

Estamos contemplando enormes y sorprendentes avances de la ciencia y de la técnica, pero también el alejamiento de la fe y el olvido de Dios, que es el verdadero problema de nuestro tiempo: el tratar de vivir como si Dios no existiera. Ya nos lo advertía Pablo VI: “El hombre puede organizar la tierra sin Dios, pero, al fin y al cabo, sin Dios no puede menos de organizarla contra el hombre” (Populorum progressio 42).

Tenemos necesidad de una nueva evangelización que impulse a profundizar en los valores de nuestra fe, para que sean levadura fecunda y configuren la identidad de los pueblos que un día recibieron la luz del Evangelio.

Se hace necesaria una evangelización nueva. No se trata de sobrevivir en una sociedad secularizada, sino de ofrecer lo que se tiene y valora como buena noticia para la salvación del hombre. Nuevas situaciones reclaman respuestas nuevas. Si se está huyendo del pasado histórico y está naciendo una nueva civilización, necesitaremos una Iglesia renovada y una nueva evangelización. Que no es reevangelización de continentes lejanos, ni ruptura con el pasado histórico cristiano, ni rectificación de la labor desarrollada, ni restauracionismo, ni obligado retorno a un tiempo de cristiandad. No se trata de un proyecto de pasado y retaguardia, sino de una perspectiva con futuro abierto y lleno de esperanza.

Es el mundo y es el hombre quienes reclaman una continua actualización evangelizadora. No en cuanto al contenido del mensaje, pero sí en la forma de comunicarlo. Cada época tiene sus problemas, sus desafíos al hombre de fe. Y se necesita una respuesta del Evangelio que llegue a la cultura en la que vive el hombre. Que la salvación se exprese en formas y palabras inteligiblemente adecuadas y comprensibles para los hombres y mujeres de nuestros días.

Los objetivos que pretende alcanzar esta nueva evangelización, no son sino aquellos que conducen a una verdadera conversión del hombre al reinado de Dios, renovándolo todo a la luz del misterio de la Encarnación. Llegar hasta los hombres, meterse en su propia cultura, renovar desde dentro con la fuerza del Evangelio, impulsar fuertes sentimientos y gestos eficaces de caridad fraterna que contribuyan a la implantación de la deseada civilización del amor.

Que la memoria del pasado despierte responsabilidades y haga más justo el futuro. Que la verdad disipe las ambigüedades. Que la justicia restaure derechos perdidos. Que la solidaridad rompa distanciamientos y prejuicios. Que el encuentro con el hombre se haga tarea permanente de quien busca el bien. Que los cientos de años transcurridos abran el camino a los millones de personas que aguardan momentos de justa liberación. Que una evangelización nueva aleje definitivamente viejas levaduras de egoísmos y de injusticias.

5. Bendiciendo a Dios por toda su bondad, estamos celebrando los quinientos años de la erección de la Archidiócesis de Santo Domingo.La diócesis es una parte del pueblo de Dios. No tiene ni otros intereses ni otros proyectos que no sean los que Dios, en Jesucristo, quiere para todos los hombres. Ahora bien, como pueblo que camina peregrino por este mundo, se hace visible en las personas, en su organización, allí donde vive y trabaja.

Los apóstoles, repartidos por el mundo, formaban comunidades cristianas, iglesias particulares. No como partes y fragmentos que sumados compusieran la Iglesia universal, sino como verdadera presencia y manifestación, en un lugar concreto del mundo, de la vida conforme al Evangelio de Jesucristo.

Una Iglesia que está en el mundo. En un mundo concreto. En nuestro caso, esta archidiócesis de Santo Domingo que vive aquí en este lugar. Con su tradición, con su historia, con sus dificultades, con sus proyectos, con sus ilusiones, con sus quebrantos, con sus muchas obras de bien... En fin, que es la Iglesia particular. Y nos sentimos contentos de pertenecer a ella. Se admira la propia historia, se valoran las tradiciones, se agradece lo que de bueno nos han dejado y que hay que mejorar, si es posible, para entregárselo a las generaciones futuras.

La Iglesia es inconcebible sin Cristo y sin los miembros que componen el cuerpo de Cristo. Una Iglesia universal presente en cada una de las diócesis. Una Iglesia con vocación de eternidad, pero presente en un mundo concreto. A la Iglesia universal estamos unidos en los fuertes vínculos de comunión en la misma fe y en el magisterio del Papa, que es Pastor universal. En la Iglesia particular, en la diócesis, se vive esa comunión en una real comunicación y corresponsabilidad. Aunque haya que repartir tareas y responsabilidades, a todos incumbe, aunque sea en grado diverso, según la gracia y el ministerio que ha recibido, el participar activa y responsablemente en la vida de la Iglesia.

A Pedro, el primero de los apóstoles, le dio Jesús el encargo de cuidar y dirigir. El Papa y los obispos, como sucesores de los apóstoles, se cuidan de llevar a cabo con fidelidad este ministerio de servicio a la Iglesia. En la Iglesia universal, el Papa; en las iglesias particulares, los obispos. Hay una sola Iglesia, toda ella presente en las distintas comunidades diocesanas.

Detrás de toda esta realidad, tan visible y palpable, está la fuerza y acción del Espíritu que llena de vida esta Iglesia. Vivimos en la fe del Hijo de Dios, enviado por el Padre, y presente en nosotros por el Espíritu Santo. En esta Iglesia diocesana de Santo Domingo, se necesitan unos a otros. Todos imprescindibles, pues el amor fraterno no puede soportar que falte alguno de los que han sido llamados a formar parte de la familia de los hijos de Dios. Todos están llamados en Jesucristo a ser una sola Iglesia. Es la Iglesia de Cristo en la que se vive, unidos por el Espíritu Santo y en comunión con la Iglesia universal. Espiritual y humana, misterio y realidad visible, aspirando a los bienes de lo alto y guiados siempre por el Espíritu Santo.

7. Así nos quiso el Señor: en medio del mundo y compartiendo las esperanzas, el sufrimiento y las dificultades de la peregrinación de cada día. La Iglesia camina por el mundo de esta manera. Siempre, eso sí, recibiendo los consuelos de Dios.

La archidiócesis de Santo Domingo, después de quinientos años, sigue escuchando la Palabra de Dios, celebrando los sacramentos, practicando la caridad. Organizada y visible en sus parroquias, arciprestazgos, comunidades religiosas, asociaciones de fieles, la curia diocesana, la catequesis, la liturgia, la economía, la caridad, los pobres y olvidados, los misioneros...

Discípulos y misioneros de Jesucristo, como quiere la Iglesia latinoamericana y caribeña, impulsando una misión continental que llegara a la familia, a las personas, a la vida, a todos los pueblos y culturas (Cf. Documento final. Aparecida 2007, cap 7-10).

La Eucaristía es el centro, manantial y cumbre, de nuestra vida cristiana. Todos los sacramentos hacia la eucaristía conducen; todos los sacramentos de ella derivan. La Iglesia diocesana cuida la celebración de la eucaristía y de los sacramentos: promueve las vocaciones sacerdotales, cuida de la formación espiritual y pastoral de los seminaristas, prepara equipos de liturgia, invita a los fieles a formar parte de asociaciones eucarísticas... Testimonia y practica la caridad y el amor fraterno aprendidos de Jesucristo. Sale al camino de los hombres de todos los pueblos y les habla del Dios de Nuestro Señor Jesucristo.

Que Jesucristo el Señor, con la bienaventurada Virgen María, bendiga a esta Iglesia diocesana de Santo Domingo y a cuantos en ella peregrinan a la casa de Dios. Y que nuestro testimonio cristiano sirva para que todos los hombres alaben a Dios. Que Nuestra Señora de la Altagracia bendiga esta Iglesia de República Dominicana que se honra en tenerla como madre y patrona.