Por Carlota Sedeño Martínez
El doctor Kilpatrick se asombra de que los padres que no dudan en vacunar a sus hijos ante una epidemia de cualquier enfermedad, permanezcan pasivos ante un ambiente social y cultural que está lleno de agentes patógenos de la moral.
Dichos agentes circulan libremente, también en la cultura escolar.
Al leer un trabajo del doctor William K. Kilpatrick del Boston College Lynch School of Education, atrajo mi atención el término "discapacidad moral". Según él se da un nuevo fenómeno, ya que un gran número de niños comienza la vida con este tipo de disminución.
Esta discapacidad no presenta síntomas de orden físico, sino de comportamiento, y constituye una grave amenaza para la salud física y mental. Los niños crecen sin una guía moral, tienen una mayor tendencia a asumir conductas peligrosas para sí mismos y para los demás.
El doctor Kilpatrick se asombra de que los padres que no dudan en vacunar a sus hijos ante una epidemia de cualquier enfermedad, permanezcan pasivos ante un ambiente social y cultural que está lleno de agentes patógenos de la moral. Dichos agentes circulan libremente, también en la cultura escolar.
Un estudio realizado en 1994 por la Asociación Americana de Mujeres Universitarias informaba de que un 90 por ciento de estudiantes de secundaria era el blanco de comentarios y gestos sexuales indeseados; el 50 por ciento había experimentado molestias sexuales en la escuela, y dos quintas partes se veían acosadas diariamente. Lejos de luchar contra esos comportamientos con una sólida orientación moral, las escuelas ofrecen un tipo de educación sexual desprovista de valores y que insisten en el derecho de los jóvenes a la actividad sexual.
Kilpatrick se pregunta cómo es posible que los padres y los profesores acepten pasivamente esta amenaza a la vida moral de los niños. Se remonta a las décadas de los años 60 y 70 y comprueba cómo los libros sobre educación y las tendencias de los pedagogos empiezan a reflejar la idea de Rousseau de que los niños son naturalmente buenos, por lo tanto, hay que dejarlos crecer sin imposición de reglas ni valores. En su libro de mayor éxito, el psicólogo Thomas Gordon afirmaba que "la disciplina es peligrosa para la salud de los niños y para su bienestar".
Es curioso saber que en la Columbine High School en Colorado, dos profesores usaban gabardinas iguales a la de Hitler y habían escrito ensayos y producido videos que mostraban intenciones asesinas, y lo peor es que los usaban en sus clases.
Pero en ese mundo de la diversidad moral nadie parecía darse cuenta de su extraño comportamiento. Es cierto que la gran mayoría de los estudiantes no llegarán a ser asesinos, pero todos se verán menoscabados por la moral baja y relajada que caracteriza a tantas escuelas.
Los padres de familia no son conscientes de que largas horas mirando violencia en televisión o jugando con videojuegos violentos tienen efectos muy nocivos para los niños. Mientras los jóvenes de los años 60 llevaban flores en el pelo, muchos de los de las generaciones siguientes han llevado clavos y escuchado música que habla de desesperación, destrucción, satanismo y mutilación sexual.
En esta sociedad no se presentan perspectivas de bondad que contrarresten todo lo anterior. Los jóvenes, y en realidad todos nosotros, necesitamos una visión de la vida llena de significado, en la que la confianza, la fe, el amor y la entrega tengan un sentido.
James Garbarino, profesor en la Cornell University, ha estudiado la violencia entre los jóvenes y opina que, en todas partes, ellos están más enfurecidos y más violentos que nunca. Afirma: "A veces, sólo en el último momento, un chico decide entre suicidarse y matar a otros; a veces, hace ambas cosas". Para llenar el vacío que experimentan, muchos jóvenes buscan algo fantástico en el mundo de los ordenadores, en el "heavy metal music", en las pandillas, en el neonazismo o en el satanismo.
El profesor Garbarino cita a Dostoiewski con su conocida frase: "Si Dios no existe, todo está permitido". Los secularistas siempre estuvieron convencidos de que una vida sin Dios sería más sensata y racional, pero cada día se demuestra lo absurdo de esta afirmación. El ser humano es más humano cuanto más orientado está hacia un punto de referencia trascendente. Cuando se elimina ese punto de referencia, hay cada vez más "muchachos perdidos", así les llama Garbarino.
Los adolescentes actuales viven en una sociedad en la que la más significativa de nuestras historias –la historia de la creación, la caída y la redención– se escucha poco. En el marco de esa historia, los esfuerzos por hacer el bien tienen sentido y son recompensados. Esta historia proporciona la oportunidad de desempeñar un papel importante en un universo lleno de sentido y significado.