Por Luis Fernàndez Cuervo (luchofcuervo@gmail.com)
Buscando otra cosa entre mis papeles me topé con unas declaraciones muy optimistas de una teóloga católica alemana, Jutta Burggraf, fallecida en noviembre del año pasado. Ser optimista en nuestro mundo actual, es un valor poco frecuente, pero necesario, oro puro, oro de ley. Por eso también la organización de jóvenes salvadoreños del vaso medio lleno, en vez de medio vacío, tiene todas mis simpatías, aunque conozco poco de ellos. Hay que ser optimistas, porque eso lleva al cambio positivo, a la victoria.
Ya me reí en mi artículo anterior de los catastrofistas que insisten en predicar el fin del mundo a la vuelta de la esquina. ¡Cuánto loco, cuánto ignorante y cuánto sinvergüenza explotando hábilmente a esa gente!
A este respecto, quiero exponer algunas ideas urgentes y necesarias, inspirado por algunas declaraciones que la doctora Burggraf hizo a ACEPRENSA cuatro meses antes de su muerte.
Lo primero es constatar que el optimismo que el mundo actual exige debe ser realista. No tiene por qué cerrar los ojos a la abundancia de mentira y de maldad, ante la ola prepotente e invasora de lo que ya Juan Pablo II –otro optimista- llamó la “cultura de la muerte”. Pero sabe que eso pasará. El cristianismo, no. La venganza de la Iglesia Católica, como dijo un periodista francés del siglo XIX, es ir enterrando a los que pronosticaron su fin mientras rezar por ellos una piadosa oración.
Burggraf señala que vivimos en una época de cambio. Pasó la modernidad y lo post-moderno ofrece todavía un rostro poco delineado. Y en esta situación de cambio de poco sirve moverse con la mentalidad propia de los tiempos pasados. “Hoy en día –dice Burggraf- una persona percibe los diversos acontecimientos del mundo de otra forma que las generaciones anteriores, y también reacciona afectivamente de otra manera”.
Si los cristianos están llamados, por su vocación, a mejorar el mundo, a ser la sal y la luz que lo hagan más solidario, pacífico y humano, entonces deben dar testimonio de autenticidad, de coherencia perfecta entre su fe, sus palabras y su vida. Por eso los cristianos no pueden limitarse a lamentarse de lo que en la actualidad hay de ideas, costumbres y mensajes negativos, no pueden encerrarse en el pequeño mundo de su barrio, su parroquia o su conciencia.
Burggraf señala certeramente que “quien quiere influir en el presente, tiene que amar el mundo en que vive”. No debe mirar al pasado con nostalgia y resignación, sino que debe adoptar una actitud positiva ante el momento histórico concreto, vivir su fe con alegría y al mismo tiempo compartir con los demás las dificultades que encuentra en su camino.”
Concuerdo plenamente cuando Burggraf afirma que “cuanto más cristianos somos, más nos abrimos a los demás. Esta es la dinámica del cristianismo: salir de uno mismo para entregarse al otro. La identidad cristiana nos lleva a dialogar con todos, estén de acuerdo o no con nuestra manera de pensar o nuestro estilo de vida. En ese diálogo, el cristiano puede enriquecerse con la parte de verdad que viene del otro y aprender a integrarla armónicamente en su visión del mundo”.
Otros conceptos claves que expone Jutta Burggraf son:
1.- La firmeza de convicciones no está reñida con la humildad ni con la apertura de mente.
2.- Puedo aprender de todos -creyentes o no- sin perder mi propia identidad.
3.- Lo que atrae más en nuestros días no es la seguridad sino la sinceridad.
4.- Mostrar a la gente el atractivo de las verdades cristianas.
5.- Todo el mensaje cristiano tiene que ver con el amor, ahí está su fuerza esencial.
Si uno conoce el desarrollo del primitivo cristianismo encuentra que así fue. Supieron vivir su fe con amor fuerte, contagioso, con naturalidad sobrenatural, con una humildad que a la vez era triunfante..
Y así Cuadrato, en su apología dirigida al emperador Marco Aurelio se atreve a decir que Lo que el alma es al cuerpo, eso son los cristianos en el mundo (…) Y enseguida añade: Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra ni por su habla, ni por sus costumbres. Porque no habitan en ciudades exclusivamente suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás. (…) habitando ciudades griegas o bárbaras, según la suerte que a cada uno le cupo y adaptándose en el vestido, comida y demás género de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestra de una peculiar tenor de conducta admirable, y según confiesan todos, sorprendente.
El mundo cambiante actual necesita esos cristianos corrientes que viven en el mundo, aman a ese mundo, pero tienen una conducta diferente donde luce el amor a Dios y a todos los hombres, amor que viene de una fe alegre, optimista y contagiosa.