Por Antonio Royo Marín
A consecuencia, en gran parte, del nerviosismo y agitación de la vida moderna, cada vez son más frecuentes los casos de personas "anormales" que tienen más o menos disminuida su responsabilidad moral en virtud de las alteraciones y trastornos de sus centros cerebrales y facultades sensitivas, que repercuten, a veces hondamente, en su vida psíquica y moral.
La lista de estas perturbaciones mentales y nerviosas es cada vez más larga. Frenesí, obsesión, impulsos ciegos, propensiones irresistibles, abulia, neurastenia, histeria, epilepsia, perversiones sexuales (sadismo, masoquismo, fetichismo, homosexualismo, etc.) y otras mil aberraciones por el estilo, van creciendo y propagándose cada vez más por el mundo entero.
EN CUANTO A LA RESPONSABILIDAD MORAL de estos seres anormales, hay que rechazar en absoluto las manifiestas exageraciones de la escuela criminalista de Lombroso y de muchos deterministas, según los cuales casi todos los malhechores y criminales son enfermos irresponsables. No puede negarse que pueden darse casos de verdadera irresponsabilidad moral, sobre todo cuando esas enfermedades nerviosas han llegado a su paroxismo; pero, de ordinario, la corriente y normal es que la responsabilidad continúe en pie, si bien más o menos atenuada o disminuida según la intensidad del desorden nervioso.
En la práctica, el confesor debe tener presentes las siguientes observaciones:
I.ª En general, los anormales permanecen perfectamente libres con relación a las cosas que no afectan directamente a su enfermedad o propensión.
2.ª En aquellas cosas hacia las que sienten enorme y anormal inclinación, con frecuencia su libertad e imputabilidad están atenuadas y disminuídas; pero no tanto que siempre la mortal se haga venial.
3.ª Por la general, la libertad no se extingue totalmente, salvo en muy contadas excepciones. Por la mismo, no hay que suponerlo a priori en un caso determinado, sino que hay que presumir, por el contrario, que existe la libertad suficiente para el pecado.
4.ª Aunque la libertad se disminuya e incluso se extinga totalmente en algún caso, puede ocurrir -y es frecuente de hecho- que haya responsabilidad en la causa puesta voluntariamente. Por la cual, cuanto más grande y anormal sea la propensión hacia las cosas desordenadas, tanto mayor es la obligación de huir o evitar las ocasiones peligrosas en las que su propensión se exacerbaría; y pecan in causa si no las evitan pudiéndolo hacer.
5.ª En los casos en que su responsabilidad se disminuya en gran escala o casi se extinga, el confesor o psiquiatra no debe decírselo al penitente o enfermo, porque esto aumentaría extraordinariamente su concupiscencia y le impulsaría a cometer actos cada vez más temerarios o perversos, al juzgar inútil toda tentativa de resistencia.
6.ª El confesor debe tratar a estos pobres anormales con gran benignidad y dulzura. Ayúdeles con paternal solicitud e inquebrantable paciencia. Anímeles a luchar, a huir cuidadosamente de las ocasiones de pecado, a frecuentar los sacramentos, a renovar con frecuencia sus propósitos de resistencia a las tentaciones, a orar con fervor ya servirse también de los remedios físicos y medicinas oportunas que le recete un médico católico y de confianza.
7.ª En general, hay que ser benigno en concederles la absolución de sus faltas, aunque sean reincidentes, por su fragilidad intrínseca. Pero si, además, son voluntariamente ocasionarios, hay que obligarles a romper con la ocasión, con mayor motivo que si se tratara de una persona normal, por su mayor inclinación al pecado.