El rico Epulón y Lázaro el mendigo

Según San Lucas (XVI, 19-31):

«Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico... pero hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. «Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: "Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama". Pero Abraham le dijo: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros". «Replicó: "Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento". Díjole Abraham: "Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan". El dijo: "No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán". Le contestó: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite".»

Según la revista católica 'Rayo de Luz' (p. #46, Febrero 2008)

«Era un hombre rico que vestía ropas exclusivas y cenaba espléndidamente en los mejores restaurantes, y una mujer pobre, llamada Gertrudis, que vendía flores cerca de la casa del rico. Ella deseaba comer lo que sobraba en la mesa del rico. Sucedió que Gertrudis tenía SIDA, y no habiendo medicamentos en el sistema de salud pública para tratarla, murió y fue llevada por los ángeles al seno de Dios. Murió también el rico en un hospital de Miami, trajeron su cuerpo en jet privado, y fue sepultado. Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Gertrudis en los brazos de Dios. Y gritando, dijo: “Ten compasión de mi y envía a Gertrudis que moje en agua la punta de su dedo u refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama”. Pero se le dijo: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida, y Gertrudis, sólo males; ahora, pues, ella aquí es consolada y tú, atormentada. Y, además, entre nosotros y ustedes se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de un lado a otro, no puedan”. Replicó: “con todo, te ruego, padre, que la envíes a mi familia para que les dé testimonio, y no vengan ellos también a parar a este lugar de tormento”. Le dijeron: “Tienen toda la Doctrina Social de La Iglesia”. Él dijo: “Si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán”. Se le contestó: “Si no oyen a La Iglesia y a los profetas hablando sobre un mundo más solidario, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite”.

En la historia, como en la parábola, no se cuestiona el origen del dinero del rico. Poco importa. Es suficiente que, muy cerca de él, alguien necesite, para su supervivencia, el dinero que el rico se goza en cenas y ropa fina. No importa si el pobre “merece” su pobreza por sus “vicios” o “falta de oportunidades”, excusas de nuestra insolidaridad. El abismo que se forma entre ambos es el que hoy impide a algunos salir honestamente de la miseria si no juegan béisbol o se sacan la Loto. De todos modos, nadie merece nada: ni unos su pobreza, ni otros su éxito y riquezas.

¿Es malo ser rico?

Evidentemente no. Pero la parábola del rico y Lázaro nos dice que hay una sed en los que más tienen que sólo puede ser calmada por los más pobres. Mientras no nos sentemos en la mesa de los pobres a compartir el dolor con ellos, no podremos tomar del agua de Vida que calma toda sed, y seguiremos atormentándonos en una sed insaciable del eterno “necesito más éxito”, “no es suficiente mi honor personal”, “no tengo la ropa, vacaciones, carro que quiero”, porque Jesús, encarnado en los encarcelados, hambrientos, enfermos, forasteros, desnudos, según nos dice en el Evangelio, es quien calma toda sed y para siempre.

“Tenemos que renunciar aún a lo necesario, porque otros tienen más necesidad que nosotros.” (Pedro Arrupe, s.j.)