“Muchos comentarios dan la impresión de que todo ha cambiado después del Vaticano II y de que lo que lo ha precedido no tiene ningún valor o, en el mejor de los casos, no lo puede tener más que a la luz del Vaticano II (...) muchos lo interpretan como si fuera el súper dogma que quita importancia a todo el resto. Esta impresión se encuentra particularmente reforzada por hechos corrientes. Lo que antes estaba considerado como lo que hay de más sagrado –la forma transmitida por la Liturgia- aparece de golpe como lo que hay de más prohibido y como la única cosa que debe ser ciertamente descartada. No se tolera ninguna crítica a los cambios después del Concilio; sin embargo, cuando están en juego las viejas reglas o las grandes verdades de la fe –por ejemplo la virginidad corporal de María, la resurrección corporal de Jesús, la inmortalidad del alma, etc.-, no se reacciona o bien se hace con una moderación extrema. Yo mismo he podido comprobar, cuando era profesor, que un Obispo, que antes del Concilio había despedido a un profesor irreprochable a causa de su hablar un poco rústico, después del Concilio fue incapaz de alejar a un docente que negaba abiertamente las verdades fundamentales de la fe. Todo esto lleva a mucha gente a preguntarse si la Iglesia de hoy es realmente la de ayer o si la han cambiado por otra sin avisarles (...) se ha olvidado a menudo y a veces suprimido con determinación, la cuestión de la verdad: estamos aquí quizá, frente al problema crucial de la teología y de la pastoral de hoy. La verdad apareció como una pretensión muy elevada, un ‘triunfalismo’ que no podía permitirse más. Este processus se manifiesta claramente en la crisis en que cayeron el ideal y la práctica misioneros. En efecto, se sacó y se saca la conclusión de que en el futuro hay que tender únicamente a que los cristianos sean buenos cristianos, los musulmanes buenos musulmanes, los hindúes buenos hindúes, etc. Pero, ¿cómo se puede saber cuándo alguien es ‘buen’ cristiano o ‘buen’ musulmán? La idea de que todas las religiones no serían –propiamente hablando- más que símbolos de lo que finalmente es lo incomprensible, gana rápidamente terreno en la teología y ha penetrado ya profundamente en la práctica litúrgica.”
[Discurso del Cardenal Ratzinger ante la Conferencia Episcopal Chilena, 13.VII’88]