Hoy se habla mucho de calidad de vida, de calidad educativa, de calidad empresarial, de calidad en los productos. La calidad vende y por eso todos quieren estar “certificados en calidad”.
Un concepto que es utilizado en ámbitos muy diversos como la salud, la educación, la economía, la política.
De todos estos niveles de calidad, ciertamente, el más importante es el de la calidad de vida. Con él evaluamos el bienestar individual y social. Cuando hablamos de calidad de vida hacemos referencia a aquellos elementos que hacen que esa vida sea digna, agradable, satisfactoria.
Pues yo quiero hoy referirme a una vida de calidad, que es la calidad de vida por excelencia: la santidad. Ser santo, no es otra cosa que ser una persona que alcanza la mayor calidad de vida que le es posible. Ser santo es ser un triunfador, una triunfadora, es lograr la excelencia de la vida. Una Humanidad Santa es aquella que basada en los auténticos valores ha alcanzado el que todos vivamos en armonía, en paz y en bienestar como verdaderos hermanos.
Para ello, hemos de ser personas de grandes ideales, que no nos quedemos a un nivel de mediocridad, ni enfoquemos nuestra vida en forma reduccionista. La gran crisis actual de la humanidad no es económica, política, afectiva, la gran crisis actual es la crisis de personas santas, de instituciones santas, es decir, de personas buenas y de buenas instituciones.
La santidad no nos puede sonar a cosas raras o que procede del hiperuranio, pues la santidad es simplemente la vida hecha realidad de acuerdo a su identidad constitutiva. Lo normal debe ser siempre el bien, lo positivo y de esto es de lo que debemos gloriarnos. Los santos deben ser el orgullo de nuestra raza.
Si todos deseamos alimentos buenos, un carro bueno, una buena casa, ¿cómo no vamos a desear ser una buena persona y tener buenas personas a nuestro alrededor?
No olvidemos nunca nuestra vocación a la santidad. La santidad es posible para toda persona y en todas las etapas de la vida, nos lo han demostrado multitud de personas que siendo niños, jóvenes, adultos o viejos han sido, sencillamente, buenas.
Es por esto que el primero de noviembre, la Iglesia Católica celebra la Fiesta de Todos los Santos. Es un día muy propicio para renovar en nosotros esta ilusión de santidad.
No tengamos miedo a la santidad, lo bueno no hay que temerlo, a lo que hay que temer es a lo malo. No podemos tener miedo a apuntar a lo alto, a los buenos ideales.
Es verdad que en nosotros existen debilidades y flaquezas, existen tendencias negativas, pero como la fuente del bien, es decir la fuente de la santidad, está en Dios, no hemos de temer. La santidad consiste en dejar actuar a Dios en nosotros y tener confianza en su acción. Dios nos acompaña en el camino de la santidad.
Descubramos la belleza de la fe y vivamos llenos de alegría.