Hasta los más vaticanólogos aproximadamente bien pensantes, o sea,
que piensan de vez en cuando, elaboran el retrato robot
del Papa que necesita la cristiandad. Todo ello por el bien de la
Iglesia, como pueden imaginarse. Digo yo que sería más eficiente implorar al Santo Espíritu, que es el encargado de elegir
a su lugarteniente, pero, claro, tampoco podemos caer en una postura
lamentablemente integrista. Ya lo dijo el genial Goscinny: esto de que los dioses se comporten como si
fuesen amos tiene que acabarse. Que se atengan, como todo
quisqui, a los procedimientos democráticos.
Por
tanto, los vaticanistas -los bien pensantes, claro; los otros, modestos ellos,
tan modestos como don Hans, sólo buscan un
antipapa- deben preocuparse, antes de nada, en asesorar a
los cardenales electores acerca del tipo de Pontífice que la Iglesia
necesita en estos momentos. En España la cosa es sencilla: todo ibero lleva dentro un obispo y un seleccionador nacional de
fútbol. Todo carpetovetónico, sabe, con certeza, qué es lo que está
bien y lo que está mal, así como la alineación que, indubitablemente, se hará
con el título en el próximo Mundial de Río. Por tanto, lo de decidir quién es el
papable más adecuado está chupado.
Pero fuera podría darse una menor capacidad
de discernimiento hispano. Por esa razón, atengámonos a la sabiduría,
virtud ésta que siempre nos adviene de la mano de la humildad. Si ustedes leen
el artículo de Hans Küng (en la
imagen), ¿Una ‘primavera vaticana’?, ecuánime pieza del mejor periodismo, publicada en el más ecuánime
de los diarios en materia eclesial -El País- descubrirán ustedes, no el tipo
de Papa que la Iglesia necesita, sino el personaje mismo. Desde estas pantallas,
pido a los cardenales electores que elijan al teólogo Küng
Papa de Roma. No lo duden: es el Pontífice que Iglesia necesita. Estoy
seguro de que si entronizamos al profeta Hans conseguiremos la primavera
vaticana, incluso con menos muertos que la Primavera
Árabe, porque el Vaticano es pequeño (aunque la cristiandad es grande,
no sé, no sé).
Además, de este modo, se logra encauzar el controvertido dogma de la infalibilidad pontificia. Es de todos
conocido que, en su inefable modestia, Küng nunca ha querido ser Papa para no
perder el don de la infalibilidad que adorna su figura, y que, en su caso
particular, más que don es conquista. Vamos, que
todo el mérito es suyo.
Su
primera encíclica -¿quién puede dudarlo?- de Pedro
II -¡qué menos!- llegaría, por procedimientos estrictamente racionales
y científicos, a la conclusión de que Dios no existe y el
verdadero Dios es el hombre. La autoridad teológica y patrística -sobre
todo patrística- más citada en la primera encíclica del nuevo Papa Küng, sería,
naturalmente, la cumbre de la filosofía contemporánea: José Luis Rodríguez Zapatero.
Más
ventajas. Si nombramos a Küng armará tal zapatiesta que el Nuevo Orden Mundial (NOM) dejará en paz a los católicos,
más que nada porque los únicos católicos que quedarán estarán en la catacumbas:
¡Küng for Pope, please!
Posdata: Me sigo divirtiendo una barbaridad con todas las
tontunas que se dicen y escriben sobre el cónclave, pero no me divierto nada con la lentitud en el
proceso de elección de un hombre que, insisto, además de Papa, está llamado a ser
mártir. Es el “rien va plus”.