La elección de un nuevo Papa se hace hoy de acuerdo a la Constitución
“Universi Dominici gregis” promulgada por Juan Pablo II el 22 de febrero de
1996. Los dos Cónclaves anteriores obedecieron a la Constitución “Romano
Pontifici eligendo” promulgada el 1 de octubre de 1975 por Pablo VI, tres años
antes de morir.
Al redactar Juan Pablo II la nueva constitución escribió en el proemio de ella que la razón que le movía a ello no era la poca estima de las normas existentes sino por lo contrario el deseo de confirmarlas substancialmente, la conciencia del cambio de situación que hoy vive la Iglesia; y la necesidad de tener presente la revisión hecha de la Ley canónica en el nuevo Código de Derecho canónico tanto en la Iglesia Occidental como en la Oriental.
En toda lectura es muy importante saber leer entre líneas. Leyendo así la Constitución Universi Dominici gregis de Juan Pablo II, uno percibe que todo apunta ante todo a lograr un profundo recogimiento espiritual y un aislamiento total en orden a promover un fuerte ambiente de seriedad, de concentración a lo que han sido llamados (elección de un nuevo Papa), y de libertad e independencia al margen de toda interferencia, influencia o presión ajena (eclesial o civil; de poderes públicos o de los medios de comunicación). Y se entiende finalmente que se prohíba durante el cónclave a los cardenales el uso de celulares, radio y televisión y el acceso a todo tipo de prensa.
Se entiende así que durante el cónclave se conceda tanto tiempo a orar. A orar en común todos ellos y a orar y meditar personalmente. A orar que es ponerse en comunicación con Dios para hablarle y escucharle, para expresarle nuestras dudas, perplejidades y deseos y para conocer su voluntad y pedirle poder cumplirla. Se entiende también que se conceda tiempo a pensar, a reflexionar cada uno consigo mismo, en recogimiento y soledad; sobre los problemas existentes y el papel de la Iglesia en ellos y sobre las cualidades que debe tener el que sea llamado a ser Pastor Universal, y que se conceda tiempo a intercambiar seriamente ideas sobre la situación del mundo y de la Iglesia y sobre los retos de la Iglesia ante el mundo actual en el que está inserta.
Se entiende también que se prohíba durante el cónclave el uso de celulares, radio y televisión; y acceso alguno a la prensa; y que un religioso de probada espiritualidad, al entrar en el cónclave, haga a todos los cardenales electores una exhortación espiritual.
Los cardenales, a la hora de votar, lo único que deben buscar es la gloria de Dios y el mayor bien de la Iglesia y de la humanidad, Palpita en toda esta dinámica el hondo principio de San Ignacio de Loyola: “Hay que poner todos los medios humanos como si no existiesen los divinos y después confiar solamente en los divinos como si no hubieran sido puestos los humanos”.
Para la elección del nuevo Sumo Pontífice se procederá así. Ya en la Capilla Sixtina y cada Cardenal en su sitio, el eclesiástico, escogido para esta misión les hará una exhortación espiritual. En ella les hablará de la grave función que les incumbe y cómo deberán actuar con rectísima intención, para bien de la Iglesia Universal y teniendo presente solamente a Dios”.
Concluida la plática, los Cardenales harán un juramento. En él prometerán, se obligarán y jurarán observar todo lo prescrito en la Constitución vigente para elegir el Sumo Pontífice; desempeñar fielmente (aquel que sea elegido) su ministerio petrino de Pastor Universal; consolidar y defender íntegra y decididamente los derechos espirituales y temporales, y la libertad de la Santa Sede; observar seriamente el secreto respecto a todo lo que se refiere a la elección; y no prestar apoyo a interferencia alguna de favor, de oposición o de cualquier forma con que la autoridad civil de cualquier orden o grado o de cualquier grupo o personas que quisieran inmiscuirse en la elección del Pontífice.
Los reporteros y analistas de los Medios de Comunicación social, en su afán de lucirse y adquirir méritos ante las empresas que representan y a las que sirven, o deseando hacer esto con la mejor voluntad, es natural que se rebelen contra la prohibición de su presencia en el lugar de las elecciones y contra el secreto impuesto.
Uno, sin embargo, intuye el caos que se produciría en la Capilla Sixtina o en otro lugar si se dejase entrar a ella a esa variopinta multitud de camarógrafos, filmadores, entrevistadores y cronistas sociales e intuye el entorpecimiento que supondría para una elección seria, libre y personalmente responsable de los cardenales electores el bombardeo sobre ellos de las cábalas, conjeturas y suposiciones sesgadas de los que se llaman y son llamados observadores y analistas.
Llegado ya el momento de la elección, esta tiene tres momentos: el pre-escrutinio, el escrutinio y el postescrutinio.
En el preescrutinio se hacen rápidamente dos operaciones: entregar a cada uno las papeletas de votación y echar a suerte entre todos los Cardenales presentes la elección de tres escrutadores, de tres que se encargarán de recoger el voto de los cardenales enfermos que estén en sus habitaciones y de tres revisores.
El escrutinio abarca tres operaciones: la votación de cada Cardenal depositando su voto en la urna colocada sobre el alta; la mezcla y conteo de todos los votos depositados y la proclamación del número de votos depositados.
La votación se realiza así: cada uno de los Cardenales, por orden de precedencia, después de haber llenado su papeleta y haberla doblado, teniéndola en alto de modo visible, la lleva hasta el altar sobre el cual está la urna. Llegado allí pronuncia su juramento: “Pongo por testigo a nuestro Señor Jesucristo, que me ha de juzgar, que mi voto ha sido dado a aquel que según Dios debe ser elegido. Y, dicho esto, introduce su voto en la urna, hace una inclinación al altar y retorna a su lugar. Si el número de papeletas depositadas en la urna no coincide con el número de Cardenales electores, la votación es nula y se procede a una nueva votación o escrutinio.
El Tercer momento o “postescrutinio” comprende tres operaciones: conteo de los votos que cada Cardenal votado ha obtenido; reconocimiento de esos votos por parte de los revisores; y quema de los votos. Si algún Cardenal ha obtenido dos tercios de los votos emitidos, la elección es canónicamente válida. Si nadie los ha obtenido, no hay elección de Papa y hay que proceder a una nueva elección.
Las votaciones deberán ser hechas todos los días por la mañana y por la tarde después de las celebraciones de las sagradas funciones y rezos establecidas en el Ordo rituum Conclavis. Tanto por la mañana como por la tarde se harán siempre dos votaciones.
Si en los tres primeros días no se ha llegado a la elección del Papa, se suspenden las votaciones por un día como máximo y se dedica ese día a orar intensamente, a hablar los cardenales entre sí y a escuchar una exhortación espiritual que la hará el Primer Cardenal Diácono (los cardenales están divididos en tres órdenes: Cardenales diáconos; presbíteros y obispos). El primero quiere decir el más antiguo en haber sido electo Cardenal de todos los Cardenales diáconos.
Concluida esta pausa, se reemprenden las votaciones. Si al cabo de siete votaciones, todavía ninguno ha obtenido las dos terceras partes de los votos, se vuelven a suspender las votaciones y se vuelve a orar, a intercambiar pareceres y a escuchar una nueva exhortación espiritual dictada esta vez por el Primer Cardenal Presbítero.
Si concluidas esas siete votaciones, no se ha logrado aún la votación del Papa, de nuevo se hace una pausa para orar, intercambiar pareceres y oír ya la última exhortación espiritual que la hará el Primer Cardenal Obispo.
A partir de este momento ya no se requerirán las dos terceras partes sino que bastará la mayoría absoluta. Los Cardenales escogerán uno de dos modos posibles de hacer esta elección por mayoría absoluta: o votando teniendo presentes a todos los posibles candidatos, o limitándose en la votación a aquellos dos que en la votación última hubieren obtenido el mayor número de votos.
Al que salga elegido, en esta última fase o anteriormente, Juan Pablo II en su Constitución “Universi Dominici gregis”, le RUEGA que no renuncie al cargo al que ha sido llamado por temor sino que se someta humildemente al designio divino y añade textualmente: “Dios, al poner sobre sus hombros tal carga, lo sostendrá con su poder para que sea capaz de soportarla y al darle esa misión le llenará de su fortaleza para que no sucumba ante su magnitud ”.
Consumada ya canónicamente la elección, el Camarlengo o el primero de los Cardenales por orden y ancianidad, en nombre de todo el Colegio Cardenalicio, le preguntará: “¿Acepta su elección canónica a Sumo Pontífice?”, Y oído su consentimiento le interrogará: “¿Y cómo quiere ser llamado?”.
En el caso de que el que hubiere sido elegido careciese del carácter episcopal deberá ser previamente ordenado Obispo.
Realizadas ya todas las formalidades, los Cardenales ofrecerán al electo su voluntad y compromiso de lealtad y obediencia. Al mismo tiempo, el primero de los Cardenales Diáconos anunciará al pueblo romano y a todo el mundo la elección hecha y el nombre que usará el nuevo Pontífice. Y este desde la Logia de la Basílica Vaticana impartirá “urbi et orbi”, a la ciudad de Roma y al mundo entero” su Bendición Apostólica”.
Al redactar Juan Pablo II la nueva constitución escribió en el proemio de ella que la razón que le movía a ello no era la poca estima de las normas existentes sino por lo contrario el deseo de confirmarlas substancialmente, la conciencia del cambio de situación que hoy vive la Iglesia; y la necesidad de tener presente la revisión hecha de la Ley canónica en el nuevo Código de Derecho canónico tanto en la Iglesia Occidental como en la Oriental.
En toda lectura es muy importante saber leer entre líneas. Leyendo así la Constitución Universi Dominici gregis de Juan Pablo II, uno percibe que todo apunta ante todo a lograr un profundo recogimiento espiritual y un aislamiento total en orden a promover un fuerte ambiente de seriedad, de concentración a lo que han sido llamados (elección de un nuevo Papa), y de libertad e independencia al margen de toda interferencia, influencia o presión ajena (eclesial o civil; de poderes públicos o de los medios de comunicación). Y se entiende finalmente que se prohíba durante el cónclave a los cardenales el uso de celulares, radio y televisión y el acceso a todo tipo de prensa.
Se entiende así que durante el cónclave se conceda tanto tiempo a orar. A orar en común todos ellos y a orar y meditar personalmente. A orar que es ponerse en comunicación con Dios para hablarle y escucharle, para expresarle nuestras dudas, perplejidades y deseos y para conocer su voluntad y pedirle poder cumplirla. Se entiende también que se conceda tiempo a pensar, a reflexionar cada uno consigo mismo, en recogimiento y soledad; sobre los problemas existentes y el papel de la Iglesia en ellos y sobre las cualidades que debe tener el que sea llamado a ser Pastor Universal, y que se conceda tiempo a intercambiar seriamente ideas sobre la situación del mundo y de la Iglesia y sobre los retos de la Iglesia ante el mundo actual en el que está inserta.
Se entiende también que se prohíba durante el cónclave el uso de celulares, radio y televisión; y acceso alguno a la prensa; y que un religioso de probada espiritualidad, al entrar en el cónclave, haga a todos los cardenales electores una exhortación espiritual.
Los cardenales, a la hora de votar, lo único que deben buscar es la gloria de Dios y el mayor bien de la Iglesia y de la humanidad, Palpita en toda esta dinámica el hondo principio de San Ignacio de Loyola: “Hay que poner todos los medios humanos como si no existiesen los divinos y después confiar solamente en los divinos como si no hubieran sido puestos los humanos”.
Para la elección del nuevo Sumo Pontífice se procederá así. Ya en la Capilla Sixtina y cada Cardenal en su sitio, el eclesiástico, escogido para esta misión les hará una exhortación espiritual. En ella les hablará de la grave función que les incumbe y cómo deberán actuar con rectísima intención, para bien de la Iglesia Universal y teniendo presente solamente a Dios”.
Concluida la plática, los Cardenales harán un juramento. En él prometerán, se obligarán y jurarán observar todo lo prescrito en la Constitución vigente para elegir el Sumo Pontífice; desempeñar fielmente (aquel que sea elegido) su ministerio petrino de Pastor Universal; consolidar y defender íntegra y decididamente los derechos espirituales y temporales, y la libertad de la Santa Sede; observar seriamente el secreto respecto a todo lo que se refiere a la elección; y no prestar apoyo a interferencia alguna de favor, de oposición o de cualquier forma con que la autoridad civil de cualquier orden o grado o de cualquier grupo o personas que quisieran inmiscuirse en la elección del Pontífice.
Los reporteros y analistas de los Medios de Comunicación social, en su afán de lucirse y adquirir méritos ante las empresas que representan y a las que sirven, o deseando hacer esto con la mejor voluntad, es natural que se rebelen contra la prohibición de su presencia en el lugar de las elecciones y contra el secreto impuesto.
Uno, sin embargo, intuye el caos que se produciría en la Capilla Sixtina o en otro lugar si se dejase entrar a ella a esa variopinta multitud de camarógrafos, filmadores, entrevistadores y cronistas sociales e intuye el entorpecimiento que supondría para una elección seria, libre y personalmente responsable de los cardenales electores el bombardeo sobre ellos de las cábalas, conjeturas y suposiciones sesgadas de los que se llaman y son llamados observadores y analistas.
Llegado ya el momento de la elección, esta tiene tres momentos: el pre-escrutinio, el escrutinio y el postescrutinio.
En el preescrutinio se hacen rápidamente dos operaciones: entregar a cada uno las papeletas de votación y echar a suerte entre todos los Cardenales presentes la elección de tres escrutadores, de tres que se encargarán de recoger el voto de los cardenales enfermos que estén en sus habitaciones y de tres revisores.
El escrutinio abarca tres operaciones: la votación de cada Cardenal depositando su voto en la urna colocada sobre el alta; la mezcla y conteo de todos los votos depositados y la proclamación del número de votos depositados.
La votación se realiza así: cada uno de los Cardenales, por orden de precedencia, después de haber llenado su papeleta y haberla doblado, teniéndola en alto de modo visible, la lleva hasta el altar sobre el cual está la urna. Llegado allí pronuncia su juramento: “Pongo por testigo a nuestro Señor Jesucristo, que me ha de juzgar, que mi voto ha sido dado a aquel que según Dios debe ser elegido. Y, dicho esto, introduce su voto en la urna, hace una inclinación al altar y retorna a su lugar. Si el número de papeletas depositadas en la urna no coincide con el número de Cardenales electores, la votación es nula y se procede a una nueva votación o escrutinio.
El Tercer momento o “postescrutinio” comprende tres operaciones: conteo de los votos que cada Cardenal votado ha obtenido; reconocimiento de esos votos por parte de los revisores; y quema de los votos. Si algún Cardenal ha obtenido dos tercios de los votos emitidos, la elección es canónicamente válida. Si nadie los ha obtenido, no hay elección de Papa y hay que proceder a una nueva elección.
Las votaciones deberán ser hechas todos los días por la mañana y por la tarde después de las celebraciones de las sagradas funciones y rezos establecidas en el Ordo rituum Conclavis. Tanto por la mañana como por la tarde se harán siempre dos votaciones.
Si en los tres primeros días no se ha llegado a la elección del Papa, se suspenden las votaciones por un día como máximo y se dedica ese día a orar intensamente, a hablar los cardenales entre sí y a escuchar una exhortación espiritual que la hará el Primer Cardenal Diácono (los cardenales están divididos en tres órdenes: Cardenales diáconos; presbíteros y obispos). El primero quiere decir el más antiguo en haber sido electo Cardenal de todos los Cardenales diáconos.
Concluida esta pausa, se reemprenden las votaciones. Si al cabo de siete votaciones, todavía ninguno ha obtenido las dos terceras partes de los votos, se vuelven a suspender las votaciones y se vuelve a orar, a intercambiar pareceres y a escuchar una nueva exhortación espiritual dictada esta vez por el Primer Cardenal Presbítero.
Si concluidas esas siete votaciones, no se ha logrado aún la votación del Papa, de nuevo se hace una pausa para orar, intercambiar pareceres y oír ya la última exhortación espiritual que la hará el Primer Cardenal Obispo.
A partir de este momento ya no se requerirán las dos terceras partes sino que bastará la mayoría absoluta. Los Cardenales escogerán uno de dos modos posibles de hacer esta elección por mayoría absoluta: o votando teniendo presentes a todos los posibles candidatos, o limitándose en la votación a aquellos dos que en la votación última hubieren obtenido el mayor número de votos.
Al que salga elegido, en esta última fase o anteriormente, Juan Pablo II en su Constitución “Universi Dominici gregis”, le RUEGA que no renuncie al cargo al que ha sido llamado por temor sino que se someta humildemente al designio divino y añade textualmente: “Dios, al poner sobre sus hombros tal carga, lo sostendrá con su poder para que sea capaz de soportarla y al darle esa misión le llenará de su fortaleza para que no sucumba ante su magnitud ”.
Consumada ya canónicamente la elección, el Camarlengo o el primero de los Cardenales por orden y ancianidad, en nombre de todo el Colegio Cardenalicio, le preguntará: “¿Acepta su elección canónica a Sumo Pontífice?”, Y oído su consentimiento le interrogará: “¿Y cómo quiere ser llamado?”.
En el caso de que el que hubiere sido elegido careciese del carácter episcopal deberá ser previamente ordenado Obispo.
Realizadas ya todas las formalidades, los Cardenales ofrecerán al electo su voluntad y compromiso de lealtad y obediencia. Al mismo tiempo, el primero de los Cardenales Diáconos anunciará al pueblo romano y a todo el mundo la elección hecha y el nombre que usará el nuevo Pontífice. Y este desde la Logia de la Basílica Vaticana impartirá “urbi et orbi”, a la ciudad de Roma y al mundo entero” su Bendición Apostólica”.