¿Qué es la conversión?

Por Juan del Carmelo

Se suele decir y se está en lo cierto, que en la vida espiritual todo es gracia…, todo es don, es regalo de Dios, pero no solamente en la vida espiritual, sino toda nuestra vida material, es un puro regalo divino, todo ella es también un don de Dios. Nacemos, vivimos porque Dios así lo desea y nos vamos de este mundo, cuando Él estima que ha llegado el momento, sin que ningún afamado médico, ni toda la ciencia del mundo nos pueda donar ni un solo minuto más de vida, abandonamos este mundo cuando Él lo decide. Y ese momento, aunque nosotros no lo veamos ni lo comprendamos, es el momento que más nos conviene, no solo al que fallece sino también a todos sus deudos, porque el amor de Dios a nosotros es tal, que siempre aunque no lo comprendamos, nos sucede lo que más nos conviene. En las Coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre, hay una estrofa, que siempre ha llamado mi atención y que dice: Es locura en el hombre querer vivir, cuando Dios quiere que muera.

Nosotros hemos sido puestos por Dios en este mundo, cada uno en un lugar diferente y con una misión única y exclusiva que cumplir. Para el desarrollo de esta misión a cada uno nos ha dotado de un conjunto de posibilidades que hemos de utilizar y aprovechar para cumplir y alcanzar ese objetivo que  Dios tiene dispuesto desde siempre para nosotros. Todos estamos dotados de cuerpo y alma, pero generalmente son muchos más, los que se ocupan de su cuerpo marginando las necesidades de su alma. Más se busca la satisfacción de los deseos y apetencias de nuestro cuerpo y por ende la obtención de bienes materiales, que la de bienes espirituales, que demanda nuestra alma. Pero se dan muchos casos en los que el Señor, por razón de las misteriosas razones que le mueven, dona la gracia de un bien espiritual llamado conversión, a determinadas personas, que muchas veces ha llevado una conducta totalmente antitética de la que tiene la persona que ama al Señor. Y es que, como decía un viejo fraile: Al Señor le gusta trabajar con materiales de derribo y de ello nos dejó plena constancia cuando dijo: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos: ni he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. (Mc 2,17).

Y sin apartarnos del título de esta glosa, también son palabras del Señor a Nicodemo: “En verdad, en verdad te digo que quien no naciere del agua y del Espíritu no podrá entrar en el reino de los cielos” (Jn 3,5). De acuerdo con que los exégetas, estas palabras del Señor las refieren al bautismo, pero. ¿Qué es el bautismo?, sino una primera conversión y tal como nos dice Jean Lafrance: “El hombre no acaba nunca de convertirse y por eso cada día tiene que renacer de agua y del Espíritu”. La actuación del Señor en la donación del bien espiritual que es la conversión, no es nunca igual ni semejante. Cuando el Espíritu Santo encuentra un alma bien dispuesta, se va adueñando de ella y la lleva por caminos de oración cada vez más profunda, hasta que las palabras resultan pobres, y estas dejan paso a la intimidad divina, en un mirar a Dios sin descanso y sin cansancio, tal como escribe Fdz. Carvajal. La conversión no tiene épocas, fechas ni límites y puede darse a unas distintas personas y en distintas  épocas de su vida.

La actuación divina, no se produce en los hombres en unas edades determinadas, los trabajadores llamados a trabajar en la viña, fueron convocados a distintas horas del día. Tampoco se da, y siempre  responden los convocados, que reciben el bien de una conversión, no existe un comportamiento homogéneo en sus conductas Tampoco existen dos conversiones iguales. La conversión es muy dispar en su nacimiento en su desarrollo y lo que es más importante, en la posterior perseverancia que debe de tener el que ha recibido este bien espiritual, porque fervorines que se agotan a los dos días los hay a cientos.

En términos generales se define la conversión como una Metanoia, que es un término griego, que expresa un cambio de opinión y más concretamente un cambio de mente. Se podría también estimar que la conversión produce un cambio en la escala de valores, por la que se rige la persona humana. Tradicionalmente a la conversión se la ha definido como un cambio de mente del converso, sin que sea necesario haber sido previamente un empedernido pecador, para que el Señor se fije en él y le done una conversión. La conversión no solo es posible, en la persona que lleva una vida depravada y que de pronto por un incidente o circunstancias que le afecta, se origina en esta persona una conversión. Generalmente es esta la idea que se tiene de lo que es una conversión. Una conocida artista, celebre por sus pervertidas actuaciones, de la noche a la mañana, entra en un convento de carmelitas descalzas o el caso de un conocido político por sus diatribas contra la religión, pro abortista, pro homosexual y varias lindezas más, un día aparece la noticia de que ha entrado de novicio en un cartuja. Casos como estos y similares a estos, está llegando un momento que van a dejar de ser noticia. La conversión puede ser de una persona, que vivía apartada del Señor y también de una persona que habitualmente toda su vida ha estado en gracia y amistad de Dios. Aunque estas últimas clases de conversiones, son menos ruidosas y no llaman tanto la atención, pero no por ello dejan de ser una conversión. Porque como decían los Padres del desierto, solo se avanza en el desarrollo de la vida espiritual de uno, cuando continuamente se está inmerso, en una inacabada conversión. Hasta el más perfecto de los seres humanos, nunca alcanza ni alcanzará la perfección divina, y siempre estará necesitado de convertirse.   

Y esto es así, porque la conversión en sí, es una invasión del Espíritu Santo en el alma humana y por ello, el alma de la persona que vive su desarrollo espiritual, está siempre viviendo una continua conversión, es como subir una escalera y en cada escalón que se sube, el alma se siente más invadida por el Espíritu Santo y está cada vez más convertida, porque siente la necesidad de subir más y más deprisa. Los Padres del Desierto, cada mañana cuando se levantaban decían: “Yo no he comenzado todavía a convertirme”, y como escribe Jean Lafrance: Solo este reconocimiento del corazón nos puede disponer a ser invadidos por el Espíritu Santo. Por ello, es necesario, si es que queremos avanzar en el desarrollo de nuestra vida espiritual, para alcanzar la vía unitiva, que diariamente pensemos en la necesidad que tenemos de convertirnos, para desterrar de una vez por todas esas faltas e imperfecciones, que aunque no nos matan  el alma y expulsan de ella nuestra inhabitación Trinitaria, si le hace la vida muy incomoda al Señor que tanto nos ama, e impiden que cumplamos sus deseos de:  “Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial”. (Mt 5,48).

Para el oblato Francis Nemeck, la conversión personal viene a ser una emergencia, lo que la Confirmación es al Bautismo. Es como un segundo peldaño o como el otro lado de la moneda. La llegada de la etapa de emergencia, con frecuencia se prolonga durante muchos años, o incluso décadas, en la vida de una persona. Y cuando llega, la conversión personal, se da generalmente en un abrir y cerrar de ojos. En un instante se asumen y compendian todos los factores que han ido concluyendo y convergiendo desde la creación individual. La opción fundamental, la decisión radical y la entrega incondicional, que lleva consigo esta experiencia de conversión constituye nuestra respuesta personal a la iniciativa divina. Nos convertimos porque Él nos ha convertido. Nos volvemos hacia el Señor, porque Él nos torna irrevocablemente hacia Él. Cambiamos porque Él nos cambia. Si: es “mi” conversión, pero en el sentido de: “Vivo yo, más no soy yo, sino que es Cristo quien vive en mi”. (Gal 2,20).

La conversión no es, como algunos piensan, algo que dure un instante y al momento ya todo es distinto, porque Dios, le da la vuelta a uno como un calcetín. Si es verdad que el converso sufre un cambio total, pero este no es fruto de un instante, sino de un largo proceso, porque la fe tampoco le llueve a nadie en un instante desde el cielo, ella es también el fruto de un largo proceso de maduración y ambos procesos son siempre convergentes. El proceso de conversión es siempre un largo camino. “Su duración tal como escribe Slawomir Biela, ocupa el resto de la vida del converso y su velocidad de transformación, depende de la dureza, la oposición y lo áspero y duro que sea ese campo pedregoso, que para Dios es el corazón del hombre”. Y ocupa el resto de la vida del converso, porque este nunca alcanzará plenamente un perfecto sometimiento a la gracia divina, porque esa misma gracia descubre en nosotros, nuevas zonas en las que está presente el mal. Frente a este mal, la gracia nos llama cada vez a una contrición más profunda, y por tanto a una apertura cada vez más profunda a la actuación de Dios y a la actuación de su gracia purificadora en nuestra vida

Concluyo con una acertada recomendación de Rainiero Cantalamessa, predicador oficial de la Casa pontificia que nos dice: “Pero, no esperemos a nuestro funeral. La conversión  puede cambiar a los vivos, pero no a los muertos”.