Por Luis Fernández Cuervo (luchofcuervo@gmail.com)
De la cultura de la vida humana
La guerra contra la población, declarada por la cultura internacional de la muerte, sigue implacable.
Todos los que amamos, respetamos y defendemos la vida humana debemos saberlo y no quedarnos ni callados ni pasivos. Es una lucha larga y desigual. Los de la muerte tienen un poder millonario. Esa es su fuerza. Pero toda su ideología es un montaje de mentiras. Sus acciones son criminales porque fomentan y realizan, entre otras perversidades, el genocidio del aborto donde mueren anualmente en todo el mundo millones de seres humanos inocentes e indefensos.
Cuando este artículo aparezca publicado, ya se sabrán los resultados surgidos de la reunión internacional celebrada en Río de Janeiro los días 20, 21 y 22 de junio sobre el “Desarrollo sostenible”.
Yo no sé todavía esos resultados pero los preparativos, el borrador previo y los selectos eventos colaterales (sic) de Río+20, pretenden los mismos fines que en las anteriores conferencias del Cairo y de Pekín: frenar la natalidad mundial e ir imponiendo el derecho al aborto.
Pura cultura imperialista de la muerte.
El borrador del documento final ya daba apoyo a UNWOMEN, agencia de la ONU cuya finalidad es promover políticas de anticoncepción y aborto para todo el mundo.
Uno de los así llamados “selectos eventos colaterales”, el de “Población y Planeta: consumo y medio ambiente”, fue organizado por el Fondo de Población (ONU), la Royal Society del Reino Unido y el African Institute for Development Policy. Michael Herrmann, de ese Fondo, dijo que para llegar “al consumo y a la producción sostenibles”, se debía terminar con los aumentos demográficos insostenibles. Y Eliya Zulu, del African Institute for Development Policy, pidió imponer políticas anticonceptivas de “planificación familiar”, para frenar y revertir el cambio climático (¡!). “Debemos convencer –dijo- a los líderes africanos que el incontrolado crecimiento demográfico tiene un impacto negativo directo sobre el medio ambiente”.
Si no fuera por la finalidad criminal que se esconde bajo esas palabras sería motivo de risa escuchar semejantes disparates.
El cambio climático es una entidad nunca definida, fantasmal, que sustituyó al desprestigiado calentamiento global. Los que mas dañan el medioambiente siguen siendo los países desarrollados y no sólo por la polución atmosférica de sus industrias y vehículos, o por los desechos no biodegradables o radioactivos, sino muy especialmente por trabajar, en vez de para favorecer a la población, para ir eliminándola de los países no desarrollados.
Suzana Cavenaghi, de la Latin America Population Association, fue más directa proponiendo extender la planificación familiar a los más pobres, “ya que son los que más se reproducen”. Sin embargo Brasil, anteriormente había advertido que en esta conferencia los países «pueden optar por repetir argumentos neomaltusianos o decidir restablecer la necesidad de la solidaridad, la equidad y patrones sustentables de producción y consumo con los países desarrollados al frente de la iniciativa». Esto está de acuerdo con lo que la FAO viene diciendo últimamente. José Graziano da Silva, su director general, afirmó en marzo que no existe un problema alimentario sino una situación de absoluto despilfarro. “Se pierde o desperdicia en todo el mundo una tercera parte de los alimentos producidos cada año" y en el documento preparatorio para Río+20, la FAO dejaba claro que no era posible realizar un desarrollo sostenible si no se erradican el hambre y la desnutrición, pero que es posible alimentar a toda la población mundial si se toman decisiones políticas firmes que mejoren el acceso de las personas pobres a los alimentos, la forma en que se emplee la agricultura con fines alimentarios y bajar niveles de alimentos desperdiciados.
La cultura de la vida ama a todos los hombres y pide solidaridad, esfuerzo y desarrollo inteligente para erradicar el hambre, la pobreza y la ignorancia. Pide desarrollo verdaderamente humano.
La de la muerte pretende hacer ver a los seres humanos como el enemigo principal contra el desarrollo.