Sobre los indignados

ALGO MUY GRAVE VIENE GESTÁNDOSE

Por Luis Fernández Cuervo (luchofcuervo@gmail.com)

Algunos lectores míos no entienden cuando escribo en estilo hipotético-humorístico. Y mucha más gente no se da cuenta de dos males crecientes que padece nuestra cultura actual, tanto en América como en Europa. ¿Es algo que puede evolucionar o reventar en algo peor?

Uno de esos males estaba señalado en mi artículo anterior: la rebeldía contra la ecología humana, contra las leyes naturales que deben regir a los seres humanos. Que en mi apólogo coincida un agnóstico inteligente y honesto con lo que el Papa les recordó a los políticos alemanes en el Bundestag, no es de extrañar, ya que para verlo no es necesaria la fe cristiana, aunque la fe le da un diagnóstico de mayor severidad y profundidad a esa rebeldía destructiva contra la naturaleza.

Recordemos lo que dice un agnóstico real, no imaginario, el escritor Mario Vargas Llosa, en su artículo sobre la pasada Jornada Mundial de la Juventud: “una sociedad democrática no puede combatir eficazmente a sus enemigos -empezando por la corrupción- si sus instituciones no están firmemente respaldadas por valores éticos, si una rica vida espiritual no florece en su seno como un antídoto permanente a las fuerzas destructivas, disociadoras y anárquicas que suelen guiar la conducta individual cuando el ser humano se siente libre de toda responsabilidad”.

Pero esas fuerzas destructivas son lo que se predica desde el siglo pasado, lo que se vive y se extiende por nuestra cultura: una libertad irresponsable, cerrada a lo moral y espiritual, anclada en el placer, la holganza y la exigencia de derechos sin cumplir los correspondientes deberes. “Estamos criando vagos” han dicho varios psiquiatras.

El otro mal son los indignados que protestan aparentemente sólo contra las injusticias económicas. Cuando la indignación fue española o griega, pudo superficialmente verse solo como un problema económico. En España la crítica se centra contra la “aristocracia” de diputados y senadores que no sufren las consecuencias de la recesión económica; pero también tiene vertientes anarquistas y antirreligiosas. En Chile dos comunistas se han apropiado de la dirección y exigencias de una minoría ruidosa y muy violenta de estudiantes que no estudian pero exigen –no piden- educación gratuita. Esos jóvenes son el fruto del tipo de educación permisiva que instauró la Concertación, especialmente durante el gobierno de la Bachelet.

En Inglaterra se vieron estratos más profundos de estos estallidos de “indignación” violenta. Un informe del Instituto de Investigación de Políticas Públicas señaló la proporción mayoritaria de hijos de familias monoparentales y hogares desestructurados como autores de los actos criminales. Factor mucho más relevante entre los delincuentes que su origen social, porque incluso algunos culpables de robos y asaltos a tiendas y supermercados eran de familias acomodadas o millonarias.

Ahora también en Estados Unidos, a partir de la primera protesta neoyorquina en Wall Street, se propagan los grupos de indignados a varias otras ciudades. El problema económico es el detonante, pero ¿es eso todo?

La Revolución Francesa comenzó en una crisis económica en la que la aristocracia se negó a pagar impuestos y donde en una Asamblea de los tres Estados se fueron aireando las injusticias habientes. Después terminó con la Monarquía y con la cabeza guillotinada de los aristócratas. En USA, indigna que la “aristocracia” de los millonarios pague menos impuestos que sus empleados, como el mismo millonario Warren Buffet señaló. Y los altos dirigentes de empresas echan gente a la calle pero ellos no sufren desempleo.

Internet y las redes sociales van aireando estos males muy poco democráticos que en muchos países evolucionaron a “partidocracias” injustas y corruptas. A ello se unen esas nuevas generaciones creciendo en hogares rotos o inexistentes, empapados en distracciones ociosas, en fobia al estudio y a la disciplina, en permisivismo sexual y ausencia de valores morales…

Es muy malo empapar la paja en gasolina. Cualquier fósforo puede producir un incendio de extensión y consecuencias imprevisibles.