Por Carlota Sedeño Martínez
Hablar de la New Age (Nueva Era) es volver la vista atrás. Aunque este término se haya popularizado hace pocos años, hay que remitirse a los años setenta.
Entonces se identificaba con la “contracultura” y, ahora, todo este movimiento ha sido asimilado por las tendencias dominantes. La Nueva Era se presenta como una falsa utopía para responder a la sed de felicidad del corazón humano, insatisfecho profundamente de la cultura y modo de vida actuales.
No es una secta religiosa ni, propiamente, un movimiento. Se trata de una visión, de un deseo de cambio que agrupa a distintas teorías. A la New Age se han enganchado muchas ideas que no tienen una conexión explícita con el llamado “cambio de era” preconizado por los astrólogos. Es un sincretismo de elementos esotéricos y seculares que se presentan como alternativa al cristianismo.
Como ya se ha comprobado, la matriz esencial del pensamiento New Age hay que buscarla en la tradición esotérico-teosófica que se puso de moda en círculos intelectuales europeos en los siglos XVIII y XIX. Estuvo especialmente presente en la masonería y el ocultismo. A esta visión se une, actualmente, una corriente de lo que alguien ha llamado “sacralización de la psicología”, inspirada en Jung, que ha dado lugar a confundir psicología con espiritualidad.
¿Por qué se da todo esto ahora? Por la insatisfacción que produce vivir una vida tan materialista en la cultura occidental, por el rechazo de una visión racionalista, por el deseo de un cambio personal y social, por la existencia de un individualismo desenfrenado y porque el ser humano experimenta que su dimensión espiritual está arrinconada, está como aplastada.
Lo que sucede es que esta corriente, la Nueva Era, no ofrece una respuesta auténtica sino un sucedáneo, se busca la felicidad donde no se la puede encontrar. Es algo difuso e informal que atraviesa las culturas y lo encontramos en el cine, en la música, en terapias, en talleres, en libros de autoayuda, en tiendas y librerías algo pintorescas, etc. Es una estructura sincretista que incorpora muchos elementos diversos y que permite compartir intereses o vínculos en grados distintos y con niveles de compromiso muy variados.
Lo que queda muy claro es que la ciencia y la tecnología han sido incapaces de cumplir lo que se esperaba de ellas y el ser humano se ha vuelto hacia el ámbito espiritual buscando significado y liberación. En el campo religioso, la New Age se presenta como una alternativa a la herencia judeo-cristiana. Se habla de Dios como de un “principio vital”, no personal ni trascendente, como una “energía impersonal”, inmanente al mundo con el cual formaría una “unidad cósmica”. Naturalmente, esta unidad es claro panteísmo.
La Nueva Era importa, de forma fragmentaria, prácticas religiosas orientales y las reinterpreta para adaptarlas a los occidentales. Por ejemplo, habla de “reencarnación” pero no es exactamente la reencarnación hindú, es una adaptación algo curiosa. Hay una actitud ecológica, se promueve un gran respeto a la naturaleza pero habría que preguntar si se mantiene la misma solidaridad hacia la vida humana, en sus comienzos, en el mismo grado en que se defiende a las ballenas. El ser humano y no una genérica naturaleza es el que está en el centro de la Creación.
La mayoría de los seguidores no tienen muy claros los principios sobre los que se basa la New Age, son más bien consumidores ocasionales de productos que llevan esta etiqueta. Es un fenómeno global que se mantiene unido y que se alimenta a través de los medios de comunicación de masas. Es un vago conjunto de creencias, terapias y prácticas elegidas y combinadas según el propio gusto. Con independencia de las incompatibilidades o incongruencias que implique.
Parece evidente que tanta confusión no conduce a ninguna parte ni soluciona realmente las necesidades profundas del ser humano. Una sana colaboración entre la fe y la razón mejora la vida humana al mismo tiempo que promueve el respeto de toda la Creación.
Se hace cada vez más necesario un conocimiento real del mensaje cristiano. Se comprobará, además, cómo la auténtica Nueva Era comenzó hace más de dos mil años con la Encarnación de Jesucristo.