Por Miguel Rivilla San Martin
Hace poco leí una frase que me impactó: “Quien no escucha a Dios, nada tiene que decir a los demás ”.
¿Exageración?. No creo.
La relaciono con aquella otra expresión de Jesús en el evangelio: “Sin Mí no podéis hacer nada”.
Las personas de fe, comprenden bien el significado de ambas frases. Dios es espiritual sí; pero no es mudo. De continuo y de diversos modos está hablando y comunicándose con los hombres y con todo hombre, objeto de su amor y misericordia infinitas. Lo que hace falta es que se esté a la escucha.
El hombre actual, en general, vive inmerso desde que se levanta hasta que se acuesta en un remolino de vacua palabrería, que poco o nada le aporta para su realización, paz y felicidad. Solo la Palabra de Dios-Palabra de vida eterna-es capaz de salvarle y orientar su vida.
Al menos los cristianos, deberíamos distinguirnos por el conocimiento y estima de la Palabra de Dios que se proclama en las celebraciones litúrgicas y que tenemos en la Biblia. Por desgracia, en muy pocos sitios, fuera de las iglesias, se tiene ocasión de ponerse en contacto con la única palabra salvífica.
No son los sabios, los políticos, los filósofos, los tecnócratas, los poderosos o los charlatanes de turno… los que nos pueden salvar.
Nos sobran palabras humanas y nos faltan ganas y tiempo para escuchar y meditar la Palabra de Dios. Ella ha sido a lo largo de los siglos, alimento espiritual de millones de personas en todo el mundo. Su eficacia sigue viva y operante como en un principio. Es un manantial o “surtidor de agua viva” capaz de calmar la sed de verdad y trascendencia que anida en el corazón del hombre.
La Palabra de Dios al interpelarnos, exige una respuesta que no puede ser otra que una vida en continua actitud de conversión.
Somos los humanos que tenemos la palabra. Manos a la obra.