El poder creciente de las redes sociales

Por Luis Fernández Cuervo (luchofcuervo@gmail.com)

El mundo cambia. La cultura, que es la vida del mundo humano, está cambiando aceleradamente. Muchos adultos no se dan cuenta. Los jóvenes, sí. Cambió el mundo cuando apareció y se extendió la Internet por todos los continentes. Siguió cambiando con la extensión y perfeccionamiento de celulares, laptop, Ipad, etc. Ahora vamos entrando vertiginosamente en la era de las redes sociales.

En El Salvador ya más de un millón de personas tienen cuenta en Facebook.

Hay gente de la segunda y la tercera edad que nunca supieron navegar por Internet. Esos tampoco entienden mucho de las redes sociales. Algunos las ven como una nueva manera frívola de perder el tiempo. Otros, cuando tratan de comprenderlas, solo encuentran sus aspectos más negativos: el acoso sexual de adolescentes y jóvenes por vía digital (grooming), el intercambio de imágenes eróticas (sexting) o las burlas hirientes (ciberbullying). Todo eso existe y es muy grave. Pero eso no es todo. Como en cualquier otro medio de comunicación e información, aquí el bien y el mal están y estarán siempre presentes en una lucha inacabable. Y hay que saber de qué parte quiere uno ponerse en esa lucha.

Muy mal si los que ven sólo esos aspectos negativos tienen hijos pequeños. No les servirá prohibir. En esto, como en todo, hay que educar a los hijos en la libertad responsable y en la maduración sexual dentro de una afectividad altruista y positiva. Los que dan sus primeros pasos en el mundo que les ha tocado vivir, para amarlo y saber dominarlo, tienen, entre otras muchas cosas, que aprender a moverse, con inteligencia, audacia y prudencia, en la nueva cultura de las redes sociales (Facebook, Twitter, Tuenti, etc.).

De estas redes vamos viendo su poder político. Son el terror de las dictaduras de los países árabes (Libia, Siria, Egipto, Yemen, etc.), de la interminable dictadura cubana y de las semi-dictaduras como las de Ecuador, Nicaragua o Venezuela. Pero también, y me parece mas importante y esperanzador, comienzan a ser un posible correctivo para las democracias secuestradas por las partidocracias, verdadera tiranía de los partidos políticos.

El caso español es paradigmático. Surge cuando el país entra en aguda crisis económica y el gobierno dictamina que el pueblo debe apretarse el cinturón. ¿Y los diputados? No, esos no. ¿y los senadores de un Senado español que nadie sabe para qué sirve? Tampoco. Todos ellos siguen ensanchando la grasa de su cintura. Entonces comienzan a difundirse por Internet los sueldos, gastos de representación, viajes, jubilaciones, etc. de todos los políticos que configuran la dictadura de los partidos. Así surge el movimiento de los indignados y sus acampadas que pronto se riega por todo el país. Es un movimiento pacífico, multiforme, hasta ahora apolítico, mayoritariamente de jóvenes, que surge y se difunde por las redes sociales. ¿Qué dicen? -Estamos hartos de gobiernos corruptos que se benefician entre ellos y no hacen nada por la sociedad civil. Pedimos una democracia real y justa. En España se está gestando un movimiento que se contagiará a otros países. Lanzamos al mundo un mensaje de esperanza. No se callen nunca. Luchen por lo que creen. No se conformen y lo imposible llegará.

En el Salvador, el pasado viernes 3 de junio hizo su aparición un incipiente movimiento cívico, patriótico y democrático, convocando a través de Twitter (#indignadosSV y #AcampadosSV) para manifestarse, pacífica pero exigentemente, delante de Casa Presidencial. El decreto 743 había sido el detonante. Acudieron algo más de 200 personas, también mayoritariamente jóvenes. Parece poco, pero estoy seguro que irá a más.

La indignación ciudadana existe. Es justa y precisamente porque sigo siendo joven de espíritu mucho de ella la entiendo y la comparto. Al fin y al cabo, algunos de mis artículos, tales como “El clamor de la gente”, “El país de los aguantadores, “Sucede que me canso de ser hombre” y varios más, están en esa línea de cruda denuncia contra la mentira cultural y la prepotencia política. Por eso creo que esos artículos ameritan que se me considere precursor de esa indignación civil y benéfica agitación social que ahora comienza a despertarse.

Pero no debo ser yo ni gente de mi edad, sino los jóvenes, los de la generación que nació después de la Internet, los que pueden y deben capitanear y encauzar esta sed de verdad y de justicia. Ellos deben saber llevarla a buen puerto.

Tengan mucho cuidado los poderosos en atender y escuchar a esta indignación creciente. Porque si se oponen a ella los que detentan el poder –un poder que debería ser servicio-, con la ceguera de su egoísmo pueden conseguir que lo que comenzó siendo una marejadilla pueda transformarse en un tsunami que arrase con todo.