Por Enric Barrull Casals
La fortaleza de Juan Pablo II, la heroicidad de su vida y hasta el propio drama que revistió tantas veces su existencia, llevan el sello de María.
Y no puede ser una mera casualidad, que sea el mes de mayo el momento que la Iglesia ha escogido para reconocer públicamente que su hijo, Karol Wojtyla, vivió con bravura y osadía el estilo de vida cristiano al que estamos llamados todos su miembros.
El Papa Wojtyla fue un hombre excepcional. Pero su excepcionalidad fue forjándose a medida que acogió el amor de Dios en el seno de la Iglesia, y lejos de reservárselo para sí, lo compartió con todo el mundo. Ésta es, sin lugar a dudas, la más grande lección que una Madre puede dar a sus hijos.
Juan Pablo II aprendió de María a acoger, engendrar y trascender el amor con mayúsculas. Y por eso su vida fue heroicamente cristiana y la Iglesia lo ha celebrado con toda la alegría de la que es capaz desde el primer día del mes de mayo. Elevándolo como un faro de esperanza para esta humanidad confusa y dolorida, su beatificación ha caído como una bendición de Dios.