Semana Santa, aquel ayer, este hoy...

Por Luis Fernández Cuervo (luchofcuervo@gmail.com)

Ayer, en un ayer de hace veintiún siglos, Jesús de Nazaret entraba por la Puerta Dorada de Jerusalén aclamado por una muchedumbre entusiasta. Gran parte de esa misma muchedumbre el viernes gritaba: ¡crucifícale! ¡crucifícale! Y Jesucristo fue crucificado. Ayer, en un ayer actual, las procesiones del Domingo de Ramos, de muchas ciudades de tradición católica, desfilaron alegres flanqueadas por las palmas y ramos de olivo de los feligreses. Pero después, muchos de esos presuntos devotos, cumplido el rito procesional se irán a las playas a olvidar, a comer, a beber, a asolearse. Es lo importante. Algunos terminarán su vida allí, sorprendidos y ahogados por una ola traicionera. Y no son los peores. Los peores seguirán en estos días, que debieran ser santos, crucificando a Jesús con sus robos, chantajes, violaciones, secuestros y asesinatos. No es cosa sólo del país que lleva su nombre. Jesús sigue crucificado, a lo largo de toda América y Europa por la anticultura imperante. Satanás sigue triunfando… ¿hasta cuándo?

En virtud de la libertad de opinión y de cultura, usted puede organizar en estos días una exposición de arte donde Jesucristo aparezca, por ejemplo, crucificado sobre un avión de combate, con cabeza de burro o ridiculizado de otras muchas maneras. Nadie puede molestarse u oponerse. El arte es libre. Puede organizar un desfile de orgullo ateo o de orgullo gay. Si a lo largo de él, usted decide gritar insultos contra el Papa, contra Jesucristo, hacer mofa del rosario pasándoselo por la entrepierna –como ya ha ocurrido en varios países-, nadie le dirá nada. Está haciendo uso de su libertad. Pero si a usted se le ocurre decir que el acto sexual homosexual es algo inmoral, algo que va contra la Ley Natural Universal, usted es un homófobo, un peligro para la democracia y para la paz. Debe ser multado o encarcelado. Y si reincide puede perder todos sus derechos ciudadanos. No es broma. Ya hay varios padres de familia condenados en juicios legales por oponerse a que a sus hijos, desde pequeños, se les den clases de lo estupendo que es para el desarrollo de su personalidad conocer la teoría y la práctica homosexual.

Satanás baila contento en estos días. Ya ha conseguido que muchos jóvenes estén desorientados y aburridos de una vida llena de placeres pero carente de ideales, de esfuerzos y sacrificios. Ya ha conseguido que muchos de ellos terminen en la droga o el suicidio. Ya ha conseguido que millones de mujeres sean las asesinas de sus hijos no nacidos. Ya ha conseguido que muchos médicos traicionando su honor y su deber de estar siempre a favor de la salud y de la vida, se conviertan en repugnantes verdugos de niños intrauterinos.

Jesucristo curó a muchos ciegos. Hoy abundan los ciegos incurables que siguen pensando que lo más importante en un país es la buena marcha de la economía. Admiran a Chile y nos traen al Presidente Lagos a que nos de lecciones de buen desarrollo. Y Satanás se ríe porque ya consiguió que países, ayer de cultura católica, tal como Chile o España, a través de sus dóciles servidores socialistas, muestren hoy una fisonomía irreconocible.

Copio el diagnóstico de un periodista chileno al explicar el modelo que siguieron los anteriores gobiernos: “La educación, las artes, el tono moral de la sociedad –que es de las cosas menos tangibles pero más influyentes, en general todo lo que tenga que ver con la cultura fue conducido de tal manera de borrar cualquier vestigio de la tradición cristiana de Chile. Se hizo en nombre del progresismo, por supuesto. El asunto era tener un Chile “moderno”, lo cual suponía un exacerbado individualismo –y así, y es sólo un botón de muestra, llegamos a tener 7 de cada 10 niños nacidos fuera del matrimonio, más que duplicando a los nacidos dentro de él–, la desaparición de todos los “tabúes” morales –antes llamados normas, o barreras morales que evitaban que las sociedades se desbordaran-, el cultivo de la fealdad –incluyendo batidoras moliendo peces, como manifestación artística–, la falsificación de la historia y “desmitificación” de los héroes”… “la ordinariez hecha estilo”… “y así suma y sigue. El asunto fue, como en España, aunque acá no se dijo, que a Chile no lo reconociera ni la madre que lo parió. Madre que, por supuesto, fue católica.”

A Jesucristo, en aquel ayer de hace veintiún siglos lo condenó un Poncio Pilato. Hoy Jesucristo es despreciado y condenado por miles de Poncios Pilatos. Son todos los que cultivan la filosofía del relativismo. Abundan especialmente entre los políticos. Se encogen de hombros y dicen con desprecio: -¿Qué es la verdad?-. Si el interés políticamente correcto lo pide, no dudarán en flagelar a la verdad, en coronar de espinas a los pobres e inocentes y en lavarse las manos. Tienen su misma cobardía moral.