Por Mons. Ramón Benito de la Rosa y Carpio
Recordemos que el término prostitución, de manera normal y espontánea, se aplica casi únicamente a la prostitución sexual, y cuando se habla de la prostitución sexual hay que hablar tanto del hombre como de la mujer que se daña, que se pervierte, que da una orientación al sexo que no es ni la humana, ni tampoco la divina.
La prostitución sexual muchas veces va unida a la prostitución económica; a la prostitución económica normalmente le llamamos corrupción. Un hombre o una mujer corrupta económicamente es un prostituto o es una prostituta, porque también se ha dañado, porque también ha pervertido el uso del dinero, y mucha gente busca dinero para prostituirse sexualmente, y también está la prostitución del poder, aquel que usa el poder para hacer daño.
Detrás de una prostitución hay, de una o de otra manera, una podredumbre.
Se habla de que una persona está podrida en dinero, y está podrida, porque se ha corrompido; se habla de una persona podrida sexualmente y una persona a la cual el poder también ha podrido.
Por eso podemos volver la mirada a estas tres prostituciones y hasta nos podríamos preguntar en la sociedad dominicana: ¿Hasta dónde ha penetrado cada una de estas prostituciones o corrupciones? ¿Hasta qué punto ha penetrado en los hombres o en las mujeres?