¡Cómo! ¿Que mis cuartos no son míos?

Por Luis García Dubus

No recuerdo haber visto a nadie orando con tanta humildad como el señor X cuando estaba comenzando su negocio. Lo más importante para él era Dios. Sabía que sin su ayuda fracasaría.

Así que, además de trabajar duro, oraba día y noche. Tenía humildad, tenía sencillez, tenía amigos.

Un día Dios le concedió el éxito económico. Y entonces su humildad se transformó en autosuficiencia, su sencillez en altanería, y sus viejos amigos fueron desplazados por nuevos “amigos”.

Dios dejó de ser lo primero. Ahora lo primero para el pobre señor X era su dinero.

Antes tenía un Padre; ahora tenía un amo. ¿Qué amo? ¡Su dinero! Él creyó que su dinero era de él y resultó al revés, porque el dinero lo cambió a él. Lo hizo esclavo.

¿Conoce usted casos como éste? Felizmente estoy enterado de muchos casos de personas que hacen lo contrario, es decir, que no son servidores de su dinero, sino que usan su dinero para servir a Dios.

Que donan dinero con la condición que no se publique, ni se haga ningún tipo de propaganda.

Un ejemplo es M. T., profesional de considerable éxito económico, quien no sólo hace donaciones de dinero a favor de personas pobres, sino que dedica semanalmente unas horas de su valioso tiempo para trabajar gratuitamente en obras de bien social.

Conozco muchas personas como ellos. Mi querida comadre Lucy, por ejemplo. Ella tenía dinero suficiente para vivir espléndida y ostentosamente.

En cambio lo que hizo fue trabajar duro en La Hora de Dios, una obra que ha ayudado a miles de personas pobres a procurarse un nivel de vida más acorde con su dignidad como seres humanos. Además de su propia casa, tienen dispensario médico, un colegio y una clínica dental. Otras personas que, al igual que Lucy, son “astutos administradores” de sus bienes, siguen adelante hoy con esta obra de bien.

Hace un minuto le pregunté si conocía casos como el del pobre señor X. Ahora le pregunto “¿Conoce usted a personas como M.T. y como Lucy...?” Estoy seguro de que sí las conoce. Quizás sea usted una de ellas. Si es así, alégrese.

La pregunta de hoy:

¿Cómo sé yo si estoy siendo un administrador astuto? Desde el momento en que usted se dé cuenta de que usted es un administrador de los bienes que Dios le ha confiado, y no un dueño...

Si está usted dando buen uso a sus riquezas, sean éstas materiales, morales, espirituales o intelectuales...

Si sus riquezas no son un fin, sino un medio... Si usted las está administrando de tal modo que sirvan a otros que no las tienen... Si tiene usted a Dios primero antes que su dinero...

Entonces usted tendrá un Padre bueno (Dios), y no un amo cruel (el dinero). El Señor lo dice hoy con gran claridad: “Nadie puede estar al servicio de dos amos; porque aborrecerá a uno y querrá al otro, o bien se apegará al primero y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y al dinero”.

(Lucas 16,13) Como cristiano, el Señor me está recordando hoy que sea cual sea la riqueza que yo tenga –material, intelectual o espiritual– nada es realmente mío. Soy un simple administrador. El dueño es Él.