Orgullo farisaico

Por Juan Francisco Puello Herrera

En mi proceso de conversión no puedo negar la influencia que ha tenido el pensamiento de Isaac Riera Fernández manifestado en “Convertir la vida, ser o no ser cristiano: tú decides”. En este proceso, con la ayuda de este libro, he hecho el firme propósito de revisar día a día mis actitudes y comportamientos.

Me cuido de no ser orgulloso, que es la primera forma oculta del fariseísmo, de un orgullo que para Riera Fernández es tan refinado y sutil que podría calificarse de espiritual, ya que éste tiene su origen en las prácticas religiosas. Aunque parezca un contrasentido, nos dice que esta oscura pasión es tan inseparable de nuestro ser y tan sinuosa en sus medios, que aprovecha incluso lo más santo para su propio alimento.

Recomienda llegar a la raíz del corazón, a no dejarse llevar, de que el trato habitual con Dios haga florecer en nosotros el engañoso sentimiento de considerarnos buenos, por encima de las otras personas. Previene contra el oculto amor a nuestro yo, siempre procurando nuestro beneficio, el cual puede revestirse de sentimientos religiosos para embellecer artificialmente nuestra alma.

No hay duda de que cuando esto suceda, y sucede con frecuencia, se cae en la trampa del orgullo farisaico. Para este autor la unión con Dios, que debe ser real y auténtica, debe producir siempre en nuestra alma un profundo sentimiento de la propia miseria y un crecimiento en humildad.

El buen olor a Dios sube cuando uno siendo justo ignora siempre que lo que es. Y desde esa perspectiva afirma que el refinamiento del orgullo espiritual introduce así una grave desviación en el sentido autentico de la piedad religiosa: en lugar de perdernos a nosotros mismos en Dios, acudimos a Él para el propio enaltecimiento.