Por Juan Francisco Puello Herrera
La Cuaresma es tiempo propicio para revisar nuestra conducta en todos los aspectos. Uno de esos aspectos es el que se refiere a la falta de caridad que acusamos cuando no somos capaces de comprender a aquellos, en los que la maldad se ha anidado en su corazón. Es ciertamente una especie de trampa espiritual que se traduce en un desentenderse del otro, mirando sólo hacia la propia salvación.
Se trata de que revisemos nuestra actitud sobre la gente que consideramos malvada. ¿Cuál debe ser nuestra posición sobre gente así? Lo primero es no desearle mal, más bien que se convierta de su conducta y viva. Como tampoco debe envidiarse la suerte el malvado porque no se sabe como terminarán sus días.
La Palabra de Dios le ofrece al malvado la oportunidad de convertirse de sus pecados, pero para esto debe guardar sus preceptos, practicar el derecho y la justicia, solo de esa manera vivirá y no morirá.
Sin embargo, pocas veces hacemos algo para que esto sea una realidad. Por el contrario, muchas veces auguramos y propiciamos la maldad que anida en el interior del malvado. Lo que es peor, al hacerlo nos apartamos de la justicia, nos hacemos cómplices de la maldad que supuestamente aborrecemos, y morimos por esa maldad que cometemos.
El Salmo 129,1-8 invita a no llevar cuenta de los delitos, porque del Señor viene la misericordia y la redención copiosa. No olvidemos que no saber comportarse bueno con los malos es señal de que uno no es bueno del todo.