“Las pasiones son de muchos tipos… Los estoicos las dividieron en dos grupos: intolerancia y atracción. Una cosa, o nos causa repulsión o nos atrae y queremos poseerla.
Un ejemplo del primer grupo es la pasión de la ira, sobre la cual han escrito mucho los autores clásicos, que llamaban al iracundo <<loco voluntario>>. Excitado por la ira, este hace cosas de las que, después se arrepiente: rompe objetos que debe pagar, hace daño a quien es más amigo suyo y al más cercano a él.
Los más expuestos a la ira son los sanguíneos y los coléricos.
Los primeros se alteran rápidamente, pero se calman con igual rapidez.
En los coléricos la ira dura más, y la siguen el odio y el deseo de venganza.
Como es fácil impedir que surja el primer tipo de pasión, el ejercicio ascético aconsejado a las personas sanguíneas consiste en el esfuerzo de callarse y no decidir nada durante la excitación.
En los Apotegmas de los Padres se cuenta que, para probar la virtud de un monje anciano, los demás hacían comentarios sarcásticos sobre él en su presencia. Pero él permanecía impasible. Después le preguntaron: <
La ira es la exaltación contra algo que nos contraría. La concupiscencia es lo contrario: hay algo que exalta nuestro deseo y querría tenerlo a toda costa… Pero esos deseos pueden transformarse en pasiones destructivas.
Hay quien no consigue dejar de beber, o quien se deja dominar por la ira y acaba siendo esclavo de toda clase de pleitos…
Cuando estoy atrapado por una pasión, intento pararme un momento y decir: ¿quiero realmente hacer esto y esto? Sí, quiero, pero no lo haré. Con esta lucidez, la conciencia consigue quedarse tranquila y dominar la excitación.
El hombre no es lo que le apetece, sino lo que libremente quiere y decide.”