La paz verdadera

Por Juan Francisco Puello Herrera

La paz verdadera es el fruto del Espíritu Santo (Gálatas 5, 22). Una paz que nos dejó el Señor Jesús, su propia paz (Juan 14, 27). Por esto, san Pablo exhortaba, con inusitada frecuencia a los primeros cristianos a vivir con paz y alegría (2 Corintios 13, 11). La paz a la que todo cristiano debe aspirar, es aquella que sea fruto directo de su santidad, del inmenso amor que tenga a Dios; una paz, que como nos dice el apóstol Pablo, supere todo entendimiento y así custodiará los corazones y pensamientos en Cristo Jesús (Filipenses 4, 7).

Animados por la caridad debemos ser promotores de la paz que hemos recibido por pura gracia de Dios, porque es señal que El está cerca de nosotros. Porque la paz, la espiritual, implica calma, sosiego, serenidad, mansedumbre.

La paz verdadera es consecuencia directa de una contrición sincera. La búsqueda de la paz verdadera sólo viene por vía del único que puede dárnosla: Dios. De esa manera, debemos elevar hasta su punto más alto nuestros sentimientos y con emoción recibir el brillo de la luz del Espíritu Santo que convierte en excelso cada momento de nuestra existencia.

Necesitamos de esa paz verdadera, que nos vendrá por la tolerancia, sin ser indiferentes ante la verdad y los verdaderos valores. Por esto, respetaremos a quien defienda una posición diferente a la nuestra y permitiremos que las exponga, agradeciéndole y prestándole toda nuestra atención, para que nunca seamos causantes de generar disputas, porque nuestras actuaciones siempre deben estar animadas por la caridad, que es un gran bien sobrenatural al igual que la paz.

Debemos siempre agradecer a Dios por darnos esa paz espiritual, para que veamos en todo momento el lado bueno de cuanto sucede a nuestro alrededor y confiemos plenamente en el otro. El mundo lo que necesita es paz y cada uno de nosotros puede dársela, consiguiendo estar en paz consigo mismo, para poder llegar al amor en su más alta expresión.