"Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre." [Mc. III, 28-29]
Pecar contra el Espíritu Santo consiste precisamente en confundirlo con el espíritu del mal, con el Demonio o Satanás. Es negarle, por pura malicia, el caracter divino a obras manifiestamente divinas. (ver Mt. XII, 22-32; Mc. III, 22-30; y Lc. XII, 10)
Estos pecados son comúnmente seis:
- La desesperación por salvarse
- La presunción de poder salvarse sin ningún merecimiento
- La fija determinación a no arrepentirse
- La resistencia a la verdad conocida
- La envidia o pesar por el bienestar espiritual ajeno
- La impenitencia final
Aquel que, por pura y deliberada malicia, rehusa reconocer la obra manifiesta de Dios o rechaza los medios necesarios de salvación, actúa exactamente igual al hombre que, estando enfermo, no solo rehusa toda medicina o alimento, sino que hace todo lo posible para aumentar su enfermedad, y cuyo mal se torna definitivamente incurable debido a sus propias acciones equivocadas.