"La culminación de 'la modernidad' podemos resumirla de la siguiente manera:
1. Odio al ser humano, a quien se contempla como una lamentable molestia que hay que cuidar y alimentar, de la que hay que ocuparse de continuo. Por tanto, aborto, antinatalismo, con la promoción entusiasta de la homosexualidad y desprecio por el débil, entendido como aquel que no produce lo que consume.
2. Pensamiento débil, relativista: nada es verdad ni nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira.
3. Tolerancia: estamos dispuestos a creer en todo, también en una contradicción, por la sencilla razón de que no creemos en nada. De ahí, que el fruto lógico de dicha corriente de no pensamiento sea el sincretismo, disfrazado de religión laica universal, un credo poco numinoso y muy legalista.
4. Deificación del hombre: de los que hayan logrado sobrevivir, claro está, a la gran matanza del inicio de la vida -antes de nacer- y del abandono durante la última etapa -por senilidad improductiva o mero decaimiento físico-.
5. Otra de las notas distintivas de la modernidad, podría resumirse así: lo grande es hermoso y poderoso. La modernidad progresista es calvinista: sometimiento de lo pequeño a lo grande, del individuo, las familias y la microempresa, al Estado o a la multinacional y, sobre todo, a los mercados. Es el imperio de lo grande sobre lo pequeño, del fuerte sobre el débil, de la tenaza contra la propiedad individual, proceso que comenzó con la tontuna de las economías de escala y las masas críticas, tan queridas de todo tipo de depredador, sea público o privado.
En otras palabras, al modernismo progre le encanta tanto el Estado fuerte -naturalmente muy solidario- como las mercados y multinacionales fuertes -naturalmente con responsabilidad social corporativa-.
Un estado y unos mercados y grandes empresas dedicados, preferentemente, a expoliar al individuo y expropiarle su propiedad que, en el mejor de los casos, termina siendo propiedad delegada y gestionada por políticos (contribuyentes) y por intermediarios financieros (accionistas y fondistas).
La modernidad atenta contra el derecho a la propiedad privada y se ha convertido en una gigantesca expropiación global de bienes, por tanto, el enemigo número UNO de la justicia social."