Por Claudia Fernández Lerebours / El Caribe
Lunes 3 de noviembre del 2008
Hay necesidad de que las mujeres dominicanas hagamos una autorrevisión, una especie de acto de contrición que nos ayude a hacer conciencia sobre comportamientos individuales –pero muy comunes y arraigados- contrarios a los intereses del segmento femenino en conjunto.
Aunque las mujeres no somos responsables de la falta de equidad de género que acusa el país, factor que nos hace más vulnerables a las debilidades sociales y económicas de la nación, hace falta reconocer que en mucho somos parte de los obstáculos hacia la conquista de políticas públicas y prácticas sociales y laborales realmente no discriminatorias.
Alejamos nuestro avance social, económico, político, al persistir en praxis que nos impiden empoderarnos en la medida necesaria para promover transformaciones efectivas a nuestro favor.
En tal virtud, necesitamos replantear tanto la forma en que nos vemos a nosotras mismas como la manera en que asumimos los distintos roles.
Probablemente sea una respuesta general de supervivencia a nuestras intensas presiones cotidianas, pero deja mucho qué desear la forma en que las mujeres interactuamos.
Se percibe una competencia inmisericorde por el espacio profesional o social, donde quedan marginadas la decencia, la generosidad y humanidad.
Algunos ejemplos. Las mujeres llevamos la voz cantante en falta de cortesía vial. Difícilmente una congénere ceda el paso a otra, ni obtempere a una señal con las manos hecha por otra conductora, contrario a los hombres.
En materia profesional, a las mujeres nos hace mucha falta cultivar la inteligencia emocional bien descrita por Daniel Coleman.
Quizá por la necesidad de “hacernos respetar”, en las posiciones de mando tendemos a ejercer la autoridad con criterios absolutistas, nos tornamos excesivamente rigurosas.
En el otro extremo está la falta de profesionalismo, cuyas manifestaciones van desde perder el tiempo en conversaciones intrascendentes, chismes y en vivir “acabando” a los demás, hasta atribuir a terceros las razones de nuestra propia negligencia o incompetencia.
No está bajo cuestionamiento la capacidad femenina para competir tete a tete con los hombres, los ejemplos están ahí.
Pero para que la sociedad interiorice esa realidad plenamente, las mujeres haríamos bien en ocuparnos menos de cursilerías, particularmente en lo relativo a la vida o actitudes privadas de las otras mujeres, y más en nuestro propio crecimiento interno, amén de aplicar visiones más trascendentes y útiles en nuestras vidas.
Lo peor de todo es que arrastramos a nuestros hijos bajo esos parámetros existenciales mediocres, el círculo vicioso del que nunca salimos.
En el país no existe un movimiento femenino fuerte porque las mujeres estamos divididas por razones y actitudes de clase, los lastres que promueven la falta de solidaridad y apoyo mutuo hacia metas de desarrollo en común.
Mientras, carecemos de líderes femeninas en lo político y en lo social porque la lucha de género está sesgada por el partidarismo.
En los partidos, las mujeres persisten en las susodichas conductas perniciosas manifiestas a lo ancho de toda la sociedad y por eso lloran por “cuotas de poder”.
Las excepciones solo confirman la regla.
Claudia Fernández Lerebours es periodista