Navidad y navidades…
Un grupo de familiares y amigos hemos decidido celebrar el cumpleaños de Jesús. Unánimemente le reconocemos como el mejor de todos. A cada uno ha hecho favores sin límite, al punto de que todos le debemos todo lo que somos y cuanto tenemos. El homenaje va por todo lo alto.
En el club, antes de la cena, mantenemos conversaciones siempre amenas; la alegría y el buen humor reina en el grupo. Durante la cena y tras ella, la animación reina a niveles extraordinarios. Sin embargo, a lo largo de toda la noche nadie ha mirado, conversado, ni dado cuenta de que allí, en algún lugar, estaba el homenajeado, el tal Jesús; quien, al final de todo, dolido, la emprende de regreso a su hogar. Uno que otro de estos amigos, algo tragueados, al momento de retirarse de la fiesta, sin mirarle a los ojos y de pasada, le han mascullado:
¡Hasta el año entrante!
Así nos comportamos muchos de nosotros al celebrar La Navidad, el recuerdo del nacimiento del Hijo de Dios, Jesús de Nazaret. Pero, ¿quiénes se recuerdan del recién nacido?
Los cristianos del siglo XXI hemos llegado a la insólita incoherencia de conmemorar el cumpleaños de Jesucristo -sin Jesús-. Le hemos puesto una cantidad de envolturas y artificios sobre el pesebre, que no alcanzamos a ver su rostro. Nos quedamos en las manos con una envoltura –vacía-.
La NAVIDAD es una sola: el hecho de que Dios cumpliera la promesa de hacerse uno como nosotros, un hombre, nacido de “Mujer”, en la pobreza y de la manera más humilde posible. El niño Jesús, que es Dios, ingresa a nuestra historia y con su presencia convierte en realidad la única esperanza de salvación para todos nosotros pecadores.
La conmemoración de su nacimiento el próximo 25 de diciembre, -La Navidad-, se extiende hasta el día de los santos Reyes, el 6 de enero. Estos pocos días se convierten en una gran fiesta en la que se incluyen otras navidades que, como pequeñas trampas, intentan sutilmente sustituir el Aniversario del Nacimiento de Dios por cosas materiales y perecederas; cambiar la fe por el gusto y el placer, la esperanza por el dinero, la adoración a Dios por la adoración al mismo hombre.
Entre esas pequeñitas navidades podemos distinguir las siguientes:
La navidad GASTRONÓMICA. El “cerdo” al horno, la pierna, el jamón, los pasteles, los quipes, los mazapanes, los turrones, el vino y la champaña. La gruta de Belén convertida en una sala de banquetes iluminada con lámparas y velones donde servimos la mejor cena del año. Manteles de lino fino, porcelana, plata y los cristales; mucha algarabía, bulla y los cohetes, la embriaguez y la hartura.
Claro está, el hambre de las inmensas mayorías, los más pobres y necesitados, nada tiene que ver con esto. Durante el festín a ninguno se le ocurre recordar a Cristo, bendecir los alimentos, rezar un Padrenuestro o un Ave María, o releer el pasaje de San Lucas sobre el Nacimiento de Jesús de Nazaret (Lc. 2, 1-20).
¡Hombre! No agüemos la fiesta. Diría uno que otro.
La navidad aero-POSTAL. El recuerdo de aquellos amigos que hemos olvidado durante los restantes 364 días del año. Toneladas de correspondencia atascada en las oficinas de correo justo unos días antes, la mayoría de ellas bastante “cursis” por cierto.
La navidad TURÍSTICA. No la que fomenta la convivencia familiar, sino la de los viajes apresurados “a donde sea”, para "divertirnos", para evadir la realidad de nuestros problemas cotidianos. Y al regresar, podremos entonces presumir cuando alguien nos pregunte: ¿dónde estuviste en Navidad? ¿qué hay de nuevo?, en lugar de ¿cómo pasaste la Navidad?
La navidad CONSUMISTA. Comenzando por nuestros propios hijos, que en ocasiones valoran únicamente la fiesta por los regalos que reciben, hasta los adultos, que juegan con los juguetes de algunos de ellos. Lo más divertido es obsequiar para que nos obsequien. Bienvenida la navidad de la caja de bombones, el perfume “made in France”, la corbata de seda, el polo, un cheque en blanco o al portador.
La navidad NOCTURNA. La fiesta en el Country Club, la sala de fiestas, el bar o el café más popular, para darle culto a la gula y al hedonismo. Se baila a tono con las mejores orquestas, entre serpentinas, globos y confeti, donde “todo” está incluido; mientras el niño Jesús reposa en un pesebre, entre el pasto y los animales.
La navidad FOLKLÓRICA. Decorar la casa sin importar su costo, en franca competencia con el vecino, solo por mostrar el árbol o el nacimiento más hermoso, el más llamativo. Nos gastamos una fortuna en iluminación y energía eléctrica; olvidando que el pino, el nacimiento y los adornos arrastran consigo un profundo sentimiento cristiano; un recuerdo y una enseñanza que nada tiene que ver con su apariencia o valor económico. Meses antes, los establecimientos comerciales compiten entre sí con ofertas y descuentos muy tentadores, donde raramente se incluye algo que verdaderamente nos recuerde a ese a quien festejamos, al niño Jesús.
La navidad ESPUMANTI. La espiritualidad estilizada y exquisita, de piedad epidérmica y religiosidad sin compromiso ni sentido, que no conduce a acción alguna. Demasiado lírica y pegajosa.
La NAVIDAD histórica es mucho más cruda pero redentora: el Hijo de Dios que nace voluntariamente pobre, marginado, sufriente, pidiendo a los hombres que renuncien a la vanidad, la soberbia, al orgullo y las pasiones, reclamando a viva voz que tenemos que renovar nuestros corazones, nuestras familias y el mundo alrededor del cual vivimos.
Hace veinte siglos que siguen siendo válidas las Palabras de San Juan: “vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron”; palabras que aún resuenan con el paso de los siglos.
Sólo existe una NAVIDAD digna del nombre, esa que conjuga el verbo dar, darse, darnos.
Así como Dios Padre nos dio a Dios HIJO, el HIJO entregó su vida por nosotros.
La Virgen María dio a luz al primogénito para que fuera nuestra LUZ y nuestra SALVACIÓN.
¡Algo deberíamos dar nosotros como agradecimiento a tantos regalos que hemos recibido!
¿Compartimos lo mucho o lo poco que tenemos con nuestros hermanos: el pan, los recursos, la alegría, la ayuda, el amor?
¿Podríamos celebrar nosotros esta Navidad, estas Navidades, pero con Cristo?
Dejémosle sitio en nuestra mesa y en nuestro corazón.
Entonces EL asistirá y cenará con nosotros.