“A los 15 años, tuvo lugar mi ingreso a las juventudes comunistas, y esto se pareció sicológicamente, en más de un aspecto, al ingreso en una nueva religión. Durante años las luchas por los ideales del comunismo debieron movilizar tan íntegramente todas mis facultades espirituales que casi nada que fuese extraño a ellas podía ya interesarme…
¡Qué me importaba la vida eterna y la resurrección de la carne, cuando el combate por el ‘mañana que canta’ era tan apasionante!
Leí asiduamente a Marx, Engels, Lenin y otros teóricos del partido. Ni siquiera se me ocurría la idea de una selección de sus tesis e hipótesis, o de someterlas a un examen critico…”
[Ignacio Lepp, “el ateo que fui yo”, sicoanálisis del ateismo moderno, Lohlé, 1963, p. 20]