La palabra secta proviene del latín ‘secare’, que significa “cortar”. También se dice que deriva de secedere (“separarse”), o de ‘sequi’ (“seguir”), en el sentido de ir detrás de un maestro, actitud que ha sido –efectivamente- el origen de tantas sectas y nuevos movimientos religiosos.
O. A. Gerometta, en “Aproximaciones al fenómeno de las sectas”, las define como el “grupo humano que se ha separado de otro pre-existente, priorizando una afirmación parcial por encima de la verdad, al seguir a este maestro particular y su doctrina; y que, por tanto, se inhabilita a sí mismo para la comunión”.
Según la definición de Y. de Gibon en el “Diccionario de las Religiones”, compilado por el Cardenal Poupard, el término secta “designa a un grupo en oposición a la sana doctrina y al Magisterio de la Iglesia, e implica también, muchas veces, la idea concreta de disidencia. En un sentido más amplio, se aplica a todo movimiento religioso minoritario”.
Es preciso distinguir entre sectas derivadas de la religión cristiana y aquellas que se fundamentan en otras religiones, el ocultismo y el orientalismo.
En el caso de las sectas que se originaron a partir del cristianismo, su condición sectaria se deriva de las “fuentes de enseñanza” reconocidas por dichos grupos.
Numerosas sectas de origen cristiano, además de la Biblia, poseen otros “libros revelados” o “mensajes proféticos”, excluyendo algunos textos de la Biblia o cambiando radicalmente su contenido.
El P. Sampedro Nieto, C. M., en su libro “Sectas y otras doctrinas en la actualidad”, explica que una secta supuestamente cristiana “es un grupo que está separado de la totalidad cristiana y que se cree único poseedor de toda la verdad, se cierra sobre sí en torno a sus líderes, excluye a los demás, los considera como no salvados y actúa de manera proselitista”.
El P. Guerra Gómez, en su “Diccionario Enciclopédico de las sectas”, propone la siguiente definición, que abarca a los grupos de origen no cristiano: “una secta es la clave existencial, teórica y práctica, de los que pertenecen a un grupo autónomo, no cristiano, fanáticamente proselitista, exaltador del esfuerzo personal y expectante de un cambio maravilloso, ya colectivo –de la humanidad–, ya individual o del hombre, en una especie de superhombre”.
Según explica el P. Guerra Gómez, toda secta procura convertirse en la clave de la existencia de sus adeptos en todas sus manifestaciones. Con frecuencia, los familiares y amigos de las personas que han sido captadas por una secta, se quejan de que estas personas actúan como si hubieran perdido su identidad psíquica anterior: modo de pensar, de sentir, creencias religiosas, normas ético-morales, aficiones artístico-literarias y deportivas, separándose así del círculo formado por su familia y amistades.
Para el P. Guerra Gómez, ninguna secta es realmente cristiana, aunque el término “cristiano” forme parte de su mismo nombre o del lenguaje que utilicen. Esto se debe a tres motivos fundamentales:
1. Ninguna secta cumple con el mínimo dogmático cristiano. Para ser cristiano, se requieren tres condiciones: creer en el misterio de la Santísima Trinidad; creer en la divinidad de Jesucristo, y recibir el bautismo como medio de incorporación a Cristo.
2. Para las sectas, la revelación es un proceso que sigue abierto en la actualidad. El cristianismo, en cambio, afirma que la Revelación divina se cerró o quedó definitivamente clausurada tras la muerte del último Apóstol. Desde entonces, pueden ocurrir revelaciones privadas, que tal vez obliguen en conciencia a los afectados de modo directo, pero no a todos los cristianos.
3. Las sectas, o restan importancia a la Biblia, que queda convertida en uno de tantos libros de índole religiosa, o le atribuyen un valor particular, que suele ser fanáticamente proselitista y exaltador del esfuerzo personal, de tal modo que la superación espiritual se alcanza no mediante la cooperación de la voluntad del individuo con la gracia divina, sino en virtud del esfuerzo de los adeptos con la ayuda del grupo.
Algunas sectas caen en un “fundamentalismo intransigente”, y predican la inminencia de un cambio sobrenatural que “hará justicia” a las creencias del grupo, privilegiándolas sobre todas las otras.
La advertencia más clara y antigua contra las sectas y los sectarios la dio Jesucristo en el Evangelio de San Mateo:
“Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis” (Mt. 7, 15-20).